Animismo en Quemado de Güines

Animismo en Quemado de Güines
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Es una agrupación de diferentes creencias en las cuales, los espíritus y las entidades personalizadas habitan en objetos que pueden ser inanimados o bien animados.

Animismo. Creencia en que almas y espíritus influyen sobre la vida de los seres humanos y los animales, sobre los objetos y fenómenos del mundo circundante. Las representaciones animistas surgieron en la sociedad primitiva. El hombre primitivo se imaginaba que las cosas, plantas y animales tenían su propia alma. La causa fundamental de que surgiera el animismo radicaba en el nivel extraordinariamente bajo de las fuerzas de producción y, en consecuencia, en la insignificancia de los conocimientos acumulados, en la incapacidad del hombre para hacer frente a los elementos de la naturaleza, que parecían extraños y llenos de misterio.

Sumario

Según relatos de los Cronistas de Indias, de forma general, la religión de la totalidad de los nativos cubanos limitaba sus bases morales a una organización social muy sencilla.

Se conjetura que con anterioridad a sus tratos con los cristianos, los indígenas antillanos carecían del auténtico concepto de un Ser Supremo, aunque los Cronistas mencionan a Yocahu Vagua Maorocotí o Yúcahu Bagua Máorocote, como si los aborígenes lo valorasen con las cualidades de aquel y también mencionan a Mabuya, como un equivalente del Diablo de los cristianos, aunque parece ser el nombre de los espíritus malignos de los bosques. Lo único que puede aseverarse con certeza, es que la religión de esos indígenas era animista, creyendo sin dudas en la supervivencia del alma. Cuando el alma habitaba el cuerpo del ser vivo, era llamada goeiz, y cuando lo abandonaba, opita. Creían que las almas de los muertos iban a un lugar donde disfrutaban de múltiples goces, llamado Coaybay; y de allí podían regresar a la tierra para mofarse de los vivos y hacerles daño, tomando la precisa figura de la persona a la que habían pertenecido, pero que eran posibles diferenciar por la falta de ombligo.

Desarrollo

En el territorio de Quemado de Güines, no existen evidencias en los residuarios aborígenes encontrados que permitan vislumbrar las certidumbres religiosas de esos iniciales habitantes, únicamente la presencia de esferolitias o esferas líticas en ellos puede asociarse a usos rituales, puesto que, aunque su empleo es aún desconocido, se supone que esos artilugios debieron tener uso ceremonial, mágico o emblemático, pues las bolas líticas o esferolitias y las dagas líticas o estenolitos, asociadas a los entierros hacen suponer que debió existir todo un ritual relacionado con la muerte. Indudablemente, las referencias heredadas de los Cronistas de Indias patentizan primitivas nociones religiosas y morales entre los originales pobladores de Cuba. A decir de algunos cantos populares, creían en un solo Dios, Baganiona, y en un espíritu maligno que, según el criterio del geógrafo, historiador y lexicógrafo Esteban Pichardo Tapia, era denominado Mabuya. Consecuentemente, creían en la inmortalidad del alma y en las recompensas y condenas en la otra vida. Estas creencias no impedían que la idea de Dios la reconocieran en un astro o en un fenómeno natural favorable, mientras que la idea maléfica la reconocieran en una demostración natural perjudicial como un juracán (huracán).

A nivel religioso los aborígenes creían en los espíritus del bien y del mal, que podrían habitar tanto cuerpos humanos como objetos naturales. También contaban con otro rito de origen gentilicio, el culto a los antepasados, rendido a cráneos y huesos humanos, de lo que brinda constancia el propio Colón en la siguiente reseña: 10 “Hallaron también los marineros en una casa una cabeza de hombre dentro de un cestillo, cubierto con otro cestillo, y colgado de un poste de la casa. Y de la misma manera hallaron otra en otra población”. Los espíritus de los antepasados eran considerados cemíes, y como tal eran enaltecidos. Entre ellos ocupaban un lugar muy especial los caciques remotos. Los huesos y cráneos de esos personajes eran alojados en relicarios que recibían el culto merecido. Cada familia podía tener sus propios cemíes a los que ofrendaban alimentos.

Ellos procuraron controlar los espíritus por sus sacerdotes o chamanes llamados "behíques" o “buhití”. El animismo confería al behíque o médico brujo grandes poderes, al ser el encargado capaz de comunicarse con los espíritus.

Quizás uno de los más influyentes personajes de esas comunidades indígenas era el behique, que atesoraba las peculiaridades del médico, el hechicero y el sacerdote. El behique era el brujo y el curandero de la tribu, es decir, cada aldea o comunidad estaba regida por un cacique, pero el behique era quién lo guiaba espiritualmente y el que igualmente organizaba los funerales y rituales o ceremonias religiosas. La materialización de las creencias animistas estaba representada por el behique, que indudablemente estaba revestido con el doble carácter del razonamiento espiritual y de la curación de los dolores materiales.

De acuerdo al criterio de distintos estudiosos, este individuo, flaco y anguloso por sus largos ayunos de tres o cuatro meses; era un hechicero, un simple intermediario de los espíritus malignos, o una especie de médico o charlatán, y según Esteban Pichardo Tapia, un sacerdote, que consultaba al espíritu del semí o cemí, que traducía, a su modo.

El acto de investidura de un behique, según las referencias históricas, requería de un largo y riguroso aprendizaje, que incluía ayunos muy severos y crueles penitencias. El noviciado y las impresionantes ceremonias de investidura del médico-hechicero, sometido a rigurosas dietas y a brebajes de jugo de tabaco, habitualmente terminaban en un desmayo, en el que se supone recibían inspiración de los espíritus.

Entre los deberes del behique, estaba la asistencia a los enfermos, para lo que contaba con conocimientos adquiridos por tradición y experiencia sobre las propiedades de algunas plantas medicinales, algunas de las cuales aún son utilizadas en infusiones y otras aplicaciones, y también recurría a rituales mágicos, ya que consideraban que en muchas oportunidades las enfermedades eran obra de espíritus malignos.

Las evidencia históricas reseñan que utilizaban el guayacán (Guaiacum officinale L.) para la cura de la sífilis, enfermedad que al parecer en forma benigna, fue entre los indígenas un padecimiento endémico. Lograban la reducción de fracturas de huesos mediante yaguas mojadas, en las que envolvían la extremidad fracturada y según Fernández de Oviedo, hacían uso de las sangrías, produciéndose leves incisiones con finos pedernales en brazos y piernas. También conocían la cauterización mediante el fuego, y la castración. El baño entre los aborígenes, además de ser costumbre diaria, también era usado como medicina en algunos casos de fiebre y después de los partos.

Para socorrer a los pacientes, el behique se coloreaba la cara de negro, y haciendo sonar la maraca, a cuyo sonido se le atribuían valores mágicos, intentaba adormecerlo. En otras ocasiones absorbía del pecho y vientre del enfermo el origen de su enfermedad, representado por un corpúsculo que el behique previamente había ocultado en su boca. Sobre esas prácticas sanadoras, Las Casas, puntualiza:“…los behiques eran sus teólogos, profetas y adivinos, hacían a estas gentes algunos engaños mayormente cuando se hacían médicos, por permisión del demonio, y le era permitido a él, lo que había de decir o hacer. Débanles a entender que hablaban con aquellas estatuas (los cemíes) y que ellas les descubrían los secretos, y saben de ellos cuanto quieren saber”.

También el behique oficiaba relacionado con los semíes o cemíes, hablando con ellos y recibiendo sus inspiraciones. Los aborígenes creían en espíritus de antepasados muertos, y espíritus de la naturaleza como árboles y rocas que podían manifestarse a través de figuras fabricadas de concha, hueso, piedra o madera y que eran llamados semíes o cemíes, pues consideraban que en ellos residían los espíritus de los antepasados, rocas, árboles, etcétera, lo que les daba poderes sobre los hombres. El semí, según Pichardo y otros autores era la divinidad o dios doméstico aborigen y según Oviedo el ídolo o imagen del diablo. Oviedo describe así a los ídolos de los aborígenes: “…no he hallado en esta generación cosa entrellos mas antiguamente pintada ni esculpida ó de relieve entallada, ni tan principalmente acatada é reverenciada, como la figura abominable é descomulgada del demonio, en muchos é diversas maneras pintado ó esculpido, ó de bulto, con muchas cabezas é colas é diformes y espantables é caninas é feroces dentaduras, con grandes colmillos, é desmesuradas orejas, con encendidos ojos de dragón é feroz serpiente, é de muy diferenciadas suertes; y tales que la menos espantable pone mucho temor y admiración… Al qual ellos llaman cemi, y a este tienen por Dios, y a este piden el agua, ó el sol, o el pan, ó la victoria contra todos sus enemigos y todo lo que desean”. Las constancias históricas de algunos de esos dispositivos que componían la parafernalia ceremonial del behique, nos fueron transmitidas por los Cronistas de Indias en algunas de sus narraciones. El Padre Las Casas nos dejó los siguientes argumentos: …tómabase (la cojoba) asestados en unos banquetes bajos, pero muy bien labrados, que llaman dujos”. Los dujos, según los auténticos ejemplares de ese mueble existentes en museos indoarqueológicos, era un asiento ceremonial para personajes de cierta jerarquía. Las Casas describe la cojoba de la forma siguiente: 16 “Tenían hechos algunos polvos de ciertas yerbas muy secas y bien molidas, de color canela… estos ponían en un plato redondo, no llano sino un poco combado… de madera, liso y lindo, que no fuera más hermoso de oro o plata; era casi negro y lucía como azabache. Tenían un instrumento de la misma madera… y con la misma pulidaza y hermosura; la hechura de aquel instrumento era del tamaño de una pequeña flauta, todo hueco como lo es la flauta y se abría por dos canutos huecos… aquellos canutos puestos en ambos a dos ventanas de las narices y el principio de la flauta, decíamos, en los polvos que estaban en el plato sorbían con el huelgo hacia dentro, y sorbiendo recibían por las narices la cantidad de los polvos que tomar determinaban, los cuales recibidos salían luego del seso cuasi como si bebieran vino fuerte, de donde quedaban borrachos o cuasi borrachos. Estos polvos y estas ceremonias llamaban cojoba… en su lenguaje… Con esto eran dignos del coloquio de las estatuas y oráculos… por esta manera se les descubrían los secretos… de allí oían y sabían si les estaba por venir algún bien, adversidad o daño”. Los indígenas tenían entre sus principales rituales sus cantos y bailes sagrados, que según dicen los Cronistas se llamaban areitos, en ellos algunos de los figurantes usaban máscaras. El areito en oportunidades, según Las Casas, era acompañado por manjares y libaciones: 16 “…de un vino hecho de maíz, que para emborrachar tenía harta fuerza”, y que las letras de los cánticos desplegados en ellos “…era referir cosas antiguas, y otras veces niñerías”, según alega ese Cronista, discurriendo que esas niñerías deben haber sido las fábulas y narraciones canturreadas de sus mitos y tradiciones. Fernández de Oviedo compara los areitos con los romances españoles por lo que encerraban de historia y sabor popular y del baile, nos cuenta: 15 “…júntanse mucha compañía de hombres y mujeres, y tómanse de las manos mezclados, y guía uno, y dícenle que sea él el tequina, esto es, el maestro; y éste ha de guiar, ora sea hombre, ora sea mujer, dá ciertos pasos adelante y ciertos atrás… y andan en torno de esa manera, y dice cantando en voz baja o algo moderada lo que se le antoja, y concierta la medida de lo que dice con los pasos que anda dando; y como él lo dice, respóndele la multitud de todos los que en el contrapás o areito andan lo mismo, y con los mismos pasos y orden juntamente en tono más alto…”

Aunque el areito fue descrito por algunos Cronistas, de su música nada quedó para el presente, salvo que era acompañada con una especie de tambor que llamaban mayohuacán, la maraca, el guamo o trompeta de caracol, y la cadencia rítmica originada por el tintinear de las pulseras y ajorcas de olivas sonoras.

El mayohuacán, parece haber tenido especial relieve en el desarrollo del areito, de acuerdo a la siguiente alusión de Fernández de Oviedo:“Algunas veces junto con el canto mezclan un atambor que es hecho en un madero redondo, hueco, concavado… e tan grueso como un hombre e más o menos… e tan grande como lo quieran hacer… y por todas partes está cerrado, salvo donde lo tañen, dando encima con un palo como un atabal… que es sobre… dos lenguas… de unos agujeros a rayos que trascienden a lo hueco…”, dejándonos además la ilustración de ese instrumento que se reproduce seguidamente. Como muchos indígenas de las Américas, los aborígenes cubanos tuvieron creencias religiosas politeístas. Una de sus principales divinidades era Yaya, nombre que proviene del vocablo “yara” que en lengua aruaca taína significa “lugar”; la primera “Ya” representa el mundo espiritual, y la segunda “Ya” constituye el mundo material; lo que quiere decir “Creador del mundo espiritual y del mundo material”.

Con relación a la mitología de los indígenas que nos ocupan, decía Las Casas que: “…tenían cierta fe y conocimientos de un verdadero y solo Dios, el cual era inmortal e invisible, el cual no tuvo principio y cuya morada y habitación es el cielo y lo llaman Yocahu Vagua Maorocotí”. También Antonio de Herrera, en su obra, nos habla de que creían que después de un diluvio, seis personajes salidos de una cueva habían restaurado el género humano.

Según el fraile Ramón Pané, que acompañaba a Cristóbal Colón en su segundo viaje a las Indias Occidentales, la religión antillana se basaba en el culto a dos principales divinidades; Yúcahu, que era el dios de la yuca y los sustentos, y Atabey, diosa de la lluvia, los ríos y el mar. Todas las divinidades eran concebidas como cemíes, y como ejemplo, otros dioses menores como Boinayel, el dador de la lluvia, era un cemí que tenía el poder de hacer llover.

Inicialmente se opinaba que Juracán, origen del término meteorológico huracán, era el Dios del mal, ya que el panteón religioso de los indígenas fue interpretado según la creencia dual del catolicismo. Realmente, había varios espíritus que cuando se unían originaban perjuicios y destrucción a los indígenas. Juracán era el nombre que empleaban los aborígenes para designar a los fenómenos atmosféricos que hoy conocemos como huracanes o tormentas tropicales. En las creencias indígenas, quien en realidad desataba esos huracanes era la Señora de los Vientos, Guabancex; que se hacía acompañar de sus heraldos Guataubá, el relámpago y el retumbar del trueno, y de Coastriquie, el recogedor de las aguas torrenciales.

Los mitos de esos hombres primitivos, recogidos inicialmente por el sacerdote fraile Ramón Pané, en los que participaban deidades que contribuyeron a solucionar las discrepancias existentes entre los hombres y la naturaleza, dando una explicación sobre la formación del mundo, la salida del sol y la luna, la creación del hombre y la mujer, el origen del mar, los dones de la yuca y el tabaco, hechos históricos y fábulas de la selva. También existía el mito de héroes civilizadores que iniciaron a los hombres en la agricultura, la industria del casabe y la estructura social, la medicina, el uso del algodón, la música y el culto. Algunos estudiosos consideran que esas historias, eran la esencia de los areitos y se conservaban y transmitían recreadas en sus cánticos y bailes.

Prueba de las creencias religiosas de los indígenas era la circunstancia de la realización de sus plegarias en los lugares oscuros y retirados donde atesoraban sus ídolos, y de que se abstenían del gozo de sus mujeres cuando iban en búsqueda de oro; abstinencia que no tiene explicación más que bajo un criterio espiritualista.

Fuentes

  • Museo Municipal Quemado de Güines
  • Casa de la Cultura Quemado de Güines "Luis Jorge León"

Autores

  • Enrique Morlote Vázquez

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