Canal Imperial de Aragón

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Vista del Canal


Canal Imperial de Aragón Canal de riego y navegación construido en el último tercio del siglo XVIII entre Fontellas, cerca de Tudela (Navarra), y Zaragoza.

Datos biográficos

Canal de riego y navegación construido en el último tercio del siglo XVIII entre Fontellas, cerca de Tudela (Navarra), y Zaragoza. Mejoró los riegos que hasta entonces daba su antecesor, la antigua Acequia Imperial de Aragón; llevó el agua del Ebro hasta Zaragoza, lo que permitió extender considerablemente el regadío en la ciudad, y estableció un servicio de transporte de viajeros y mercancías entre Tudela y Zaragoza. Fue proyectado hasta Sástago (Z.) con el fin de regar una amplia zona entre Zaragoza y esta localidad y, sobre todo, para poder disponer de un canal que permitiera navegar el Ebro en toda su longitud, evitando el difícil curso medio. Este utópico plan nunca llegó a ser realidad.

A continuación se exponen los distintos aspectos que merecen atención, según el siguiente esquema: 1. Los orígenes; 2. La transformación de la empresa (1835-1873); 3. De 1873 a nuestros días; 4. Usos actuales y futuros del Canal Imperial de Aragón; y, finalmente, la bibliografía.

Los orígenes

Las obras y servicios principales del Canal (financiación y construcción del cauce y fábrica, extensión del riego, establecimiento de la navegación) fueron creados en el s. XVIII; se trata, por tanto, de una obra pública proyectada y realizada en el Antiguo Régimen, y hubo, pues, de sufrir profundas transformaciones para adaptarse a las necesidades actuales, distintas de las de entonces. Los antecedentes de la obra, las circunstancias que la hicieron posible y los primeros y agitados años de su construcción han sido ya detallados al hablar de la Acequia Imperial de Aragón, su ilustre antecedente, y de Badín y Compañía, la sociedad que la inició. El proyecto de hacer el Canal navegable explica sus grandes dimensiones, y es lo que encareció mucho la obra. Dos aspiraciones se materializaron en él: a) un utópico plan de la Ilustración para construir canales en España a imitación de Inglaterra y Francia, utópico porque no tenía en cuenta el coste real y las condiciones naturales del país, que lo hacían imposible; según el plan, el Canal Imperial, al salvar los meandros y azudes del tramo medio del Ebro, lo haría navegable, y el Ebro había de comunicarse con el Atlántico por los ríos Zadorra y Deva (Guipúzcoa) o por Laredo (Santander), con el Duero por el Canal de Castilla, y con el Mediterráneo por el canal de Amposta a San Carlos de la Rápita (Tarragona), y b), la vieja idea aragonesa, estudiada por las Cortes de Aragón a fines del s. XVII y apoyada por la Real Sociedad Económica Aragonesa de Amigos del País en el s. XVIII, de conseguir para el reino una salida al mar que le permitiera exportar directamente sus productos, principalmente los agrícolas. En la segunda mitad del s. XVIII el crecimiento económico de Cataluña, la elevación de precios agrícolas en el Principado y la liberalización del comercio con América (R.D. de 2-II-1778 y 16-III-1778) hicieron la coyuntura particularmente favorable, ya que a estas dos zonas habían de ir preferentemente las exportaciones aragonesas. A ello se sumó una clara expansión económica aragonesa, sobre todo en el sector agrícola, y el considerable peso político que por entonces tenía en la Corte de Madrid el «partido aragonés» (conde deAranda).

De todo este gran proyecto, sólo una parte se llevó a cabo. La obra fue realizada principalmente por el canónigo zaragozano y primer protector del canal (1772-1793) Ramón de Pignatelli y Moncayo, entre 1776 y 1790, quien en esos años acabó el gran acueducto del Jalón (1780), el cauce hasta Zaragoza (1784), el puerto de Miraflores (1786), las principales dependencias de la empresa (oficinas, viviendas, talleres, astilleros, cuartel, almacenes) en la zona del hoy destruido cuartel de Torrero en Zaragoza, el monumental azud de El Bocal (1790) y multitud de puentes y almenaras, las esclusas y molino de Casablanca, y siete esclusas más, aguas abajo, para la navegación. Las obras, que durante años ocuparon a varios miles de campesinos de toda la Ribera, a presidiarios y a varios regimientos del ejército, llevaron el agua hasta unos 2 km. aguas abajo de Torrero. A partir de allí hay un largo tramo de terreno (20 km.) muy poroso por la existencia de capas de yeso, contra el que se estrellaron los esfuerzos de Pignatelli y los de quienes le siguieron en la dirección de la empresa. El sucesor de Pignatelli, el conde de Sástago (1793-1799), levantó la actual iglesia de San Fernando de Torrero. Años después, en 1826, el descubrimiento en la zona de ricas vetas de arcilla, necesaria para revestir la obra y proseguir el cauce, permitió reiniciar los trabajos, los cuales siguieron de forma intermitente a lo largo del s. XIX. El Canal nunca llegó a su destino; no obstante, la idea de navegar el Ebro no desapareció y ha pervivido casi hasta nuestros días. Hoy sigue en pie la idea de prologar el cauce, pero para extender el riego.

Esta magna obra pública, orgullo de la monarquía ilustrada, fue costeada por el Estado casi totalmente. El capital inicial se consiguió por Badín y Compañía mediante la emisión de obligaciones al 6 % en Holanda, pero en 1775 el Estado, siendo ya responsable directo de la empresa, renegoció la deuda y en 1779-1782, disuelta ya esta compañía concesionaria, negoció en Holanda tres créditos de 52 millones de reales de vellón que englobaron la deuda anterior y fueron la base financiera del proyecto. Las obras superaron rápidamente el coste previsto y para acabarlas fueron necesarias dos emisiones (7-VII-1785 y 30-XII-1788) de vales reales (Vales de la Acequia Imperial de Aragón y Canal Real de Tauste) al 4 % anual, por importe de 99 millones de reales de vellón.

Deuda pública y financiación exterior fueron, pues, los medios para construirlo ya que, como muestra el cuadro A, los demás ingresos no tuvieron relevancia en el conjunto; la diferencia que se observa en él entre ingresos y gastos corresponde casi en su totalidad a intereses, renegociaciones de créditos y giros de letras y supone, sólo en esos años, el 38,53 % del capital. El coste absoluto fue mucho mayor merced sobre todo a que los créditos apenas fueron amortizados y pasaron a formar parte de la deuda pública; en 1869 los intereses, que eran pagados por el Tesoro, seguían ascendiendo a casi 6 millones de reales de vellón anuales. A partir de 1790 las obras y el dinero quedaron prácticamente finalizados, y desde 1794 los fondos para obras y mantenimiento fueron aportados por la Hacienda real (6.000.000 de reales de vellón al año) y por Aragón; para ello fue aumentado el equivalente o contribución que el viejo reino pagaba al Estado, entonces de 6 millones de reales de vellón, en uno más (que por eso fue llamada «contribución del millón»).

El proyecto del Canal Imperial tuvo, además un coste político hasta hoy prácticamente ignorado. En efecto, la financiación del mismo fue posible gracias fundamentalmente a cuatro personas: el conde de Aranda, Ramón de Pignatelli, Juan Bautista Condom y el conde de Floridablanca, sobre todo los dos últimos. Condom era un importante comerciante madrileño que traficó con América y gestionó, entre otras empresas, una fábrica de hilados de seda en Vinalesa (Valencia), fue el socio capitalista de Badín y Compañía y tesorero del Canal durante su construcción (julio de 1771 a julio de 1791); él hizo posible el proyecto compensando y regularizando las frecuentes dificultades de tesorería de las obras, aportando personalmente grandes cantidades de dinero. Su gestión fue posible gracias a José Moñino, conde de Floridablanca, primer secretario de Estado (1776-1792), uno de los principales reformadores ilustrados y el más importante impulsor y realizador de la política de canales y obras públicas de la época de Carlos III. Floridablanca fue en Madrid el apoyo político y económico de Pignatelli y Condom, concediendo a este último en diversos años, en recompensa por sus muchos servicios, algunos privilegios de exportación de productos.

En 1791, Condom, que poco después manifestaría tener problemas en sus negocios, vendió al Estado su participación en el Canal, que conservaba todavía de la época de Badín y Compañía, y dejó la tesorería de la empresa, que fue ocupada por una sociedad prestamista del gobierno y estrechamente vinculada a él, los Cinco Gremios Mayores de Madrid. Siguiendo órdenes de Floridablanca y por cuenta del Estado, Cinco Gremios se encargó de pagar a Condom su participación y además, siempre por orden de aquél, le adelantó diversas cantidades a cuenta de las gracias de exportación que le habían sido concedidas años atrás y que Condom por circunstancias diversas parece que no había podido aprovechar plenamente. El 28-II-1792, Floridablanca fue destituido fulminantemente de su cargo y poco después conducido a prisión y procesado (julio de 1792 a noviembre de 1795), y simultáneamente fue procesado Juan Bautista Condom (hasta marzo de 1801); el núcleo de ambos procesos incoados por los Cinco Gremios y los enemigos políticos de Floridablanca fueron las entregas de dinero y las gracias que por orden de Floridablanca recibió Condom por su apoyo a las obras del Canal. La caída y procesamiento de Floridablanca tuvieron una gran importancia política, ya que marcaron el fin de la apertura de la Ilustración tras el inicio de la Revolución francesa (1789), y el giro hacia una política más conservadora e inmovilista.

La traída del agua a Zaragoza con el Canal Imperial y la reforma del de Tauste (asimilado a la empresa por R.O. de 12-VIII-1781), tuvieron como consecuencia principal una reforma agraria, llevada a cabo por Pignatelli en medio de múltiples dificultades, lo que constituye su mayor timbre de gloria. Para comprender su importancia es necesario tener en cuenta que en la comarca, por entonces los principales medios de producción (tierra y agua sobre todo, ganado, capitales) estaban en manos de una oligarquía compuesta por la nobleza terrateniente y la Iglesia en la zona rural, y por la burguesía y la Iglesia en el regadío de Zaragoza, y que, frente a ella, la reforma benefició de forma principal a las clases populares: campesinos pequeños propietarios y arrendatarios de la zona rural, y jornaleros de Zaragoza.

Su incidencia social se produjo, en primer lugar, gracias a la extensión del riego: éste permitió a todos asegurar y regularizar las cosechas evitando las crisis de subsistencias o de alimentos, muy corrientes en la época; también permitió poner en cultivo y repartir tierras incultas: sotos y terrenos comunales ribereños de Fontellas a Boquiñeni, en el Canal de Tauste algunos grandes latifundios señoriales hasta entonces incultos o destinados a pastos de los ganados del señor, y en Zaragoza sobre todo los grandes secanos comunales de Miralbueno, Garrapinillos y Miraflores. Según cálculos efectuados, las tierras puestas en riego en el entorno de la capital aragonesa desde 1781 a fines de siglo hicieron aumentar la zona regable en Zaragoza entre un 30 y un 250 %. Las tierras comunales fueron sorteadas y repartidas entre los vecinos, hecho que tuvo gran importancia en Zaragoza, en donde había muchos jornaleros sin tierra; en las particulares se procuró que sus propietarios las regaran, cosa que no siempre se consiguió. En ningún momento se planteó redistribuir la propiedad de la tierra; en la época ilustrada muy pocos se atrevían a plantear abiertamente esta posibilidad.

La ocupación y cultivo de las tierras fue a veces lenta, ya que los colonos normalmente no disponían de capital suficiente (mulas, aperos) para poner en cultivo sus lotes. Económicamente, las consecuencias fueron menores de las previstas, ya que las tierras de regadío siguieron cultivándose en año y vez y no se produjo una intensificación importante de los cultivos; mayores fueron los efectos sociales ya que el riego revalorizó las tierras hasta entonces en secano o incultas, elevó en Zaragoza los salarios agrícolas (en virtud de que muchos jornaleros agrícolas dispusieron ya de tierra para cultivar), y modificó los precios de los arriendos de tierras en toda la zona regada. El Canal cobraba por el riego una contribución en especie, sobre todo trigo. Desde Pignatelli, en vez de vender este trigo en el mercado local al mayor precio posible, como entonces hacían todos los que manejaban grandes rentas agrícolas en especie (Iglesia, nobleza, comerciantes de granos), la empresa lo dedicó a hacer préstamos a los labradores para la sementera en excelentes condiciones económicas. Esto palió en parte la falta de crédito agrícola y aumentó los beneficios sociales de la extensión del riego.

La acción agrícola del Canal suscitó una gran oposición entre una parte de la oligarquía dominante, especialmente la Iglesia, y un sector de la nobleza, que consideraron afectados sus intereses. A los hechos y efectos ya mencionados, sin duda los más importantes, hay que sumar que la extensión del riego eliminó varios acampos del concejo zaragozano, que suponían pastos de verano baratos para sus ganados, agrupados en la Casa de Ganaderos. En general, los grandes terratenientes encontraban con frecuencia más cómodo dejar sin cultivar ciertos terrenos y destinarlos a pasto extensivo de sus ganados; éste fue otro de los motivos de oposición al riego.

Pero lo que mayor oposición suscitó fue el reparto de los diezmos, tributos en especie sobre la cosecha que percibía principalmente la Iglesia y de los cuales el rey, y en su nombre el Canal, patrimonio real, debía percibir una parte: la que correspondía a lo que las tierras producían de más al pasar de baldíos o secanos a regadío. Este asunto fue probablemente el de mayor importancia por dos motivos: a) sin solucionarlo, el Canal no podía reformar la contribución por el riego (las alfardas que se pagaban eran muy variadas según zonas y algunas databan de la Edad Media) y conseguir una autonomía económica; y b) porque, al afectar a casi todas las tierras y ser uno de los tributos más importantes que pagaba el labrador, si el canal lo englobaba en la contribución por el riego usando el privilegio real tenía en su mano rebajar la presión tributaria del labrador y hacer posible el éxito de la empresa.

El asunto, técnicamente complejo, suscitó un largo expediente en Madrid (1788-1806) para reformar la complicada y desigual contribución que pagaban las tierras, y desde 1781 largos pleitos entre el Canal y los perceptores de diezmos. En ambos casos Pignatelli se manifestó constantemente por un reformismo agrario que beneficiaba a los campesinos y a la empresa frente a la nobleza y la Iglesia. La reforma de la contribución nunca se llevó a cabo y en el asunto de los diezmos el Canal, que hubo de evitar las argucias de algunos perceptores, en algunos casos consiguió dejarlos reducidos a sus justos términos. De cualquier forma, fue la institución la que los pagó, descargando al labrador de esta obligación; el hecho es de gran importancia social y le supuso ingresar por el riego bastante menos de lo previsto. En este sentido, la asimilación del Canal de Tauste (1781) tampoco fue buen negocio, ya que allí el reparto de los diezmos se hizo en términos muy desfavorables para la empresa y siempre le reportó grandes pérdidas.

Para todos los asuntos de aguas el Canal había heredado de la antigua Acequia Imperial una jurisdicción privilegiada que estuvo a cargo de un juez privativo, asistido por un juez subdelegado para Navarra con el fin de respetar los fueros del reino vecino. Las sentencias de este tribunal eran recurribles directamente ante la más alta magistratura del Estado, el Consejo de Castilla. Esta jurisdicción privativa desapareció en el s. XIX (R.O. de 17-X-1836).

El otro objeto para el que el Canal fue proyectado, la navegación, nunca se vio plenamente cumplido, en principio ya que el cauce no se alargó más allá de Zaragoza; en el siglo XIX se intentó en ocasiones prolongar el cauce hasta Tudela y construir esclusas en Zaragoza para comunicarlo con el Ebro, pero esta idea no llegó a realizarse. La navegación del Canal, que ha perdurado hasta hace poco, fue establecida por Pignatelli (R.O. de 21-XI-1788); comenzó a funcionar el 21-X-1789 y ofreció un servicio muy efectivo de transporte de mercancías y viajeros en varias modalidades. La existencia de aduana entre Navarra y Aragón dificultó el tráfico interregional de mercancías; no obstante el Canal cumplió con efectividad su mermado papel de vía de comunicación comarcal. El tráfico alcanzó un cierto volumen en los últimos años del s. XVIII y quedó hundido por bastante tiempo con la guerra de la Independencia. A mediados del s. XIX ya estaba recuperado, pero el establecimiento en 1861 del ferrocarril Zaragoza-Alsasua, con un recorrido paralelo al del Canal, hundió el tráfico, y la construcción de otras líneas (de Zaragoza a Barcelona, Reus y Tortosa) hicieron perder fuerza a las ideas de prolongar el canal y hacer navegable el Ebro; no obstante, ninguna de las dos desapareció.

En la reciente postguerra la navegación fue restablecida, y por unos años (1940-1953) abasteció a Zaragoza con el trigo de las Cinco Villas en combinación con el ferrocarril Sádaba-Gallur.

La transformación de la empresa (1835-1873)

En la guerra de la Independencia el Canal pasó a depender de los franceses (1810-1813) los cuales al retirarse destruyeron bastantes obras. Los años siguientes fueron de una gran crisis para la institución. Tres hechos la provocaron: el mal estado de la fábrica (en 1833 aún había obras sin reparar), la supresión en años diversos de la contribución del millón, y el descenso general de los precios agrícolas; todo ello disminuyó los ingresos y aumentó los gastos. Entre 1835 y 1873, y coincidiendo de forma bastante aproximada con el establecimiento en España de la sociedad burguesa liberal, el Canal experimentó una serie de cambios profundos en su estructura y funcionamiento que darían origen a la actual institución: reforma de la contribución por el riego (1835-1840, 1869), creación de los sindicatos de regantes del Canal (1848-1850) de la Junta Administrativa del Canal Imperial (1873), y fijación del régimen jurídico general de las aguas (leyes de 3-VIII-1866 y de 13-V-1879). También quedó delimitado su ámbito actual de actuación, ya que el Canal de Tauste fue definitivamente devuelto a las antiguas villas condueñas (R.O. de 15-VI-1848).

La reforma de la contribución por el riego, el viejo problema heredado del s. XVIII, supuso la adecuación del campo y los campesinos de la Ribera, y también de la administración de la empresa, a un nuevo sistema productivo capitalista basado en el mercado, y comprendía dos extremos: modificación de la cuantía, tipo y forma de pago del canon por el riego, y supresión de los diezmos. Con la vieja empresa del Antiguo Régimen, el canon por el riego tenía las siguientes características: a) se pagaba en especie, b) era proporcional a la cosecha (entre un 9,09 y un 19,35 % de ésta), c) era diferencial, en función del cultivo (p. ej., el trigo pagaba más que las judías) y de la situación jurídica de la tierra (p. ej., las tierras novales pagaban en principio menos que las demás), y por razones de la propia dinámica histórica la zona (p. ej., la del Canal Imperial pagaba más que la del Canal de Tauste), y d) englobaba los diezmos ya que, como se ha dicho, el Canal, con una finalidad social muy clara, tenía asumido su pago en aquellas tierras que con anterioridad al riego lo venían pagando. Éste era el sistema general, pero además había zonas fiscalmente marginales (los viejos regadíos históricos) en donde el sistema era diferente: en la zona del Jalón algunos pueblos compraban al Canal un suplemento de agua pagando a tanto alzado en especie, y los términos regantes de la Huerva, en Zaragoza, la compraban pagando en dinero (reales de plata) por cahizada y riego.

El sistema de cobro y el mosaico tributario referidos fueron sustituidos por un nuevo sistema, que con algunas modificaciones mínimas sigue hoy vigente y que, frente al anterior, presentaba y presenta las siguientes características: a) se paga en dinero, b) es proporcional al agua consumida y a la duración de suministro, y c) es idéntico para todas las tierras. Los diezmos, suprimidos, no eran ya problema. El nuevo sistema implicaba la venta constante, en el mercado, de una parte de la cosecha y un uso generalizado del dinero (lo que no ocurría en la anterior economía de autoconsumo), así como la desaparición de los privilegios tributarios; gravaba el agua y su uso, no lo que ésta producía, lo que en principio era un incentivo a la producción, y sobre todo desvinculaba al Canal del labrador; el pago por el agua era independiente de cuál o cuánta fuera la cosecha, que quedaba sometida a las fuerzas del mercado.

El tránsito fue progresivo y no sin dificultades. Una R.O. de 17-X-1836 suprimió el pago proporcional a la cosecha y estableció una contribución uniforme y fija en dinero por cahizada según la calidad de la tierra. E1 29-VII-1837 fueron suprimidos los diezmos; poco después fueron restablecidos y una R.O. de 30-V-1838 estipuló que fueran pagados por los campesinos, desligando al Canal de tal función. Ambas medidas provocaron un gran malestar social, la segunda por reimponer tributos y la primera porque la novedad del pago en dinero beneficiaba a los grandes propietarios, muchos de los cuales eran además los que venían pagando contribuciones más bajas; eran ellos los que habían propuesto la reforma de 1836. Se suscitó una gran polémica en torno a la supresión de los diezmos y la reforma de la contribución, que fue resuelta provisionalmente por una R.O. de 13-VI-1839 que se limitó a mantener la contribución tradicional y a cargar el pago del diezmo a los labradores liberando al Canal de la función. Años después, suprimido ya el pago de los diezmos, otra disposición (R.D. de 15-VI-1848) volvió a restablecer el pago en dinero según la tierra: 15 reales de vellón por cahizada de 20 cuartales aragoneses. La contribución aún no se uniformó, ya que se mantuvieron los anteriores pagos en dinero por cahizada a tanto alzado (zona del Jalón) y por regadura (zona de la Huerva). La misma disposición, complementada por otra poco después (R.D. de 3-VI-1849), determinó la creación de los sindicatos de regantes, que quedaron encargados de la conservación de las acequias y distribución de las aguas, de repartir y recaudar el canon que pagar, y de representar ante el Canal los intereses de los regantes. Un año después (R.O. de 30-VI-1850) se constituyeron los seis primeros sindicatos: Buñuel, Gallur, Alagón, Miralbueno, Miraflores y El Burgo, y seis después (R.O. de 30-X-1857) se fijó por primera vez el precio del agua en dinero según la cantidad consumida, y tarifas diferenciales según el tipo de suscripción y la duración de la misma. También por esos años el Canal, hasta entonces patrimonio del rey, fue declarado propiedad del Estado (ley de 2-IV-1845).

La fuerza motriz generada por el agua del Canal permitió plantear (M. A. Burriel, 1841) los primeros proyectos de industrialización de Zaragoza; fue ella probablemente la base de las industrias de transformación agrícola (harineras, molinos de aceite) que se desarrollaron en la ciudad durante la época isabelina. En 1853, gracias a la concesión por 10 años de un salto de agua del Canal Imperial, se constituía la Sociedad Maquinista Aragonesa, primera empresa zaragozana y española de fundición (talleres de construcción de máquinas), y no por casualidad poco tiempo después se daba la primera reglamentación del aprovechamiento del agua del Canal para usos industriales (R.O. de 26-IV-1856).

Los distintos aprovechamientos del agua fueron finalmente refundidos y fijados en el Reglamento para los aprovechamientos del Canal Imperial de Aragón de 30-X-1869, que reguló, además, la institución en todos sus aspectos y que con algunas ligeras modificaciones sigue hoy vigente. El agua se dividió en seis usos: navegación, riegos, abastecimiento de poblaciones, abastecimiento de ferrocarriles, fuerza motriz y usos industriales. Las distintas concesiones de agua se hacían por tiempo fijo (menos de un año) o indeterminado (un año o más); el pago, proporcional al agua consumida, había de hacerse en moneda metálica por anticipado en el primer caso y por trimestres adelantados en el segundo. El Canal ponía fin a su responsabilidad suministrando el agua en la toma de aguas correspondiente, y el suscriptor de la concesión era el que debía hacer frente a cualquier otro pago, incluidas las alfardillas o gastos de conservación de la acequia en el caso de que fuera agua para riego.

El precio fijado para el agua de riego fue muy inferior al del agua destinada a otros usos, a pesar de ello constituyó el capítulo de ingresos más importante para la empresa durante años, como puede comprobarse en el cuadro B, de fecha algo posterior a la promulgación del Reglamento: la navegación estaba ya en decadencia y ni la población ni la industria zaragozanas habían alcanzado el desarrollo que hoy tienen. No obstante, la diferencia de precios subsiste hoy.

También hay que señalar el establecimiento de los sindicatos como cuerpos intermedios entre los regantes y suscriptores en general y el Canal. Estaban encargados de distribuir entre ellos las aguas de todas las concesiones por tiempo indeterminado y de cobrar para el Canal las tarifas correspondientes, así como las alfardillas para conservar las acequias de distribución. El nuevo régimen de distribución de las aguas era mucho más ágil que el anterior, ya que el cobrar por anticipado hacía innecesarias las escrituras.

Finalmente, hay que señalar que el reglamento de 1869 estableció las bases para fijar el patrimonio de la entidad. Salvo algunas variantes en la redacción y con la salvedad que más abajo se indica, el contenido de los artículos citados e incluso su numeración siguen vigentes en la última edición del Reglamento (1958). El período de transición puede darse por finalizado con la creación, por decreto de 10-V-1873, de la Junta Administrativa del Canal Imperial, entidad con plena personalidad jurídica que, dentro de un régimen de autonomía bastante amplio, quedó encargada de la administración y gestión del mismo, compuesta por once personas: tres políticos (el gobernador civil, un miembro de la Diputación Provincial y un concejal del Ayuntamiento de Zaragoza), dos miembros de la Real Sociedad Económica Aragonesa, cuatro regantes y dos industriales usuarios del agua del Canal.

De 1873 a nuestros días

Los últimos cien años de vida del Canal, quizás los menos conocidos, fueron también pródigos en acontecimientos. E1 23-VIII-1874 una enorme filtración en la presa estuvo a punto de destruirla, lo que se evitó gracias a la rápida intervención del entonces director del Canal, Mariano Royo y Urieta Buscar voz...; fue rehecha gracias a un crédito de un millón y medio de pesetas suscrito por la Junta en 1875. Mariano Royo es hoy, con Pignatelli, uno de los directores del Canal de más grato y merecido recuerdo, ya que, además del hecho reseñado y de su activa vida pública, intervino como Ingeniero Jefe de Obras Públicas de Zaragoza y director de la empresa (1872-1900) en la creación de la mencionada Junta Administrativa. El trabajo citado fue la última obra de envergadura en la fábrica del Canal de que se tiene noticia hasta la reciente postguerra, en que los gastos de conservación y reparación fueron también más elevados (1.840.000 pesetas en el período 1944-1946).

El nuevo siglo trajo consigo nuevas y no previstas necesidades de agua en virtud de tres hechos que hoy siguen teniendo plena vigencia: el despegue demográfico de Zaragoza (casi 40.000 hab. en 1770; casi 60.000 en 1857; casi 100.000 en 1900; 264.256 en 1950; más de 469.366 en 1970 y 603.367 en 1998), su despegue industrial (muy influido por el desarrollo de la industria azucarera que, además, extendió por la Ribera el cultivo de la remolacha) y el paso a una agricultura más intensiva (maquinaria agrícola, abonos químicos, supresión del barbecho, rotación de cultivos con inclusión de plantas forrajeras). La respuesta del Canal ha sido también triple: regularización de los caudales estivales (1918-1945), dragado del cauce (1965-75) y el revestimiento de éste.

A la primera finalidad respondió, en efecto, el gran proyecto del pantano del Ebro formulado por M. Lorenzo Pardo (1918): el Canal tenía ya entonces capacidad para llevar 30 m.3/sg. de forma continuada, pero las variaciones del caudal del río, que oscilaba por lo general entre los 2.400 y los 8 m.3/sg., impedían utilizar su capacidad máxima en ciertos períodos. Las carencias no eran sólo estivales, sino también interanuales (períodos de escasez cada 3-4 años); como el riego era preferente, el uso para navegación, consumo humano e industria se veía interrumpido en bastantes ocasiones. La construcción del pantano del Ebro (1945) permitió, por lo que se refiere al Canal Imperial, subsanar estas carencias y aumentar también el agua para riego posibilitando la intensificación de cultivos antes referida: los forrajes permitieron un desarrollo de la ganadería y las frutas y hortalizas abastecen los grandes núcleos urbanos e industriales de Zaragoza y el País Vasco. Según el proyecto de M. Lorenzo Pardo (1918) la construcción del ferrocarril de Zaragoza a Canfranc había de permitir, además, la exportación de estos productos al sur de Francia. Con la misma finalidad de regularizar el riego se acometieron antes o después proyectos de construcción del pantano de Mezalocha sobre el Huerva (Mariano Royo, 1879), de regularización del río Jalón (Mancomunidad Hidrográfica del Ebro, 1932) y de recrecimiento de la presa de El Bocal (1932).

La segunda respuesta a las crecientes necesidades de agua ha sido el profundo dragado, presupuestado en 7.500.000 pesetas, que se efectuó en todo el cauce entre 1965 y 1975 y que, al disminuir la resistencia de las márgenes al agua, ha hecho aumentar algo su velocidad y consiguientemente su caudal.

La tercera ha sido el revestimiento del cauce con hormigón. La tramitación del proyecto, elaborado por el director Gabriel Faci Iribarren, fue iniciada hacia 1960. En 1980 estaban ya revestidos dos tramos: del puente de Formigales al de Buñuel (km. 1,600 a 10,960) y enfrente de Gallur (km. 29,120 a 30,100). El coste de lo que faltaba en 1979 se estima en 3.000 millones de pesetas. Los efectos serían muy importantes, ya que con ello se esperaba aumentar el caudal (máximo 32 m.3/sg.) en casi un 50 % (45 m.3/sg.), lo que permitiría extender el riego en cotas superiores al cauce (riego por elevación) y, prolongando el mismo, aguas abajo. El revestimiento total todavía no se ha terminado, en parte por los elevados costos, pero también por las críticas que ejercen grupos ecologistas en el sentido de que tal revestimiento puede alterar el ecosistema fluvial del Canal.

De forma paralela, el régimen jurídico del Canal ha ido adaptándose a los nuevos tiempos, aunque sin cambiar en lo fundamental. El viejo reglamento de 1869 ha sufrido diversas modificaciones (R.O. de 16-XI-1886, órdenes de 27-III-1934, 15-I-1943; 28-III-1952 y 16-VIII-1957), pero conserva plena vigencia en todos aquellos puntos que más arriba han sido objeto de análisis. La antigua Junta Administrativa fue ampliada (decreto de 22-VII-1953), y dispone de un reglamento de funcionamiento (15-IX-1966). Consta de dieciocho miembros: diez representantes de los consumidores de agua (seis regantes, dos industriales, un concejal del Ayuntamiento de Zaragoza y un diputado provincial), tres presidentes de distintos organismos (Cámara Oficial de Comercio e Industria, Cámara Oficial Sindical Agraria y Real Sociedad Económica Aragonesa de Amigos del País, dos funcionarios del Ministerio de Hacienda, un secretario nombrado por el Ministerio de Obras Públicas y Urbanismo, el ingeniero director del Canal Imperial, y el delegado del gobierno en la Confederación Hidrográfica del Ebro como presidente de la misma.

El riego del Canal se divide en tres zonas compuestas por las comunidades que siguen: zona alta: Soto de la Noria del marqués de Fontellas, Ribaforada, Buñuel, Cortes de Navarra, Mallén-Novillas, y Gallur. Zona media: Boquiñeni, Luceni, Pedrola, Alcalá de Ebro, Cabañas de Ebro, Figueruelas, Acequia de Cascajo en Grisén, Jalón de Alagón, Garfilán de Torres de Berrellén, Castellar de Torres de Berrellén, Madrid-Centén, término de Almozara, Centén de Utebo, y Pinseque, Alagón y Peramán. Zona baja: Garrapinillos, Miralbueno, Miraflores y El Burgo de Ebro.

El Canal es hoy un organismo autónomo dependiente de la Confederación Hidrográfica del Ebro (Ministerio del Medio Ambiente), que atiende sus gastos de administración, conservación y explotación con lo que ingresa por la venta del agua y por los demás aprovechamientos de su patrimonio: arrendamiento de terrenos, explotación forestal, salto de agua para electricidad de Berbel en Cabanillas (Navarra), y otros. Sus oficinas generales en Zaragoza estuvieron ubicadas hasta hace poco en la llamada Casa del Canal, en la zaragozana plaza de Santa Cruz; hoy lo están en un moderno edificio del barrio de Torrero (en la avenida de América, 1) en el que, además, han quedado instalados el archivo y la biblioteca de la institución, con interesantes fondos del s. XVIII.

Usos actuales y futuros del Canal Imperial de Aragón

En el Bocal del Rey, aguas abajo de Tudela y antes de llegar a Fontellas, una presa de derivación da origen a la antigua acequia de Gallur, hoy Canal Imperial de Aragón. Hasta el límite de los términos municipales de El Burgo de Ebro y Fuentes de Ebro, totaliza algo más de 125 km. de recorrido. Dos elementos son de destacar en la obra: su trazado y los volúmenes de agua que sustrae del Ebro.

Su trazado, paralelo al curso del Ebro y en su margen derecha, se ha realizado, en su mayor parte, en el contacto entre la terraza superior y el glacis que desde los terrenos terciarios recubre dicha terraza. La pendiente longitudinal es pequeña: 125 m. de desnivel (toma sus aguas en la curva de nivel de los 300 m. y desciende hasta los 175 m.) para los 125 km. de recorrido.

Dispone de un caudal medio absoluto constante, a lo largo de los años y en los diversos meses del año, comprendido entre 25 m.3/sg. y 30 m.3/sg.; la disminución de caudal que el Canal experimentaba en los meses estivales, como consecuencia de los profundos estiajes del Ebro y que suponía graves perturbaciones en las disponibilidades de agua para riego fue paliada cuando en 1945 se construye el pantano del Ebro. En la actualidad únicamente en los meses de febrero o marzo, según años, deja de correr el agua por el Canal durante unos días para procederse a su dragado y limpieza. Los diferentes usuarios del Canal tienen un suministro constante asegurado incluso en los momentos de máxima sequía. Por otra parte, los beneficios obtenidos por la existencia del Canal son palpables desde el momento que puede apreciarse la mayor densidad de población, respecto de la densidad media aragonesa, que poseen los municipios que se benefician de sus aguas, y la menor pérdida demográfica que dichos municipios han experimentado comparados con los del resto del espacio aragonés, resultado de la superior vitalidad económica que el regadío proporciona. Riegos, abastecimiento de poblaciones, fuerza motriz y usos industriales navegación, y abastecimiento de ferrocarriles son los usos para los que fue destinado el Canal. De todos ellos, en la actualidad, los dos primeros son los realmente significativos.

Las hectáreas irrigadas por el Canal suponen un total de 26.824, de las cuales 2.757 Ha. pertenecen a Navarra y el resto a la provincia de Zaragoza. Los términos municipales que se benefician de sus aguas son los siguientes: Fontellas, Ribaforada, Buñuel y Cortes de Navarra en la ribera navarra; Gallur, Mallén, Novillas, Boquiñeni, Luceni, Pedrola, Alcalá de Ebro, Cabañas de Ebro, Figueruelas, Grisén, Alagón, Pinseque, Torres de Berrellén, Sobradiel, Utebo, Zaragoza, y El Burgo de Ebro en la provincia de Zaragoza. Regadíos propios y exclusivos del Canal son los pertenecientes a los municipios de Mallén-Novillas (1.624 Ha.), Gallur (1.436 Ha.), Boquiñeni (715 Ha.), Luceni (875 Ha.), así como los correspondientes al municipio de Zaragoza y el Burgo de Ebro. En Zaragoza, un total de 8.300 Ha. son irrigadas por el Canal, pertenecientes a los barrios de Garrapinillos (3.919 Ha.), Miralbueno (2.170 Ha.) y Miraflores (2.211 Ha.), con un caudal superior a los 6.000 l./sg. en los dos primeros casos y de 3.532 l./sg. en el caso de Miraflores. El Burgo de Ebro riega 1.367 Ha. y tiene un caudal de 940 l./sg. En todos los casos, el caudal suministrado por el Canal es suficiente para cubrir las necesidades de agua que se dan en la ribera aragonesa.

Parte de las aguas del Canal ha servido y sigue sirviendo para suplementar el caudal de las acequias que derivan aguas del río Jalón, curso de caudales muy irregulares e insuficiente en determinadas épocas del año. Tal es el caso de la comunidad de regantes de las acequias de Pedrola y Cascajo, a la que el Canal suministra un total de 4.151 l./sg. para el riego de tierras pertenecientes a los municipios de Pedrola (1.071 Ha.), Alcalá de Ebro (445 Ha.), Figueruelas (637 Ha.), Grisén (174 Ha.); en la misma situación se halla la comunidad de regantes del Jalón, a la que el Canal aporta 1.560 l./sg. y que riega un total de 1.899 Ha. de tierras pertenecientes a Alagón y Torres de Berrellén; también, en este último término, la comunidad de la acequia Garfilán recibe un aporte de 715 l./sg. para el riego de 725 Ha.; un total de 1.013 Ha. pertenecientes a Sobradiel y Zaragoza (barrio de Casetas) se riegan por medio de los 780 l./sg. que el Canal aporta a la comunidad de la acequia de Madrid-Centén; en Utebo, la comunidad de la acequia de Centén riega 750 Ha. con un aporte por parte del Canal de 520 l./sg.; por último, la comunidad de la acequia de Pinseque, Peramán y Alagón, para el riego de 707 Ha. del municipio de Pinseque a las que no llegaban las aguas del Jalón, dispone de 95 l./sg. concedidos por el Canal.

El agua del Canal permite el desarrollo de una agricultura intensiva de altos rendimientos, fomentando una variedad de cultivos inimaginable en secano. El gráfico adjunto, tomado de la obra de Fernández Marco, muestra dos momentos de la evolución de cultivos: en 1932 la remolacha, que como ya se ha dicho, se difundió a principios de siglo, estaba en retroceso frente a las plantas forrajeras, que en 1951 ocupaban ya la mayor parte de la tierra cultivable. En la actualidad es de lamentar la amplia extensión que ocupan los cultivos cerealistas y la escasa utilización que de las tierras regadas por el Canal se hace para cultivos hortícolas y para la asociación de los cultivos forrajeros con una ganadería intensiva.

Además de regar sus tierras, la ciudad de Zaragoza depende, para su consumo urbano e industrial, de las aguas del Canal, de forma que el corte o ruptura por un espacio de tiempo superior al mes ocasionaría graves perturbaciones en la vida ciudadana; perturbaciones que tienden a paliarse por los proyectos, en parte hechos realidad, de elevación de aguas del Ebro. El consumo urbano se ha ido incrementando conforme la población de la capital aragonesa aumentaba y se extendía la red de suministro a nuevas zonas. Hoy son más de 23 los municipios que se abastecen del Canal.

El Canal es producto de un largo esfuerzo de siglos. Su evidente incidencia secular en el paisaje y en la vida de los hombres lo convierten en el elemento caracterizador de la que ha sido llamada zona del Canal, principal configuradora junto con la zona cubierta por el Canal de Tauste, al otro lado del Ebro de una comarca aragonesa: la Ribera del Ebro. En ella, el pasado y el presente de la institución y de la zona humana que el agua organiza se nos presentan con frecuencia unidos e incluso en ocasiones confundidos. El Canal sigue hoy dando servicio a una zona agrícola en la que viven más de 15.000 navarros y 30.000 aragoneses, amén de los más de 603.367 ciudadanos de la capital aragonesa. Cabe pensar, no obstante, que este paisaje humano pacientemente creado por el tiempo y los hombres está en trance de cambiar cada vez más rápidamente en virtud del crecimiento urbano de Zaragoza y de la instalación en Figueruelas de la multinacional General Motors, que han acabado transformando la fisonomía de la comarca.

Si exceptuamos a los personajes ilustrados que concibieron y contruyeron el Canal, no podemos afirmar que los responsables políticos de los últimos tiempos hayan mostrado su justo reconocimiento a esta infraestructura, de indudable interés histórico, económico y medioambiental. Su situación actual presenta un lamentable estado de deterioro que hace necesaria, y urgente, una intervención pública que permita su recuperación medioambiental, la reutilización de sus infraestructuras y la potenciación de un uso público. En este sentido, el 19-IX-1994 el Departamento de Ordenación Territorial, Obras Públicas y Transportes de la D.G.A. convocó el «Concurso de Anteproyectos para la rehabilitación del Canal Imperial de Aragón» con objeto de conocer posibles soluciones respecto a temas ambientales, de gestión recreativa, turística y deportiva, de recuperación y tratamiento de infraestructuras, posibilidades de las obras y vías de servicio del Canal, así como de actuación sobre el planeamiento urbanístico de los municipios por donde atraviesa.

Las ideas surgidas de este concurso sirvieron de inspiración para redactar unas «Directrices Parciales de Ordenación Territorial y Programa de Ordenación». El concurso para redactar tales Directrices se convocó en el B.O.A. del 11 de noviembre de 1996 pero en abril de 2000 todavía no está finalizado. Simultáneamente a las Directrices comenzaron los estudios para definir un Plan Especial del Canal a su paso por el término municipal de Zaragoza. Todo este proceso generó un importante movimiento de participación ciudadana: grupos ecologistas, comunidades y asociaciones de vecinos, usuarios... que deberían participar en el propio proceso de elaboración de las Directrices y del Plan Especial lo cual no se ha producido. Junto al abastecimiento de agua a los núcleos urbanos, entre ellos Zaragoza, industriales (especialmente la General Motors) e hidroeléctricos, en la planificación de los futuros usos del Canal hay que tener en cuenta:

Plan de riegos y ampliación del Canal hasta Sástago. Es uno de los aspectos básicos que va unido directamente con el revestimiento o impermeabilización. El revestimiento del cauce con cemento se plantea como un medio para evitar las filtraciones, la rotura de algunas zonas, y el aumento del caudal desde los actuales 28 m.3/sg. hasta los 50 m.3/sg., con lo que se podría alargar su curso hasta Sástago, retomando la idea inicial de los ilustrados que proyectaron el Canal. Esto requeriría la construcción del embalse de la Loteta (en Gallur) como elemento regulador que garantizase los caudales. El problema del revestimiento con cemento no es solamente su coste, sino las afecciones al ecosistema acuático que quedaría seriamente alterado. Los estudios previos a las Directrices reconocen que «en algunos tramos, donde tales realizaciones se han hecho, no ha podico ser más negativo el impacto ambiental cometido. La vegetación existente en esos tramos ha desaparecido, y lo que es peor, esta vegetación ni siquiera se ha repuesto. La perspectiva del lugar son unas orillas desnudas que invitan a la soledad huérfana de todo uso lúdico y placentero». Sería muy interesante lograr el alargamiento hasta Sástago pero respetando el ecosistema.

La gran riqueza del ecosistema. A lo largo del recorrido es habitual contemplar fochas y otras aves que juegan en sus orillas junto a ovejas pastando. Espacios de gran interés ecológico como el soto del canal, junto al aeropuerto, constituyen fantasías de placer y bienestar. La presencia de agua, no sólo del canal, también de las acequias laterales, da lugar a la presencia de sotos, pequeñas cascadas saltando entre acequias, en definitiva, maravillosas sinfonías difíciles de encontrar entre parajes esteparios como es el entorno por donde discurre el canal. Pero hay más recursos ecológicos. No podemos olvidarnos de las conocidas Almejas del Canal. Una de ellas, la margaritifera auricularia (perla de río) ha sido declarada especie protegida en peligro de extinción. Se trata de un bivalvo perlífero de agua dulce y de gran tamaño, hasta 20 cm. de longitud, que está considerado geológicamente como el más antiguo de los unionoides o mejillones de agua dulce. Su presencia es citada en diversas zonas de Europa y África del Norte pero no se encontró ningún ejemplar vivo hasta 1917. El aleman Fritz Haas estudió en 1924 esta especie en diversas localidades del Ebro y Canal Imperial (Sástago, Gallur, Mequinenza). En esta época existía una gran presión de pesca sobre dicha especie pues el nácar se utilizaba para fabricar mangos de cuchillos, navajas..., dando lugar a cierta actividad artesanal hasta que la población comenzó a declinar y tuvieron que cerrarse los pequeños establecimientos artesanales. En 1933 el naturalista aragonés Florencio Azpeitia Moros cita la presencia de la especie en el río Ebro, en Cenicero (La Rioja), en Sástago, y en el Canal Imperial. En definitiva, esta especie es objeto de especial protección en los principales convenios internacionales sobre protección de especies en peligro de extinción: Directiva de Hábitats (92/43/CEE), Convenio de Berna relativo a la conservación de la vida silvestre y del medio natural en Europa.

El descubrimiento de una población de esta especie en el Canal Imperial obliga a actuar en este espacio respetando la calidad de las aguas, acondicionando adecuadamente las orillas del cauce... pues la sola presencia de la margaritifera auricularia constituye un reconocimiento de calidad ambiental. Estas almejas de agua dulce tienen un peculiar ciclo de vida. Tras la incubación, las larvas son liberadas al agua y, para completar su desarrollo, necesitan pasar por un proceso metamorfósico que lo desarrollan como parásitos de un pez, en sus branquias o en sus aletas. Estos peces pertenecen generalmente a la familia de los salmónidos.

Uso lúdico del Canal. El futuro del Canal no debe olvidar un uso lúdico que hoy no tiene. Ecologistas y asociaciones ciudadanas demandan la creación de un parque lineal a lo largo de todo el trayecto, pero de forma especial en el entorno de Zaragoza, que serviría para dotar de zonas verdes y de evasión a una ciudad con un gran déficit en este tipo de espacios. En este sentido, el Canal serviría de cordón umbilical para enlazar las zonas verdes de su entorno así como crear otras en los barrios que todavía no disponen de ellas. Un carril-bici a lo largo del Canal es una necesidad incuestionable. También los paseos en barca, lo que obligaría a modificar algunos de los puentes (Torrero, San Juan de Dios) cuya escasa altitud impide el paso de las barcas. Al ser la navegación con barcas uno de los elementos distintivos e históricos del Canal se pueden habilitar zonas, junto a la recuperación de esclusas, y organizar servicios didácticos en barco, para escolares de lunes a viernes, y para el público en general los fines de semana.

Recuperación de obras civiles del canal. A lo largo del canal existen obras arquitectónicas y de ingeniería, muchas de ellas con más de 200 años de antigüedad, algunas en trance de desaparecer, otras irremediablemente perdidas. Unas y otras reflejan unas señas de identidad, culturales, de la forma de hacer las cosas, cuya recuperación podría dar lugar a crear pequeños museos temáticos a lo largo del canal donde se reflejase la complejidad de su construcción, los usos y formas de explotación en el pasado. Las esclusas de Casablanca, Valdegurriana, La Cartuja, son susceptibles de recuperación. Del mismo modo se pueden sanear los embarcaderos y muelles de Casablanca y Torrero recuperando su uso recreativo. En esta línea, para dar a conocer el uso del agua que se hizo en el pasado se podrían recuperar ciertos elementos como un molino de aceite que funcionó en Casablanca, una noria de agua junto a la actual Central Hidroeléctrica... Todo ello podría dar una visión completa de los antiguos usos hídricos conformando un interesante Parque Cultural o Museo Permanente del Agua ofreciendo funciones didácticas y pedagógicas que hoy no existen en la ciudad y que cuentan con una segura demanda.

Participación de Empresas Sociales en su recuperación. Los colectivos sociales que han reclamado la aplicación de los proyectos que acabamos de sintetizar (y otros más), reivindican su participación en todo el proceso a la vez que reclaman la participación de empresas sociales de carácter medioambiental como las que intenta impulsar Cáritas y otros colectivos que favorecerían la reinserción de jóvenes. Todo este proceso podría llevarse a cabo al modo de los Campos de Trabajo lo que le convertiría en un proyecto muy participativo a la vez que necesario.

Bibliografía

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Fuentes