Ciencia ficción en Cuba

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Ciencia ficción en Cuba
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Concepto:Denominación popular con que se conoce a uno de los géneros derivados de la literatura de ficción, junto con el género fantástico y las historias de terror.

Ciencia ficción. Género que narra situaciones que no existen en la actualidad, pero que serían posibles si el escenario narrativo introdujera alteraciones en las coordenadas biológicas, químicas, sociales, históricas o físicas (temporales o espaciales), haciéndolas aceptables como posibilidad alternativa de la realidad o como especulación racional con probabilidades de ocurrir.

La ciencia ficción cubana es el único caso en Latinoamérica en que el género se nutrió de la ciencia ficción soviética y del campo socialista.

Impacto literario

La literatura fantástica ha tenido una larga tradición en los países de América Latina y, entre estos, Cuba ha sido una cantera inagotable de escritores del género, entre los que se cuentan autores tan importantes como Alejo Carpentier, José Lezama Lima y Virgilio Piñera, por solo citar tres. Sin embargo, la narrativa de ciencia ficción en Cuba es relativamente reciente, ya que solo vino a surgir con fuerza cinco años después del triunfo de la Revolución (enero de 1959).

Primera etapa (1964-1978)

La ciudad muerta de Korad, de Oscar Hurtado.
Colección de cuentos de Ángel Arango.

En 1964, aparecen simultáneamente dos libros que se convertirían en el inicio de esta temática en Cuba. La ciudad muerta de Korad es el título de una de estas obras, escrita por Oscar Hurtado (1919-1977). Curiosamente no era una obra en prosa, sino un poemario, en el que se incluían una serie de cantos mitopoéticos que versaban alrededor de una princesa marciana, cautiva de vampiros de gas metano, provenientes del planeta Júpiter. Una especie de novela en verso donde se mezclaban a partes iguales la tragedia, el humor negro, la chanza o choteo cubano, la ciencia y grandes dosis de fantasía.

El segundo libro era ¿Adónde van los cefalomos?, una pequeña colección de cuentos de Ángel Arango (1926-), a quien la escritora Daína Chaviano (1957-) bautizara como “el decano de la ciencia ficción en Cuba, por su perseverancia, su fidelidad y su cultivo del género durante tanto tiempo”.[1]

En 1966 aparecieron tres libros más:

  • El planeta negro, de Ángel Arango (1926-2013), un libro de cuentos en el que aparecieron narraciones como “El inesperado visitante”, acerca de un Cristo extraterrestre, incluido en numerosas antologías.
  • Asesinato por anticipado, de Arnaldo Correa (1935-), la primera incursión de la ciencia-ficción policíaca en Cuba.
  • El libro fantástico de Oaj, de Miguel Collazo (1936-1999), que inició uno de los principales ingredientes de la ciencia ficción cubana: el humor criollo o choteo. En esta obra, Collazo “supo combinar la ironía con la sátira, el humor blanco con el negro, e incluso la ternura con el horror”.[1] En estos cuentos se combina el mundo cotidiano cubano con las costumbres inusuales de extraterrestres provenientes de Saturno.

En 1967 salieron a la luz otros libros de Arango y Correa, y un año más tarde aparecería la segunda novela de Miguel Collazo, El viaje. Aunque en esta obra se usaron recursos de la ciencia ficción, Collazo los abordó de una manera muy personal, casi al borde del género, como pretexto para penetrar en la complejidad de la psiquis de los personajes y realizar proyecciones de tipo filosófico. Es una novela inquietante y extraña, repleta de símbolos y de seres que, al parecer, son sobrevivientes de un holocausto nuclear, y buscan un camino para encontrarse a sí mismos y recomenzar.

El Quinquenio Gris (1971-1975) fue una triste etapa que sufrió la cultura y el pueblo cubano donde la censura y el prejuicio político impusieron sus normas, silenciando la creatividad y originalidad de muchos exponentes de las artes en la isla.

En 1971 se publica el libro El fin del caos llega quietamente, de Ángel Arango. En este libro, la prosa poética del escritor alcanza el nivel más alto de su carrera. Es el canto de cisne de los años sesenta en la ciencia ficción cubana. Luego sobrevendría el llamado “Quinquenio gris” (1971-1975), una etapa mediocre y oscura dentro de la literatura cubana.

Durante seis años no se publicó ninguna obra de ciencia ficción escrita por autores cubanos. Así, la ciencia-ficción cubana estuvo hibernando hasta 1978, cuando se publicaron dos pequeñas obras destinadas al público infantil o adolescente:

Siffig y el vramontono 45-A, de Antonio Orlando Rodríguez (que constituyó el primer intento de llevar al mundo infantil el complejo tema de la ciencia ficción, que hasta entonces solo había aparecido en forma de algunas escasas historietas) y De Tulán, la lejana, de Giordano Rodríguez (que introdujo el tema indoamericano en la ciencia ficción cubana posterior). Sin muchos valor literario, estos dos libros marcarían las pautas necesarias para la naciente segunda etapa.[1]

En este mismo año, 1978, el escritor Víctor Bruno Henríquez ganó una mención en el concurso David. A causa de esta mención recibida por su libro Aventura en el laboratorio, la UNEAC decidió convocar para el año siguiente un premio de ciencia ficción como rama distintiva dentro del concurso.

Segunda etapa (1979-1993)

El Premio David de Ciencia Ficción de 1979 lo consiguió Daína Chaviano (de 22 años) con su libro de cuentos Los mundos que amo, que abrió por primera vez el género para las mujeres en la isla, dentro de un mundo hasta entonces dominado por hombres. Desde el inicio, el estilo de Chaviano rompió con las estructuras convencionales del género, introduciendo temáticas insólitas como la mitología que, en un principio, desconcertaron a algunos colegas.

A este respecto, ha sido el escritor Raúl Aguiar (1962-) quien zanjó esta deuda de reconocimiento cuando expresó:

Daína Chaviano (1957-), fundadora del primer taller literario de ciencia ficción en la historia de la isla, abrió a su vez el género para las mujeres cubanas.
La historia de la ciencia ficción escrita por mujeres en Cuba comienza en 1979, cuando Daína Chaviano ganó la primera convocatoria del Premio David para autores inéditos, en el género de cierncia ficción, con su libro Los mundos que amo. Abría con esta colección de cuentos una nueva manera de enfocar el género, desde una perspectiva mucho más intimista y cercana a lo mitológico, un lenguaje de alto vuelo poético y con claras influencias de J. R. R. Tolkien, Ray Bradbury y los escritores del boom latinoamericano. A tal punto la propuesta era diferente que muchos (entre los cuales me incluyo, debo reconocerlo) clasificaron despectivamente esta manera de hacer como “ciencia ficción rosada”, en contrapartida con la llamada por esta misma época “ciencia ficción metálica” que practicaban otros narradores de los 80, centrados en la faceta tecnoespeculativa de sus temáticas, y en algunos casos, los menos felices, también influidos por el realismo socialista de los escritores soviéticos.

Seguidores de esta corriente fueron Chely Lima y Alberto Serret, quienes comienzan a escribir y publicar una serie de obras (Espacio abierto, Un día de otro planeta, y otros) en las que prestaban mayor atención al sentido poético y psicológico de los personajes, con una búsqueda formal y conceptual donde se hace énfasis en el formato estructural, la sugerencia poética y la exaltación de los sentimientos a despecho de los elementos convencionales de la ciencia ficción.

En 1980 obtiene el Premio David de ciencia ficción la novela Espiral de Agustín de Rojas. Esta es una novela que muestra características de la ciencia ficción socialista (Iván Efremov, Stanislaw Lem, etc.) y algo de la anglosajona (Isaac Asimov). Es una novela épica que se centra en el tratamiento de la ética. La trama narra cómo un grupo de especialistas, con elevado nivel de preparación científica, física y psíquica, debe cumplir una misión de rescate en otro planeta. Este grupo se enfrenta a la tragedia de una civilización destruida y, en su misión, pone en juego su propia existencia.

En 1981, Félix Lizárraga obtiene el Premio David de ciencia ficción con su noveleta Beatrice, con un cuidadoso trabajo en la prosa y una visión poética del género. Ya en este año se crea el taller literario de ciencia ficción Oscar Hurtado, bajo la dirección de Daína Chaviano (que en aquel entonces comenzaba a trabajar como asesora cultural), donde comienzan a reunirse los escritores del género más importantes de la capital.

La década de los 80 fue el período de oro de la ciencia ficción cubana. Después del taller Oscar Hurtado comenzaron a fundarse otros grupos y talleres a lo largo de todo el país. La revista Juventud Técnica (dedicada a la divulgación científica) lanzó otro concurso anual de ciencia ficción y las editoriales abrieron sus puertas para los creadores del género.

Se reeditan a los clásicos y aparecen nuevos autores de calidad, con formas particulares de enfocar el género y con influencias múltiples:

En 1988 se convocó al último Premio David de Ciencia Ficción, que fue compartido por dos libros de cuentos: Timshel, de Yoss (José Miguel Sánchez), y El mago del futuro, de María Felicia Vera.

Un año después, el David de Ciencia Ficción no existía y el premio Juventud Técnica daba sus últimas bocanadas. A raíz de la caída del socialismo “real” en los países de Europa del Este, Cuba se resintió en su economía y surgió una gran crisis del papel, lo que provocó que en los primeros años de la década del 90 desaparecieran muchas revistas (entre ellas, Juventud Técnica) y las editoriales vieran reducidas su capacidad de publicación al mínimo. Se desintegran los talleres Oscar Hurtado y Julio Verne de la capital y lo mismo ocurre en las provincias.

En 1990 se publicó la última novela de la segunda etapa, Desterrado en el tiempo, de Rafael Morante, y en 1991 solo apareció el libro de cuentos Por el atajo, de Bruno Henríquez, impreso de forma casi artesanal por una editorial de provincia.

Muchos autores de la segunda etapa (desde los consagrados hasta otros que luego no volvieron a publicar) emigraron hacia otros países:

Tercera etapa (1994-)

Pese a estas limitaciones, y tras un receso de tres años, en 1994 comienza una nueva etapa para la ciencia ficción cubana con la creación del taller El Negro Hueco en la capital, el lanzamiento de la revista virtual I+Real y la celebración de una convención anual de ciencia ficción, donde se imparten conferencias acerca de las últimas tendencias del género en los diferentes campos artísticos y los temas tecnológicos y científicos de vanguardia.

Se intentan publicar algunas revistas o fanzines pero sin éxito. Ángel Arango publica Sider, y algunos años después F. Mond presenta sus novelas Vida, pasión y suerte y Holocausto (2004). A estos le seguirían varias recopilaciones de autores cubanos, como Horizontes probables (México), Polvo en el viento (Argentina) y Reino eterno (Cuba).

En la actualidad se pueden observar tres corrientes fundamentales en la creación del género en la isla: una que sigue los fundamentos clásicos de la ciencia ficción, según la escuela de Campbell, como la noveleta Los pecios y los náufragos, de José Miguel Sánchez (Yoss), que fuera Premio Luis Rogelio Nogueras, donde el autor revitaliza el tema de los viajes en el tiempo.

En otra vertiente se recrean los aspectos propios de la corriente ciberpunk como en Nova de cuarzo, de Vladimir Hernández Pacín, Niños de neón, de Michel Encinosa Fú, o los cuentos a lo Bruce Sterling de Ariel Cruz Vega.

Y una tercera, ya en los límites del género, donde se realizan híbridos de la fantasía heroica a lo J. R. R. Tolkien (el autor de El señor de los anillos) o de la Nueva Ola, a lo Úrsula K. Le Guin, como Sol negro (de Michel Encinosa), El druida (de Gina Picart), así como muchos cuentos de Yailín Pérez Zamora, y los hermanos Julio Antonio y Juan Pablo Noroña; y otros donde se actualizan elementos del fantástico clásico, como el relato de horror, en los textos de Juan Alexander Padrón, o en Los viajes de Nicanor (una especie de relatos de viajes como el Gulliver de Jonathan Swift), de Eduardo del Llano.

A partir de la última convención de ciencia ficción realizada en el año 2000, se creó el taller Espiral, donde escritores y aficionados al género se reúnen los jueves de cada semana en el Centro Cultural Habana para leer y discutir sus textos, ver alguna película o debatir variados temas de interés común.

Véase también

Fuentes

Referencias