Combate de El Hombrito (1958)

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Combate de El Hombrito
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Combate desplegado por el Ejército Rebelde en la zona de la Sierra Maestra
Fecha:29 de agosto de 1958
Lugar:El Hombrito
Consecuencias:
Victoria del Ejército Rebelde en este sector, que contendría por un tiempo los planes de la ofensiva enemiga
País(es) involucrado(s)
Bandera de Cuba Cuba
Ejecutores o responsables del hecho:
Ejército Rebelde


Combate de El Hombrito fue llevado a cabo el 29 de agosto de 1958 por el Ejército Rebelde en la zona de la Sierra Maestra. Se conoció con este nombre porque la loma tenía la apariencia de un hombro.

Previo al ataque

La noche del 29 de agosto de 1958un campesino informaba que había una tropa grande que estaba por subir la Maestra, precisamente por el camino de "El Hombrito", que cae al valle o sigue al "Alto de Conrado" para cruzar la Maestra. Las tropas recibían muchas noticias falsas, por lo que se tomó un hombre como rehén para que dijera la verdad lo amenazaban con terribles castigos si mentía, pero él juraba y rejuraba que estaba en lo cierto y que los guardias estaban en la finca de Julio Zapatero, un par de kilómetros antes de la Maestra.

La columna formada tenía solo un mes de vida y ya empezábamos lo amargos de nuestra vida sedentaria en la Sierra Maestra. Estábamos en el valle llamado "El Hombrito", porque, vista la Maestra desde el llano, un par de lajas gigantescas, superpuestas en la cima, semejan la figura de un pequeño hombrecito.

Movimientos de las tropas rebeldes

Todavía era muy novata la fuerza, había que preparar a los hombres antes de someterlos a trajines más duros, pero las exigencias de nuestra guerra revolucionaria obligaban a presentar combate en cualquier momento. Teníamos la obligación de salirle al paso a las columnas que invadieran lo que ya empezaba a ser territorio libre de Cuba, una cierta parte de la Sierra Maestra.

El pelotón de Lalo Sardiñas debía ocupar el lado Este de la posición en un Sao de helechos secos de poca altura y castigar con fuego a la columna cuando ésta fuera detenida. Ramiro Valdés Menéndez con la gente de menos poder de fuego por el lado Oeste debía hacer una estilización acústica para sembrar la alarma. Aunque poco armado, su posición era menos peligrosa porque los guardias debían atravesar un profundo barranco para llegar a ellos.

El trillo por donde debían subir bordeaba la loma por el lado donde estaba emboscado Lalo. Ciro Redondo los atacaría en una forma oblicua y yo, con una pequeña columna de los tiradores mejor armados, debía dar la orden de fuego con el primer disparo. La mejor escuadra estaba al mando del teniente Raúl Mercader, del pelotón de Ramiro, por lo que fue colocada como fuerza de choque para recoger los frutos de la victoria. El plan era muy sencillo: al llegar a una pequeña curva del camino donde este hacía un ángulo casi de 90 grados para bordear una piedra, yo debía dejar pasar diez o doce hombres aproximadamente y disparar sobre el último en cruzar el peñón donde torcía el camino, de manera que quedaran separados del resto; entonces los otros debían ser rápidamente liquidados por los tiradores, la escuadra de Raúl Mercader avanzaría, se tomarían las armas de los muertos y nos retiraríamos inmediatamente protegidos por el fuego de la escuadra de retaguardia mandada por el teniente Vilo Acuña.

Por la madrugada, desde un cafetal, en la posición adjudicada a Rámiro Valdés estábamos mirando la casa de Julio Zapatero, situada allá abajo, en la ladera del monte. Al despuntar el sol se empezó a ver un movimiento de hombres que salían, entraban, se movían en el trajín del despertar. A poco algunos se ponían sus cascos y quedaba demostrada la aseveración del campesino de que allí estaba la columna. Toda nuestra gente estaba ya situada en su posición de combate.

El ataque

La espera se hacía interminable en aquellos momentos y el dedo jugaba sobre el gatillo de mi nueva arma, el fusil ametralladora Browning, listo para entrar en acción por primera vez contra el enemigo. Al fin corrió la voz de que se acercaban, además se oían sus voces despreocupadas y sus gritos ; pasó primero, el segundo, el tercero, por el peñón, pero desgraciadamente iban muy separados uno de otro y estaba calculando que no daría tiempo a que pasara la docena escogida; cuando contaba el sexto oí un grito delante y uno de los soldados levantó la cabeza como sorprendido; abrí fuego inmediatamente y el sexto hombre cayó; enseguida se generalizó el fuego y, a la segunda descarga del fusil automático, desaparecieron los seis hombres del camino.

Se dio la orden de ataque a la escuadra de Raúl Mercader mientras algunos voluntarios caían también sobre el lugar y a ambos lados se hacía fuego sobre el enemigo. El teniente Orestes, de la vanguardia, el propio Raúl Mercader, entre otros, avanzaban y desde el peñón hacían fuego a la columna enemiga se le quitó el arma a un soldado herido por el Che, el que resultó ser sanitario y sólo llevaba un revólver 45 de la guardia rural con diez o doce balas, los otros cinco habían escapado despeñándose del camino hacia su derecha y huyendo por el cauce de un arroyo que allí existe. Al poco tiempo empezaron a sonar los primeros balazos disparados por las tropas que se habían repuesto algo de la mayúscula sorpresa, ya que no esperaban encontrar ninguna resistencia en su marcha.

La ametralladora Maxim era la única arma de algún peso que tenía además del fusil ametralladora que llevaba el Che, pero no había funcionado y su encargado Julio Pérez fracasaba en el manejo de esta arma.

Retirada estratégica

Por el lado de Ramiro Valdés, Israel Pardo y Joel Iglesias habían avanzado sobre el enemigo con sus casi infantiles armas mientras las escopetas hacían un ruido infernal disparando a cualquier lado, aumentando el desconcierto de los guardias. El Che era el estaba al frente de aquella ofensiva y dio la orden de retirada a los dos pelotones laterales y cuando éstos empezaron a cumplirla, también se retiró la escuadra de retaguardia encargada de mantener el fuego hasta que pasara todo el pelotón de Lalo Sardiñas, ya que estaba prevista una segunda línea de resistencia.

Luego apareció Vilo Acuña que había cumplido su misión, anunció la muerte de Hermes Leyva, primo de Joel Iglesias. En esta retirada se presentó enviado por el líder del Ejército Rebelde, a quien el Che había avisado de la inminencia del choque con fuerzas superiores. Este estaba guiado por el capitán Ignacio Pérez, las tropas se retiraron a unos metros del lugar del combate y allí establecieron una nueva emboscada en espera de los guardias. Estos llegaron a la pequeña altiplanicie donde se había desarrollado el combate y, con mucho dolor las tropas pudieron observar como los guardias quemaban el cadáver de [Hermes Leyva]], una forma de ejercitar su venganza. Nuestra ira impotente se limitaba a disparar desde lejos con fusiles y algunas ráfagas que ellos contestaban con balazos.

Después del combate

Este combate demostró la poca preparación combativa de nuestra tropa que era incapaz de hacer fuego con certeza sobre enemigos que se movían a una tan corta distancia como la que existió en este combate, donde no debe haber habido más de diez o veinte metros entre la cabeza de la columna enemiga y nuestras posiciones. De todas formas era un triunfo muy grande, se había detenido totalmente la columna de Sosa que, al anochecer, se retiraba y se había obtenido una pequeña victoria sobre ellos con la minúscula recompensa de un arma corta que nos costó, sin embargo, la vida de un combatiente valioso. Todo esto se consiguió con un puñado de armas medianamente eficaces contra una compañía completa, de ciento cuarenta hombres por lo menos, con todos los efectivos para una guerra moderna y que había lanzado una cantidad de balazos y, quizás, de morterazos sobre las tropas del Ejército Rebelde, tan a tontas y a ciegas como también procedían los rebeldes sobre el enemigo.

El combate tuvo una repercusión nueva; uno o dos días después se conocía un parte del ejército donde se hablaba de cinco o seis muertos, después se conoció que, además del compañero cuyo cadáver habían sido ultrajado, había que lamentar los asesinatos de cuatro o cinco campesinos Abigail, Calixto, Pablito Lebón (un pichón de haitiano) y Gonzalo González, todos totalmente ajenos a lucha por lo menos, parcialmente ajenos a ella, pues conocían la presencia de las tropas relativamente cerca de allí y simpatizaban, con causa, pero eran inocentes totalmente de la maniobra que se tenía preparada, ya que se conocía muy bien el sistemas que empleaban los jefes del ejército batistiano, por eso no se le hablaba de las intenciones del Ejército Rebelde a los campesinos y si alguno pasaba por el lugar de una emboscada se les detenía hasta que ésta se produjera. Estos campesinos después de ser ultimados en sus bohíos, les prendían fuego al mismo.

Este combate también enseño lo fácil que era, atacar columnas enemigas en marcha y, además, nacía entre los rebeldes la certidumbre de la bondad táctica de tirar siempre sobre la cabeza de la tropa en marcha para tratar de matar el primero, o a los primeros logrando así que todos buscaran no ir adelante y se llegara a inmovilizar la fuerza enemiga. Esta táctica poco a poco fue cristalizando y al final era tan sistemática que realmente el ejército enemigo dejó de penetrar en la [Sierra Maestra]] y se producían escándalos, pues los soldados rehuían la vanguardia, pero todavía faltaban bastantes combates para que esto se hiciera una realidad.

Encuentro con el máximo líder

Después de este combate se producirían algunos ascensos; Alfonso Zayas fue nombrado teniente por su valiente comportamiento en este combate, entre otros. Esa noche, o al día siguiente, después de alejados los guardias, se conversó con el líder del Ejército Rebelde el contó, eufórico, cómo había hecho un ataque a las fuerzas batistianas en la zona de Las Cuevas y me enteraba también de la muerte de algunos valiosos compañeros en esta lucha; Juventino Alarcón, de Manzanillo.

Por ahora con e líder se podía hablar de esas pequeñas hazañas que eran grandes sin embargo por la gran desproporción de fuerzas que existía los soldados Batista y los rebeldes partir de este omento se marca más o menos el momento en que los soldados dejan definitivamente la Sierra, y solamente penetra en ella, en contadas ocasiones el más bravo, el más asesino y uno de los más ladrones de todos los jefes militares que tenía Batista, Sánchez Mosquera.

Fuentes