Combate de San Pedro (provincia de La Habana, 1896)

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Combate de San Pedro
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Fecha 7 de diciembre de 1896
Lugar Cuba
Beligerantes
Bandera de España España Bandera de Cuba Cuba
Comandantes
Capitán Cirujeda
Doroteo Peral
Antonio Maceo
José Miró Argenter
Pedro Díaz Molina
Alberto Rodríguez Acosta
Ricardo Sartorio
Juan Delgado
Panchito Gómez Toro

Combate de San Pedro . Fue un combate que se produjo el 7 de diciembre de 1896 durante la Guerra Necesaria y en el cual cayó el mayor general Antonio Maceo.

El lugar

Sobre la selección del lugar donde debía estar el campamento en la finca de San Pedro, cerca de poblado de Punta Brava, antigua provincia de La Habana, se han formulado varios planteamientos, mucho de ellos contradictorios y tendenciosos, como el del general José Miró Argenter, quien escribió:

"El Campamento de San Pedro lo escogió Baldomero Acosta probablemente de acuerdo con Juan Delgado, antes del día 7, tres días antes del luctuoso episodio". [1]

José Luciano Franco, al narrar los hechos de San Pedro, copia lo planteado por Miró cuando dice:

"Baldomero Acosta y Juan Delgado escogieron el campamento para la concentración de las fuerzas habaneras que habrían de esperar al general Maceo".[2]

En ambos textos existen dos palabras que cambian el contenido del mismo, Miró dice probablemente, mientras que Luciano Franco señala escogieron. Lo cierto es que, mucho antes que el general Antonio Maceo llegara al territorio habanero, ya había ordenado seleccionar un lugar donde poder reunirse con las fuerzas de La Habana. Esto lo confirma la carta escrita con fecha 15 de noviembre de 1896, donde se plantea:

"Al coronel Silverio Sánchez- para los días 26, 27 y 28 se situara usted en el punto que le tengo ordenado, comunicándose con el teniente coronel Acosta para elegir el lugar más a propósito para la concentración de las fuerzas, a fin de que, caso de presentarse el enemigo, pueda batirlo con éxito. Reunido en el punto designado tomara usted el mando de las fuerzas hasta nueva orden". [3]

En la revista Carteles aparece publicado en el año 1934 un artículo que dice:

"siguiendo el primero de estos Baldomero Acosta el que eligió el lugar, tanto por su conocimiento de la zona, como por ser amigo de Hernández, el dueño de la finca, que se llamaba por esa razón San Pedro de Hernández, persona que utilizó Maceo para encargarle algunos periódicos de la capital". [4]

Sin dudas, estas referencias exoneran de culpa al coronel Juan Delgado González, a quien pretendieron enjuiciar con respecto a lo ocurrido el 7 de diciembre de 1896.

El conflicto

En la mañana del 7 de diciembre de 1896 llega el general Antonio Maceo con un reducido grupo de combatientes al campamento de San Pedro, en la antigua provincia de La Habana, donde se encontraban reconcentrados alrededor de 430 hombres entre infantería y caballería, pertenecientes a los regimientos Santiago de las Vegas (bajo las órdenes del teniente coronel Juan Delgado), el Calixto García (dirigido por el teniente coronel Alberto Rodríguez), el Goicuría (con su jefe coronel Ricardo Sartorio), la Brigada Sur (con el coronel Silverio Sánchez Figueras) y Tiradores de Maceo (liderado por el coronel Isidro Acea).

Tras el emotivo encuentro, el lugarteniente general se entrevista con los jefes de los respectivos regimientos y oficiales de menor graduación. Según Miró Argenter, estaba preocupado por las numerosas quejas debido a la poca armonía existente entre algunos jefes habaneros:

"El teniente coronel Juan Delgado quería operar solo, sin obedecer a los coroneles Silverio Sánchez y Ricardo Sartorio; y por su parte, Alberto Rodríguez, otro jefe de probado valor, no quería reconocer a Juan Delgado como superior a él en ningún terreno". [5]

Esta afirmación mal intencionada no tiene fundamento alguno, pues tanto el teniente coronel Juan Delgado como Alberto Rodríguez, con el mismo grado militar, dirigían fuerzas diferentes, pero además en numerosas ocasiones ambos oficiales mambises se unían para juntos realizar acciones combativas.

En el intercambio con la oficialidad mambisa el general Antonio Maceo propone la arriesgada idea de atacar el pueblo de Marianao con todas las fuerzas reunidas en el campamento. Más adelante, Miró Argenter, entre algunos sorbos de café, narra algunos episodios de la campaña de invasión. De pronto se sienten varios disparos, los gritos de ¡Fuego en San Pedro! pronunciados por el comandante Baldomero Acosta, hacen que jefes y soldados salgan en busca del enemigo. Las descargas venían de las cercas de piedra, las balas llegaban muy próximas a las tiendas de campaña, hiriendo a los que acudían sorprendidos. Sobre este primer momento Miró Argenter escribió:

"Las fracciones de los regimientos “Calixto García y Tiradores de Maceo” más próximos al lugar por donde penetró la vanguardia de Cirujeda repelían el primer ataque". [6]

Esta afirmación sin dudas es falsa, sola¬mente basta observar el plano del combate en San Pedro, para darse cuenta de que las fuerzas mencionadas por Miró eran las que más alejadas estaban del lugar por donde comienza el ataque. Son en realidad la caballería de Juan Delgado y los pelotones del regimiento Goicuría al mando de Baldomero Acosta, los que combaten por el flanco izquierdo, el lugar por donde más arreciaba el fuego enemigo.

Continúa Miró Argenter diciendo:

"No ha sido posible averiguar si las patrullas de exploración que envió Delgado, salieron con la diligencia que recomendó Maceo, pero está fuera de dudas que no hallaron á los españoles por las inmediaciones de Punta Brava, puesto que no se oyeron los tiros de la tropa cubana, sino cuando los españoles están dentro del campamento". [7]

Sobre este planteamiento dice el historiador José Luciano Franco:

"la mala colocación de las avanzadas del campamento por el capitán Andrés Hernández, permitieron a la guerrilla de Peral caballería que formaba la vanguardia de la columna española al mando de Cirujeda, guiada por los prácticos Santana Torres, padre e hijo, y Marcelino González Suárez−, no encontrar obstáculo alguno en su sigiloso avance sobre el fresco rastro de Maceo hasta hallarse frente a la guardia cubana de La Matilde". [8]

No es menos cierto que en el combate de San Pedro primó la sorpresa, incluso entre las dos fuerzas, las españolas y las cubanas. La guerrilla de Peral, siguiendo el rastro mambí, choca con la avanzada cubana, ubicada en el exterior del campamento, lanzando su primer ataque. En el encuentro los centinelas cubanos le causan algunas bajas a la guerrilla, poniendo en aviso a las fuerzas mambisas en el campamento, proporcionando un tiempo prudencial que sirvió para reorganizar a los mambises allí concentrados. Un grupo de jefes cubanos, entre los que se encontraban el coronel Alberto Rodríguez, Juan Delgado y los comandantes José Cadalso y Rodolfo Bergés, junto al norteamericano Charles Gordon, lanzan una fulminante carga al machete, expulsando fuera del campamento a la guerrilla de Peral, logrando con ello estabilizar prácticamente el combate. Esto explica por qué el general Maceo tuvo el tiempo necesario para vestirse e incorporarse a la acción.

Peral no pudo avanzar en su carga con la facilidad que lo hizo al principio. A medida que se fue aproximando a la entrada del campamento comenzó a sentir el fuego mambí, que desde las posiciones de La Matilde y La Montiel le hacía parte del Regimiento Santiago de las Vegas. [9]

Ya en plena acción, el general Antonio Maceo se lanza al combate con tan solo 45 hombres, entre los que se encontraba el general José Miró Argenter, el brigadier Pedro Díaz, el coronel Alberto Nadarse y el médico Máximo Zertucha, entre otros. El desconocimiento topográfico lo lleva al cuartón de Bobadilla, lugar adonde llega con un reducido grupo de hombres, pues los restantes se habían quedado rezagados cortando las cercas de alambres, convirtiéndose desde ese momento en un magnífico blanco, ya que a solo algunos metros, detrás de las cercas de piedra, se encontraban las fuerzas españolas, las cuales se divisaban con perfecta claridad.

En un momento de la acción, según Miró Argenter:

"El General preguntó por el corneta; uno del grupo le contesto que en las fuerzas de Juan Delgado había un corneta, pero extranjero (francés), que no conocía los toques de la milicia cubana". [10]

Nuevamente Miró se equivoca; primero, porque el corneta de las fuerzas de Juan Delgado era el criollo Evaristo Castro, natural de Quivicán, no extranjero; y, segundo, Evaristo Castro se encontraba con sus fuerzas combatiendo en la avanzada de la Matilde.

Muerte de Antonio Maceo

El general, al llegar al cuartón de Bobadilla y al ver las posiciones enemigas que fustigaban con grandes hondonadas de proyectiles, decide que el pequeño grupo de jinetes bajo su mando se fraccionen en dos fuerzas, ordenándole al brigadier Pedro Díaz que con su grupo ataque a un pelotón de guerrilleros, quienes detrás de una cerca de piedra a menos de 500 metros sostenían una fuerte descarga de fusilaría. El brigadier Pedro Díaz no pudo ejecutar la acción; por unos instantes, Maceo se detiene para ver el resultado de lo ordenado, decidiendo atacar personalmente por el frente. Según Miró, el general acababa de decirles ¡Esto va bien!, de pronto, una bala le penetró a Maceo por el maxilar inferior derecho seccionándole la carótida junto al mentón. Un chorro de sangre brotó por la herida empapando su chamarreta de dril blanco, Zertucha que estaba a su lado, comprendió de inmediato la condición mortal de aquel balazo. El maxilar quedó fracturado en tres pedazos, había perdido el habla, el ojo derecho no tenía vida y el rostro palidecía cada vez más por la pérdida de la sangre. [11]

Muerto el general Antonio Maceo, se origina una gran confusión, tanto moral como organizativa dentro del alto mando insurrecto. El joven teniente Francisco Gómez Toro, quien se encontraba herido en el hombro izquierdo desde el combate de La Gobernadora, al enterarse de lo ocurrido, corre junto al general, suma su esfuerzo por retirar el cuerpo de Maceo del campo de batalla. Al ver que la oficialidad cubana se retira, decide en acto heroico morir con dignidad.

Muy pronto el lugar donde había sido muerto Maceo se convirtió en un punto de cacería. La posición resultaba completamente insostenible. La resistencia que al principio pudo hacer la escolta del Cuartel General se fue debilitando poco a poco. Las bajas mambisas iban en aumento y al poco tiempo el grupo estaba casi diezmado. Nadarse, Juan Manuel Sánchez, Ahumada, Fermín Otero y otros hacían esfuerzos heroicos por sacar el cadáver de aquel lugar. El cuerpo de Maceo con sus 220 libras de peso, constituía la principal dificultad. Varios fueron los intentos que se hicieron, pero todos fracasaron. [12]

Tras la muerte del lugarteniente general Antonio Maceo, varios de sus compañeros de armas no pueden controlar los nervios y salen aterrados del lugar. El general Miró Argenter es el primero que lo abandona con el pretexto de encontrarse herido. El médico Máximo Zertucha, al ver el estado en que se hallaba al general, sale por el mismo callejón donde minutos antes había entrado con la evasiva de buscar medicamentos en dirección a la retaguardia. No regresó más. El brigadier Pedro Díaz se negó a prestar ayuda para retirar del combate el cuerpo de Maceo, se marcha con la excusa de buscar refuerzos, los cuales nunca trajo.

Frente a estas dificultades, los guerrilleros Santana Torres, Melchor Ortega y el teniente Serrat, incultos y crueles, lo más bajo de la representación española en Cuba, junto a otros soldados, llegan hasta donde están los cadáveres del general Antonio Maceo y Panchito Gómez Toro, abandonados a la suerte por los mambises.

Respecto a estos sucesos, el guerrillero Juan Santana Torres, práctico de la columna de San Quintín, narra en una taberna por el poblado de Punta Brava, cómo ocurrieron los hechos el día 7 de diciembre de 1896:

[…] después de terminado el fuego se dirigieron a él y el asistente del comandante Cirujeda, a recoger un caballo que vieron suelto con montura, encontrándose en este intermedio, dos individuos tendidos en el suelo, uno blanco y otro pardo, este de más edad. /Al desmontarme, el más joven me dijo: “Si eres buen español, no me mates, si eres de los míos recógeme”. Entonces le manifesté: “Si soy buen español, ya lo veras”, y tiro del machete y le di un tajo en la cabeza dejándolo cadáver”, en ese momento se desmonto el asiente, procediendo ambos al registro de los cadáveres, y ocupándoles dos relojes, un vaso al parecer de plata, una sortija, una capa de agua, unos gemelos de campaña, un revolver y un machete, una cartera con documentos en poder del más joven, un par de calcetines de seda negra y un eslabón y su yesquero. [13]

La oficialidad cubana estaba desorganizada, reinaba una enorme confusión, se desconocía el número de bajas entre muertos y heridos, existía una situación crítica, Maceo había muerto. Frente a tan dramático escenario, el teniente coronel Juan Delgado decide rescatar los cuerpos del general y su ayudante. A la voz de ¡El que sea cubano y tenga valor que me siga!, partieron los hombres a la historia. El grupo bajo las órdenes del capitán Miguel Hernández halla los cadáveres después de una intensa y desesperada búsqueda, y lo comunica a los demás compañeros, quienes acuden en su auxilio.

Acción de rescate del cuerpo

La acción del rescate resulta una importante victoria para las fuerzas insurrectas, una gran hazaña de alto prestigio moral para toda la concentración cubana en San Pedro que, en algún momento, pensó en el fin de la guerra. De no ser por la contracarga del teniente coronel Juan Delgado y de los hombres que lo siguieron, la acción de San Pedro hubiera pasado a la historia como una derrota desmoralizante de las fuerzas cubanas, los cuerpos sin vida de esos patriotas en manos del enemigo hubieran sido exhibidos como uno de los más importantes trofeos de guerra.

El gesto valiente y patriótico de un reducido grupo de hombres carga los cuerpos exánimes del general y su ayudante rumbo a un lugar seguro, una abandonada casa en la finca Lombillo que se acondicionó como capilla ardiente. Se tienden los restos mortales, se encienden cuatro velas rústicas confeccionadas en campaña, renovadas constantemente para que la luz no falte, la velación no puede ser más solemne, se mantiene la guardia de honor hasta bien entrada la noche; los jefes, oficiales y soldados desfilan constantemente en torno a los inanimados cuerpos del general y su ayudante.

La voz de alerta del teniente coronel Juan Delgado anuncia la necesidad de finalizar el velorio y proceder al enterramiento en un lugar donde el enemigo no pudiera encontrar la sepultura. En primera instancia se seleccionó el cuartón de Govea, hacia donde se encaminó la comitiva. Ya en el caserío de La Ceiba se decide tomar el entonces camino de Verraco rumbo a Bejucal. El humilde cortejo fúnebre avanza lentamente en plena madrugada, sorteando tres fuertes españoles a menos de 200 metros del camino.

El teniente coronel Juan Delgado, al frente de la comitiva y evitando todo riesgo, orienta a Dionisio Arencibia quedarse en la retaguardia con la escolta que lo acompaña. Al llegar al pozo de la finca La Dificultad, Arencibia avanza junto al lindero del Cacahual donde deposita los cadáveres en el portillo de la cerca de piedras que comunica ambas fincas, retirándose con el grueso de la tropa. Mientras. Juan Delgado va en busca de su tío el campesino Pedro Pérez, quien, en compañía de sus tres hijos, Romualdo, Leandro y Ramón, acuerda con aquel dar sepultura a los insignes patriotas y guardar secretamente el lugar hasta llegado el momento propicio.

Respecto a este encuentro, conocido en la historia como el Pacto del Silencio, Pedro Pérez comentó:

Me tocaron a la puerta del bohío como a las cuatro de la madrugada, y al reconocer la voz de mi sobrino Juan, salí a ver lo que ocurría, diciéndome, emocionado, que en un combate del día anterior habían matado al general Maceo y el hijo de Máximo Gómez, y que me traía los cadáveres para que los enterrara y guardara el mayor secreto. Llame a mis hijos con el pretexto de que deseaba aprovechar el fresco de la mañana para adelantar un poco la faena del día, no fueran las mujeres a sospechar lo que pasaba; y a poco de andar me enseño mi sobrino Juan los cadáveres, que estaban junto a una cerca de piedras, diciéndome procura enterrarlos antes de que llegue el día, y que nadie se entere hasta que no se termine la guerra. Si Cuba es libre, se lo comunicaras al Presidente de la República, o al general Máximo Gómez. ¡Entre nosotros queda este secreto! ¡Qué dios nos ayude a guardarlo! ¡Me dio un apretón de manos muy fuerte, y partió sin decir ninguna otra palabra! ¡Me pareció que estaba muy emocionado! Yo y mis hijos cargamos a Maceo y al hijo de Gómez y los dejamos en unos matojos, al pie de una ceibita, mientras buscábamos un buen lugar para la sepultura, no fueran a ver los cadáveres si se nos acercaba algún vecino. Nos afanamos cuanto pudimos, y antes de que llegara el día habíamos terminado. Después la reconcentración nos hizo mudar para Bejucal pero yo deje arrendado ese terreno para poder venir alguna vez y que no se borraran las señales con que rodeamos la sepultura. [14]

En plena madrugada el grueso de la tropa continúa la marcha por la Sierra de Bejucal, estableciendo el campamento en una zona conocida como Loma del Hambre, término de Bejucal, actual provincia de Mayabeque, donde se firma al amanecer del 8 de diciembre el Acta de Defunción del lugarteniente general Antonio Maceo y el teniente Francisco Gómez Toro. En las Crónicas de la guerra de José Miró Argenter aparece otra versión de los hechos. El autor asegura que, mientras el grueso de la tropa siguió el camino, él, junto a Pedro Díaz, Silverio Sánchez Figueras y Baldomero Acosta, preside la triste ceremonia del enterramiento. Otra vez Miró vuelve a mentir. Según el médico Máximo Zertucha, después de certificar el reconocimiento de los cadáveres del general Maceo y Panchito, le entrega a Miró la documentación, por lo cual es evidente que no pudo estar junto a los Pérez en el Cacahual.

Al conocerse la noticia de la muerte del general Antonio Maceo, la prensa colonialista se hizo eco de la noticia en sucesivas informaciones:

"los lacayos de Weyler, ahítos de alcohol, festejaron en bárbaras bacanales la muerte del héroe epónimo de la libertad. Las campanas de las iglesias católicas y millares de cohetes atronaban ciudades y pueblos de la isla esclava". [15]

En España también hubo celebraciones que constituyeron fiesta nacional, no faltaron publicaciones reaccionarias que manifestaron que Maceo había sido víctima de una insidiosa traición o un cobarde asesinato.

El día 8 de diciembre la oficialidad mambisa determina marchar hacia el centro del país, en dirección al cuartel general, para encontrarse con el general Máximo Gómez. Según el general Bernabé Boza, el 28 de diciembre de 1896 llega la comitiva al campamento de Santa Teresa, donde se entrevistan con el Generalísimo. En este encuentro Pedro Díaz, al narrar lo ocurrido en San Pedro, se autoproclama como protagonista principal en el rescate de los cadáveres de Maceo y Panchito.

El general José Rogelio Castillo, presente en este encuentro, al escribir su autobiografía años después, manifestó:

"El general en Jefe hizo llamar a todos los jefes y oficiales presentes en el campamento, reuniéndolos a las 8 am, manifestando en presencia de todos al general Pedro Díaz su agradecimiento y gratitud por su comportamiento al rescatar los cadáveres de Maceo y su hijo Panchito". [16]

El general Piedra Martel, quien había combatido en San Pedro y conocía con detalles lo ocurrido en esa acción, al escuchar lo planteado por el general Máximo Gómez, manifestó:

Me quedé estupefacto. ¡Como si menos de una hora antes de que fuera encontrado el cuerpo del General Maceo, había visto yo a Pedro Díaz fuera y en retirada del campo de San Pedro, al que no volvió después!... Eso que ha dicho el general Gómez del rescate realizado por Pedro Díaz es una vituperable invención. Pedro Díaz lo ha engañado... Ya en marcha con el general Miro le promoví la conversación sobre la para mi sorprendente glorificación del general Pedro Díaz por la acción de San Pedro. Miro me dijo: “Si, el General en Jefe ha dispuesto que en San Pedro haya habido un rescate y un acto de heroísmo y ha escogido para este al general Pedro Díaz, juzgándolo, sin dudas, el más capaz de realizarlo pero cállate, por lo menos mientras dure la guerra. [17]

También el general Enrique Loynaz del Castillo, encontrándose en el campamento de Santa Teresa, escuchó a Pedro Díaz dar su versión del combate de San Pedro, sobre lo cual escribió:

"Llegaron al siguiente día los generales de Brigada José Miró y Pedro Díaz con narraciones detalladas del combate en las que apareció el general Díaz rescatando de las garras enemigas los restos amados". [18]

Meses después llegan al cuartel general los informes por separado de los coroneles Ricardo Sartorio y Baldomero Acosta. Ambos manifiestan ser los que dirigieron el rescate y los encargados por Pedro Díaz de esconder los cadáveres en un lugar seguro.

Alrededor del 30 de marzo de 1897, el coronel Juan Delgado envía una comisión al campamento del general en jefe Máximo Gómez para informarle detalladamente en qué circunstancia había ocurrido la muerte del general Antonio Maceo y el teniente Francisco Gómez Toro y quiénes fueron los que rescataron los cadáveres. Sobre este hecho, Fermín Valdés Domínguez, escribió las siguientes impresiones:

Con las comunicaciones del exterior recibí la siguiente del coronel Juan Delgado, firmando por él, el Comandante Ahumada- Santa Rosa Junio 10- República de Cuba, Ejercito Libertador 5to Cuerpo, 2da División. R.C. Santiago de las Vegas, Habana. Al señor Coronel Fermín Valdés Domínguez. Tengo el gusto de acusar a Ud., recibo de su atenta comunicación no. 899 L 3ro de fecha 2 de Abril próximo pasado en la que se sirve ordenar al comandante Ramón Castellanos haga una información detallada de cuanto se refiere a la muerte del General Antonio Maceo y su ayudante Francisco Gómez. Como Jefe inmediato del Comandante Castellanos he dado las órdenes oportunas para que se cumplan las de Ud., a la mayor brevedad posible. [19]

La presencia de los miembros del Regimiento Santiago de las Vegas en el cuartel general, desmienten por completo las versiones mal intencionado de Pedro Díaz, Miró Argenter, Sánchez Figueras, Ricardo Sartorio y Baldomero Acosta, quienes pretendían, ante la figura del general Máximo Gómez, justificar su actitud en el combate de San Pedro.

De regreso a la provincia de La Habana, esta comisión, compuesta por los comandantes Donato Delgado y Ramón Castellanos y 12 hombres bien armados, trae consigo varios documentos dirigidos al coronel Juan Delgado, entre los que se encuentra una carta del general Máximo Gómez, quien le orienta recibir instrucciones directas del mayor general José Mayía Rodríguez. Esta disposición del Generalísimo produjo recelos en el general Adolfo del Castillo, jefe inmediato del coronel Delga¬do, quien no entendía por qué debía subordinarse al jefe del Departamento Occidental y no de él como su superior.

A pesar de las discrepancias u otras opiniones que pudieron surgir, el coronel Delgado continuó operando con sus fuerzas, en ocasiones junto al general Adolfo del Castillo, sin dejar de atender el lugar donde estaban enterrados los cuerpos del general Antonio Maceo y el teniente Francisco Gómez Toro. El destino no le permitió al coronel Juan Delgado ver el fin de la guerra, pues el 23 de abril de 1898 cae en desigual combate en la finca Pastrana, cerca del Wajay, junto a sus hermanos, el comandante Donato y el capitán Ramón.

Referencias

Bibliografía

  • Franco Ferrán, J.L. (1973).Antonio Maceo, apuntes para una historia de su vida. La Habana: Ciencias Sociales.
  • Guerra Vilaboy, S. (2014). Introducción. En Alfaro,E.,Escritos históricos. La Habana: Centro Cívico Ciudad Alfaro – Casa de las Américas.
  • James Figarola, J. (2005).Fundamentos sociológicos de la Revolución Cubana (Siglo XIX).Santiago de Cuba: Oriente.
  • Maceo y Grajales, A. (1998).Antonio Maceo. Ideología política. Cartas y otros documentos. La Habana: Ciencias Sociales.
  • Miró Argenter, J. (1970).Crónicas de la guerra. La Habana: Huracán.
  • Pérez Concepción, H. (2010). Antonio Maceo en Holguín durante la guerra independentista cubana de 1895.
  • Rodríguez, Pedro Pablo (2012). Hacia Cuba libre. Próceres inolvidables. La Habana: Editorial de Ciencias Sociales.

Fuentes