Escritura Impresa


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Concepto:Método industrial de reproducción de textos e imágenes sobre papel o materiales similares

Escritura Impresa. Método industrial de reproducción de textos e imágenes sobre papel o materiales similares, que consiste en aplicar una tinta, generalmente oleosa, sobre unas piezas metálicas, llamadas tipos, para transferirla al papel por presión. Es cualquier medio mecánico de reproducción de textos en serie mediante el empleo de tipos móviles.

Historia

Antecedentes

Es conocido que fue en el lejano Oriente, en China y algunos de sus países vecinos, donde apareció por primera vez un interés por reproducir textos continuos a diferencia de la reproducción de palabras o frases breves en sellos o monedas. Las crónicas antiguas atribuyen a un miembro del séquito del emperador Ts'ai Lun la invención del papel en 105 d.C., un material utilizado como medio de escritura y hecho de celulosa a jirones o cáñamo. Más tarde, en el siglo VII, surgió la idea de tallar relieves en madera y después entintarlos como medio de reproducción de dibujos y textos sagrados sobre papel.

Posteriormente, se utilizaron bloques de piedra grabados para imprimir textos de Confucio. Estos métodos eran muy adecuados para reproducir los innumerables caracteres de la escritura china. Sin embargo, la idea de hacer caracteres individuales y colocarlos uno al lado del otro para formar un texto se produjo en torno al siglo X, cuando Pi Sheng hizo los caracteres de barro, los coció y pegó cada uno de ellos con una especie de cola a un émbolo de madera. En el siglo XIII, los uighurs, un pueblo turco, utilizaban letras de madera con el mismo propósito, y en Corea se usó el cobre a principios del siglo XV.

Estas invenciones progresaron poco en las sociedades orientales estáticas, pero, adaptadas o reinventadas en Occidente, y alimentadas por el dinamismo del sistema capitalista, el papel, el tipo móvil y la prensa impresa se convirtieron en una forma de liberación y en el agente de cambios a largo alcance de la vida social e intelectual.

Aprendizaje de la escritura

La invención de la imprenta marcó el fin de un largo aprendizaje de la escritura en Occidente. Las invasiones bárbaras que se iniciaron en el siglo V habían paralizado el comercio en el oeste de Europa y trajeron una vuelta a la [[cultura] oral en lugar de la cultura literaria del mundo romano. Hacia el siglo X, y naturalmente en el siglo XI, el comercio experimentó un nuevo desarrollo, las ciudades empezaron a crecer de nuevo, la peregrinación acercó las proporciones de la migración temporal y se iniciaron las Cruzadas. Europa estaba agitada. La balanza comercial con el Este estaba una vez más a su favor y hubo una nueva entrada de oro. A partir de este momento, Occidente empezó a adquirir nuevos recursos de capital intelectual, tomando, por ejemplo, de Bizancio las grandes compilaciones de la Ley Romana de Justiniano y redescubriendo Aristóteles de mano de los árabes. Se fundaron universidades: la de París especializada en teología, y la de Bolonia en derecho. Luego siguieron otras, entre las que cabe destacar Oxford y Cambridge.

En esta atmósfera, la escritura renació. Desde el siglo XI hasta el siglo XIII el sistema notarial se restableció, permitiendo el uso y la mejora de los contratos, el comercio y las transacciones comerciales se facilitaban con letras de cambio, los mercaderes italianos inventaron la contabilidad por partida doble y se desarrolló la correspondencia empresarial. En todas partes las obras escritas fijaban fluidas tradiciones orales a la vez que adaptaban las tradiciones literarias de la antigüedad a las lenguas vernáculas.

Las recurrentes crisis y calamidades del siglo XIV y principios del XV, la peste, la Guerra de los Cien Años, el gran cisma y el malestar social paradójicamente favorecieron la palabra escrita, la cual por entonces ya había logrado establecerse. En la lucha contra la recesión comercial y para mitigar la escasez del dinero en metálico, las técnicas empresariales mejoraban constantemente. Para reforzar su autoridad, los reyes y gobernantes ampliaban sus cancillerías, sus burocracias y sus tribunales de justicia. A menudo eran mecenas de las letras, al menos por los intereses de su propaganda doméstica. Y, luchando contra fuerzas superiores, estaban los movimientos de autodeterminación religiosa, en los que la búsqueda del contacto directo con Dios se veía ayudado por los libros.

Los escritos sólo eran accesibles a unos grupos muy restringidos. Éstos a veces tenían su propio vocabulario y lenguaje y casi siempre su propia escritura, a modo de marca de fábrica. Esta fragmentación está reflejada en colecciones de biblioteca. Las bibliotecas importantes de catedrales y abadías guardaban la herencia de la antigüedad pagana y cristiana, pero no estaban, dotadas adecuadamente de material del nuevo escolasticismo de las universidades. Por otro lado, éste era el elemento básico de las bibliotecas de los conventos dominicanos y franciscanos junto con trabajos doctrinales, mientras que los libros de devoción espiritual estaban reservados para los conventos de mujeres y para los de la orden de la Cartuja. En el norte de Europa, los Hermanos de la Vida Común copiaban y distribuían libros de texto que ellos mismos escribían con fines educativos. Las literaturas vernáculas tenían poca importancia por sí mismas y normalmente se centraban en las cortes de la realeza.

Dividida en tantas pequeñas comunidades, Europa vivía a diferentes niveles. Francia, que siguió siendo eminentemente rural a la vez que heredó una magnífica tradición universitaria, parecía satisfecha de desarrollar, junto a su educación superior, escuelas elementales tradicionales en las que la lectura era el instrumento para aprender los rezos latinos y cuyo principal propósito era satisfacer la oferta del clero. Por el contrario, las ciudades italianas introdujeron un nuevo tipo de escuelas desde el siglo XIII, adaptadas a las necesidades comerciales, hecho que hizo asequible la alfabetización a una proporción considerable de la población. Más tarde se desarrolló un tipo de educación, que en algunos aspectos se anticipó a la que se disfruta hoy, en el valle del Rin y en los Países Bajos y los puertos de Alemania.

Sin embargo, al mismo tiempo, en una Europa cuyas élites tenían cada vez más acceso al mundo de la escritura, se creó la necesidad de un lenguaje de mayor claridad, más universal y más apropiado para la elaboración de un argumento. De aquí se explica el recurrir a los modelos de la antigüedad clásica por parte de los humanistas, en especial al latín de Cicerón. El nuevo humanismo se inició en las cancillerías de Florencia y el Papado y se extendió con gran rapidez por toda Europa, principalmente gracias a las relaciones que se desarrollaron entre los hombres que redactaban la correspondencia diplomática y los documentos de Estado. Volvieron de forma característica a la escritura de la antigüedad, a la minúscula carolingia, que es lo que ellos consideraban como tal, con preferencia a los manuscritos góticos en toda su variedad.

Al igual que un individuo que aprende a leer y escribir, la Europa occidental adquirió las artes literarias sólo después de un lento y doloroso proceso. Durante mucho tiempo, el hombre de letras me¬dieval, como su antepasado romano, no conocía ninguna alternativa a leer el texto en voz alta o, al menos, murmurarlo. Memorizar textos sagrados era en gran parte una disciplina muscular para los monjes que meditaban sobre ellos. Enfrentado a un manuscrito de la época, mal puntuado, o, en todo caso, puntuado no tanto para indicar la división lógica del texto como para servir de guía para leerlo en voz alta, el lector podía ser capaz, sin mucha dificultad, de comprender un documento oficial redactado según una fórmula estereotipada o un texto que expresara hechos concretos, pero tras una primera lec¬tura no podía captar los puntos más refinados o los tonos más sutiles de un trabajo literario.

Durante mucho tiempo, la escritura era meramente considerada como un medio de fijar la palabra hablada, especialmente en las universidades, donde el noble arte de la con¬troversia ocupaba el primer lugar, y cuyo principal propósito era preparar a sacerdotes y oradores. De este modo, la rígida estructura de la escolástica, con su énfasis en la lógica y la dialéctica, se quedó en el camino de cualquier idea original. Asimismo, la literatura vernácula sólo muy gradualmente dejó de estar esencialmente destinada a dejar constancia de las tradiciones orales, para llevar una existencia más independiente a medida que evolucionó la sintaxis. El avance en todos estos campos fue cada vez más rápido entre los siglos XIII y siglo XV. Este progreso se consiguió también gracias a los esfuerzos de los humanistas en el sentido de desarrollar un sistema lógico de puntuación, en el que se inspiraron en sus intentos de dominar el latín clásico, que tanto admiraban, pero que era para ellos como un idioma extranjero. Así, se iniciaron formas de leer con más rapidez, que la imprenta, con su tendencia a la estandarización y su efecto sobre la aparición de textos, iba a promover tanto posteriormente.

Nacimiento de la imprenta

Imprenta

Johann Gansefleich (Gutemberg) fue el inventor de la imprenta. Los escritos sólo eran accesibles a unos grupos muy restringidos. La imprenta ocupó el centro de los movimientos intelectuales, literarios, económicos, tecnológicos y políticos que se anticiparon al Renacimiento. A principios del siglo XV, que fue un período de una relativa paz, tuvo lugar en Alemania un nuevo despegue económico.

Con la explotación de las minas de plata y que coincidió con la falta de dinero en metálico en Europa, a lo que se sumó el nacimiento de la industria metalúrgica moderna. Se desarrolló una vigorosa cultura urbana en esta zona, en contacto con Italia y el norte de Europa. La burguesía alemana tenía muchas ganas de superar las desventajas de la fragmentación política y alcanzar a sus vecinos, que, debido a su avance cultural relativamente temprano, estaban ahora aferrados a ideas obsoletas.

A finales del siglo XII, la tecnología había acudido en ayuda de la cultura. El papel se había introducido en Europa por parte de los árabes a través de España e Italia justo en el momento en que el resurgimiento de la cultura escrita estaba creciendo y contra la limitación del abastecimiento disponible de pergamino (hecho relacionado con el número de pieles de animales que se obtenían de animales exterminados). La fabricación de papel se había trasladado de Italia, donde las técnicas importadas se habían perfeccionado bastante, a Francia, y hacia fines del siglo XIV había alcanzado la franja occidental de Alemania.

Después, surgió de una forma bas¬tante natural la idea de utilizar el nuevo material no sólo para documentos legales, informes y manuscritos sino también para reproducir imágenes con una técnica muy utilizada en la decoración de estampados de telas: un relieve tallado en madera. Así, probablemente a fines del siglo XIV, aparecieron los primeros grabados en madera. Posteriormente, los orfebres perfeccionaron el proceso de grabado en hueco en cobre. Muy pronto se empezaron a añadir breves textos al tarugo o placa para acompañar el dibujo. Estos dibujos impresos, que hoy son extremadamente raros, se distribuían a millones.

Los temas más frecuentes eran escenas de la vida de Cristo, retratos de santos venerados, incluso una serie en la que se daban instrucciones sobre el arte de morir; de hecho, todos los objetos de piedad tradicionales salieron de los altares y las bóvedas decoradas de las iglesias para permitir la oración y la meditación en solitaria privacidad. Fue en este mismo período, y por razones si¬milares, que aparecieron por primera vez las pinturas sobre telas.

De este modo se había logrado la reproducción de imágenes. No mucho más tarde llegó la reproducción de un texto. Aquí, se recurrió a la habilidad de los trabajadores del metal: orfebres y fabricantes de monedas. El problema residía en reproducir exactamente por medios mecánicos el comparativamente pequeño número de signos que forman el alfabeto latino. La solución que se tomó nos es familiar ya que es la que se ha utilizado hasta los tiempos modernos.

Cada letra o signo se corta en el extremo de un mango de metal duro –la perforadora de letras, que es luego batida en un material más blando, normalmente cobre, formando la matriz. La matriz se coloca en un molde en el que se vierte un líquido caliente, mezcla de plomo, estaño y antimonio. Con este procedimiento se obtienen cantidades de caracteres exactamente iguales. Los trabajadores del metal se habían familiarizado con varios procesos que requieren un cierto tiem¬po. Igualmente, la prensa impresa tenía un precedente en la prensa del vino, y no existían serios problemas relacionados en perfeccionar una tinta con la consistencia requerida. Así, de hecho la imprenta se creó, no como resultado de una invención autónoma, sino cuando se reconoció la necesidad de ésta.

Período artesanal de la imprenta

La estructura del oficio así establecida y los métodos que utilizaba siguieron siendo los mismos durante los siguientes cuatrocientos años. Los talladores de madera actuales revelan cómo sería el interior de una imprenta de los comienzos. Una impresión de Lyón de 1499 o 1500 muestra la caja del impresor, las casillas de diferente tamaño según la frecuencia con la que se utilizaban las distintas letras. La forma en que el cajista coloca las letras en el componedor que sujeta en su mano izquierda es exactamente igual a cómo se ha hecho hasta la actualidad, al igual que el modo como sostiene la copia situada sobre la caja. La pesada prensa era totalmente de madera excepto por los ajustes, que eran de hierro. Dos pies sobre una base sólida soportaban una viga transversal maciza a través de la cual pasaba la tuerca de madera. La tuerca se giraba con una barra para bajar la pesada platina, presionando así la hoja de papel blanca sobre la forma que contenía el tipo entintado.

Además de este movimiento vertical, una acción horizontal permitía que el carro que sostenía el molde se moviese hacia adelante bajo la platina o retirarlo. Para evitar que se moviera cada vez que se tensaba la tuerca, la prensa quedaba sujeta por vigas de madera fijadas a las vigas del techo.

Sin embargo cabe decir que esta máquina simple y robusta, manejada por hombres que estaban preparados para trabajar doce o catorce horas al día, logró un rendimiento impresionante. Por ejemplo, se calcula que hacia 1650 los impresores de Francia producían 2500 3000 impresiones (es decir, 1250 1500 hojas impresas en ambos lados) por día de trabajo. Esto implica, al menos en teoría, 1250-¬1500 copias de hojas en octavo al día, o el mismo número de copias de un libro de 300 páginas en veinte días. También producía a un ritmo tremendo los carteles y folletos, que siempre han constituido una gran parte del negocio del impresor.

Evolución del libro

A pesar de lo primitiva que pueda parecemos esta tecnología, ésta trajo consigo una racionalización del trabajo que en sí mismo dio paso a otras formas de producción estandarizada que iban a ocasionar una completa revolución en el panorama cultural occidental.

Las pruebas de tal conclusión surgen de un estudio sobre la variable producción de las prensas entre los siglos XV y XIX. Los primeros libros pretendían reproducir la apariencia de los manuscritos. Las iniciales se resaltaban a mano y había bordes coloreados muy elaborados, y un impresor no dudaba en tallar un nuevo ojo de tipo a imitación del manuscrito que iba a ser copiado. Pero tales prácticas exigían una labor intensiva. Gradualmente, empezaron a surgir elementos de estandarización ya que ciertas cate¬gorías de libros tenían que imprimirse en ojos de tipo particulares. Empezaron a utilizarse los grabados en madera en vez de las iniciales dibujadas a mano. Al mismo tiempo se operaba un cambio fundamental. Tomando la delantera a los humanistas, con los que estaban en estrecho contacto, los impresores se encontraron de un modo bastante natural regularizando la ortografía, adoptando y unificando sistemas más lógicos de puntuación y clarificando la división del texto en párrafos en cada página. Un temprano impresor parisino, Guillaume Fichet, felicita a su colega Heynlin por su técnica de composición, que hizo su edición de De Officiis de Cicerón «tan clara y tan fácil de leer, incluso para los niños».

Mientras, el libro impreso estaba alcanzando lo que Lucien Feve llamó su status civil, un lugar definido en el orden social El incipit (literalmente "aquí empieza") en la parte alta de la primera página de un manuscrito se convirtió en la página para el título, presentando, junto con el título definitivo y el nombre del autor, el em¬blema del impresor y su dirección. Las consideraciones prácticas llevaron a la aparición primero de números o letras en signaturas, y después de números de folios o páginas, y páginas con índices de materias que se referían más a los números de las páginas que a las divisiones del texto. Todas estas innovaciones quedaron más o me¬nos establecidas en torno al año 1530 y, con el triunfo del humanismo, las formas de letra romana, a modo de sello de marca del nuevo espíritu, se difundieron de Italia y Francia a la mayor parte de Europa, desplazando a las formas de letra gótica menos legibles que estaban desapareciendo fuera de Alemania.

Así nació el libro moderno. La página del título, que proclamaba el tema del libro, daba el nombre del autor e informaba al comprador de la dirección del editor, se puede considerar la primera información publicitaria. Los esfuerzos que se realizaban para hacer el texto más accesible, dividiéndolo en unidades que facilitaban el volver a cualquier pasaje, iluminaron la labor de la lectura. Es obvio que todo esto hizo posibles nuevas formas de lectura, más rápidas y más individuales, y nuevas formas de utilizar los libros para que se abriera la puerta a nuevos reinos de enriquecimiento intelectual, que, a la vez, ampliaron el abismo entre la élite cultivada y la cultura oral o semi oral de la gran mayoría.

Pero no estaría bien presentar una imagen del libro en el período de la imprenta manual como un objeto uniforme. Era incluso más variado que el libro en la era industrial; se expresaba en muchos idiomas a aquellos que sabían cómo aplicarse al mismo y cumplía con una multitud de usos distintos.

Comercio del libro

Con la aparición de la imprenta, el libro, un objeto equívoco, se convirtió en objeto de mercancía y las ganancias capitalistas en una fuerza impulsora de la cultura. Se tienen que considerar brevemente algunos aspectos económicos de la producción y distribución de ideas impresas.

Todo el mundo sabe que un artículo producido en masa cuesta menos a medida que se incrementa la tirada de la producción, pero existen límites. Tras un cierto número de copias la proporción de los costes no recurrentes (la compra del texto, la composición, la creación de las ilustraciones y la preparación de la maquinaria) que se atribuyen a cada copia se vuelve insignificante con relación a los costes recurrentes (papel, uso de la maquinaria y encuadernación). Los cálculos sugieren que en el periodo manual el número de copias con el que se alcanzaba esta posición era de 1.000.

Por ello, un impresor no tenía ningún interés en inmovilizar un capital en ediciones de miles de copias ya sea de un almanaque o de un libro escolar si no estaba seguro de liquidarlo en poco tiempo. Simplemente imprimía una nueva edición cuando era necesario. Aunque estos números parezcan modestos, no eran así en una Europa cuya población era mucho más reducida que en la actualidad y con una élite literaria relativamente pequeña. El editor vendedor de libros tenía que tener una amplia y efectiva red comercial a su servicio. Ya que el sistema bancario no estaba bien organizado, normalmente recurría a un sistema de intercambio con sus corresponsales, creando cuentas por medio de letras de cambio. De este modo, tenía que esperar mucho tiempo para recuperar sus inversiones y tenía que inmovilizar cantidades relativamente importantes de capital.

A partir de estas circunstancias emergió de forma gradual un comercio de libros organizado. De ser individuos aislados, los editores vendedores de libros llegaron a formar un grupo coherente en cada centró del ramo. Estos centros tenían que ser capitales tanto comerciales como intelectuales, en las que se pudiera disponer de créditos y las comunicaciones fueran buenas (a menudo eran puertos marítimos o fluviales). También todo apuntaba hacia el trabajo de los vendedores en estrecha colaboración con los impresores a menudo pequeños artesanos para poder responder con máxima velocidad a las nuevas demandas del mercado.

Los primeros editores se exponían a grandes riesgos a merced de un transporte incierto y unas comunicaciones muy lentas. Era muy común no pagar y no existía una protección bajo una ley internacional. En un esfuerzo por superar estas dificultades, se organizaron ferias periódicas (la más famosas se celebraba en Frankfurt entre los años 1500 y 1630) en las que los miembros del oficio pagaban las cuentas, intercambiaban información y libros, se enteraban de los cotilleos y establecían nuevos contactos. Aún así, los morosos siguieron siendo un problema y los primeros sistemas de derechos de autor y los privilegios exclusivos de ciertos títulos eran inadecuados para salvaguardarse de las piraterías. Finalmente, los títulos más rentables se prohibían con frecuencia por parte de las autoridades, aunque esto dio pie al desarrollo de redes clandestinas paralelas y que se conectaban con las oficiales, especialmente en el llamado Despotismo Ilustrado de la Francia, Austria, Prusia y Rusia del siglo XVIII.

Prensa periódica y los periódicos

Sería erróneo pensar que hasta la aparición del periódico la prensa se dedicaba principalmente a la producción de libros. Desde sus inicios ha sido un medio de información de todo tipo. Del siglo XV en adelante aparecían panfletos con descripciones de victorias militares, festivales, progresos reales y funerales. De forma gradual la imprenta empezó a utilizarse para decretos oficiales, proclamaciones y avisos. También muy pronto empezaron a ser comunes las narraciones populares de apariciones monstruosas y otros sucesos apócrifos.

La controversia política y religiosa dio paso a una producción especialmente nutrida que iba de propaganda ordinaria a tratados refinados. Y más tarde la imprenta empezó a utilizarse cada vez más para todo tipo de publicidad. Por ejemplo, una investigación reciente ha señalado que en toda la Inglaterra del siglo XVIII una multitud de pequeños impresores producían billetes, carteles, direcciones electorales y respuestas de candidatos a sus oponentes; podemos ver aquí el inicio de la "opinión pública".

Algunos de los productos de la prensa tendían naturalmente a ser publicaciones periódicas, como almanaques y calendarios. Éstas se hicieron cada vez más numerosas en el siglo XVII, y especialmente en el XVIII. En 1770, la Stationers'Company de Londres imprimía 207.000 copias de catorce almanaques distintos, de los cuales sólo uno de ellos, llamado Vox Stellarum, ascendía a la cantidad de 124.000 copias. Poco a poco, estas publicaciones fueron añadiendo noticias, desde sucesos políticos hasta predicciones astrológicas, mientras que los anuarios especializados también proliferaban.

El Journal des savants (1665) de París era el modelo para las transacciones de la Sociedad Real de Londres (1665) y otros periódicos eruditos como las Nouvelles de la republique des lettres, editado por Pierre Bayle en Ámsterdam desde 1684, y el Acta Eruditorum de Leibniz, publicado en Leipzig desde 1682. Dentro y por toda Francia surgió una vigorosa prensa literaria en el periodo de la Ilustración, y la censura no logró sofocar el crecimiento de periódicos especializados o de las hojas de propaganda, de las que el modelo eran los Affiches de Lyón, publicados por primera vez en 1748.

Pero los altibajos políticos no tendrían que hacemos olvidar los profundos cambios generales que se operaron en Europa. El crecimiento del periódico, haciéndose primero patente en Gran Bretaña, coincidió con la inauguración de la Revolución Industrial, lo que tiene que hacer recordar que fue esencialmente una revolución en las comunicaciones. El periódico surgió como una fuente indispensable de noticias rápidas y regulares en el momento en que el tren, el barco a vapor, la hélice, el casco de metal, el telégrafo óptico y después eléctrico estaban haciendo su aparición en un proceso que, virtualmente, significó la aceleración de la historia. En el mismo periodo, la fabricación se hizo cada vez más importante y los trabajadores agrícolas emigraron a las ciudades.

El periódico sirvió, por un lado para orquestar las aspiraciones de la burguesía ascendente, y por otro jugó un papel vital como voz organizadora para el proletariado urbano desarraigado y pobre, de modo que muchas de sus esperanzas residían en la dirección que iba a tomar el desarrollo de la educación, el progreso científico y, por lo menos en Francia, las urnas. De aquí el miedo a la prensa de parte de las autoridades y la larga lucha por la libertad de prensa. En Francia las pasiones ascendían vertiginosamente según los gobiernos se inclinaban entre la tolerancia y la represión, y la revolución de 1830 puede atribuirse a esta causa.

Durante mucho tiempo la prensa experimentó un progreso claro, aunque definido; hacia 1830 la Constitución tenía 20.000 suscriptores, el extremadamente monárquico Quotidienne 6.500 y el Journal des débats 12.000. En Gran Bretaña, la clase dirigente luchó por suprimir el crecimiento de la prensa radical (que se llamaba la Pauper Press) por medio de severas sentencias a los editores y de los impuestos (los "impuestos del conocimiento"), que agobiaron tanto a los periódicos que los diecisiete diarios londinenses sólo tenían en total 40.000 suscriptores comparados con los 60.000 de París.

En 1835 surgió un nuevo desarrollo cuando Emile de Girardin, hijo legítimo de una buena familia, lanzó la Prensa a una suscripción a la mitad de precio que sus rivales y de menor coste gracias a los ingresos por publicidad. Argumentaba que, ya que el éxito comercial depende del número de suscriptores, el precio debe mantenerse lo más bajo posible a fin de obtener un número más alto de suscripciones.

Siguiendo esta filosofía, muy pronto alcanzó una circulación de 20.000 números y un periódico rival, el Siécle, que copió sus métodos y tuvo la ventaja de ser el segundo en este campo, rápi-damente llegó a 40.000. Hacia 1846 los veinticinco diarios parisinos tenían 180.000 suscriptores. Para atraer y mantener la lectura a este nivel, Girardin y sus imitadores copiaron las técnicas editoriales de los periódicos populares ingleses. Establecieron el uso de la novela a entregas, que apareció por primera vez en Inglaterra en 1719 con Robinson Chísoe.

Utilizaron los nombres más prestigiosos de la literatura francesa para escribir novelas y columnas regulares como Chateaubriand, Victor Hugo, Lamartine, Balzac, Dumas, George Sand y Eugene Sue, y gradualmente tuvieron que amoldar sus escritos a las demandas del público y crear "best sellers" en vez de dirigirse a los salones lite¬rarios. Más tarde, las nuevas técnicas de reproducción primero los grabados sobre madera y después el proceso de medio tono trajeron de vuelta la imagen impresa. Siguiendo el uso de los grabados sobre madera del Observer desde [[1791 y (aunque de modo característicamente limitado) de The Times, empezaron a apa¬recer los periódicos muy ilustrados en los años 1830 1840 como el Penny Magazine (1830), el Pfennig Magazin (1833), Caricature y Charivari (1832), Punch (1841), Illustrated London News (1842) e Illustration (1843).

Con el continuo crecimiento de la alfabetización por toda Europa, la circulación de los periódicos iba a seguir aumentando de un modo impresionante aunque en ningún lugar más que en Gran Bretaña que, gracias a la abolición de los "impuestos sobre el conocimiento iba a dejar atrás a otros países durante la era victoriana. La prensa tradicional estaba indefensa ante el perió¬dico de un penique, de modo que la circulación de The Times, fiel a sus lectores tradicionales, se estancó mientras que el Daily Telegas, fundado en junio de 1855, alcanzaba 144.000 copias en el año 1861 y 191.000 en 1871. La prensa local provincial también crecía y, en muy poco tiempo, todo el mundo tenía acceso al periódico.

Tecnología de la producción en masa: papel, impresión, composición

Todo esto no habría sido posible si la Revolución Industrial no hubiera proporcionado la tecnología esencial en cada fase. La innovación en la fabricación de papel se había iniciado muy pronto. En el siglo XVII la aparición del "cilindro holandés" acabó con lo que era prácticamente el monopolio francés en la fabricación de papel. Hacia 1750 el fabricante de papel inglés James Whatman empezó a abastecer al impresor John Baskerville de Birmingham de papel vitela de alta calidad y de suave textura, muy apropiado para la producción de buenos libros.

Los primeros intentos con éxito en el rollo de papel continuo fueron realizados por Louis Nicolás Robar, empleado de una fábrica de papel de Escoñes, en Francia, antes de fin de siglo. Poco tiempo después el propietario de Escoñes, Didot Saint Legar, llevó este proceso a Inglaterra, donde lo perfeccionó con su cuñado John Amble, otros dos fabricantes de papel, Henry y Delhi Fourdrinier, y un ingeniero llamado Brean Donkin. La producción subió vertiginosamente y como el vapor reemplazó a la energía hidráulica, la industria fue capaz de abastecer los enormes pedidos de las imprentas.

A mediados del siglo XIX, había más de 300 máquinas de fabricación de papel a vapor, 200 en Francia y sobre el mismo número en Alemania. La producción en Gran Bretaña se multiplicó por diez entre 1810 y 1860, año en el que sólo el 4% del papel se fabricaba a mano. Esta producción sumamente acelerada requirió nuevas fuentes de materias primas para reemplazar los jirones que siempre habían sido difíciles de conseguir.

En 1718 Réaumur había demostrado que la fibra de celulosa se podía obtener de enjambres de avispas, pero se necesitaba más investigación sobre el tema y, de hecho, no fue hasta mediados del siglo XIX en Alemania que se consiguió un proceso de producción de pasta de papel mecánica triturando la madera blanca y suave de la pícea. Le siguió la pasta química en la segunda mitad de siglo, con lo que se dejaba ya preparado el camino para las gigantescas fábricas papeleras que consumen inmensos bosques de madera cada año.

Fue aún de mayor importancia la necesidad de incrementar la producción de las prensas. Se hicieron numerosos esfuerzos en esta dirección durante los años 1770 1780, especialmente en Francia. Luego, hacia el 1800, el conde de Stanhope, ayudado por el ingeniero mecánico Robert Walker, inventó una prensa de hierro que reemplazaría la de madera utilizada hasta entonces. La famosa prensa Stanhope tuvo muchos descendientes, la Columbian y la Albion entre otras. Pero se necesitaban desesperadamente otras soluciones para suplir la demanda de periódicos. El Alemán Friedrich König trabajó en la idea de una prensa mecánica a vapor entre 1777 y 1803.

Se le ocurrió reemplazar la platina lisa por un cilindro de los usados para el grabado en cobre o como el utilizado por Valentin Hauy para hacer impresiones en relieve para profesores ciegos; tam¬bién adoptó el rodillo de tinta inventado por William Nicholson, doctor londinense del siglo XVIII, para reemplazar los viejos tinteros manuales. El 29 de noviembre de 1814 The Times se imprimió por primera vez con la prensa a vapor de König y al año siguiente encontró un modo de acoplar dos prensas de modo que el recto y el verso de cada página se podía imprimir de una vez. Había llegado la prensa "perfeccionada" o "de retroceso". Más tarde, Edward Corp y John Aplegad la mejoraron y aseguraron nuevas mejoras en la producción.

Prensa popular y explosión de la imagen

Así, poco a poco se ensambló la tecnología necesaria para hacer posible lo que fue llamado periodismo de masas. La prensa de un penique dio paso a la prensa de medio penique con el lanzamiento por parte de Lord Northcliffe del Daily Mail en 1896, y hacia 1914 la circulación de varios diarios británicos se acercaba a la cifra de un millón. En Francia, donde una ley de 1881 aseguró finalmente la libertad de prensa, las tiradas continuaron subiendo y en vísperas de la Primera Guerra Mundial había cuatro periódicos matutinos con más de un millón de lectores cada uno.

Hacia 1910 había veintidós periódicos diarios en Nueva York y en los Estados Unidos en conjunto unos 2.430 periódicos imprimían 24 millones de copias cada día. La geografía evitó la aparición de diarios nacionales según el modelo británico y las circulaciones in¬dividuales nunca fueron superiores a un millón de copias. En cambio, los Estados Unidos presenciaron, hacia fin de siglo, la formación de cadenas de periódicos y el crecimiento de la columna de periódicos sindicados que transmitía las palabras de periodistas recono-cidos nacionalmente por todo el país.

Entre 1920 y l940 la circulación sumada de todos los diarios americanos pasó de 27.800.000 a 41.100.000; en el mismo periodo la cifra de los periódicos dominicales (a menudo 250 páginas) casi se dobló pasando de 17.000.000 de copias a 32.400.000. Finalmente, las nuevas técnicas de telecomunicaciones hicieron posible que cadenas de periódicos locales fueran coordinadas centralmente incluso hasta el punto de lograr una entrada aislada de composición o la transmisión de páginas completas para secciones comunes de, por ejemplo, noticias nacionales o financieras, o cuestiones sindicales.

Mientras que el periódico estaba en su apogeo en los primeros treinta años de este siglo, el semanario y la revista ilustrada estaban en un proceso de desarrollo. Este hecho coincidió con el desarrollo de dos nuevos procedimientos para la reproducción del texto y de ilustraciones la litografía en offset y el fotograbado hasta el punto de que pusieron seriamente a prueba los métodos tradicionales de la prensa tipográfica. Aunque las innovaciones a las que nos referimos fueron realizadas principalmente con anterioridad a la [[Primera Guerra Mundial, sólo fue más tarde cuando empezaron a tener impacto.

Creadas para reunir los requisitos de las revistas impresas en papel glaseado y del enorme aumento en la cantidad de material publicitario, folletos y anuncios, conservaban religiosamente la imagen en el centro de la impresión. El tratamiento de la tipografía y la composición y corrección de la prueba por métodos tradicionales de metal caliente como material para la cámara así como para las ilustraciones, hicieron mucho más posible un mayor grado de flexibilidad en el trazado y presentación de la página que con los métodos tipográficos que utilizaban el tipo por un lado y los bloques por otra.

A su vez, desde la década de los cincuenta, la tecnología electrónica ha empezado a hacer estos procesos obsoletos o ha impuesto cambios radicales sobre ellos. La composición resultó la primera área afectada. Todo el mundo sabe que ahora es posible enviar decenas de miles de palabras en un tiempo mínimo con la cinta perforada con justificación de línea automática y compaginación simple mediante un ordenador con un programa relativamente avanzado. El ordenador puede controlar una máquina de composición mecánica, pero es particularmente adecuado para el uso de técnicas de foto¬montaje modernas, de las cuales la primera fue el Proceso lumitype (lumitipia), inventado en Francia en 1954 por Higounet y Moyrand y comercializado en [[América.

Las últimas composiciones en película generan sus propias formas de letra desde una matriz de impulsos luminosos y son capaces de componer todo un libro en pocos minutos. A su vez esta tecnología se aviene particularmente bien con los procesos de impresión en offset, ya que la imagen sobre una platina litográfica se produce por medios fotográficos. Así, parece que la constelación actual de procesos gráficos favorece las técnicas planográficas y relega el tipo a la basura.

Revolución en los libros

Cualquiera que sea el objetivo digno de estos nuevos procesos, no se debe ignorar que están específicamente confeccionados para satisfacer las necesidades de la llamada cultura de masas, lo cual implica altos costes iniciales con lo que se requieren enormes tiradas. Creados para reunir los requisitos de la prensa y la publicidad, han variado continuamente de táctica en lo que se refiere a los libros y durante el último siglo y medio han cambiado constantemente los criterios en los que debemos considerar el problema de la relación de la creación literaria en los procesos económicos contemporáneos. Por lo tanto resulta algo prematuro el pronunciamiento de Marshall McLuhan de que "el libro está muerto" justo cuando, según algunos expertos financieros y como las estadísticas confirman, se está ex¬perimentando un nuevo acceso de vitalidad. Quizá deberíamos tratar la cuestión con el beneficio de la distancia que puede ofrecer un planteamiento histórico.

Para empezar tenemos que señalar la existencia de una diferencia básica entre las dos mitades de Europa. Historiadores recientes han dibujado una línea desde Saint a través de Ginebra que divide el norte de Francia y Europa, más ampliamente letrada desde un primer momento, y el sur, generalmente menos orientado hacia el libro. Esta tendencia, ya establecida en el siglo XVI, asistió clara¬mente al alzamiento del protestantismo, que es como una religión del libro. Indudablemente, la santa práctica protestante de una lec¬tura diaria de La Biblia ante la familia reunida dio un premio en educación a los países protestantes. En el siglo XVIII, la familia burguesa acomodada de Gran Bretaña y Alemania se apartó de la Biblia hacia novelas instructivas como Pamela, de Richardson, y también en esta época vemos el crecimiento de bibliotecas itineran¬tes que sirven a pequeños círculos de ciudadanos destacados en ciu¬dades del norte de Europa, desde Bremen hasta Edimburgo.

Por esto podemos ver por qué las tiradas de las ediciones si¬guieron siendo extremadamente reducidas, especialmente para nue¬vas obras literarias, aunque el número de títulos publicados anualmente subiera de modo impresionante (en Francia se estima que las cifras han sido de unos 2.000 en 1750, 4.000 en 1780 y 6.000 8.000 en 1830). En Inglaterra (donde el crecimiento de la producción anual de títulos excedía probablemente al de Francia), la primera edición de una nueva novela era de 750 copias si se esperaba que se vendiera mayoritariamente a individuos o 250 si se confiaba en que se destinaría a bibliotecas. Aquí, Walter Scott, cuyos poemas pudieron alcanzar 10.000 copias y sus novelas 20.000 en varias reimpresiones, fue una destacada excepción.

En Francia las Méditations poétiques de Lamartine, la inspiración del movimiento romántico, consiguió ocho reimpresiones, pero en general las nuevas obras literarias con¬tinuaron siendo publicadas en pequeñas ediciones a precios altos. Así, en 1835 Girardin, el creador de la Presse, pudo poner a Victor Hugo y a Paul de Coch a la cabeza de una lista de autores franceses que figuraban según la tirada de las primeras ediciones de las que disfrutaban, con 2.500 copias. Balzac y Eugéne Sue les seguían con 1.500 copias, Musset con 600 900 y Théophile Gautier con menos de 600. No sorprende el escuchar a Gladstone en un discurso en la Casa de los Comunes en 1853 en el que reconoce que del 90 al 95% de los libros nuevos aún se vendían menos de 500 copias de cada uno.

Con el declive económico de Europa hacia el año 1830, los editores vendedores de libros probaron todas las maneras de animar las ventas. Con este fin publicaron libros con ilustraciones, a plazos para facilitar el pago, o crearon semanarios ilustrados. Champán y Hall sacaron a la luz Pickwick Papers en partes mensuales desde 1836 y con un enorme éxito.

Junto con el poder del imperio Hachette, otras editoriales fran¬cesas siguieron siendo pequeñas empresas familiares, aunque, por supuesto, también buscaban a un público más amplio. Gervais Charpentier y Calmann Lévy emprendieron la tarea de bajar los precios de sus novelas. Larousse y Flammarion se embarcaron en un pro¬grama de educación popular. Arthéme Fayard II lanzó su Bibliothéque Populaire que incluía títulos como Chaste et Flétrie y Aimée de son concierge, que vendieron más de 100.000 copias cada uno, o novelas de capa y espada de Paul Feval o Michel Zevaco, muchas de las cuales aparecieron por primera vez a entregas en el Petit Jour¬nal. También había libros de información popular como el Manuels Roret. Pero es significativo que las únicas prensas rotativas que se utilizaban eran las prensas de los periódicos y, de hecho, hasta el año 1929 no se utilizó la primera prensa rotativa específicamente dirigida a la edición de libros por Hachette.

Así, la revolución en los libros parece que no se había cumplido completamente en Francia hacia el 1914. Es interesante saber que en tomo a este año Gran Bretaña y los Estados Unidos habían creado sistemas de bibliotecas públicas, mientras que en Francia los es¬fuerzos en esa dirección en los años 1870 1880 no habían dado ningún resultado; fue sólo en los últimos años que la situación cam¬bió. Si se recuerda que los países escandinavos, Alemania en alguna medida, y más recientemente los países comunistas, tenían eficaces sistemas de préstamo de libros, mientras que Italia y todos los países de habla hispana y portuguesa no tenían ninguna, se puede ver cómo los modelos culturales establecidos durante tanto tiempo continua¬ban prevaleciendo.

De nuevo, se puede observar la misma pauta en el hecho de que el libro de bolsillo, iniciado por los Penguin Books en 1935 e introducido en América por Pocket Books en 1939, no se convirtió en algo común fuera del mundo de habla inglesa hasta después de la Segunda Guerra Mundial, y en algunos casos hasta bastante después.

Estos cambios estaban asociados a una creciente división de la labor en el mundo de los libros. Las funciones del editor y las del vendedor empezaron a distinguirse ya que el viejo sistema de trueque de existencias dejó de utilizarse a fines del siglo XVIII. Hacia prin¬cipios del siglo XIX los editores habían dejado de vender al detalle, mientras que los libros de segunda mano se empezaron a diferenciar como otra área de comercio concentrada en las manos de los grandes libreros especializados en libros antiguos.

Con muchos más vende¬dores disuadidos a vender sus libros, los editores empezaron a poner anuncios caros y avisos de listas de publicaciones en revistas lite¬rarias y en la prensa en general. La práctica de la reseña del libro adoptó mayor importancia, y evolucionó de la mera humareda de principios de la era victoriana a los artículos sustanciales y sostenidos que aparecían en publicaciones literarias responsables. Proliferaron los catálogos y los folletos.

Pero fue en Alemania donde funcionó una organización en el comercio del libro realmente racional. Durante algún tiempo la feria de Leipzig (sucesora de la antigua feria de Frankfurt) había servido para resistir la anárquica potencialidad de la situación del comercio del libro alemán que operaba a través de las fronteras de una multitud de pequeños estados. En 1773 se llevó a efecto un acuerdo sobre derechos de edición. Los vendedores empezaron a reunirse anualmente al final de cada feria para distribuir sus pedidos y li¬quidar las cuentas.

Pronto adquirieron una oficina y después cons-truyeron su propia sede central, conocida como la Casa del Libro Alemán. Y lo que es más importante, crearon un centro de liqui¬dación de pedidos extremadamente organizado, que se basaba en un almacén de mercancías mantenido por los agentes de la comisión de Leipzig a los que los editores confiaban las existencias de sus libros (numerando 57 en 1936).

De esta manera los acuerdos en la distribución del comercio se desarrollaron y elaboraron. Pero aún existían problemas por solu¬cionar. Uno era la cuestión de si el editor o el vendedor debían ser responsables de los libros no vendidos. La empresa que vende según la pauta británica evita que el vendedor haga un pedido con con¬fianza, y se han concebido varios medios para remediarlo.

En los tiempos difíciles de la década de 1830, Didot y Hachette iniciaron el sistema de "vendedores correspondientes" a los que consignaban sus publicaciones en base a ser devueltas si no eran vendidas, mien¬tras que Werdet creó una agencia central del libro colocando exis¬tencias de libros a vendedores provinciales. Gradualmente en Fran¬cia y Alemania se desarrolló un sistema en el que el suministro de nuevos títulos era enviado automáticamente a los vendedores co¬rrespondientes que devolvían los ejemplares no vendidos dentro de un periodo de tiempo razonable. Pero el peso de los siglos de tra¬dición aún puede verse en la variedad de prácticas, las redes de ventas coincidentes de editores y vendedores al por mayor, y la desconcertante multiplicidad de tarifas de descuento que se aplican a distintos tipos de ventas.

La misma diversidad de prácticas explica el lento avance en la protección internacional de derechos de autor. Durante mucho tiem¬po los editores tenían libertad para publicar cualquier título extran¬jero en su propio país sin recompensar de ninguna manera al editor original. En el siglo XIX los editores belgas hicieron fortunas a ex¬pensas de sus colegas franceses, los editores ingleses eran explotados en París y Leipzig y, aún más notoriamente, los editores americanos pirateaban ediciones de autores ingleses de venta en mercados co¬loniales (aunque los británicos se desquitaban pirateando títulos americanos).

El autor en la sociedad

El libro fue convirtiéndose inexorablemente en una mercancía producida en masa. ¿Cómo afectó esto a su rol en la sociedad? Pen¬semos en ello por lo que se refiere a los "circuitos" en los que viajó la cultura del libro. Al convertir el libro en una mercancía comercial, la imprenta dio al editor un nuevo papel en el corazón de las redes de comunicación: la de escoger qué textos multiplicar por medio de la impresión. Para empezar, era un problema de escoger entre los manuscritos en circulación, quizá seleccionando y después incluso adaptándolos para su impresión. Más tarde los editores com¬petían por los libros en manuscrito que aparecían en el mundo de las letras, y cada vez más encargaban libros sobre temas que creían que atraerían a amplias audiencias. De aquí la característica am¬bigüedad de los tratos del autor con su editor, y las complicaciones de la posición del autor con relación a la sociedad en diferentes periodos de la historia.

Durante mucho tiempo después de la invención de la imprenta, el autor profesional servía al patrón, típicamente un aristócrata o príncipe. A menudo actuaba como una especie de domo mayor cul¬tural en casa del patrón o en la corte y cuidaba sus relaciones públicas escribiendo versos, panfletos filosóficos o narraciones históricas de carácter apropiado. A su vez, el patrón proporcionaba techo y co¬mida a su protegido, respondía a dedicatorias con generosos regalos, le garantizaba rentas vitalicias y, más que nada, proclamaba su ge¬nialidad al mundo y lo ayudaba en una carrera diplomática o de¬dicada al clero.

Mientras, cada vez era más común que los escritores recibieran encargos de los editores. Esta práctica tenía honorables precedentes en el Renacimiento, cuando los mismos impresores hu¬manistas versados en las nuevas ideas se rodeaban de otros hombres de letras humanistas para editar, traducir o proporcionar comen¬tarios sobre los principales escritos de la antigüedad. Durante los siglos siguientes, en lo que llamamos el periodo manual de la im-presión, las élites literarias eran poco más que grupos ampliados con un interés especial en la sociedad jerárquica de sus días, y el editor vendedor sólo ocasionalmente intervenía en el mundo literario. No obstante, poco a poco empezó a pagar al autor en relación al éxito de que disfrutaban sus libros y a una comisión, lo cual se convirtió en un aspecto bastante importante en la actividad editora en tomo al siglo XVIII, especialmente en Gran Bretaña.

En Francia los escritores que eran hostiles a la clase dirigente, o que incluso recha¬zaban la forma de sociedad en la que tenían que vivir, tenían nuevas esperanzas en que esas iniciativas comerciales fueran una liberación de los vínculos del mecenazgo. Posteriormente, a partir del siglo XIX hasta nuestros días, ha habido una preferencia en constante aumento por dictar temas y encargar títulos específicos por parte de los editores para aumentar al máximo sus ventas. Podría ser que las cosas hoy no fueran tan distintas a como pensamos. Es verdad que la mayor parte de libros especialmente libros de información popular son escritos por autores (uno duda en llamarlos autores) que a menudo trabajan por unos honorarios.

Pero resulta que este tipo de libro siempre se ha producido así, y desde el siglo XIX Londres tiene su Grúa Street y París su Fue Saint Jacques, pobladas de es¬peranzados escritorzuelos en busca de empleo. Y si a la élite cultural las bibliotecas de hoy le parecen estar llenas de nada excepto de novelas de categoría en serie romances en hospitales, ciencia, novelas policíacas, etc. , este tipo de escritos tiene antecedentes de una antigüedad bastante respetable en las empresas de hombres como Harbin en la [[Francia del [[siglo XVII o John Dentón y Edmund Curul en el [[Londres del siglo XVII y XVII. Pero, ¿qué ocurre con la posición de escritos creativos, literarios y de ensayo? Es fácil pensar en obras maestras que fueron destinadas a ser "best sellers" desde el principio, algunos ejemplos son Don Quijote, The Pilgrim' Progre, Robinson Cruzo y la Pamela de Richardson.

Pero, normal¬mente, el escritor serio se tiene que ganar su reputación entre la minoría literaria, igual que un historiador profesional o un científico que primero tienen que asegurarse el respeto de sus semejantes antes de ser entrevistado como una lumbrera en televisión o lograr grandes ventas por sus libros. De aquí la perenne pequeñez de las primeras Impresiones, la siempre precaria posición de cualquier tipo de originalidad y el carácter casual o casi de los principales éxitos, que dependen no sólo del talento del autor sino también del modo en que el editor promociona el libro y de los caprichos y, quizá no especialmente bien informadas decisiones de editores de revistas y productores de televisión.

Imprenta en la era electrónica

Los historiadores saben que los nuevos sistemas y estructuras nunca borran por completo los anteriores sino que se superponen. Así, las nuevas técnicas de almacenamiento y recuperación de información han necesitado de los medios de impresión en este campo para reagrupar y encontrar nuevas colocaciones, a menudo de carácter más especializado.

Desde otro punto de vista, la revolución audiovisual se ha presenciado por medio de un diluvio de material de promoción impreso, a veces con el peligro de sofocar el correo y de obstruir el buzón. Y además, las estadísticas internacionales revelan que los libros están alcanzando constantemente nuevo público; y, recientemente, en 1971, las Naciones Unidas pensaron que valía la pena proclamar el derecho a leer como uno de los derechos fundamentales del hombre, lo que no quiere decir que no haya habido cambios que afecten al libro. Por ejemplo, la composición convencional es ahora tan cara que en tiradas mucho más grandes se necesita justificar. Pero existe una variedad de métodos más fáciles y más baratos de reproducción que son asequibles, como la fotocopia y la litografía barata de una copia tipificada, para la circulación de es¬critos literarios y de periódicos sobre investigación a escala limitada.

Todo esto quiere decir que los cambios fundamentales no estén en reserva. En la sociedad al instante, con su sobrecarga de información, somos menos sensibles al pensamiento ordenado, del cual el libro bien construido representa un modelo. Los hábitos de la escritura están cambiando de un modo significativo: los buenos autores no piensan en ningún momento poner sus pensamientos directamente en una cinta, y la mayor parte de ellos no hace prácticamente ninguna alteración al primer borrador. Realmente, hoy ningún editor ofrece el tipo de segundas reflexiones y cambios por los que pasó un autor como Balzac.

La televisión es la responsable de extender hábitos en el habla que un purista consideraría corrup¬tos, mientras que la ortografía correcta está perdiendo su edad de oro como sello de una esmerada educación. Así, de algún modo, el libro tradicional con su aura sagrada y sus implicaciones de perfec¬cionismo está, de hecho, bajo la amenaza de las palabras de MC Luhan. Mirando hacia adelante, deberíamos reflexionar sobre las nuevas formas de impresión producidas por las técnicas contemporáneas de recuperación. Pero ésa es otra historia.

Véase también

Fuentes