Espacio interior (Teatro)

Espacio interior (Teatro)
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Concepto:Conocido también como mental, donde un personaje contempla su mundo interior figurado en la escena.

Espacio interior. Conocido también como mental, donde un personaje contempla su mundo interior figurado en la escena.

Espectador

El teatro es, a primera vista, el lugar de la exterioridad donde se contempla impunemente una escena manteniendo al espectador a distancia de ella. Según Hegel, es el lugar de la objetividad y también el de la confrontación entre escenario y sala; por tanto, objetivamente, un espacio exterior, visible y objetivo.

Pero el teatro también es el lugar donde el espectador debe proyetarse. A partir de este momento, como por ósmosis, el teatro se convierte en espacio interior, la extensión del yo con todas sus posibilidades[1]. Para que haya teatro, es necesario que haya un inicio de identificación y de catarsis: El verdadero goce de la obra poética proviene de la liberación de las tensiones anímicas[2]. En el personaje se encuentra una parte del yo reprimido y tal vez, incluso, el hecho de que el creador pone al espectador en situación de gozar de sus propios fantasmas sin reproches ni vergüenza contribuye enormemente a este éxito. De este modo, el espacio escénico adopta la forma y la coloración del yo espectador.

Realizador

A veces ocurre que la temática de la obra o la opción de puesta en escena imponen un dispositivo escénico que pretende representar un espacio interior: el del sueño de un personaje, de sus fantasmagorías y de su imaginario.

Evidentemente, el espacio interior de ese personaje es, en gran parte, tributario del espacio interior del realizador. Éste se encuentra, frente a su personaje-intérprete, en la misma situación tranquilizadora en que se halla el espectador al contemplar placenteramente el yo y los fantasmas de los personajes que están en el escenario: manipula y contempla una parte de su yo íntimo bajo los rasgos de otra persona. De este modo, una parte considerable de la visualización escénica surge directamente del inconsciente del realizador por la vía del inconsciente ficticio del personaje. Los fragmentos oníricos son, casi siempre, paréntesis en la representación; son interpretados de una manera distinta a la de las escenas reales (música y ambientación desrealizada).

Planchon, por ejemplo, en las Locuras burguesas, mezcla sus descripciones picantes con islotes oníricos donde la imaginería surrealista (collage, alianza de objetos heteróclitos, sustancias y ritmo gestual diferentes). Estos paréntesis oníricos aparecen en el momento en que el pensamiento verbal constituido ya no alcanza para dar forma al trabajo de lo imaginario, cuando sólo la imagen onírica puede ofrecer una aproximación y una idea escénica del trabajo del inconsciente.

Este trabajo del inconsciente (en esencia, desplazamiento y condensación) comporta un juego de imágenes que se resisten a cualquier verbalización (retórica). Esta técnica de la puesta en escena de elementos inconscientes del sueño o de la fantasmagoría es frecuente en un teatro de imágenes, sin un texto demasiado dominante que exija una ejemplificación puntillosa. En tales casos, es deliberadamente utilizada por el director de escena (dando lugar a un determinado virtuosismo y a un esteticismo en detrimento de una aproximación intuitiva y no sofisticada). Pero también aparecen en las demás escenificaciones, puesto que en texto nada impone a priori una visualización de un determinado tipo y tato el director de escena como el escenógrafo pueden fabricar libremente la imaginería que quieren.

De alguna manera, las representaciones realistas y naturalistas son las que permiten observar con mayor nitidez esta aparición involuntaria del fantasma creador en el director de escena. Y ello es así porque precisamente cuando toma la precaución de no ponerse e manifiesto, de ocultar totalmente su visión personal, mayor es el riesgo de dejar traslucir y mostrar su inconsciente. Paradójicamente, sólo hay teatro fantasmagoría allí donde no se piensa que debiera haberlo, allí donde nadie ha pensado en darle forma. Por todo ello, las escenificaciones más ricas en este aspecto son aquellas que dosifican sutilmente realismo y fantasía/fantasmagoría.

Actor

En último término, todos estos espacios puestos de manifiesto por el escenario atraviesan el cuerpo de actor. Al proyectar la imagen de su personaje, al hacer visible lo invisible de su conciencia, el actor nunca deja de revelar el trasfondo de su ser. Se conocen los resultados que obtuvieron Grotowski (1971) y Brook (1968) de este desnudamiento del actor ante el público para enriquecer la relación teatral y el conocimiento de uno mismo. Esta exteriorización del espacio interior, verdadera obsesión de las actuales investigaciones sobre el actor, corre paralelamente a las investigaciones sobre el espacio escénico.

Citas y referencias

  1. MNNONI, 1969, pág. 181
  2. Freud, 1969, vol. 10 pág. 179

Fuente