Estatua de Ramsés II (Egipto, 1250 a. n. e.)

Estatua de Ramsés II (Egipto, 1250 a. n. e.)
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Estatua de granito, encontrada en Tebas cerca de Luxor, Egipto, 1250 a. n. e.

Estatua de Ramsés II. Es una estatua de granito, encontrada en Tebas, cerca de Luxor, Egipto, hacia 1250 a. n. e. Cuando llegó a Inglaterra, era con mucho la escultura egipcia más grande que el público británico había visto nunca, y fue el primer objeto que le permitió hacerse una idea de la colosal escala de los logros egipcios.

Descripción

El Osimandias de Shelley es, en realidad, el Ramsés II, rey de Egipto desde 1279 a 1213 a. n. e. . Su gigantesca cabeza, con un rostro sereno y autoritario, observa a los visitantes desde una gran altura, dominando el espacio a su alrededor.

Cuando llegó a Inglaterra, era con mucho la escultura egipcia más grande que el público británico había visto nunca, y fue el primer objeto que le permitió hacerse una idea de la colosal escala de los logros egipcios. Sólo el cuerpo superior mide unos 2,5 metros de alto y pesa alrededor de 7 toneladas. Fue aquel un rey que entendió, como ningún otro antes, el poder de la escala y la utilidad de la capacidad de sobrecoger.

Ramsés II gobernó Egipto durante un asombroso período de sesenta y seis años, presidiendo una edad de oro de prosperidad y poder imperial. Fue un hombre afortunado, vivió más de noventa años, engendró alrededor de un centenar de hijos y durante su reinado las crecidas del Nilo produjeron servicialmente una sucesión de cosechas abundantes. También realizó hazañas prodigiosas. En cuanto accedió al trono, en 1279 a. n. e., emprendió campañas militares en el norte y en el sur, cubrió el territorio de monumentos y se le consideró tan gran gobernante que nueve de los faraones posteriores tomarían su nombre. En tiempos de Cleopatra, más de mil años después, todavía sería adorado como un dios.

En el extremo septentrional de Egipto, frente a las potencias vecinas de Oriente Próximo y el Mediterráneo, fundó una nueva capital, llamada modestamente Pi- Ramsés Aa-najtu, La Casa de Ramsés II, Grande y Victorioso. Uno de los logros de los que se sentía más orgulloso era su recinto funerario de Tebas, cerca de la actual Luxor. No era una tumba donde hubiera de ser enterrado, sino un templo donde sería venerado en vida y luego adorado como un dios durante toda la eternidad.

El Ramesseum, como hoy se lo conoce, cubría una superficie inmensa, aproximadamente del tamaño de cuatro campos de fútbol, y contenía un templo, un palacio y diversos tesoros. Allí habían dos atrios y la estatua se alzaba en la entrada del segundo. Pero, por magnífica que fuera, era sólo una entre mucha, Ramsés fue reproducido una y otra vez por todo el complejo, una visión múltiple de poder monumental que debió de ejercer un efecto abrumador sobre los funcionarios y sacerdotes que acudían al lugar.

Estatua de Ramsés II

Esta escultura de serena sonrisa no es la creación de un solo artista, sino la hazaña de toda una sociedad, el resultado de un enorme y complejo proceso de ingeniería y logística, que en muchos aspectos está más cerca de la construcción de una autopista que de la creación de una obra de arte.

El granito de la escultura se obtuvo en Asuán, en el sur, a más de 150 kilómetros Nilo arriba, y fue extraído en un único y colosal bloque, originariamente la estatua entera debía de pesar alrededor de 20 toneladas. Luego se le dio la forma aproximada antes de trasladarla en trineos de madera, tirados por grandes cuadrillas de trabajadores, desde la cantera hasta una balsa que después navegó corriente abajo hasta Luxor. Luego la piedra sería arrastrada desde el río hasta el Ramesseum, donde se realizó el trabajo de esculpidura más fino.

Sólo para erigir esta estatua hizo falta una ingente cantidad de mano de obra y de organización, toda esa mano de obra hubo de ser formada, gestionada, coordinada y, cuando no pagada muchos de sus integrantes debían de ser esclavos, al menos alimentada y alojada. Así, para producir esta obra fue esencial disponer de una maquinaria burocrática muy bien engrasada que dominara tanto las letras como los números, esa misma maquinaria también se utilizó para gestionar el comercio internacional de Egipto y para organizar y equipar a sus ejércitos.

En 1816, un forzudo de circo reconvertido en tratante de antigüedades, Giovanni Battista Belzoni, logró llevarse el busto haciendo honor a su antigua profesión. Usando un sistema hidráulico especialmente diseñado, Belzoni organizó a cientos de trabajadores para que arrastraran el busto sobre rodillos de madera, tirando de él con cuerdas, hasta la orilla del Nilo, casi exactamente el mismo método utilizado para llevarlo originariamente al Ramesseum.

Contribución a la Historia de la Humanidad.

Es una demostración patente de los logros de Ramsés el hecho de que, 3000 años después, mover sólo la mitad de la estatua se considerara una gran proeza técnica. Luego Belzoni cargó el busto en un barco, y el espectacular cargamento fue trasladado desde allí hasta El Cairo, después a Alejandría y finalmente, a Londres.

A su llegada, la estatua asombró a todos los que la vieron, e inició una revolución en el modo en que los europeos vieron la historia. El Ramsés del Museo Británico fue una de las primeras obras que cuestionaron la certeza, sostenida durante largo tiempo, de que el Arte con mayúsculas había comenzado en Grecia.

El éxito de Ramsés no sólo residió en mantener la supremacía del Estado egipcio mediante el buen funcionamiento de sus redes comerciales y sus sistemas impositivos, sino también en utilizar los cuantiosos ingresos obtenidos para construir numerosos templos y monumentos. Su objetivo era crear un legado que hablara a todas las generaciones de su eterna grandeza.

Sin embargo, por la más poética de las ironías, su estatua ha pasado a simbolizar todo lo contrario. En 1818, el poeta Percy Bysshe Shelley, tuvo noticia del descubrimiento del busto y su transporte a Inglaterra. Se inspiró en las descripciones de su colosal escala, pero también sabía lo que le había ocurrido a Egipto después de Ramsés: la corona había pasado a manos de libios, nubios, persas y macedonios y la propia estatua de Ramsés había sido objeto de disputa por parte de los recientes intrusos europeos.

Como dice Antony Gormley, las esculturas perduran y la vida muere; el poema Osimandias de Shelley es una meditación no sobre la grandeza imperial, sino sobre la transitoriedad del poder terrenal y en él la Estatua de Ramsés II se convierte en un símbolo de la futilidad detodos los logros humanos.

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