Evaristo Carriego

Evaristo Carriego
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NombreEvaristo Carriego
Nacimiento7 de mayo de 1883
Buenos Aires,Bandera de Argentina Argentina.
Fallecimiento1912
Buenos Aires,Bandera de Argentina Argentina

Evaristo Carriego. Fue un poeta argentino destacado ensayista y escritor.

Síntesis biográfica

Nacido en Buenos Aires, Argentina el 7 de mayo de 1883, en la ciudad de Paraná, capital de la provincia de Entre Ríos.

Hasta 1887, Carriego permaneció en su ciudad natal. A los cuatro años de edad, la familia se trasladó a Buenos Aires. Residió dos meses allí; luego por espacio de dos años, en La Plata, y por último, en 1889, se radicó definitivamente en la capital federal.

Infancia

La primera escuela a la que concurrió, era particular la de las señoritas Negra, conocidas educadoras argentinas. Donde se mostró sumamente aplicado al estudio, desde el comienzo, dió prueba de una memoria excepcional. Cuentan que, a poco de iniciado en la escuela, logró aprenderse de memoria una lectura realizada por la maestra, punto por punto.

Cursó en ella los tres primeros grados; del tercero al sexto, estudió en la escuela pública Rodríguez Peña. Concluidos los estudios elementales, inició los secundarios; rindió hasta el tercer año, en el colegio nacional Sarmiento, entonces denominado colegio nacional Norte. Había mostrado afición por la carrera de las armas, y tentó el ingreso en el Colegio Militar; pero, examinado físicamente resultó corto de vista, por lo que no fue admitido en el instituto. Entonces, dejó todo estudio regular y se dedicó a vagar y a leer a discreción sin guía ni método.

Las lecturas, eran casi exclusivamente literarias e históricas. De historia, le cautivaba la vida de Napoleón, que conocía muy bien; en literatura, tenía marcadas preferencias por la poesía y la novela románticas. Las alternaba con picarescas correrías por el barrio, en las que, según compañeros de entonces, nunca se mostró demasiado audaz. Espíritu esencialmente imaginativo, sentía las cosas con una intensidad que le impedía afrontarlas airosamente. Más tarde, se le ve convertido en un exaltado Quijote interior, con apariencia y hechos de un corderillo.

Personalidades como Hugo, con su grandilocuencia verbal, para encender sus entusiasmos de adolescente y Dumas, con su habilidad en la intriga caballeresca, para satisfacer su exaltada imaginación. Y, tanto en historia como en literatura, le atraía particularmente todo lo que llevase un sello de heroísmo deslumbrante. Por eso amaba tanto a Don Quijote, también, y por eso (aunque con un cierto dejo irónico que, por lo menos, salvaba la natural distancia entre uno y otro personaje) rememoraba con cariño a Juan Moreira. Todavía recuerdan sus hermanos lo dado que era a luchar y a canchar con ellos, queriendo imitar al gaucho diestro y corajudo. Por cierto que, a pesar de ser el mayor, era como el más debilucho, no siempre lograba vencerlos, y cuando no los vencía directamente, les hacía trampas.

Muerte

Físicamente, fue una persona de constitución bastante débil era flaco, de regular estatura, apariencia un poco vasta en conjunto, de ojos hondos, en contraste notable con su tez pálida, nunca había dado muestra de serio malestar. Solo a fines de 1911, cuando tuvo un ligero ataque de apendicitis, que por entonces se atribuyó a una indisposición. Este se renovó a mediados de 1912, también levemente. El 1 de octubre, se sintió atacado por tercera vez; pero ahora, de tal suerte que se vio obligado a guardar cama enseguida. Doce días permaneció en el lecho, falleciendo en la madrugada del 13 de octubre.

Trayectoria literaria

Su inclinación a escribir versos, comenzó a lo 18 y 20 años. A la edad de 20, se le ve introducido ya en los círculos intelectuales de la capital. El primero que frecuentó, fue la redacción de La Protesta, era entonces no un diario anarquista, terrible y pavoroso, sino un simple diario de ideas, donde se hacía más literatura que acracia y donde el encanto de una bella frase valía más que todas las aseveraciones de Kroporkine o de Jena Grave. " A todos los concurrentes a su redacción (en esa época, libre de policías disfrazados de anarquistas), los unía, antes que una convención ideológica explícita, el supuesto de una comunidad de aspiraciones intelectuales y la actitud verbal rebelde (esa sí, común, sin duda alguna) ante la corrompida sociedad burguesa, que había que destruir. No era una doctrina política, claramente comprendida y acatada con toda responsabilidad, la que los movía: era un vago sentimiento de justicia y de elevación, que de socialismo y anarquismo no tenía más que el nombre.

Con veintiún años de edad, un afán socializante muy noble, Alma fuerte por poeta supremo y Juan Más y Pí como amigo y conmilitón (pues desde ese mismo momento se hicieron muy amigos), vemos, pues, a Carriego incorporado al ambiente literario porteño, donde poco antes nadie conocía su nombre. Era la época de los cenáculos literarios en Buenos Aires. En cafés, en redacciones de periódicos, en viviendas particulares, en todos lados se formaban pequeños círculos de escritores, donde diariamente se fundaba alguna revista y se ejercitaba el ingenio en chistes de oportunidad. Carriego, se introdujo con gran facilidad en todos ellos. "Mientras lo demás (vuelve a hablar Más y Pí) se retraían o buscaban el natural encasillamiento de un grupo determinado, Carriego estaba en todos y vivía con todos. El café de los Inmortales, y el sótano del Royal Séller, la Brasileña y el Bar Luzio, le vieron asiduo concurrente. Frecuentó la redacción de La Nación y la de Última Hora. No desdeñó los grupos modestos de principiantes y fue acogido en los más altos. Puede decirse que nadie como él entró más fácilmente en todos los ambientes, nadie supo hacerse aceptar con mayor prontitud".

Más que sus versos, era su persona lo que así atraía. No faltan quienes conservan de él todavía una impresión poco grata. Y, en efecto, por momentos, especialmente en los corrillos de café, gustaba de hablar con cierta suficiencia de sí mismo, proclamando su talento, con lo que daba una sensación antipática de petulancia. Tal comportamiento, sin embargo, no era más que el resultado de momentáneas ofuscaciones suyas ante la incomprensión de los demás; era, por otro lado, el achaque inevitable en todas estas tertulias de literatos y periodistas, donde se juega a la burla y a la hipocresía y donde es necesario ser superficialmente chistoso, o se es pedante, so pena de pasar por poco. Cuando en el círculo o redacción se le recibía con franqueza, o cuando daba con el amigo dispuesto a escucharle con cariño, era modesto, humilde y de una ingenuidad infantil. Entonces, estaba en lo suyo y cautivaba.

De 1904 a 1908, entrado ya de lleno en la vida literaria, publicó muchas composiciones poéticas en diarios y revistas, particularmente en Caras y Caretas cuyas páginas popularizaron pronto su nombre. Por el alma de don Quijote.

Su vida, la empleó en charlar, escribir y dormir. No tenía necesidad de trabajar para ganarse el sustento. Solía permanecer en cama hasta cerca del mediodía. Cuando, por casualidad, se levantaba más temprano, iba a pasear por los jardines de Palermo, donde más de una vez lo encontraba todo taciturno algún amigo. Cuando no, después de almorzar leía o escribía un rato; luego salía en dirección a la casa de algún compañero; por lo regular, a la de Más, allá en la calle Suipacha y Cangallo, un tercer piso cuya terraza delantera les permitía perder horas y horas en estática contemplación, discutiendo, algunas veces sobre todo lo existente, las más de ellas atendiendo yo los interminables monólogos de Carriego".

De regreso a casa, en seguida de cenar tomaba la calle otra vez y volvía a visitar a un amigo o se metía en el café, donde se reunía con otros colegas. El café a que concurría con mayor asiduidad, era el de los Inmortales, nombre que le dio él mismo, según la crónica contemporánea de una revista ya muerta, Papel y Tinta. Allí, en un bullicioso corro de bohemios, ante una mesa con vacías tazas de café, permanecía horas y horas en charla continua y en un abandono absoluto del mundo exterior.

Le gustaba recitar sus versos, lo que, dado el privilegio de su memoria, hacía sin tropiezo. A las tantas de la noche, dejaba el café y, casi siempre acompañado por alguno de los contertulios, a quien seguía recitando versos y más versos, tomaba camino de Palermo. Con algunas visitas dominicales al autor del Misionero, en La Plata, fue lo que hizo hasta su muerte.

En 1908, apareció su primer y único libro, Misas Herejes, cuyo contenido se conocía ya casi totalmente por las publicaciones en los periódicos. La crítica, le dispensó, en general, una acogida favorable; sobre todo, a causa de su aparente sentido realista y en oposición a las corrientes simbolistas que la poesía argentina había llevado hasta una exageración insoportable.

Los amigos y admiradores, en crecido número, le ofrecieron un banquete de homenaje. Fue su consagración definitiva en el medio intelectual y artístico.

Después de aparecido el libro, continuó publicando versos en las revistas. También hizo periodismo anónimo, alguna que otra vez. En La Razón, apareció algún reportaje suyo, uno de ellos a Martiniano Leguizamón, cuya obra nacionalista admiraba especialmente. En el borrador de ese reportaje, escribe Carriego:

"quien haya leído Montaraz, Alma nativa, etcétera, sabrá que son el documento más admirable de nuestra literatura criollita, al par que la más fiel, la más veraz interpretación del ambiente en el cual se desarrollan los episodios trágicos, épicos o picarescos que rigen los diversos motivos del libro".

En un periódico, La Unión, de Rauch (prov. de Buenos Aires), publicó versos sátiros sobre la política local, y en la revista policial L.C., de aquí, unas décimas en lenguaje lunfardo, bajo el seudónimo de El Barretero. El papel, ostenta el membrete rojo del café Don Quijote. Ninguno de estos trabajos tiene otra significación que la que puede dárseles biográficamente.

En su vida, la única variante que introdujo después de publicado su libro, apenas merece recordarse: un enredo amoroso, no muy pasional, por cierto, con una temporera. Es el único amorío que se le conoce.

La jovialidad con que en un principio se le conoce, en los últimos años de su vida fue cediendo notablemente a la melancolía y al retraimiento espiritual a que tampoco en los comienzos se había mostrado ajeno.

Son los años en que canta dulcemente y resignadamente a todos los que sufren en silencio. Ha hecho aun lado el ademán descompuesto de su héroe favorito; ha podado su pluma de las estridencias románticas. Ahora, ni grita ni gesticula; ahora ni conoce a los hacedores del mal, ni le importan, sean ellos el prometido que, un buen día, sin saberse por qué, abandonó a la novia "con toda la ropa hecha," o el "sin vergüenza que no la hizo caso después...", o el padre que "grita, brutal, borracho – como siempre que vuelve de la cantina", o, en fin, todos los que maltratan a Mamboretá por el barrio. Sólo ve, sólo busca al paciente, a "la muchacha que siempre anda triste.

En su casa, apenas se atrevían a darle noticias de muerte: lo desazonaban por completo. En sus últimos años, esta aprensión suya fue mucho más intensa, agravada aún con el fallecimiento de su padre, ocurrido poco antes del suyo. Parecía que sólo hallaba alivio en las confidencias amistosas, que se procuraba cada vez con mayor afán. Uno de sus confidentes íntimos de estas horas, fue Marcelino del Mazo, a cuya solicitud se debe en buena parte el enaltecimiento de la memoria de Carriego.

Fuentes