Expedición del vapor Salvador (1870)

Expedición del vapor Salvador
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Fecha:Septiembre de 1870
País(es) involucrado(s)
Bandera de Cuba República de Cuba en Armas
Organizaciones involucradas:
Ejército Libertador


Expedición del vapor Salvador, o El Salvador. Fue la segunda expedición que trajo el vapor Salvador a las fuerzas revolucionarias cubanas que combatían al Ejército de Operaciones de España en Cuba durante la Guerra de los Diez Años. Esta expedición ocurrió en septiembre de 1870 y a diferencia de la primera que fue exitosa, esta fue un desastre para los mambises, quienes vieron la expedición naufragar frente a las costas del centro de Cuba y toda su tripulación ser asesinada o perecer en el lugar o en la persecución posterior realizada por el ejército ibérico.

Vapor Salvador

El Salvador fue un barco de célebre historia, pues había servido, durante la Guerra de Secesión Norteamericana, de Blockade Runner (barco ágil para romper bloqueos enemigos y transportar recursos a ciudades y puertos sitiados), lo cual le daba cierta fama. Además, era famoso por haber realizado la feliz expedición que, al mando del Brigadier Rafael de Quesada, desembarcó en las costas de Camagüey a inicios de la Guerra de los Diez Años.

El Salvador tenía 193 pies de eslora; 19 de marga y 9 de puntal con 122 toneladas de arqueo. Su máquina era de 50 caballos de fuerza y tenía dos chimeneas gruesas y altas. Era de rueda. En los tiempos de la expedición de 1870 lo describían como de hierro, muy delgado, corroído desde la quilla hasta la borda por el contacto del agua salada. Las pailas, carcomidas: cubiertas de parches y surcidas. Anduvo en el viaje de prueba en la bahía, once nudos y medio por hora.

Expedición de 1870

La expedición de 1870 tenía como objetivos traer armas y recursos para las fuerzas revolucionarias del centro del país, específicamente para las que operaban en la fortificada jurisdicción de Trinidad. Con este propósito el famoso General Federico Cabada, que comandaba las fuerzas independentistas trinitarias, envió a los prácticos indispensables: Vicente Jiménez Yini, para arribar al puerto trinitario; y José Caridad Carpio, para orientar en tierra a las fuerzas expedicionarias. El jefe de la expedición era el Coronel Fernando López de Queralta y el jefe económico, Juan Osorio.

Tras ocho días de navegación llega la expedición a las costas de Trinidad, siendo las dos de la tarde estaba frente al pintoresco laberinto de las Doce Leguas; pero, pasaron ese día y la noche y a pesar de los esfuerzos de Yini el muelle de Tayabacoa no se vislumbraba. Al caer la tarde, llegaron a una playa desierta, sin que el práctico Yini se diera cuenta del lugar donde estaban, solo divisaban a lo lejos, resplandores de fogata. Este hecho es descrito por el independentista y periodista Manuel de la Cruz de la siguiente forma:

Se echó un bote al agua tripulado por Pepe Botella y Carpio, el práctico de tierra, para que reconociesen y diesen aviso a los campamentos cubanos. Mientras el bote bogaba hacia la costa, empezamos la descarga de útiles que fuimos depositando en la playa. Botella y Carpio no volvían. Al rayar el alba, divisamos la techumbre de una casa. Salí a reconocerla por tierra con cuatro hombres, mientras un bote, bien tripulado, lo hacía por atar. El bote llegó primero, y volvió proa más que de prisa. Yo pude volver sobre mis pasos e incorporarme. Aquella casa era la del Calafate Mayor de Casilda. Estábamos sobre el puerto habilitado de Trinidad.

El 17 de septiembre las fuerzas españolas capturaban el abandonado vapor Salvador en el puerto de Casilda. Los expedicionarios se dispersaron entre los manglares. A pesar del desorden y que cada cual cogió por donde mejor pudo, los expedicionarios pudieron reencontrarse. Solo dos no tuvieron la oportunidad de reunirse con sus compañeros nuevamente: Andrés Pimentel, de La Habana, de 44 años, quien fue fusilado el 15 de octubre en La Mano del Negro, y el Dr. Vicente Rodríguez de la Barrera, de La Habana, de 44 años, médico de los expedicionarios, que fue fusilado, en el mismo lugar, el día 13 de octubre.

El propio Manuel de la Cruz relata como fue el caminar de los expedicionarios una vez lograda la penetración en el río Guanayara en dirección a las montañas trinitaria:

Calados de agua hasta los huesos, hinchados los pies por el ir y venir sobre la costa pavimentada "de diente de perro", famélicos, rendidos por el insomnio de dos noches y las fatigas y emociones del desembarco; sin guía, ignorantes de la topografía del lugar, errábamos al azar en la eterna penumbre del bosque. En vano, demacrados y derrotados; como cafila de mendigos atormentados por sed, buscamos un manantial o charco en que saciarla; el suelo era árido como un arenal, y no lográbamos dar con la salida de aquel laberinto de árboles. A la sed, se unió el hambre. Para distraer la primera, había... gotas de rocío medio evaporadas; para entretener el hambre, raíces y hojas. ¡Qué dolores tan punzantes, qué vértigos, qué desequilibrio! No teníamos fuerzas para pensar; nos había invadido el mutismo de las bestias; parecíamos una gavilla de locos escapados de un manicomio. Pasado el tercer día de permanencia en el bosque, pudimos saciar la sed en una corriente, hasta el sexto día, no engullimos bocado.

No cabe duda de que, la segunda expedición del Salvador, fue una catástrofe y la suerte de su tripulación fue la muerte. El escritor Manuel de la Cruz lo narra de las siguiente menera:

Los diez y siete tripulantes del Salvador fueron apresados en el mar. El infatigable Juan Osorio murió fusilado en Nuevitas; su hermano Pascual, macheteado; José Feu y el habanero Jackson murieron de hambre; Pedro Ambrón Mir y Joaquín Pizano, ahorcados por el enemigo; José Botella, graduado alférez, asistió a una acción, enfermo de fiebre, y murió de dos balazos; Manuel Pimentel, Teniente Jefe de la escolta de Ignacio Agramonte, murió de dos balazos en la acción del Carmen; Eduardo Toralla, asaltado en un rancho, murió defendiéndose con un pedazo de machete; Narcizo Martínez falleció en Las Tunas.

Versos expedicionarios

El día que fue conducido al puerto de Casilda el vapor Salvador, la curiosidad pública llevó a ese lugar a numeroso público que se entretuvo en observar el barco y los objetos que en él quedaron sin importancia, pues los expedicionarios pudieron salvar todos los útiles, a pesar de la crítica situación que confrontaban. Entre los objetos sacados del vapor Salvador se encontró un sobre que decía:

Señor Eduardo Tralla, primer maquinista del Steamer Salvador. La carta contenía unos versos que, en aquella época, fueron muy comentados en Trinidad y que dicen así:

A LA SEGUNDA EXPEDICION

No hay caso, esta expedición
es una gran novedad;
la lleva la Libertad
a la santa Insurrección.
Si es cierto que, ni un cañón
a bordo esta vez llevamos:
es que no necesitamos
de piezas de artillería,
pues, está la valentía
de los patriotas que vamos.
¡Silencio! y escuchen todos
los hombres independientes
los nombres de los valientes
que se van a matar godos.
Sobre mí mesa, de codos,
me pongo a lanzar metralla
con estos nombres, más, ¡calla!
ciudadanos, atención:
ahí viene Perico Ambrón
y, el gran Eduardo Toralla
De Cuba, luce la estrella,
cuando sus nombres lanzamos;
y, en ella, todos confiamos
al ver a Eduardo Botella
La fe que yo tengo en ella,
no es un capricho ilusorio...
más, ¡basta! que es perentorio
seguir con mí relación,
y el hacer ahora mención
del patriota Juan Osorio,
Al verlo, ¿qué tal, qué tal?
digo yo, con sangre fría,
cuando viene en compañía
de su otro hermano Pascual.
¡Ay!, España, mucho mal
va a hacerte el pueblo cubano,
que, esta vez, viene Pizano
que, aunque enfermo, sin querella,
va, también, Pepe Botella
con el fogoso Lozano.
No hay en el mundo papel
bastante para escribir
cuanto ha de oírse decir
del gran Andrés Pimentel,
Y va su hermano Manuel,
y va Narciso Martínez
con polainas y botines,
polvos blancos y entorchados;
y sus hechos afamados
atruenan ya los confines.
En heridas, no me obligues
a pensar, Dios de la guerra,
que toda herida se cierra
con ver al Dr. Rodríguez.
Y, al decir que no me instigues,
que yo no temo, porque,
con estos ojos veré
correr la España detrás
de una canción, al compás,
al invencible Lainé.
El ánimo cuerpo cobra
y nos gozamos nosotros
hasta ver que marchan otros,
pero, con los dichos, sobra.
Ya se verá la gran obra
de esta gran expedición
que, en cada marcial función,
ha de ser digna de loa,
porque, aquí, va Ramón Roa,
y ¡adiós!, se acabó el carbón.
Nassau, septiembre 3, 1870.

Referencias