François Ravaillac

François Ravaillac
Información sobre la plantilla
Francoisrav.jpg
Asesino de Enrique IV de Francia influido por la propaganda de los bernardos
NombreJean François Ravaillac
Nacimiento1578
Touvre, París
Fallecimiento27 de mayo, 1610
París
Causa de la muerteDescuartizado
NacionalidadFrancesa


François Ravaillac.Fue el asesino del rey Enrique IV de Francia.

Síntesis biográfica

Jean Francois Ravaillac nació en las cercanías de Angoulême, en el año 1578, por lo que en 1610, aquel año, tenía 32. Era un hombre de talla elevada, aparentando algo más de su edad, de barba y cabellos rojizos, corpulento, fuerte a pesar de las privaciones sufridas en su inestable vida, de vientre abultado y ojos hundidos en las órbitas, de nariz larga con los orificios nasales muy dilatados y malencarado.

La ciudad medieval de Angoulême de donde procedía, era un enclave católico en una comarca hugonote. Los hugonotes habían destruído allí templos, violado tumbas y bebido en las pilas de agua bendita. Los sepulcros fueron utilizados como bebederos y pesebres para los caballos. En este ambiente de odio a los hugonotes creció y vivió Ravaillac. Su madre fué católica ferviente y su padre un borracho agresivo y brutal.

Las guerras religiosas de la región los redujeron a la miseria teniendo que vivir prácticamente de limosnas. Sus tíos maternos, canónigos de la Catedral, le enseñaron a leer y escribir. Cuando Enrique IV sucedió a Enrique III, todos los católicos de Angoulême quedaron espantados al saber que un hugonote se había apoderado del trono. En toda la ciudad comenzaron los clamores pidiendo la muerte del que consideraban ya un tirano. A los 19 años, Ravaillac que había servido a las órdenes de dos procuradores abogados, marchó a París.

Su vida allí fué difícil y obscura. Dormía en un pajar, tenía visiones satánicas en forma de animales, otras eran al parecer celestiales. Según declaró en el proceso, las visiones que tenía, iban acompañadas de fiebre y fuertes cefaleas. Todo aquello le impulsó a entrar en la vida religiosa. Fué admitido en el convento de San Bernardo de la Rue Saint Honoré en calidad de hermano converso, pero al mes y medio lo echaron porque no pudo resistir la extrema austeridad de los monjes bernardos. Sin recursos ni donde vivir, decidió regresar a Angoulême donde fué acogido con alegría por su madre a la que hijos y marido habían abandonado.

A Ravaillac, unos canónigos amigos de sus tíos maternos le dieron un trabajo que consistió en encomendarle un grupo de niños para que les enseñase las primeras letras. Más tarde, contrajo deudas que no pudo pagar. Fue a prisión. Volvió a tener visiones extrañas. Creía que Dios le hablaba y le señalaba como ejecutor de algunos de sus designios. Fue haciendo una psicosis con elementos místicos incontrolados.

Una idea fija se fue abriendo camino en su mente alterada. Él tenía que salvar a Francia de la tiranía y herejía. Tenía que ir a París y hablar con el Rey para convencerle de que hiciese la guerra a los herejes. Con sus escasos recursos y caminando regresó a París en un segundo viaje del que no volvería jamás. No se sabe a ciencia cierta lo que hizo en este tiempo o cómo vivió.

Sólo que con frecuencia iba a merodear en torno al Louvre. Sus visiones le decían que él era un emisario de Dios y que tenía que establecer una relación directa entre la Magestad divina y la terrena.

El crímen

Con esta idea, viajó de nuevo a París con la intención de tener un encuentro con el rey. Merodeaba en torno al Louvre e intentó en tres ocasiones ver al rey, pero los guardias no le permitían la entrada. Al no poder comunicarse con el rey, la idea de asesinarlo se abrió paso en su mente. Durante algún tiempo vagó errante por París y sobrevivió gracias a la mendicidad. Robó un cuchillo en un albergue y se hospedó en una hostería cercana al Louvre esperando el momento propicio para ejecutar sus planes. Por fin decidió cometer el crimen el día de la consagración de la Reina. El 14 de mayo se ocultó en la calle de la Industria de París para acechar el paso de la carroza real. A las cuatro de la tarde, ésta llegó y Ravaillac se abalanzó sobre ella y apuñaló al rey en dos ocasiones.

A Ravaillac se le detuvo en flagrancia sin que intentara huir, y como era la usanza en un poder público prevaricador e inquisitorial se buscó obtener confesión coactiva, como si fuese irrecusable la existencia de cómplices. Lo único que declara es que “Henry IV voulait faire la guerre au Pape, et le Pape est le vicaire du Christ sur terre…“ (“Enrique IV quería hacerle la guerra al Papa, y el Papa es el vicario de Cristo en la tierra…”). Ravaillac tenía la sensibilidad mórbida del piadoso a ultranza, rechazado de la vida monástica por un perturbador fervor que lo sumía en prolongados arrobamientos (acaso indicios epilépticos), sólo se le encontraron un relicario en forma de corazón y monedas en las faltriqueras, el cuchillo con el que perpetró su crimen lo había robado de un hostal. Se sabe que vivía pobremente con su madre, que enseñaba el catecismo y hacia trabajos de escribanía, no se le conocieron mujer ni amigos.

El suplicio

Sacado de la Conserjería unas horas después del mediodía, el reo es fuertemente custodiado por la guardia que lo conduce a la Catedral de Notre Dame en una carreta de desperdicios, ya ha sido torturado y sus labios no han delatado a nadie. Es el día fatídico en que en París se llevará a cabo su ejecución, un 27 de mayo de 1610. En la vetusta edificación gótica se le conmina al arrepentimiento para salvarse del fuego del infierno, se le deja puesta la sanguinolenta y ajada camisa y se le hace sostener un cirio de penitente. La multitud rabiosa desea partirlo en pingajos, arrastrar, tundir y escupir sus despojos por el pedregullo de los estrechos callejones, participar en el festín punitivo; innúmeras gargantas gritan todas las vilezas que las voces anónimas suelen espetar cuando las galvaniza un unánime deseo de aniquilación. En la Plaza de Grève todo está dispuesto para el suplicio. El vigoroso y hercúleo cuerpo desnudo de Ravaillac es atado con fuerza a maderos pergeñados para que las extremidades queden separadas y extendidas por completo. El verdugo hunde la mano asesina del maldito en un recipiente con azufre fundido. Con tenazas al rojo vivo le desgarra inmisericorde las carnes, sólo entonces se escapan gemidos de la boca del supliciado. Acto seguido, el impasible ejecutor vierte en las horribles llagas ennegrecidas una mezcla ardiente de cera, plomo y azufre. El corpulento Ravaillac sigue consciente, se retuerce enloquecido de dolor pero nada logra desvanecerlo, no ceja de dar voces estremecedoras de odio y desprecio. La multitud se agolpa alrededor del patíbulo, forcejea exaltada golpeándose e injuriándose por la cercanía al macabro espectáculo. Es la sempiterna canalla deslenguada y fanática, sedienta de muerte virulenta, sumida en la visceral irracionalidad de la venganza.

Los esbirros deshacen las ataduras del supliciado para sujetar sus extremidades a las monturas de cuatro robustos corceles, que diestros jinetes acicatean en diferentes direcciones. La resistencia inaudita de Ravaillac demora el descuartizamiento, los minutos de su atroz agonía transcurren interminables sin que los tendones se rompan, sin que la muerte sobrevenga.

Algunos notables fuetean las grupas de las piafantes y musculosas bestias para precipitar el desenlace. Al fin los brazos y las piernas se desprenden y la turbamulta los arrebata, los corta en pedazos, los escupe y los quema. Nada debe quedar del reo, no habrá de tributársele sepultura. Su execrable apellido no volverá a llevarlo nadie en el reino. A los miembros de su estirpe en la región de Angulema se les obligará a partir al exilio.

Fuente