Gobernadores coloniales de Cuba

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Gobernadores coloniales de Cuba
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Sesenta y cinco Gobernadores, que ejercieron el mando en Cuba durante la etapa colonial, lo hicieron desde el Palacio de los Capitanes Generales (en la imagen). Diego Velázquez de Cuellar, primer gobernador colonial de Cuba, y otros, lo hicieron desde Santiago de Cuba.
Fecha:Durante la colonia en Cuba
Lugar:Bandera de Cuba Cuba
Descripción:
Gobernadores que ejercieron el mando en Cuba durante la etapa colonial
País(es) involucrado(s)
Bandera de España España, Bandera de Cuba Cuba
Ejecutores o responsables del hecho:
Gobernadores

Gobernadores coloniales de Cuba. Ciento veintiocho gobernadores ejercieron el mando en Cuba durante la Colonia. De ellos, ocho ocuparon el cargo en dos ocasiones, y solo José Gutiérrez de la Concha y Blas Villate y de La Hera, Conde de Valmaseda, en tres, en tanto que otros dieciséis lo hicieron con carácter interino. Varios de los gobernadores fueron destituidos antes de concluir sus mandatos.

Tiempo en el poder

De todos, los que permanecieron mayor tiempo al frente de los destinos de la Isla fueron Diego Velázquez de Cuéllar (1511-1524) y el mariscal de campo Salvador Muro y Salazar, marqués de Someruelos, que también lo hizo a lo largo de 13 años a partir de 1799 y capeó con habilidad la ola independentista latinoamericana. Le sucedió en ese empeño el teniente general de marina Juan Ruiz de Apodaca (1812-1816), durante los dos años de constitucionalidad.

El más breve, Diego Antonio de Manrique (1765), llevaba 13 días en el poder cuando cayó fulminado por el vómito negro mientras inspeccionaba las obras de la construcción de la Fortaleza de la Cabaña. La fiebre amarilla lo convirtió en uno de los nueve gobernadores que fallecieron en su puesto. De esos nueve, dos, Francisco de Carreño y Manuel de Salamanca y Negrete (13 de marzo de 1889 - 6 de febrero de 1890) se dice que fueron envenenados, este último, por haber autorizado la vuelta de Antonio Maceo a la Isla.

Diego Velázquez esperaba haberse hecho cargo de un territorio rico y no encontró aquí las riquezas deseadas. Trajo a su prometida, contrajo matrimonio con ella en Baracoa y enviudó seis días después de la boda. Todas las expediciones que organizó para expandir su poder e influencia en Tierra Firme fracasaron y el triunfo de Hernán Cortés en México fue más de lo que pudo soportar y murió a consecuencia de una apoplejía, en Santiago de Cuba, el 12 de junio de 1524.

Nacidos en Cuba

Entre esos gobernadores hubo un Marqués de La Habana (el ya aludido Gutiérrez de la Concha) y un Marqués de Victoria de Las Tunas (Luis Prendergast y Gordón Sweetman y Archimbauld, 1881-1883) y hasta un Sancho de Alquízar, que dio nombre primero a un hato y luego a una ciudad. De esos 128 gobernadores que a lo largo de 388 años mantuvieron la Isla subyugada a España, únicamente dos nacieron en Cuba, Juan Manuel de Cagigal y Martínez (1781-1782) y Joaquín de Ezpeleta Enrile (1838-1840), en tanto que solo una mujer, Inés de Bobadilla (1539-1543), asumió interinamente la más alta autoridad, aunque de modo formal. Era la esposa de Hernando de Soto (1537-1539) y lo sustituyó en el gobierno mientras que el afiebrado descubridor buscaba en la Florida, sin éxito, la fuente de la eterna juventud.

Otros gobernadores

Algunos de ellos llegaron a Cuba de capa caída, como Francisco de Carreño tras la derrota de la Armada Invencible. Para otros, el gobierno de la Isla fue el trampolín que les permitió el salto a más altas posiciones. Tal fue el caso de Francisco Cajigal de la Vega, quien de gobernador de Cuba pasó a virrey de Nueva España.

Un hombre como Miguel Tacón Rosique, amargado y suspicaz por su derrota en América del Sur, sobresalió por su autoritarismo y Gonzalo Pérez de Angulo se destacó por su cobardía e incapacidad frente al corsario francés Jacques de Sores. Leopoldo O´Donnell Jorris y Gutiérrez de la Concha descollaron por su crueldad, aunque de todos ninguno lo fue tanto como Valeriano Weyler y Nicolau, Marqués de Tenerife.

Francisco Dionisio Vives, campechano y jugador de gallos, corrompió la moral y las costumbres; cerró los ojos ante el delito, pero ejecutó a Frasquito Agüero y Andrés Manuel Sánchez y neutralizó sin sangre la Conspiración del Águila Negra. En su mandato Fernando VII intentó infructuosamente reconquistar México y estableció en Cuba el régimen de facultades omnímodas y las comisiones militares ejecutivas y permanentes.

El gobierno de O´Donnell fue pródigo en derramamiento de sangre y en represiones brutales. Durante su período ocurrió, luego de los alzamientos de los esclavos en Alcancía, Triunvirato y Ácana, la supuesta Conspiración de la Escalera, llamada así porque uno de los métodos de tormento consistía en atar al detenido a una escalera para hacerlo declarar al son del látigo. Muchos cubanos de altísima significación (Luz Caballero, Del Monte...) fueron involucrados en ella y su víctima más notable fue el poeta Gabriel de la Concepción Valdés (Plácido) fusilado en Matanzas en 1844. Para que el gobierno de O’Donnell fuera aún más tristemente memorable, fue en su mandato cuando pasaron por la Isla los dos huracanes más desastrosos de los que se tuvo noticia durante la Colonia.

Con Concha en su segundo período surgieron los odiosos voluntarios. Recién vuelto a Cuba ese funesto gobernante ocurrió la muerte de José Antonio Castañeda, el aprehensor de Narciso López, a quien España había recompensado con un cargo de capitán. En el atardecer del 12 de octubre de 1854 se hallaba Castañeda en el café Marte y Belona cuando un disparo puso fin a su vida. Ese hecho exacerbó las pasiones ya desbordadas del elemento más españolizante y Concha, en respuesta, reorganizó las milicias disueltas por Juan Manuel González de la Pezuela (1853-1854), su antecesor. Se formaron así los batallones de voluntarios que tantas páginas de luto llenarían en la Historia de Cuba.

A pesar de ello, ganó fama de débil entre los integristas. Cuando en 1850 sustituyó en el gobierno a Roncali con un sueldo de 50 000 pesos (32 000 más que su predecesor) condenó a muerte a Narciso López, de quien había sido subordinado en el ejército español y dispuso el fusilamiento de 50 de sus hombres en las faldas del Castillo de Atarés. En su segundo mandato, Concha levantó el garrote para Pintó y Estrampes. Más de 50 ejecuciones políticas en su primer período y dos en el segundo. No obstante, los voluntarios lo acusaron de hallarse en franca decadencia. Ese hombre, al que se colgaba el sambenito de débil, volvería a hacerse cargo del mando de la Isla entre abril de 1874 y marzo de 1875, precisamente en una etapa en que la insurrección llegaba a su apogeo.

Aunque no obtuvo grandes éxitos frente a los mambises y sí en la mesa de juego de la casa de la Condesa de Jibacoa, Concha no se dejó manipular por los voluntarios.

Si el Marqués de La Habana era amargo como el acíbar cuando se le buscaban las cosquillas, el Marqués de Castell-Florit era veleidoso y, como su apellido, tan dulce que se lo comían las hormigas. En su segundo mandato (1869) Domingo Dulce buscó soluciones de paz y entendimiento con los insurrectos, lo que lo hizo entrar en contradicciones con los voluntarios.

Estos últimos, tras los sucesos del teatro Villanueva, se sintieron los verdaderos dueños de la situación ante un gobernador incapaz de poner coto a sus desmanes, y pronto se creyeron con derecho a censurarlo. Dulce solicitó entonces su relevo y como los voluntarios le hicieron saber que no lo querían más en el cargo, salió de La Habana sin esperar a su sucesor.

Arsenio Martínez de Campos y Antón (1878-1879) ganó fama como “pacificador” por haber logrado, con más habilidad política que victorias militares, la Paz del Zanjón (Pacto del Zanjón) en febrero de 1878, pero en su segundo mandato (abril de 1895 - enero de 1896) vio cómo la invasión marchitaba sus laureles y tuvo que regresar derrotado a España sin esperar a su relevo, dejando como gobernador interino al teniente general Sabás Martín, no sin antes recomendar a Weyler para sustituirlo.

Valeriano Weyler y Nicolau, marqués de Tenerife, prometió liquidar la insurrección en poco tiempo, trajo considerables refuerzos y puso en práctica la bárbara reconcentración de la población rural, lo que costó al pueblo cubano no menos de 200 000 víctimas civiles inocentes. A pesar de ello, no cumplió su promesa y a la postre fue derrotado por Gómez en La Reforma y en la toma de Las Tunas por Calixto García.

Ramón Blanco y Erenas, Marqués de Peña Plata, en su segundo mandato (octubre del 1897- noviembre de 1898), trajo una pobre y tardía autonomía, que no satisfizo a mambises ni integristas, y tampoco pudo poner fin a la guerra. Le tocó gobernar la isla durante la guerra con Estados Unidos y sufrir la derrota.

Ultimo gobernador español

El último gobernador español de la Isla, Adolfo Jiménez Castellanos (noviembre de 1898 - 1 de enero de 1899) sustituyó a Blanco, y le correspondería resignar el poder español ante el ejército de ocupación norteamericano. Salvo contadas y honrosas excepciones, los capitanes generales de la isla se caracterizaron por gobernar con mano de hierro y entronizar una corrupción que los enriqueció rápidamente.

Véase también

Fuente