Historia de la música en Bayamo

Historia de la música en Bayamo
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Orquesta Ronda Lírica Bayamesa.jpg
Aportes de la música bayamesa al repertorio cubano (Imagen:orquestas Ronda Lírica Bayamesa - 1960)
Cronología
Período colonial
República
Período revolucionario

Historia de la música en Bayamo. En cualquier estudio de la historia patriótica y cultural que de Cuba se realice, es insoslayable detenerse en la huella dejada por los bayameses. En los predios de la música, lamentablemente no se ha profundizado más allá de obras monumentales como La Bayamesa, de Céspedes, Castillo y Fornaris, el himno de Pedro (Perucho) Figueredo que luego alcanzó carácter nacional o Mujer bayamesa, compuesta en esa ciudad por Sindo Garay. Pero existen además, otros aportes musicales que esa ciudad en sus quinientos años de existencia ha realizado a la música cubana.

Período colonial

En San Salvador de Bayamo, la segunda villa fundada por los españoles en Cuba, desde antes del traslado a su lugar definitivo de asentamiento, los aborígenes empleaban la música en su vida cotidiana, según refiere el obispo e historiador Morell de Santa Cruz, desde la construcción de la primera iglesia allí sus habitantes compusieron en honor de la Señora cantares y vailes[1].

Los cronistas, por su parte, describen los rituales del areíto y los cánticos y sonidos de los instrumentos que tocaban los aborígenes, aunque muy poco de ello pasó a formar parte del rico proceso de transculturación que finalmente hizo de Cuba La Isla de la Música, cantera inagotable de ritmos y melodías que desde épocas remotas, como describen Alejo Carpentier y otros estudiosos, despertó admiración internacionalmente.

Y sin dudas esa villa que -con el paso de los años, su actividad económica y comercial- se convirtió en una de las ciudades más prósperas, estuvo entre las que marcó con particular aliento la gestación, nacimiento y desarrollo de un patrimonio sonoro auténticamente nacional. La conjunción de arte y patria, esa particular impronta de espiritualidad y pasión por la libertad que distinguió a los bayameses a mediados del siglo XIX, sustenta con creces el pensamiento expresado por Fidel, más de un siglo después de la aparición de esas obras, de que la cultura es escudo y espada de la nación.

En la noche del 27 de marzo de 1851, durante una serenata ofrecida a Luz Vázquez en su ventana, el tenor Carlos Pérez estrena La Bayamesa, creación de Francisco Castillo y Carlos Manuel de Céspedes, futuro Padre de la Patria, los cuales concibieron la música, mientras que su lírico texto era escrito por José Fornaris, uno de los grandes artífices del movimiento poético siboneísta. Aunque en su melodía resulte palpable el influjo de la romanza francesa, la ópera italiana u otros géneros de origen europeo, esa canción despertó, como ninguna otra precedente, el afán de los creadores musicales de la Isla de unir amor y devoción por la tierra natal.

A partir de marzo de 1851 se hicieron muy populares títulos como La Manzanillera, La Camagüeyana, La Habanera o La Holguinera. Composiciones que motivaron la crítica del escritor costumbrista Luis Victoriano Betancourt, el cual argumentaba que era indetenible la saga de canciones poco originales y de escaso vuelo artístico originadas por la canción de Céspedes, Castillo y Fornaris.[2]

Tuviera o no razón Betancourt en cuanto a los valores estéticos de esas composiciones, más a tener en cuenta se considera el criterio del compositor Natalio Galán, quien en su libro Cuba y sus sones sostiene que a través de ellas se fue produciendo un proceso de criollización de la canción compuesta en estos lares. O sea, que ese puñado de canciones, y en primerísimo lugar La Bayamesa, señalaron un camino, un derrotero que cristalizó plenamente más tarde en el bolero y el movimiento trovadoresco cubano.[3]

Antes del siglo XIX Bayamo tuvo etapas de verdadero esplendor musical. En ella las más importantes y prolongadas expresiones de este arte estuvieron unidas a las actividades militares y litúrgicas, muy propias de la época; entre ellas las procesiones y misas que frailes como Bartolomé de las Casas realizaran como parte de la evangelización de los indígenas en los albores del siglo XVI, pero sobre todo a partir del siglo XVII en que el catolicismo arraigó allí como tal vez en ninguna otra de las ciudades.

Espejo de Paciencia, poemario narrativo escrito por Silvestre de Balboa y Troya de Quesada, en el que se celebra el rescate protagonizado por los bayameses, en 1604, del Obispo Juan de las Cabezas Altamirano, capturado por el pirata francés Gilberto Girón, concluye con un motete compuesto por el cantor y maestro Blas López, el cual es interpretado por su coro de la Parroquia Mayor de la ciudad, lo que demuestra el nivel alcanzado por la música en la ciudad.

Alejo Carpentier en las páginas de La música en Cuba, es uno de los que sostiene la hipótesis de que
en aquel período, la ciudad de Bayamo parece haberse visto más favorecida en cuanto a música religiosa (...). Singular brillantez debían de tener allí las ceremonias del culto, en contraste con las de Santiago de Cuba, a juzgar por esta octava de Silvestre de Balboa…[4]

Posteriormente el notable novelista en el siglo VII capítulo de su más acabado estudio musicológico, el dedicado a la presencia del negro en ese período, resalta el aporte de la Banda del Batallón de Pardos de Bayamo a fiestas religiosas y profanas que deslumbran por su arte y magnificencia.

Señala el autor de El reino de este mundo, como en una de las celebraciones realizadas en 1792 con motivo del nacimiento del Príncipe de Asturias, consistente en una mascarada o representación poético-dramática por las calles de la ciudad seguida de algunas chirimías, se terminó la función con una “gran música”, a cargo de dicha agrupación.[5]

Se supone que como su homóloga santiaguera, la banda bayamesa estaba compuesta de pífanos, clarinetes, trompas, fagotes, cornabassi y la batería militar y que estos, igual que las muy populares chirimías (tipo de oboe de origen español, usado ya por los juglares en la corte de Juan I) se usaron profusamente en las iglesias de Bayamo, como en otras poblaciones de Cuba hasta el siglo XVIII en que estas y las gaitas comenzaron a ser sustituidos por el órgano y el armoniun.

De la fuerza y expansión alcanzada allí por la música sacra durante el siglo XVIII el mejor testimonio que hasta ahora se ha encontrado, lo brinda precisamente Morell de Santa Cruz en los escritos que recopila en ese recorrido por la Isla durante el año 1756. En ellos precisa que cinco de las nueve iglesias de la ciudad poseen órganos, resaltando entre estos últimos el “primoroso” de la Iglesia de Nuestra Señora de la Asunción.[6]

Para esta época Bayamo se reafirmaba como una de las ciudades más importante del país, pese a que sus contradicciones y pugnas con la poderosa Santiago de Cuba, disminuye su poderío económico y comercial, así como la pérdida de importantes extensiones de su territorio norte, el que al segregarse de su tutela un grupo de sus hijos constituye en 1752 el Ayuntamiento de Holguín.

Bayamo en el siglo XVIII, seguía siendo centro fundamental de expansión del cristianismo para gran parte de lo que es hoy la provincia Granma, Las Tunas y Holguín. Según refiere el obispo de origen dominicano en su visita de 1756 había en la ciudad 60 eclesiásticos, incluyendo varios coristas y 31 presbíteros, conocedores del canto llano, latín, filosofía y otras materias necesarias en sus misiones espirituales.[7]

También poderoso era el Cuerpo Militar, especialmente los Batallones de Milicianos que, según acota Morell de Santa Cruz, en 1756 agrupaban 32 compañías y en cuyo seno negros y mulatos conformaron piquetes y bandas que tuvieron participación destacada incluso en la vida musical de otras poblaciones hijas del Bayamo que comienzan a progresar como Holguín, Manzanillo o El Dátil, pequeña comarca más cercana a la ciudad que ya existía una hermita con órgano y dos presbíteros, uno celebraba diariamente, el otro en los días festivos.[8]

Las primeras décadas del siglo XIX bayamés estuvieron marcadas en los predios políticos por la influencia del liberalismo español y en la música por el romanticismo y la preponderancia del piano, la contradanza y la danza criolla que inundaban los salones criollos. Si el liberalismo español despertó encendidas pasiones y manifestaciones en la ciudad, es significativo como hasta en los músicos hispanos defensores de la corona, caló hondo la sensual y cálida música hija de esta isla del trópico. Directores de las bandas de los regimientos militares que por entonces acantonaron en la ciudad, especialmente Julián Reynó, el cual dejó una honda huella en el panorama musical bayamés, compuso magníficas composiciones de este corte.[9]

Español tal vez era Antonio Núñez, profesor que desde la academia de música de la Sociedad Filarmónica “Isabel Segunda” fundada en 1840, contribuyó a formar excelentes músicos en la localidad, especialmente el maestro Manuel Muñoz Cedeño, maestro de capilla en la Parroquial Mayor, arreglista, compositor y director de una orquesta o banda que estrenó el Himno Nacional y llenó de gloria la historia de la música cubana y las gestas libertarias iniciadas en la comarca poco después.[10]

Entre las décadas de 1840 y la de 1850 la cultura en la principal ciudad de la cuenca del río Cauto, alcanzó un esplendor inusitado, pero también los enfrentamientos políticos, consecuencia de un firme sentimiento de patriotismo y libertad de una generación, la cual supo fundir cultura, patria y libertad en ese radiante crisol que iluminará por siempre la historia cubana. Céspedes, Figueredo, Aguilera, Castillo, Izaguirre y casi todos sus exponentes eran descendientes de los principales oligarcas bayameses y habían estudiado en universidades cubanas y extranjeras Leyes u otras carreras de abolengo, pero más que entretenimiento burgués tocaban el piano u otro instrumento musical, incursionaban en la actuación, la poesía, la traducción o el periodismo como prolongación de un pensamiento independentista y renovador de la sociedad caduca de su época que era la guía de sus vidas.

Desde la directiva de la Filarmónica, Figueredo, y Céspedes, además de los consabidos bailes mensuales, estimularon la creatividad en sus diferentes secciones. La de música fue una de las más activas y ellos mismos devinieron valiosos compositores que publicaban en periódicos habaneros sus composiciones, además de calorizar veladas con sus integrantes y conciertos de prestigiosos instrumentistas como el violinista Silvano Boudet o el maestro Laureano Fuentes Matons. Por su parte el acaudalado Francisco Vicente Aguilera construyó un teatro que hizo las delicias de sus coterráneos y desde cuyo escenario se presentaron importantes compañías líricas y dramáticas que recorrían el país.

En la década de 1860 el quehacer cultural bayamés pierde fuerza ante la radicalización del proceso político que tiene en esa ciudad un verdadero hervidero conspirativo en las sedes de las sociedades de recreo, imprentas, haciendas, iglesias y logias masónicas. Una danza en un baile, una palabra en un artículo de prensa, una obra musical en el Corpus Christi u otra festividad es vía expedita, pública y secreta a la vez para transmitir en clave un mensaje, una orden, una convocatoria del Comité Revolucionario que cada día gana adeptos también en poblaciones vecinas como Holguín, Manzanillo y Las Tunas.

El gran estallido revolucionario estaba cerca y se necesitaba un himno que como La Marsellesa, levantara el ánimo y enardeciera para los combates que se avecinaban, porque ya no quedaba más camino que el de la lucha armada. Se afirma que en la madrugada del 13 de agosto de 1867, tras una reunión conspirativa, Perucho Figueredo escribe enfebrecido la segunda Bayamesa, obra que sintetiza los más altos valores de patriotismo y cubanía, el himno dado a conocer íntegramente en la toma de la ciudad diez días después, justo el 20 de octubre -fecha proclamada desde 1980 como Día de la Cultura Cubana- devino un baluarte eterno, una fuerza intangible que alimentó las ansias libertarias en las guerras mambisas y se ha convertido en símbolo y estandarte de cualquier empeño donde vibre el amor por la patria, su identidad y más bellos sueños y aspiraciones.

Pese a que la máxima creación de Figueredo no fue la primera de su corte en Nuestra América, se convirtió en modelo o pauta a tener en cuenta en obras similares creadas por cubanos, dentro o fuera del territorio. En primer lugar por los propios bayameses, porque como ha señalado el Premio Nacional de Literatura Ambrosio Fornet son pocas las ciudades del mundo cuyos hijos han procreado los himnos nacionales de dos países.[11]

No obstante, la contribución bayamesa al himnario cubano y latinoamericano no se limita a los himnos de Cuba y Guatemala, pues en 1870 el coronel Pedro Martínez Freyre, a la sazón jefe militar de Holguín, creó la letra del himno de esa otra ciudad oriental y el Propio Padre de la Patria, Carlos Manuel de Céspedes, escribió el texto de la Marcha Manzanillo, incompleta hasta años recientes en que el maestro Carlos Puig Premión, director titular de la centenaria Banda de Música de Bayamo le puso música. Por su parte en el siglo XX bayameses como Rafael Cabrera y Benjamín Muñoz Ginarte, ambos hijos de Muñoz Cedeño, estuvieron entre los más destacados creadores de himnos y marchas.

Es muy probable que, entre las llamas que devoraron el 12 de enero de 1869 la ciudad, desaparecieran para siempre piezas de similar corte épico. Y aunque los estudios sobre la música en la Cuba insurrecta es un tema aún pendiente en la agenda de musicólogos e investigadores, si uno busca acuciosamente encontrará diversas referencias en textos de gran valor historiográfico como La Revolución de Yara, de Fernando Figueredo Socarrás.

Figueredo resalta no pocas veces los fuertes sonidos que trompetas, trompas, bombardinos y otros instrumentos de metal que una banda emitía al interpretar himnos y canciones , y aunque no se precise director e integrantes, es de suponer era la banda de Muñoz Cedeño (dirigida durante parte de la Guerra Grande por José Joaquín Batista, uno de sus miembros más destacados y luego de su muerte en 1895 por sus hijos Joaquín Muñoz y Rafael Cabrera), pues las otras bandas orientales de las que se tiene referencia, fueron fundadas durante la guerra de 1895.

En el período que va de 1878 a 1895, los bayameses de la ciudad y el campo hicieron intentos por recuperar su vida musical. Las serenatas no perdieron vigencia y en las fiestas hogareñas solía imponerse el danzón. Un peculiar instrumento europeo aplatanado al ámbito sonoro cubano devino la gran novedad: el órgano de baile, que tras los cambios concebidos por el ingenio popular criollo se convirtió en el órgano Oriental, de particular y trascendente arraigo en esta comarca, Manzanillo, Las Tunas y Holguín.

El órgano, además del danzón fue incorporando a lo largo de su historia las otras modalidades que iban nutriendo el cancionero cubano, entre ellas la guaracha, el bolero y especialmente el son, considerado con justicia por el musicólogo Odilio Urfé el exponente sonoro más sincrético de la identidad cultural nacional.[12] Para importantes estudiosos de este contagioso ritmo, el mismo fue gestándose simultáneamente en la cuenca del Cauto, Santiago de Cuba y sobre todo en Baracoa y Guantánamo, territorios estos últimos de donde procede el tres, ese cordófono imprescindible en el son por su sabrosura, particular timbre y posibilidades expresivas.

Como ha señalado Danilo Orozco en sus reflexiones, existen disímiles tipos de sones, como también de formatos y estilos creativos surgidos de las entrañas del pueblo oriental. Entre las más remotas referencias vinculadas a esta región objeto de estudio, descuellan recursos expresivos que definieron la impronta de treseros legendarios como Faustino Oramas, El Guayabero, del que ha señalado el eminente musicólogo santiaguero que en él se palpa un estilo musical sencillo e ingenioso, basado en tumbaos treseros “atravesaos” de la cuenca del Cauto.[13] El Nengón del Cauto, es savia nutriente del son montuno, del folklore bayamés y de gran parte del Oriente, pues como sostiene Orozco llegó a influir en creadores de la talla de Miguel Matamoros. Elementos del mismo aún mantienen vigencia en grupos portadores o recreadores de ese legado, como el de la familia Valera-Miranda.[14]

Un sello de distinción también ha tenido Bayamo en el ámbito musical cubano con el llamado son del llano y la agrupación Melcocha guajira, la que hasta bien avanzado el siglo XX ocupó un lugar destacado en los días de Reyes, los carnavales y otras fiestas, era un tipo de formato musical generalmente compuesto de acordeón, guitarra, tres o laúd, bongoes, pailas, marímbula o contrabajo y la clave cubana que se dedicaba a interpretar una variante de son montuno parecido al nengón.[15]

Período de la República

Durante las primeras décadas de la República, la trova y otras expresiones musicales cultivadas por las capas más humildes del pueblo, vuelven a ubicar en primeros planos a Bayamo. Indiscutiblemente la pieza más representativa es Mujer bayamesa, compuesta en 1918 por Sindo Garay, durante una de sus frecuentes estadías en la heroica ciudad. Aunque también causan impacto en el pentagrama nacional los homenajes a prominentes héroes, mártires y personalidades oriundas de la misma como Francisco Vicente Aguilera (1910), Carlos Manuel de Céspedes (1919) y Estrada Palma. A este último se dedicaron profusamente canciones, marchas e himnos, desde su proclamación de primer presidente de la nación. Lamentablemente su servilismo al imperio norteamericano y sus fallidos proyectos gubernamentales, pronto llevaron a ese puñado de obras al más absoluto olvido.

Prestigioso compositor y director de orquestas y bandas

Poco a poco la vida cultural reinicia en la ciudad su despegue a través del quehacer de sociedades de recreo como el Liceo, la Colonia Española y Bayamo social, se fomentan nuevos escenarios para proyecciones fílmicas y actuaciones de artistas como Pedro Pons, el pianista, compositor y pedagogo santiaguero muy admirado por José Martí, el cual funda una efímera academia musical y organiza veladas.[16] También se presentan compañías líricas y dramáticas que recorren el país, entre ellas las de zarzuelas y operetas de Matilde Rueda y Esperanza Iris.

El más importante de esos locales fue el cine-teatro Bayamo, el cual fue inaugurado en 1918 y durante décadas acogió los principales espectáculos, desde las memorables actuaciones de Rita Montaner y Ernesto Lecuona hasta el debut de los principales concertistas y agrupaciones de música culta traídos por empresarios e instituciones como Pro Arte y Cultura y la Sociedad Filarmónica, en las décadas de 1940 y 1950. Aunque el mayor sedimento lo dejaron bayameses que luego prestigiarían su terruño en Cuba y otros países.

Esos encomiables resultados giraron alrededor del esfuerzo y el talento pedagógico de los maestros José Joaquín Batista Ramírez y sobre todo de Rafael Cabrera Martínez, ambos integrantes de la agrupación de Manuel Muñoz Cedeño y directores de las orquestas más valiosas en las dos primeras décadas del siglo XX.

Batista falleció en 1918, cuando ya se empinaban en el aprendizaje musical sus hijos Antonio María y Miguel Ángel Batista Aleaga, artífices de algunos de los proyectos de concierto que mejor representaron la continuidad de la tradición musical local. Más prolongada y trascendente fue la obra de Cabrera Martínez (1872-1967), hijo ilegítimo de Manuel Muñoz Cedeño que mantuvo latente en la ciudad el legado de su progenitor y llevó sobre sus hombres hasta poco antes de su muerte la dirección de la Banda Municipal, laboró en la formación de valiosos instrumentistas y compositores, además de la gestación de un catálogo autoral que enaltece el patrimonio sonoro cubano de la primera mitad del siglo XX junto con el de su hermano paterno Benjamín Muñoz Ginarte.[17]

En 1913 tuvo la iniciativa de unir su agrupación bailable con la del maestro Batista, para calorizar en la Plaza de la Revolución o Parque Carlos Manuel de Céspedes, las tradicionales retretas e hizo que la agrupación fuera oficializada, en 1919, como Banda Municipal por el Ayuntamiento. La banda y la Academia Beethoven de Cabrera, devinieron los principales centros formadores de múltiples talentos que confirmaron a Bayamo como una gran plaza musical y capital de un movimiento bandístico nacional que continúa prolongándose en el tiempo.

Entre los alumnos más reconocidos de Cabrera estuvieron su hijo Rafael Cabrera Boza, notable violinista y Julio César Arjona, miembros de agrupaciones de primer nivel internacional como la Orquesta Filarmónica de La Habana, así como Salvador Alarcón Rodríguez, uno de los más competentes y laureados directores y compositores de bandas en la Cuba revolucionaria.

Banda Municipal de Bayamo en 1944.

La Banda Municipal era manipulada por los partidos en el poder, y en 1926 uno de los políticos más influyentes decidió formar una agrupación similar que respaldara sus actos y celebraciones. Así surgió la Banda de Bomberos, bajo la guía del joven maestro Antonio María Batista, la cual más allá de enfrentamientos por agrupar los mejores instrumentistas de la ciudad y protagonizar las retretas del parque, amplió considerablemente el espectro sonoro de la ciudad.

Antonio María era un compositor capaz de asumir con holgura y técnica géneros diversos, creación suya muy destacada fue una de las pocas obras de valía para la escena lírica de la que se tiene noticias en la región oriental del país: la zarzuela Jácome Milanés, inspirada en un italiano muy valiente que habitaba la ciudad en 1604 y fue de los protagonistas en el rescate del Obispo Juan de las Cabezas Altamirano. La obra, con libreto del escritor José Maceo Osorio, fue estrenada en el teatro Bayamo en 1931 por la Compañía de Zarzuelas Españolas de Alfonso Torres, una de las mejores que hacía largas temporadas en Cuba. Posteriormente fragmentos de la misma fueron interpretados con muy favorable acogida en escenarios del país y de otras naciones del continente.

La Banda de Bomberos emprendió también hermosas iniciativas en la promoción de los valores musicales de la ciudad, como fue la colocación de una tarja de mármol, en 1929, en la fachada de la casa del recién desaparecido virtuoso músico Julio César Arjona. Después de una década de labor desapareció y Antonio María fundó en 1938, con el respaldó de la Sociedad de Pro Arte y Cultura, la denominada Orquesta Sinfónica, en la que ocupó la subdirección el maestro Cabrera, demostración de que se habían superado todas las diferencias y entre el maestro veterano y el novel.

Ambas agrupaciones, la banda y la llamada Sinfónica – pomposo título, pues por la reducida cantidad de miembros era una muy pequeña orquesta de cámara- foguearon a Antonio María en la labor directriz que muy pronto fue muy elogiada durante las giras por países como Puerto Rico, Dominicana y Panamá, durante las cuales interpretó obras propias y del repertorio cubano y universal al frente de los más importantes organismos sinfónicos de esas naciones hermanas.

En 1939 se le encargó en Santiago de Cuba la batuta en la función debut de la Sinfónica de Oriente, la que tuvo como invitada a Carolina Segrera, eminente soprano santiaguera que triunfaba en Nueva York. A partir de entonces y hasta su temprana muerte en 1947, la capital oriental fue el principal escenario de un desempeño artístico y pedagógico que enalteció las conquistas musicales de todo el oriente cubano.
Antonio María Batista fue una de las figuras más relevantes de la música de concierto en la antigua provincia oriental desde la década de 1920 a 1947, año en que fallece siendo director de la Banda de Santiago de Cuba. Entre las referencias bibliográficas que resaltan su desempeño musical está el comentario Universidad Popular, publicado a raíz de la apertura de ese centro de estudios del que fue profesor de música en el periódico santiaguero Diario de Cuba el 13 de febrero de 1946,p.3.
Destacado violinista bayamés

Una labor musical igualmente trascendente y renovadora, sobre todo en los predios del canto coral oriental desempeñó su hermano, el director y compositor Miguel Ángel Batista Aleaga. Después de encabezar agrupaciones instrumentales como la orquesta Numancia y el Conjunto Armónico, en 1950 fundó La Coral de Bayamo, la cual llegó a tener ochenta voces y poseía un amplio y valioso repertorio, asumido en complejos montajes a siete voces que dotaban a sus interpretaciones con una sonoridad muy rica; sobre todo desde el punto ritmático y que evidenciaban la influencia operística y la maestría que distinguía en el dominio del solfeo a los maestros de esta familia.

En sus presentaciones en La Habana y otros escenarios de Cuba, la Coral despertó la admiración de prestigiosos maestros cubanos y extranjeros como Gonzalo Roig y Rogelio Zarzoza. Este último cuando en 1958 realizaba una gira por Cuba con el Orfeón Infantil Mexicano, quedó impresionado con esa meritoria y calorizó un amplio recorrido de una representación del coro por escenarios de Centroamérica.

Aunque no se puede soslayar que en el Bayamo republicano existieron varios profesores que con tesón y magníficos resultados fomentaron coros eclesiásticos, populares y escolares. Entre ellos Aida Cabrera, Emma Carballo, Marta Gómez y René Capote Riera.

Esas agrupaciones junto a otras de concierto, como la Banda Rafael María Mendive bajo la dirección del maestro Nerio González Rivero, también se hacen sentir en eventos, concursos y fiestas tradicionales de Oriente, entre ellas la Feria de los Siglos de Holguín, la celebración del Gibareño Ausente o los concursos provinciales y nacionales de Bandas Municipales, como el realizado en mayo de 1929 en la capital y en donde la Banda Municipal estuvo entre las más elogiadas.

La canción trovadoresca también continuó manteniendo una activa vida social en el Bayamo republicano con las serenatas y la presencia de la radio local, la cual desde 1937 mantenía una programación estable en la que participaban solistas, dúos y tríos, además de agrupaciones bailables que hacían las delicias de los bailadores en toda la región oriental como las orquestas Ronda Lírica Bayamesa, Chichito y su muchachos y el órgano Llegó la rumba, entre otras agrupaciones que amenizaban celebraciones de gran arraigo popular como las Ferias ganaderas, Fiestas de Días de Reyes, la del Santo Patrón o las de corte patriótico que se efectuaban cada 28 de enero, 24 de febrero, 20 de mayo y 10 de octubre, entre otras.

Período revolucionario

Con el triunfo de enero de 1959, comienzan a desaparecer las grandes diferencias entre la capital y las regiones del interior del país. Numerosos artistas procedentes de la Cuba profunda abren nuevos caminos a la música cubana, entre ellos Pablo Milanés, quien empezó cantando en programas radiales de su ciudad natal. En los años 60 la emisora radial CMKX es precisamente una de las primeras que estimula la labor de autores e intérpretes de la valía de Ulises Proenza, Saturno Bruqueta y Mundito González, voz privilegiada que poco después se ubica entre las figuras de relieve en los predios de la canción cubana. Pero no menos relevante es el fuerte movimiento musical profesional, la atención esmerada a la enseñanza musical en la Escuela Elemental Rafael Cabrera, institución en la que sobresalieron pedagogos de la talla de Luis González,Radamés Cabrera y Nerio González, así como el despegue de un sólido trabajo con los aficionados. Esas conquistas, con los años, fueron creciendo en la urbe oriental.

La Revolución, de acuerdo a las tradiciones y potencialidades culturales de cada región del país, desde los más tempranos años sesenta fue fomentando manifestaciones artísticas, instituciones y eventos de gran poder de convocatoria que contribuyeran a elevar el universo espiritual del pueblo, la superación técnica de artistas profesionales y aficionados. En Holguín se estimuló con particular énfasis el teatro lírico, en Camagüey el ballet, mientras que en Bayamo se fundó en 1962 un coro que muy pronto se convirtió en uno de los mejores de Cuba y dos años más tarde se inició un evento de particular connotación: el Festival de Bandas de Música.

Meses después de concluido el III Festival comenzaron a soplar los vientos de la llamada Ofensiva Revolucionaria y al iniciarse los años setenta el panorama fue más adverso para el sector musical, pues desparecieron centros nocturnos, agrupaciones musicales y las bandas fueron relegadas a un segundo plano. En esa década los organizadores del Festival apenas lograron dos ediciones, el estancamiento y retroceso cultural se hacían cada día más evidentes.

Tras el Primer Congreso del PCC en 1975 y Bayamo convertirse en capital de la provincia Granma, comienzan profundas transformaciones socioculturales en el territorio. Al iniciarse los 80, el naciente Ministerio de Cultura emprende loables proyectos, como el de las diez instituciones básicas en la comunidad, además de eventos como la Semana de la Cultura, Festivales del Creador Musical, del Son o la Canción Infantil. La banda vuelve a la vanguardia, logrando una excelente sonoridad y acople, además de un repertorio variado en el que se destacan creaciones de autores de la ciudad como Salvador Alarcón y Carlos Puig, dos pilares de las grandes conquistas que este formato ha alcanzado en Cuba en tiempos de Revolución.

Notable compositor y dirctor de bandas

Alarcón Rodríguez fue uno de los últimos y más relevantes alumnos de Rafael Cabrera y desde 1959, en que integró la Banda del Ejército Oriental, hasta su muerte en el 2008 desplegó una titánica labor en la fundación o dirección de Bandas civiles y militares en Santiago de Cuba, Matanzas, Isla de la Juventud, Holguín, Bayamo y otras partes de Cuba, además de países como Cabo Verde y Haití. Con ellas ha acompañado agrupaciones corales y notables vocalistas líricos y populares desde Susy Oliva y Raúl Camayd hasta su coterráneo Mundito González.

Sobre todo a partir de la década de 1970 en que las Fuerzas Armadas Revolucionarias organizan el concurso 26 de Julio, Alarcón es laureado una y otra vez con valiosas obras para banda y coro como Nuestras tradiciones de lucha, Girón africano y Solidaridad combativa, además de aportar composiciones y arreglos al repertorio de solistas, coros y medios masivos como la televisión. Para este último, a inicios de los años 80, orquestó y versionó fragmento de la Obertura a Bayamo, del maestro Benjamín Muñoz para el serial El Mambisito, a sugerencia de su libretista Enrique Núñez Rodríguez.

Por su parte Puig Premión, que tuvo entre sus guías musicales al maestro Alarcón, es uno de los más versátiles, talentosos y veteranos directores de bandas en la Cuba de hoy. Desde 1978 es director titular de la Banda Provincial de Conciertos y en su natal Bayamo ha calorizado muchos de los proyectos más trascendentes de su historia musical, desde el grupo bailable Tempestad Latina y las Jornadas de concierto hasta los festivales Sindo Garay y El reparador de sueños, entre otros estímulos a los creadores e intérpretes de esta ciudad preñada de historia, sueños y pasión por el arte de los sonidos.

Con la Banda Puig ha experimentado en los más diversos géneros y estilos, desde la música sinfónica a creaciones tradicionales, para las que ha empleado desde instrumentos muy antiguos hasta electrónicos. Esa experimentación ha sido decisiva en su faceta creativa, la cual ya cuenta con relevantes reconocimientos como el primer premio del concurso nacional de composición musical Alejandro García Caturla por la obra Colombia siglo XXI, la que tuvo su estreno mundial en el Teatro Nacional en julio del 2012 por la Banda Nacional de Concierto.[18] Aunque hoy en el entorno citadino bayamés, sigue cobrando importancia la formación del relevo en las aulas de la Escuela Profesional de Arte Manuel Muñoz Cedeño y la proyección nacional e internacional diversas agrupaciones y figuras de música popular como Cándido Fabré o la Orquesta FeverSon, junto a otras de corte clásico al estilo de Metales en concierto y el Coro de Bayamo, el cual ha grabado ya su primer disco bajo la producción de la maestra Digna Guerra; el ímpetu y la obra de Puig y la Banda siguen siendo la primera referencia de la música en toda esa provincia oriental. Más que una institución ha devenido un complejo cultural en el que se crean nuevas obras, se estudia y rescata el rico acervo de antaño y graban infinidad de agrupaciones del oriente cubano, sobre todo del Centro Provincial de la Música Sindo Garay.

El quehacer de esta última institución, fundada en 1990 y que aglutina cerca de doscientas agrupaciones y solistas, también ha sido decisiva en el amplio espectro sonoro que en las últimas décadas exhibe la ciudad y la provincia, la cual inició en el país y concretó en el 2005 en todos sus municipios, con los maestros Puig y Alarcón al frente, el programa de creación de las Bandas de Concierto. Aunque también se le pueda objetar la falta de jerarquización en la promoción de su talento, el escaso apoyo a los proyectos de música de concierto, lo que ha originado el éxodo de valiosos instrumentistas en la línea de las cuerdas, algunos de los cuales hoy integran importantes orquestas sinfónicas y de cámara en América y Europa.

Bayamo puede sentirse orgullosa de su pasado musical e histórico, el cual seguirá siendo motivo de inspiración para creadores nativos y foráneos, pues no son pocos los que han ensalzado, con honda emoción, en su partituras y cantos sus tradiciones, paisajes de gran belleza y personajes de los más diversos linajes, desde los grandes patriotas a los más sencillos de sus habitantes.

Entre esos creadores resaltan Ramón Cabrera, el cantor de los pueblos de Cuba, aunque la composición dedicada a su ciudad natal, Bayamo, desdichadamente fue una de la menos acogida de su catálogo. No sucedió así con el son montuno Viva Bayamo, creación de Rolando Valdés, quien con su orquesta Sensación lo grabó, teniendo como voz principal a ese gran sonero por excelencia que fue Abelardo Barroso. Barbarito Diez, por su parte, hizo popular el bolero Así es Bayamo, del trovador holguinero Guillermo Sánchez. El ocurrente y chispeante Guayabero, quien entre los años 1969 y 1975 tuvo a la ciudad como su principal refugio, exaltó a las féminas en el son Las mujeres de Bayamo, aunque tuvo la infeliz iniciativa en su son Compositor confundido, de concebir una réplica al clásico son de Lorenzo Hierrezuelo Como baila Rita la caimana, singular personaje de la ciudad.

No han faltado en el campo de la música académica relevantes composiciones concebidas para banda, grupo de cámara y orquesta sinfónica que también cantan a esas glorias y bellezas, entre ellas están la obertura Bayamo, creación de Benjamín Muñoz que aún permanece como verdadera joya en el repertorio de la Banda de la ciudad, y qué decir del poema sinfónico Río Cauto, escrito en 1941 por el maestro Pablo Ruiz Castellanos, extraordinario homenaje sonoro a ese insustituible paraje de la comarca y con el cual el creador guantanamero legó una obra rapsódica apreciable que recrea el folklore cubano la cual, al decir de Alejo Carpentier, es el equivalente en Cuba de la obra Moldavia de Smetana en Checoslovaquia.

Citas y notas

Fuentes

  • Archivos de las investigadoras Yolanda Aguilera y Noira González.
  • Velázquez, Roiny y Zenovio Hernández. Bayamo. 500 años en el ámbito musical cubano. Ponencia Fiesta de la Cubanía, Bayamo, 2013.