Anexo:Calixto García (Incursiones en la zona del Cauto)

Incursiones de Calixto García en la zona del Cauto
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Calixto garcia.jpg
Fecha:Guerra del 95.
Lugar:Cauto Cristo. Granma. Cuba
Descripción:
Acciones militares realizadas por el ejército mambí dirigido por el Jefe del Departamento Militar de Oriente, el General Calixto García durante la Guerra del 95.
País(es) involucrado(s)
Cuba

Incursiones de Calixto García en la zona del Cauto. Las tierras y la manigua del valle del Cauto, son hoy mudos testigos de numerosos hechos de armas e incursiones militares realizadas por el ejército mambí dirigido por el Jefe del Departamento Militar de Oriente, el General Calixto García durante la guerra del 95.

Llegada a la Mula

El 16 de Mayo de 1895 la columna comandada por el General Calixto García, viniendo de Camagüey, logra alcanzar las riveras del río Cauto, penetrando en la finca conocida por La Mula,  hoy La_Seis_(Cauto_Cristo), en la margen izquierda del caudaloso Río y dentro del término municipal de Jiguaní, en cuya jurisdicción el viejo guerrero se había cubierto de gloria durante la guerra de los 10 años y cuyas tierras feroces les eran sumamente conocidas palmo a palmo.

Por no reunir condiciones estratégicas el lugar y deseando darle a su hombre un buen descanso, en recompensa a las marchas forzadas que habían tenido que rendir durante los días anteriores desde la cede del gobierno en Camagüey, el general García trasladó su cuartel general para la finca La Yaya el mismo día 16 de mayo de 1896 sobre las riveras del mismo Cauto, en cuyos alrededores abundaban los víveres y el ganado, cosas necesarias para que estuvieran bien servidas sus tropas.

Encontrándose en La Yaya, lugar seleccionado para restablecer el cuartel general, el Jefe del Departamento Oriental, se dio a la tarea de organizar el mismo día 16 de Mayo, su Estado Mayor, designado jefes del mismo al Coronel García Menocal, joven oficial que hasta esos momentos había estado bajo el mando del general José María Rodríguez, para la jefatura del despacho fue designado el Capitán Manuel Rodríguez Fuentes, joven holguinero muy estimado por el General García, como secretario particular fue indicado el Capitán Eduardo Salazar y para ayudantes de campo y miembros anexos al estado mayor, a los Oficiales Federico Mendizábal, Alfredo Arango, Nicolás de Cárdenas, Pablo y Guatimac Menocal, Luís Rodolfo Miranda, Domingo Herrera, Joaquín y Anibal Escalante, Manuel oliva Escalante, Juan M. Machado, Sabas Meneses, Carlos Martín Poey, José Nicolás Janí, Guarino landa y Antonio Aguilera; Médico del cuartel General fueron nombrados los doctores Porfirio Valiente y Gonzalo García Vieta y Auditor General Aurelio Hevia.

El general García se mantuvo varios días en la Yaya, hasta que recobró el vigor de sus hombres y caballería y se determinó hacer una incursión por los alrededores de la Villa Jiguaní, dándole al enemigo la oportunidad de saber que ya su viejo contrincante se hallaba sobre aquel terreno y listo para recomenzar sus obras de antaño.

Las operaciones sobre la zona jiguanicera dieron un resultado satisfactorio, extrayendo aproximadamente dos millones de cabezas de ganado vacuno y todas las bestias de carga que se pudieron obtener, trasladándolo todo a la parte Norte del Cauto, donde estarían mejor resguardados de cualquier incursión enemiga.

Terminando la incursión sobre el Valle de Jiguaní, el General García se dispuso a dar recorrido por la región de Holguín, lo que en efecto, así hubo de efectuarlo. Él y el General José Maceo, desde Vegas de Pestán marcharon juntos por la ribera derecha del Cauto, hasta que al llegar a Mala Noche, en los primeros días de junio de 1896, el gobierno por un lado y el general José por otro, abandonaron la compañía del general García, tomando ésta dirección hacia la zona de Holguín, donde proyectaba, ejecutar sus planes militares.

Cumpliendo el objetivo que se había propuesto, el general García y la columna invasora, ahora más poderosa que antes, abandonaron las tierras de Holguín – Gibara para internarse en el Valle del Cauto nuevamente, en los primeros días del mes de Julio de 1896, con toda posibilidad se encontraría en breve, el General García, con el general en Jefe Máximo Gómez.

Ya acampado en los primeros días de Julio de 1896, el General García en La Yaya, sobre las riberas izquierdo del Cauto y dentro del territorio municipal de Jiguaní, recibió noticias dadas por el general Jesús Rabí, relacionada con la expedición de Protuondo Tamayo, que trajo un gran cargamento de materiales de guerra y medicamento.

Hacía pocos días que el jefe del departamento oriental se hallaba acampado en las riberas del Cauto, en la estratégica finca La Yaya lugar que le agradaba al general García, por la abundancia en sus alrededores de todo lo necesario para el avituallamiento de sus hombres, acampado allí, recibió el aviso de que el general en jefe se dirigía a su cuartel general a marchas forzadas, un día después, el 7 de Julio se tuvieron noticias fidedignas, de que el generalísimo había pernoctado en las Bajadas, lugar este situado a orillas del Cauto, a menos de una jornada del cuartel general de La Yaya, con tan jubilosa noticia, a la mañana siguiente, 8 de Julio de 1896, después de tomar un “Tente en pie” salió el general García acompañado de un grupo de sus ayudantes y una sección de escolta de caballería, apenas unos 30 hombres, con el objetivo de salirle al encuentro a su jefe superior, los interceptó un correo enviado por el general Gómez, anunciando su llegada poco kilómetros más; a la vista de la finca San Rafael, aquellos dos hombres, envejecidos por una misma causa, que desde hacía cuatro lustros (20 años), no se veían, al fin pudieron estrecharse las manos y sellar una vez más la vieja amistad con un fuerte abrazo, desde las cabalgaduras que montaban sus brazos se unieron como sarmientos que deseaban fortalecer lo más posible el árbol robusto de una sincera amistad, emocionados ante aquel cuadro simpático de los dos veteranos adolidos en efusivo abrazo, aquel encuentro espectacular de los dos héroes legendarios, hizo sentir en la tropa que lo presenciaba, la más intensa de las emociones.

La realidad de que los jefes mambises estaban unidos por un ideal se evidenciaba con aquel afectuoso abrazo.

El día 8 de julio de 1896 el generalísimo llegó al cuartel general de La Yaya, se convoco a una reunión plenaria de jefes de tanta responsabilidad en la provincia de Oriente, como los generales Jesús Rabí, Agustín Cebreco, José Manuel Capote, Pedro A. Pérez, Salvador Hernández Ríos, Saturnino Lora, Torres Feria, Salcedo, Calixto García, entre otros, con el objetivo de tratar en consejo de guerra el grave caso que se les ofrecía a todos y especialmente a la Revolución.

Muerte de General José Maceo

La Patria lo imponía y a su mandato había que estar; pero la tranquilidad no reinó mucho tiempo, en el cuartel general a la mañana del 9 de Julio de 1896, llegó al campamento un correo especial de Guantánamo, enviado por el coronel Prudencio Martínez, con la infausta tragedia desarrollada en el combate de Loma del Gato, el 5 de Julio de 1896, en el cual el general José Maceo fuera abatido por los efectos traicioneros de una bala enemiga, en los instantes mismos, en que dicho jefe se retiraba glorioso de haber zurrado una vez más al odiado enemigo, considerándole como siempre múltiples bajas. La caída para siempre del héroe oriental, dejaba entre sus compañeros de lucha un vacío que difícilmente podría ser cubierto y a la Patria el recuerdo imperecedero de uno de sus más valiosos paladines.

Fue un momento emocional aquel, cuando el general García rasgando el sobre que contenía guardando el comunicado, empezó a leer la triste noticia, mientras leía aquellos párrafos cortantes, los ojos del patriota se iban humedeciendo, hasta que gruesas lágrimas brotaban de ellos, corriéndoles por sus mejillas y delatando la gravedad de la noticia que se le daba, cierto temor emocional inundó a los que fortuitamente contemplan la escena, por encontrarse en esos momentos, en la vera del angustiado guerrero, hasta impedirle exteriorizar la verdad de la causa producirá de lo que estaban viendo.

El General contristo, parecía no leer ya la misiva que conservaba entre las manos. Era como si algo le vedaba, o le impedía seguir su labor de imponerse del resto de aquel despacho oficial, en el que se le daban detalles del infausto acontecimiento. Luego algo nervioso, como quien se ve impotente ante la realidad pavorosa del acontecimiento que se le comunicaba llamó a su ayudante de guardia y sin pronunciar más palabra que aquellas que el valor le permitiera, le dijo; Lleva este oficio al General en Jefe. No pronunció una palabra más, recostándose sobre su hamaca de campaña y cerrando los ojos, lanzó un profundo suspiro, elocuencia fiel de lo mucho que su espíritu sufría en aquellos instantes de dolor para la Patria.

El General Gómez tenía armada su tienda de campaña, a menos de un centenar de metros de la del General García, a los pocos minutos de haberse presenciado la escena descrita anteriormente, el ayudante había cumplido su misión ante el generalísimo; entre tanto el jefe del departamento militar de oriente, repuesto del gran pesar producido en él por la noticia que recibiera, se incorporó hasta sentarse en su lecho colgante, para enseguida incitado por las miradas inquisitivas de los subalternos que lo rodeaban, decirles a estos emocionado: ¡La Revolución está de duelo, por haber perdido a otro de sus hijos más valientes, El General José Maceo, nuestro valioso camarada ha muerto ante el enemigo en la Loma del Gato¡. Ha pagado caro su último tributo a la Patria.

No dijo más, una vez terminada de expresar aquellas palabras, preñadas de dolor, se volvió a recostar sobre la hamaca, para no moverse más hasta que minutos más tarde, llegara el General Gómez todo consternado. El golpe había sido tan intenso que el venerable anciano, aunque fuerte y robusto, se sintió completamente agobiado, los presentes ante el dolor experimentado por su jefe, se retiraron a sus tiendas respectivas, enmudecidos y contritos.

El silencio envolvía a todo el campamento como si el dolor se hubiera propagado a la naturaleza con la misma intensidad que a los humanos. La muerte acobarda y con mayor razón, cuando se contempla la victoria de ésta sobre uno que la desafiara en mil ocasiones. Luchas sin descanso por un ideal y más tarde morir en la lucha sin haberlo logrado, eso fue lo que hicieron aquellos dolidos caídos en la manigua por la Patria.

No había transcurrido 5 minutos, y ya él General Gómez había irrumpido en la carpa de su subalterno. La figura menuda y ágil del gran dominicano se agitaba con la multiplicidad de sus movimientos, su entrada en la tienda fue en forma huracanada, aquel manojo de nervios que era el generalísimo, se sintió desfallecer por un instante cuando al enfrentarse al General García, éste se le abalanzó para unirse en un fuerte abrazo fraterno, que le diera a ambos las fuerzas que les eran necesarias para resistir tanta desgracia en un solo momento, abrazados ambos líderes la emoción que los embarazaba les prohibió pronunciar una sola frase de consuelos y como si buscara auxilio recíproco, necesario para defenderse del fallecimiento que los empezaba a invadir, apretaron aquel abrazo confortante, permaneciendo así un buen tiempo. Jefes y Oficiales que se habían congregado alrededor de la tienda, rodeaban a sus superiores, era la emoción de quienes se creían unidos por el mismo dolor.

Cuando los ánimos se colmaron, la noticia de la muerte del General José Maceo se divulgó por todo el campamento con aquella celeridad que las cosas desagradables acostumbran expandirse. Luego, enjugadas las lágrimas, que la irreparable perdida hiciera derramar en aquellos de curtido corazón, que fueron compañeros de armas del extinto y serenado los espíritus como se hacía necesarios para los intereses generales de la Revolución, cada cual se ocupó de cumplir su tarea cotidiana de acuerdo con lo que sus deberes militares le imponían. La muerte del General José Maceo en la Loma del Gato, se estimó por sus compañeros, como una consecuencia lógica del papel histórico que unos y otros estaban desempeñado en la manigua, y convencidos de esa realidad, los jefes y oficiales que un momento antes habían rodeado a los Generales Gómez y García, se retiraron a sus respectivas tiendas, seguros de que todos ellos estaban predestinados a pagar igual tributo que el héroe caído en la Loma del Gato por la liberación de la Patria. La muerte del líder negro tenía que ser un duelo para la Patria y por creerlo así, el representante Máximo en el departamento de Oriente, con la audiencia del General en Jefe, dispuso que se guardase luto dentro del territorio de su mando, durante 4 días. La orden del día en que se disponía tan medida en memoria del recién caído literalmente:

Orientales: El destino ha querido poner a prueba una vez más nuestro corazones de patriota y ha descargado el más rudo golpe, sobre uno de nuestros jefes más esclarecidos, hermano, compañero y compatriota de gloria y penalidades. El mayor general José Maceo. Jefe del primer grupo del ejército ha muerto en La Loma del Gato, el día 6 del actual mes. Los guerreros no lloran a sus muertos y sí juran sobre su tumba imitar su ejemplo y levantar más alta la bandera que defendieron. El Cuartel General ordena se guarden 4 días de duelo por la muerte del jefe, durante los cuales se observará el mayor silencio en el campamento y no se permitiera más toques y música que los de ordenanza. Cuartel General La Yaya, 9 de Julio de 1896.

El hecho ocurrido en Loma del Gato, fue como una inyección, que en vez de minorar el espíritu de lucha de los mambises, más bien lo multiplicó y aunque en los restantes días del mes de Julio y primera mitad de agosto no se llevaron a efectos incursiones de gran envergadura, sí se realizaron grandes planes que fueron ejecutados a partir de la segunda quincena del caluroso mes de agoto, en la región del valle del Cauto y zonas cercanas a este, así el 21 de agosto de 1896, los mambises dirigidos por el general Calixto García, utilizando por vez primera la artillería, ocuparon el fuerte de La Loma de Hierro que protegía el camino de Holguín a Gibara y era el centro de una rica zona agrícola.

Crecida en el valle del Cauto

El 22 de agosto, mientras el general en jefe emprendía su marcha hacía Camagüey, el General García lo hacía en dirección al río Cauto, Los hombres merecían un descanso y ningún lugar mejor para dárselo que la región siempre acogedora de Jiguaní; el 22 hacía el mediodía, ya los caballos se encontraban abrevando en las aguas revoltosas.

La permanencia en el territorio de Jiguaní, aunque no muy larga, les sirvió para recuperar parte de las energías perdidas a causa de las continúas operaciones llevadas a cabo durante el mes de Mayo, Junio y la mayor parte de aquel agosto que ya agonizaba.

En el mes de septiembre apenas si se llevaron a cabo operaciones de importancia, rápidas marchas con miras organizativas hacían inestable la estadía en determinado lugar, ya una vez impresionadas las fuerzas y dadas las órdenes pertinente, se trasladaban a otras circunscripción militar y así sucesivamente hasta que fueron ultimados los deseos del General García de construir con las bandas que antes existían, aquel ejército que estaba en sus proyectos y por el cual tanto se desvelaba. Si en verdad este mes apareció inactivo en operaciones bélicas, no por ello debemos negar la gran cosecha obtenida por la transformación de que fue objeto el ejército libertador, la experiencia que se pudo acumular de un pasado que no volvería más y el acopio de energía que se hizo para llevar a cabo las empresas que se tenían proyectadas y las cuales darían, a no dudarlo, el fruto que todos deseaban y que los intereses de la Patria habrían de recibir para estímulo colectivo.

El General García Iñiguez, que a la sazón se encontraba acampado en el campamento del acantilado, a menos de dos Km del ruinoso pueblo de Baire, tan pronto tuvo conocimiento del tropiezo sufrido por el general Gómez en tierra Camagüeyanas, dio las órdenes pertinentes para que fueran movilizados sus hombres y una vez logrado, marcha cuanto antes para la provincia de Camagüey, donde pensaba con la autorización previa del general en jefe, tomar el desquite que las armas cubanas deseaban. Como en aquellos días se había recibido armas y pertrechos de guerra, procedentes de la última expedición conducida por el General Emilio Núñez, su disposición para una ofensiva era excelente y por tal razón las fuerzas se pusieron en movimiento hacía el Camagüey.

El Campamento del acantilado fue abandonado el día 28 de septiembre de 1896 y la columna mixta que integraban esas fuerzas, un millón de hombres aproximadamente salió a campaña con el júbilo de siempre, iban hacía el Noreste del término municipal de Jiguaní, precisamente en dirección al Río Cauto, que tanto amaban los mambises por el acogedor refugio que solía ofrecerle.

Había que rendir una jornada extraordinaria para llegar a la meta que era el Cauto, sobre 35 kilómetros de camino infernales y por esa, la marcha se hizo penosa hasta que al atardecer del propio día pudieron acampar en la extensa hacienda llamada Vega Bellaca, a poca distancia de La Yaya y sobre las márgenes mismas del caudaloso río Cauto, que a causa de las lluvias copiosas caídas en aquellos días veraniegos y que para satisfacción de todos ellos, mostraba su grandiosidad con el mayor orgullo, por llegar sus aguas a casi el tope de las barrancas. Ante la vista el río se había eclipsado para dar paso a un auténtico brazo de mar, por lo menos hasta ese extremo pudieron llegar sus ilusiones ópticas. Pasada la impresión de los primeros momentos, las conjeturas los invadieron por igual a todos, haciéndose una pregunta ¿Qué hacer ahora si el padre de los ríos de Cuba se encontraba casi al desbordarse?, natural sería esperar a que las aguas volvieran a su nivel, pues entonces vadearlo sin peligro alguno: a menos eso fue doble suponer a los más jóvenes, que no conocían la manera de actuar del General García cuando los movimientos tácticos encontraban obstáculos imprevistos emanados de la naturaleza y por ello a pesar de esas suposiciones de gente muy joven, los acontecimientos posteriores vinieron a demostrar que el criterio simplista, de creer en la necesidad de una espera en la bajada del río era infundado, por cuanto el General García, cuando planeaba una operación de guerra, disponía siempre medios más que suficientes para sortear toda clase de dificultades a medidas que ellas se fueron presentando y de acuerdo en todos los casos con las necesidades del momento.

Cuatro días estuvo acampada la columna mambisa del General Calixto García a orillas del río Cauto, desde el 29 de septiembre hasta el 2 de octubre de 1896, durante las cuales, no cesó un instante de llover, lo que por consiguiente provocaba esa inhospitalidad característica del tiempo, que unidos a los trastornos del caso, producía a las milicias cierto desgano, que nos enodapaba para futuras contingencias.

La situación se agravaba por momentos, pareciendo que el cruce del río sería del todo imposible, sin embargo, la orden de seguir hacia delante estaba vigente y los preparativos para ejecutarla seguían su curso natural a despecho de todas las conjeturas de orden individual.

El General García había dispuesto vadear el Cauto de cualquier modo y a ese efecto decisivamente ordenó la construcción de balsas para el trasbordo de la infantería y de la gran cantidad de pertrechos bélicos que llevaba consigo para el general en jefe. Como es de suponer, el brazo de agua tumultuosa que los separaba de la orilla opuesta tendría que ser salvado de todas maneras, costara lo que costare y hacia ello iban así los intereses de la Revolución.

La tarea de atravesar el río se hacía en extremo dificultosa, no solo eran indispensables aquellas balsas que se habían ordenado construir, sino también disponer de un personal diestro en el manejo de esos adminículos acuáticos y que a la vez fuera conocedor por entero de los secretos de la tornadiza corriente, tan acostumbrada a propiciar sustos y producir desgracias.

El río Cauto crecido, como se encontraba en aquellos momentos era para temerle; los que moraban sus riveras, que lo conocían íntimamente le temían con sobrada razón a causa de los destrozos que acostumbraba ocasionarles cuando se ponía en trance de dañar como en aquella oportunidad, creciendo, hombres, bestias, edificaciones, cercados, siembras en general y arboledas resultaban dañadas sin excepción, cuando sus corrientes bramaban, logrando alcanzar a media baranda, su poder destructivo era demoledor.

A pesar de todo había necesidad de cruzar aquella alborotosa corriente que tanto miedo cerval les ocasionaba, a los que no estaban acostumbrados a verlo en forma tal, contra el peligro que se les había enfrentado, había que ir y hacia él fueron resueltos, cumpliendo el mandato de su jefe.

El General García a los vecinos que conocían de cerca el temido río y la manera de venderlo, les encomendó la tarea de construir la flotilla de balsas y canoas, su construcción se pudo efectuar sin contratiempos en pocas horas de labor, por existir en los alrededores expertos labradores entendidos en la materia, que pudieron cumplir la tarea con la premura que era necesaria.

Dos días transcurrieron, y al llegar el tercero, ya el General García tenía a su disposición una verdadera escuadrilla de transportes, solo faltaba ejecutar lo más delicado del trabajo, la transportación de una orilla a la otra no solo los hombres que integraban la columna de operaciones, sino también la gran impedimenta que llevaban.

Por fin la hora de partida había sonado, cerca de 2000 hombres y más de 200 caballos, estaban listos para vadear la tempestuosa corriente del Cauto y en la madrugada del 2 de octubre, el corneta de órdenes puso con su toque marcial en movimiento a todo el mundo en el cuartel general.

Todos conocían que se iba a cruzar el río en aquellas frágiles balsas y canoas improvisadas y para efectuarlo se fueron alineando por grupos a fin de ocupar el lugar que provisoriamente se les había indicado la víspera. La faena del transporte dio comienzo, canoa y balsas se fueron llenando de manera tan ordenada que a muchos sorprendió profundamente, primero la infantería con sus pertrechos de guerra en las balsas, luego los hombres de la caballería con las arneses en las canoas, llevando entre las manos las riendas de los caballos, en tanto que estos nadaban al lado con una pasmosa tranquilidad. El pequeño ejército revolucionario se encontró como por obra de magia debidamente acondicionado en la orilla derecha del poderoso río, descansando de la épica jornada que solo los mambises hubieran sido capaces de rendir, consumada la operación y puesto en orden las cosas, la columna empezó a moverse y al atardecer ya marchaba río abajo hacia el oeste, para pernoctar en un pequeño potrero donde la caballería encontró al igual que los asimiles, pastos suficientes, la infantería el descanso que merecía como recompensa del duro bregar a que habían sido puestos a prueba durante las veinticuatro horas transcurridas, aquí no iba a terminar aquella odisea, ante ellos se presentaba por delante una incógnita por resolver, en la que la voluntad humana se pondría una vez más a prueba. El angustioso espectáculo de tener que atravesar por una región totalmente anegada le producía verdadero escalofrío.

El río Salado según noticias recibidas en el Cuartel General se había desbordado de tal manera que sus aguas habían cubierto varias decenas de kilómetros cuadrados.

Se encontraba con una anegada zona que atravesar por delante y el río Cauto amenazador como nunca a sus espaldas queriendo lanzarles fuera de su cause y arrasarlo con todo ese ímpetu propio de las fuerzas irrefrenables que las leyes físicas exigen a la gravedad. Las perspectivas futuras para la columna del General García no era en lo absoluto agradable y ante esta situación que se les presentaba, toda marcha hacia delante representaría para los hombres un nuevo sacrificio de cariz ilimitado que para muchos de ellos se hacía tarea poco menos que imposible de cumplir, si se tiene en cuenta que una gran parte de los infantes llevaba sobre sus escuálidos dorsos, aparte del pesado “jolongo” una caja de balas con peso aproximado de setenta libras. La situación se hacía complicada ante esos impedimentos que se les presentaban por delante; de ello no cabía dudas de ninguna especie, la insistencia del General Gómez de que se le llevase cuanto antes el parque que le era necesario para emprender su próxima marcha hacia Las Villas y el deseo del General García de salir de operaciones cuanto antes mejor, lo impulsaban a desoír las quejas de sus hombres y exigir de éstos como lo hacían, un esfuerzo más a favor de las necesidades militares de aquel momento histórico. Durante el cruce del río, algunos hombres desertaron de las filas de los mambises, olvidando los deberes con la Patria esclavizada, causando con su cobardía las bajas consiguientes en aquellas tropas heroicas, la mayor parte de ellos, reclutas bisoños llamados al servicio de las armas, días antes de partir de sus respectivas zonas; pero que más tarde, en pleno bosque inundado, la tragedia había de agudizarse en forma tal que el General García se vio precisado a ser sumamente enérgico imponiendo las medidas disciplinarias que el caso merecía y que el rigor del código militar imponía en cada caso.

Entrada al Río Salado

La tarea de emprender la marcha dio comienzo al fin y en la madrugada del día 3 de octubre de 1896, después de encontrarse todas las fuerzas en disposición de emprender la jornada, el corneta de órdenes puso en movimiento a aquellos hombres dispuestos siempre a ir hacia delante y para los cuales el deber por la causa que defendían lo concentraba todo. Con las fuerzas ya en orden perfecto, la columna en marcha formaba un contingente no mayor de dos mil hombres de ambas armas, no bien habían dejado atrás el embravecido río Cauto las perspectivas que se ofrecían por delante se hacían cada vez más complejas, aunque las lluvias continuaban ininterrumpidamente de manera tan tenue que parecía no causar molestias trascendentales, la marcha de los hombres continuaba si que la inclemencia del tiempo le importase un bledo.

Para el soldado libertador resignado hasta un grado inimaginable, el daño físico o moral no era para tenerse en cuenta. La lluvia por pertinaz que fuera, no le afectaba en ninguna ocasión y menos hasta el punto de que hiciere entibiar sus deberes revolucionarios. La Patria le exigía todo género de sacrificios y a estos se daban por completo sin reserva mental alguna, su moral no admitía relatividad alguna por ser absoluta.

Apenas si habían salido de la pequeña franja de tierra alta que ofrecían las riveras del río Cauto, la columna se iba internando ya en los terrenos anegadizos de la región bañada por el río Salado, ampliamente inundado en aquella oportunidad a causa del temporal de agua que estaba castigando el Valle del Cauto y cuya saturación había tomado un cariz altamente intenso. Cada paso que se daba hacia el río desbordado, el peligro aumentaba de forma intranquilizadora, más cuando ya se había avanzado un gran trecho, internados profundamente en aquellos bosques vírgenes, cubiertos materialmente de agua, dado que ésta alcanzaba la cintura de los infantes, imposibilitando su marcha y obligando a muchos de ellos a buscar refugio con su carga en los árboles o empalizadas que salieron de la superficie líquida, si es que no deseaban perder su valioso cargamento. El jefe ordenó hacer un alto para tomar aliento, imposible el dar una idea clara de lo penoso que estaba resultando el esfuerzo de los heroicos soldados de la Patria durante aquella marcha a través de una senda boscosa completamente intransitable, donde las pisadas se hacían sobre un terreno invisible y en el cual, el perder el equilibrio podía ocasionar una catástrofe.

Aquella pobre gente pletórica de fe, héroes anónimos de nuestras luchas libertadoras, cargadas como animales, con una caja de municiones, su mochila y su fusil al hombro, tenían que hacer acopio de voluntad para poder marchar así por los lugares inaccesibles, descalzos y casi semidesnudos muchos de ellos y la perenne exposición natural que siempre acompañaba en los caminos, cuya jornada hay que hacerla a tientas, por estar cubiertas de agua y ofrecer en todos los momentos los mil peligros que las cosas ocultas producen.

Finca El Naranjo

Tras un andar penoso durante más de cuatro horas, hacia las once de la mañana de aquel mismo día 3 de octubre, tan abundante de episodios inolvidables, el General García ordenó un descanso para almorzar en la finca El naranjo, la cual aparecía ante los ojos de todos, al menos su batey, como un pequeño islote en medio de aquel océano de agua de lluvia. Aquella parada inesperada fue pequeña, pero sirvió de alivio a lo pasado y aliento para seguir adelante en el resto de la jornada por cubrir.

La caballería y el estado mayor, los primeros en llegar a la finca tuvieron tiempo de sobra para preparar sus ranchos en espera de que la infantería que venía retrasada hiciera lo propio. Tres horas después cuando las fuerzas habían tomado el refrigerio que como ligero almuerzo se les había proporcionado y descansando un poco, la marcha de la columna prosiguió con la misma tenacidad y que ninguno de los guerreros decayera, ni menos perdiera aquel buen humor que nunca abandonaba a los mambises en los momentos críticos en que la suerte le fuera adversa por una u otra causa y al volver internarse la columna en aquellos busques anegados, el tiempo ya se hizo interminable y los sufrimientos parecieron no tener límites alguno, horas y más horas de angustias se rindieron sin la menor queja en los compatriotas.

Sucedían los episodios, unos tras otros, sin poderlos precisar y sin embargo, aquellos hombres de la infantería no se dejaban dominar por la inclemencia de ellos, aunque los rodeaba la tragedia. Diez horas incansables en atravesar la vereda que unía la finca El Naranjo del punto extremo, en el que al filo de la medianoche se hiciera alto por la columna para pernoctar tras haber dejado bien atrás el Salado; diez horas de continuo chapalear en aquellos fangales durante los cuales, los hombre de acero de la Revolución, dadas por entero a las luchas infatigables de la manigua, se mantuvieron con un espíritu superior de pleno sacrificio por la santa causa que defendían y que les hacían multiplicar sus energías hasta que alcanzasen la meta, que como objetivo se les había impuesto por su jefe.

Cuando a los lindes de las doce de la noche, tras aquellas múltiples agonías relatadas, el grueso de las fuerzas pudo salir al claro de aquella malhadada vereda, para acampar bajo los efectos demoledores de un torrencial aguacero, en un inhóspito ramblazo, donde solo existía un destartalado bohío, incapaz de guarecer en su interior a una docena de personas. Aquellos hombres heroicos se sentían satisfechos de haber rendido la jornada que en algunos momentos de indecisión habían creído de imposible realización. Es cierto que hubo instantes en que la desazón los amargó de cierto modo, hasta el punto de impulsarlos hacia la protesta, pero todo aquello sucedió rápidamente, sin tiempo para dejar huellas en sus ánimos, solo ráfagas de protestas, sin que las mismas llegaran a madurar.

Los habitantes de aquel humilde hogar, que la columna escogió para establecer su campamento, abandonaron sus lechos, posiblemente camastros de cuje, paja y carona de plátano, que otra cosa no eran la mayoría de las camas usadas por las familias mambisas, para atender a los huéspedes y ofrecerles los auxilios que necesitasen en horas tan inoportunas. Como el cabeza de familia con su numerosa prole ocupaba la única habitación del bohío, ofreció al general García lo que a la vista tenía imposible, es decir, el pequeño espacio que fungía de sala-cocina en la rústica cabaña, que apenas si cubrían 15 metros cuadrados en general, aceptando de buen gusto el ofrecimiento que se le hiciera por el humilde ciudadano, ordenó inmediatamente que se le instalase su hamaca en uno de los costados, alrededor de la hoguera, a fin de descansar un rato hasta la llegada del nuevo día, durante el cual se emprendería nuevamente la marcha hacia lugares mejor situados. Los demás integrantes del Estado Mayor ayudantes y oficiales adscriptos, se agruparon como pudieron alrededor de su jefe para comentar en voz baja las múltiples incidencias ocurridas en la jornada que acababan de rendir y esperar la llegada del nuevo día, ya que les era imposible echar un sueño en un lugar tan inapropiado. Los que no cupieron bajo el pequeño techo de guano, se los arreglaron como pudieron bajo los árboles de las cercanías, o levantaron sus tiendas de campaña donde le hizo posible.

Marcha hacia San Andrés

El nuevo día llegó al fin y con él, el mal tiempo había cesado por completo, como faltaba poco para llegar a la zona donde era abundante la comida, se hacía imperioso el alcanzarlo, para proveerse la columna de los alimentos que tanta falta hacían. Comprendiéndolo así el jefe, el movimiento de la columna se hizo patente y cuando el sol parecía acercarse más al cenit, las fuerzas cubanas, un tanto ya repuestas de la dificultosa jornada del día anterior, emprendieron su marcha en dirección a san Andrés de la Rioja, horas más tarde tuvieron que acampar, para satisfacción de todos por haber salido casi inermes de aquel infierno donde el río había hecho una de las suyas.

Dos días se emplearon en reorganizar la columna en el pintoresco San Andrés de la Rioja; pero al hacer los recuentos en los batallones, se echó de menos a unos 150 hombres, los cuales se habían quedado rezagados por el cansancio, enfermedad o quizás por deserción algunos de ellos. Habían existido causas justificables para tales percances, si consideramos la terrible marcha ejecutada por entre aquellas tierras anegadas por el desbordado río Salado. La situación era de cierta gravedad, de persistir un número de bajas como el sufrido, traía que el General García se vería en una situación embarazosa para cumplir con toda exactitud la orden de llevar el material de guerra, que tanto urgía al generalísimo. Pero las aguas amainaron cuando la situación se creía de extremo comprometida y como es natural suponer tras la bonanza del tiempo, la crisis se desvaneció como por encanto, trayendo por secuela la tranquilidad a todos los expedicionarios. La merma de los hombres tan enojosos como las rendidas, se suplió con creces al unírsele las fuerzas de Holguín que comandaba el brigadier Cornelio Rojas, un día después de la llegada a San Andrés de la Rioja, de la misma manera, los cargos que la infantería venía conduciendo sobre las espaldas de sus hombres, encontraron acémilas que se hicieron cargo de ellos, facilitadas por las autoridades administrativas del lugar. Además el brigadier Rojas suministró otra riada de caballos y mulas con lo que los hombres de Jiguaní y Bayamo se vieron libres de seguir con aquel incómodo peso, traído heroicamente desde la región de Baire, donde tuvieron últimamente almacenados los pertrechos de guerra aludidos.

Los días de descanso en San Andrés de la Rioja sirvieron de panacea a los sufrimientos anteriores. Las caras de los hombres ya estaban alegres y jubilosas, al huir de las aguas atormentadoras del Salado y desaparecen por completo el martirio de las lluvias, la pesadumbre desapareció en los mambises y el optimismo volvió a reinar en ellos. Aquel acuciamiento por sentir los pies sobre la tierra firme había desaparecido. Los días del 4 al 8 de octubre de 1896, pasados en San Andrés de la rioja y Mala Noche fueron aprovechados por el Genera García no solo para reorganizar debidamente su columna, sino también para infundir ánimo para las luchas futuras, a los que siendo demasiado jóvenes pudieron haber sido víctima por los sufrimientos padecidos desde la partida desde el Cauto.

La gente moza no solo comió en abundancia, sino que también tomaron parte en todas clases de diversiones mientras permaneció acantonada en aquella rica prefectura del distrito. Pero el tiempo concedido para el descanso tocó a su fin. La hora de proseguir había sonado de una manera rigorista. El General García, como tenía por costumbre, arengó a sus hombres antes de la partida y después de que el corneta de órdenes lanzó al aire la orden de marchar, la columna empezó a moverse con aquella marcialidad y disciplina que le era proverbia. Así la columna que había aumentado en número, a pesar de las bajas por enfermedad y de que los que habían destacados para custodiar el depósito de armas que se dejara atrás, se despedía de mala noche por esta vez, última porción de tierra hacia el oeste en el Municipio Cauto Cristo, la cual pertenecía al mismo desde que se fundara dicho municipio en 1963; pero que en la actualidad pertenece al Municipio Calixto García de la Provincia Holguín.

La columna fue internándose en las llanuras de Tunas, rumbo a Camaguey, con el objetivo de cumplir la misión que en General en jefe Máximo Gómez le había asignado al jefe del Departamento militar de Oriente, General Calixto García, de llevar cuanto antes el armamento disponible desde Baire (Oriente) hasta Camaguey, donde se realizarían importantes incursiones en Cascorro, Guáimaro y otros pueblos aledaños y que eran de importancia para los españoles.

Regreso a Oriente

El General García con sus hombres cumplió en el menor tiempo posible la orden, pudiendo desarrollarse satisfactoriamente los planes previstos por Gómez. La campaña había terminado por aquellos momentos y era hora ya, de que las fuerzas que tan duramente habían combatido durante tres semanas en el Camaguey, tuvieran los días de descanso que en justicia merecían. Así lo estimó el General García y para llevarlo a la práctica una vez que se despidiera del Generalísimo, quien hubo de partir inmediatamente para Las Villas, dio la orden de regresar a Oriente. El retorno a la querida provincia produjo un gran regocijo para todos los que deseaban cuanto antes llegar al territorio donde el que más y el que menos poseía afecto y cariño.

En los primeros días de noviembre de 1896 comenzó el regreso, aquellas marchas de retorno a la tierra oriental eran en extremo admirables, los soldados de infantería cargados de una manera fantástica, además del jolongo reglamentario, reventando las tantas rapiñadas durante el asalto y captura de Guáimaro, llevaban sus espaldas encorvadas, el fusil. La caballería igualmente se apartaba de la ligereza reglamentaria, en dicho cuerpo llevaban cuantiosos objetos, para convertirse en una verdadera arrea de mercaderes, debido al abultamiento de los efectos múltiples que transformaban sus hombres. Todos aquellos infantes y jinetes, iban henchidos de satisfacción hacia sus respectivos lugares por tanto, aquel botín fructífero que durante sus luchas pasadas se habían conquistado y que con alegría habrían de recibir sus padres, esposas, hijos o novias que un mes antes habían dejado intranquilos, allá en la retaguardia lejana.

El contingente mambí al salir de Camaguey contaba con cerca de dos mil hombres, iba decreciendo poco a poco como por encanto, los generales con sus hombres se iban quedando a su paso por los pueblos a los cuales pertenecían. Durante una semana las marchas forzadas habían cruzado a tropezones por sobre inmensas llanuras boscosas carente de todo y abundante en obstáculos. La sombría vastedad otoñal de esta región situada entre Tunas y las riveras del Cauto, imponían cierto temor, pero que el deseo de llegar cuanto antes a donde deseaban, hacían olvidarlo con tal facilidad, que daba tiempo a enfriar su espíritu y a sentirse menos intranquilo según iban marchando, las fuerzas pertenecientes a territorios que se quedaban a retaguardia se desintegraban para tomar unas vacaciones hasta que nuevamente fueron llamadas al servicio, aminorando con ello el grosor de la gran columna que saliera de Camaguey, a tal punto que la misma quedó desmembrada completamente, por lo que al cruzar el río por las bajadas para internarse en el territorio de Jiguaní que era por la abundancia de víveres y la protección que proporcionaba, ya escasamente un millar de hombres.

Con la llegada a la región del Cauto y en especial a la zona jiguanicera los días 26 y 27 de noviembre de 1896, las operaciones habían dado a su fin por el momento, y ante esa realidad, el General García ordenó un licenciamiento general por 10 días, marchando con su escolta y estado mayor para el acantilado para tomar unos días de descanso.

Reinicio de las Operaciones

En el nuevo año de 1897 comienzan nuevas e interesantes operaciones en toda la región del Valle del Cauto. Aunque al General García le desagradaba molestar sin razón, y menos exponer a sus tropas en marchas que no tuvieran un propósito positivo, sin embargo debido al intenso invierno que agotaba a la región y acompañado de las enfermedades infecciosas que haciendo estragos en forma alarmante, no solo dentro de las fuerzas militares, sino, con mayor rigor y crudeza, en la desvalida población civil, a causa de la escasez de alimentos, tan común en esa época del año, eran causas más que suficientes para mostrar una agilidad en sus movimientos poco común en hombres de edad ya madura, por eso vemos en los primeros días de enero acampando en la Rinconada de Jiguaní, para estar en Bejucal el día 8, el 17 estaba acampando en la finca La Mula, hoy La Seis, sobre las riveras del cauto.

Después de la toma de Tunas el 29 de septiembre de 1897 y dejando allí organizadas las cosas Calixto García con su columna sale el 12 de septiembre, con rumbo sureste hacia la zona del Cauto, pasando por Limones, Las Arenas, Las Coloradas, Tasajera, Hato Nuevo. Acampando en Las bajadas a orillas del cauto, donde se conoció que solo habían quedado unos 300 hombres de los 1500 que componían la columna, al salir de Las Tunas, a causa de que las fuerzas de cada localidad se iban apartando del grueso, integrándose hacia sus respectivos centros de operaciones que iban quedando a la retaguardia. Se continuó vadeando el río Cauto hasta que el día 16 de septiembre llegaron al campamento del Acantilando, cerca de Baire.

Los esfuerzos y mayor interés de Calixto García, ya a finales del año de 1897 se concentraba a evitar por todos los medios, que el veneno autonomista se infiltrase en los que por carencia de madurez en sus principios revolucionarios o por ignorancia, se sintieran un poco desilusionados ante la rudeza de aquella lucha que hacía tres años venían sosteniendo con un enemigo diez veces superior, con medios bélicos y con otras ventajas que ellos carecían y para precaverse de ese mal que podría infectar a sus hombres. El General García creyó necesario recorrer todas las zonas que abarcaba su alto mando, a fin de entrevistarse con los jefes y oficiales de distritos y dictar aquellas medidas drásticas que más conviniera a la conservación de la unidad revolucionaria. El mes de diciembre de 1897, fue para el cuartel general, un mes de actividades infinitas. Las marchas y contramarchas se sucedían unas tras otras y por eso vemos al gran jefe guerrero en todas partes, cual tuviera la seguridad que con su presencia, la confianza en la victoria se reafirmaría a regañadientes por el gobierno de Sagata, había traído de cierta manera contratiempo, que se hacía urgente conjurar, por tales motivos no es de extrañar, que estando acampando el jefe del departamento oriental el 5 de diciembre en Cautillo, apareciera el día 10 en el Acantilado, y el día 20 en La Yaya sobre el Cauto, apareciendo el día 24, pasando la noche de navidad en Cauto el Paso y días después lo viéramos conferenciando con el General Torres en Mala Noche.

El año de 1898 habría de empezar con grandes acontecimientos en los que la unidad revolucionaria se pondría a prueba. Los libertadores pasarían una etapa llena de escollos, los traidores autonomistas, envalentonados por el color oficial que les prestaba el Capitán General Blanes, prodigarían en su campaña antirrevolucionaria, toda clase de subterfugio con el objeto de llegar hasta el sentimiento nacionalista de las masas populares apartadas de la contienda.

En los primeros días del año 1898 la situación militar de la provincia de Oriente no era favorable y ventajosa para los españoles, sus fuerzas militares se mantenían a la defensiva como quien espera un cambio que le fuera favorable para entrar en acción, pues el Ejército Mambí los mantenía en jaque e inmovilizado. Las fuerzas españolas, no obstante su ascendencia mayor a 45 mil hombres, resultaban ineficaces ante los movimientos atrevidos de Calixto García, que no dejaba de hacerse sentir en ningún momento.

El General García después de llevar a cabo las distintas conferencias que había proyectado en la mayor parte del territorio oriental para precaverse de un posible daño de autonomía. Habiendo recorrido la zona de Holguín, y ya de regreso hacia la zona del Cauto llegando el 7 de marzo al campamento de La Jatía permaneciendo por espacio de 5 días en el lugar. El día 12 por la mañana, la columna salía. Se marchaba bordeando el Cauto en dirección Oeste y a la vista de la finca San Rafael, se hizo una pequeña parada, con el objeto de dar descanso a la gente de infantería. Luego la marcha prosiguió y antes de dar las tres de la tarde hacían la entrada en Las Bajadas donde pernoctaron.

Dos días después, el 14 de marzo, llegaron a Mala Noche. Esta prefectura jamás carecía de vituallas para las tropas y por eso cada vez que llegaban a este lugar, el interés se concentraba a cargar bien las acémilas a fin de ir todo lo posible previstas, durante las subsiguientes marchas. Tan buen lugar de descanso era la prefectura de Mala Noche que Loynaz del Castillo se pasó en ello una buena temporada y hasta llegó a editar un periódico Literario cuajado de preciosas poesías que se intitulaban “El Clarín de las Selvas”, Mala Noche no era tan mala, como su repulsivo nombre. Sin embargo ese día no fue bueno para todo el mundo. El ciudadano Elías Brizuelas le fue desastroso, algo grave le sucedió cuando el General García dispuso su empapelamiento.

Al Comandante Rafael Lorié le tocó el turno de juez instructor. El comunicado redactado por el General García en el cual se hacía el nombramiento del espinoso cargo decía:

Mala Noche, marzo 14 de 1898. En el día de hoy he tenido por conveniente nombrar a usted juez instructor del proceso que ha de iniciar en averiguar de si el ciudadano Elías Brizuelas ha vendido o dispuesto el ganado, sal y demás pertenencias del ejército que ha tenido en depósitos. Queda usted autorizado para practicar cuantas diligencias sean necesarias para la más rápida terminación del proceso y esclarecimiento de las irregularidades o delitos cometidos por dicho individuo. Designará usted al Secretario de causa. P y L. Calixto García.

Organización de las guerrillas

En la mañana del 22 de marzo, después de haber sido cuidadosamente terminados, se le enviaron al general Menocal instrucciones, relacionadas con las guerrillas que el General García había ideado organizar para operar en toda la rivera del Cauto. Donde se pedía su cooperación y apoyo para la rápida organización de las guerrillas de Cauto Arriba, para que dieran estas, el resultado que se había propuesto al crearlos.

Las guerrillas referidas quedaron organizadas de la siguiente manera:

Guerrillas de Cauto Arriba Territorio que comprendían 1ro. Media legua a la izquierda y derecha del Río Cauto desde la desembocadura del Contramaestre hasta el Cauto el paso y frentes respectivos, no obstante esto cuando las circunstancias y conveniencias del servicio lo exijan podría salirse a derecha e izquierda, más de lo fijado para exploraciones, persecución del enemigo, cumplimiento de ordenes superiores, etc. Pero sin jurisdicción en ese territorio objetos y obligaciones.

2do. La misión de esta fuerza es la custodia, vigilancia y defensa de esa parte del río Cauto, sirviéndole de resguardo a las familias, predios, talleres y hospitales establecido y que se establezcan, explorando y tiroteando al enemigo que lo invadiese o trate de invadir dando oportuno aviso al vecindario ya verbal, ya con sus fuegos y señales que crea útil establecer el jefe de esa fuerza. Asimismo estará en comunicación con las fuerzas vecinas por darle y recibir aviso apoyándolas si fuera preciso.

3ro. La jurisdicción del jefe de esta fuerza en el territorio demarcado y sus habitantes será completa, salvo lo que compete a los jefes militares en sus subordinados que serán vecinos del mismo.

4to. En este concepto se hará cargo de los predios, talleres, canoas para el paso del Río y demás pertenencias del estado que radiquen en la zona demarcada, creando todas las más que pueda, así como pesquería, depósitos de sal, etc.

5to. Los jefes vecinos que tengan mando, podrán no obstante tener en ese territorio depósitos de caballos y ganado vacuno bajo la administración de los mismos, pero el jefe de la zona los vigilará con el mismo celo que si fueran propios y dará cuentas de las faltas y deficiencias que notan.

6to. Ningún vecino de esta zona podrá prestar fuera de ella ningún otro servicio que el militar en las finas del ejercito activo.

7mo. Examinará los pases de las comisiones oficiales y particulares que pasen por la zona deteniéndolas o auxiliándolas de efectos o cabalgaduras detenidas y dará cuenta inmediatamente con las circunstancias que ocurran de las detenciones que verifique. Todo bajo su responsabilidad.

8vo. Comprendiendo esta zona territorio de primera y segundo cuerpos estarán estas fuerzas a las ordenes del cuartel general del departamento y las facilitarán las tres divisiones limítrofes, oriental de Holguín, occidental de Iden y primera del segundo cuerpo (Jiguaní-Bayamo) en esta forma.

9no. Cada división entregará al jefe que se nombre dieciséis soldados útiles, cuatro cabos, dos sargentos, todos armados y un oficial alférez o teniente, cuatro de los dieciséis soldados y un cabo serán montados.

10mo. El jefe de la zona y de las tres secciones será un Comandante o Teniente Coronel, que podrá tener un teniente o Capitán como ayudante o Secretario.

11no. Cada sección se dividirá en dos pelotones, uno a cada margen del río, a las órdenes de un sargento y el oficial jefe local de ambos. El jefe de la zona podrá en los casos que lo crea necesario o conveniente el servicio evolucionar en otra forma, procurando siempre cubrir los lugares más importantes o más en peligro.

12do. Procurará este jefe montar toda su gente, sin tocar para ello los caballos ya pertenecientes al ejercito ni requisar de los particulares y comisiones, de estos más que lo verdaderamente útil teniendo siempre en cuenta las necesidades de aquel a quien reclutara la cabalgadura.

13ro. El conjunto de estas fuerzas se denominará Guerrillas de Cauto Arriba y el territorio, zona de Cauto Arriba. P y L. Calixto García.

De igual forma y bajo las instrucciones antes mencionadas se organizó otra guerrilla con el nombre de Cauto Abajo y con jurisdicción desde el Cauto el Paso hasta la desembocadura del Río Cauto, mando de dichas guerrillas fue nombrado el Comandante Luis Lora de las fuerzas de Tunas.

Para el cumplimiento de lo dispuesto por el jefe del departamento y con el fin de unificar el mando de las dos guerrillas, el General García designó para el mando de ambas zonas al Coronel José Fernández de Castro. En tal virtud el 25 de marzo de 1898 fue comunicado al Coronel Fernández de Castro el anuncio de su nombramiento por el siguiente escrito oficial:

Potosí, Tunas 25 de marzo de 1898. Al Coronel José Fernández de Castro.

Con esta fecha he tenido por conveniente nombrar a usted jefe de las zonas y guerrillas de Cauto Abajo y Cauto Arriba, mandadas por los Comandantes Lora y Zaldívar respectivamente, comprendiendo éstas, ambas orillas del Río Cauto, desde su conferencia con el Contramaestre hasta la desembocadura en el mar, sujetadas a las instrucciones escritas y verbales que tiene recibidas. Lo que comunico a usted para su conocimiento y exacto cumplimiento. P y L. Calixto García.


El nombramiento recaído en el Coronel Fernández de Castro, se les comunicó ese mismo día a los Generales Jesús Rabí, Mario G. Menocal, Saturnino Lora y Luis de Feria y por los oficios numerados 262 y 263 se les comunicó a los comandantes Francisco Zaldívar y Luis Lora que por el cuartel general se había dispuesto fuera al jefe de las zonas y guerrillas de sus mandos respectivos el Coronel Fernández de Castro a quien estarían subordinados en esos momentos.

Para el 27 de marzo de 1898, el General García, se encontraba operando en la zona de las Parras, jurisdicción de Holguín y por los movimientos que se estaban realizando, se podía deducir que el jefe del departamento militar de Oriente, tenía el propósito que retornara la zona de Jiguaní, aunque realizando un pequeño recorrido por la parte sur de Holguín, con el propósito de acercarse a los lugares en que podían suministrárseles noticias del exterior, en donde los acontecimientos internacionales entre Estados Unidos y España se enmarañaban por momentos. La voladura del “MAINE” había movido la conciencia nacional norteamericana y no sería difícil que se desembocase una guerra entre ambas naciones.

Así muy temprano, aún en penumbras del día 28 de marzo de 1898 las fuerzas del ejercito mambí dejaron el campamento de las Parras en dirección a Mala Noche, como ya se había previsto por el Coronel García, que los caminos se encontraban completamente secos, la jornada se simplificó de una forma notable y en pocas horas fue rendida, pero también en Mala Noche la estancia sería de horas, ya que el general estaba decidido a llegar cuanto antes a la zona de Jiguaní, donde esperaba con fruición, noticias agradables del General López Recio. Llegar pronto a su destino era su principal objeto, sin embargo llegaba la noche, noticias grandes se filtraban hasta el campamento, que varias columnas españolas pensaban salir de operaciones sobre la cuenca del Río Salado, aunque no se tenía la seguridad de que los españoles pudieran llegar hasta el Cauto, aquella misma tarde le comunicó al prefecto la noticia a fin de que preparara los medios de resguardar a los vecinos de todo peligro ante el posible avance del enemigo. El comunicado al funcionario de referencia se decía así:

Mala Noche, marzo 28 de 1898

Al Prefecto de Mala Noche,

Amenazaba esta zona por el enemigo, que intente una operación por ella, ordene usted inmediatamente a todos los vecinos que viven en los caminos y potreros, que en el término de cuarenta y ocho horas se muden dentro de los montes a media legua por lo menos de los caminos. Los que hicieron resistencia o desobedecieron esta orden los remitirá usted a este cuartel general, cualquiera que sea el contraventor. Está orden la cumplirá usted como dejo dicho inmediatamente y sin excusas ni pretextos alguno, sin consideración de ningún género pues exigiré la responsabilidad debida a usted como a sus subalternos. Calixto García.

Como el General García no era de los hombres que permitiera ninguna clase de desobediencia, el prefecto de Mala Noche se las arregló para obligar a que los vecinos, sin chistar, cumplieran aquella orden de esconderse monte adentro y evitase con ello aquellos desmanes que tanto acostumbraban la soldadesca enemiga con los infelices pacíficos que se habían refugiado en territorio liberado, pero aquellas personas no quedaban indefensas después que los mambises dejaban el lugar, pues el general había dejado un grueso contingente en Las Parras, para que operasen en la zona y hostilizase al enemigo si este osara salir otra vez de Holguín.

Después de dejadas las cosas en orden, en la mañana del 29 de marzo de 1898, el contingente salió de Mala Noche y mucho antes de lo que esperaban, estuvieron a la vista del Cauto. La jornada desde Mala Noche, aunque bastante larga, la rindieron en menos de seis horas, a pesar de hacer alguna que otra parada en espera de la infantería, que como siempre sucede, venía a la zaga, aunque con el mismo deseo general de llegar al río dentro del menor tiempo posible. La cautela y el temor de los hombres eran desconocidos cuando marchaban con dirección a Jiguaní, territorio absolutamente liberado y en el cual los mambises no temían ninguna clase de sorpresa de parte de los enemigos. El paso efectuado por las bajadas les era tan conocido, que hasta la caballería sabía ya los lugares del lecho del río que debían de ser obviados, bordeado el río por la escolta de caballería y los integrantes del Estado Mayor, media hora más a lo sumo, se descansaba en el lugar de la Finca San Rafael que había sido escogida para la instalación del campamento, momentos después, según iban llegando las fuerzas de infantería, cada cual fue a ocupar su lugar, hasta quedar antes del mediodía vivaqueando con gran placer de todo el completo de la columna, pues al fin habían vuelto a entrar en el territorio de Jiguaní. A la caída de la tarde del 29 de marzo, cuando las fuerzas habían hecho su comida acostumbrada y los guerreros se entregaban a un descanso bien ganado, se sentía una tranquilidad de los que se sienten seguros y no han de temer a ninguna clase de contratiempos, pero la tranquilidad era aparente, no era absoluta, los cerebros de los patriotas discurrían a su pesar por el porvenir que le sería deparado a la patria y sobre la extensión de los sacrificios, aún por ofrecer a la causa que con tanto amor y desinterés venían defendiendo. Raro era el día que no había que hacer algo en relación con la correspondencia que en cantidad asombrosa llegaba al cuartel general, aunque ese día no había mucho que hacer, sin embargo, el general García dispuso entre otras cosas de menor importancia, el envío del siguiente comunicado:

San Rafael, Jiguaní Marzo 29 de 1898 Al General Agustín Cabreco

Habiendo sido nombrado por el Gobierno, el general de división Mario G. Menocal para el mando del Quinto Cuerpo de Ejercito y necesitando una escolta que lo acompañe hacia su destino, he dispuesto que el Primer Cuerpo facilite una escolta que lo acompañe hacia su destino, he dispuesto que el primer cuerpo facilite los hombres, el segundo las armas y el tercero los caballos, monturas, etc. La brigada de Ramón facilitará cincuenta hombres armados de Sargento Abajo, debiendo ser éstos voluntarios y que sepan montar. Las armas de esta brigada serán devueltas tan pronto lleguen a este cuartel. La brigada de combate facilitará 500 hombres desarmados. Le recomiendo no mande ningún hombre que no sea voluntariamente, pues no quisiera sucediese con éstos, lo que pasó con los últimos que fueron a occidente. El brigadier Juan Ducasso pasa a combate y este jefe nombrará al jefe u oficial que debe hacerse cargo de los hombres que le corresponden a la brigada del Ramón. Podrá usted incorporar al Brigadier Ducasso los oficiales que deseen marchar con el general Menocal sea cualquiera el número. - P y L. Calixto García.

Otras correspondencias semejantes se les enviaron al General Jesús Rabí y a otros generales, aunque relacionando solo las armas.

En la mañana del día 31 salió el contingente de San Rafael para pernoctar pocas horas después en el Jardín, en donde las fuerzas hicieron gran provisión de víveres, en los grandes predios militares de Palmarito a cuyo frente se encontraba el subteniente Riveco. La abundancia de productos alimenticios en esta zona era proverbial. En Palmarito, los plátanos, boniatales, ñameras y las puntas de yuca daban abasto para sortear varios regimientos. Con contar las necesidades de los centenares de familias que moraban en aquellos contornos.

Encontrándose en Baire al mediodía del 2 de abril de 1898, les llegó la noticia de que la columna enemiga comandada por el General Tejeda que viniendo de Holguín, había cruzado por la mula (la seis) y llevaba rumbo a Bayamo, vía Babiney, por donde dos días antes había pasado el gran contingente Mambí .Por lo visto los españoles persistían en su interés de activar las operaciones por todo el territorio del departamento de Oriente. Hasta esos momentos, los españoles no habían hecho otra cosa que quemar potreros y viviendas por donde habían cruzado, asustando a las familias y recibiendo como recompensa el fuego de los mambises. La columna del general Tejeda, al pasar por La Mula habían tenido que sostener un fuerte combate con un pequeño contingente al mando del coronel Carlos García Vélez, hijo del General Calixto García.

Enlaces relacionados

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Fuentes

Enlaces externos

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