Johann Valentín Andreae

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Johann Valentín Andreae
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NombreJohannes Valentinus Andreae
Nacimiento17 de agosto de 1586
Wurtemberg, Bandera de Alemania Alemania
Fallecimiento27 de junio de 1654
Stuttgart, Bandera de Alemania Alemania

Johann Valentín Andreae. Fue un teólogo, matemático, escritor, poeta y astrólogo alemán.

Síntesis biográfica

Nació el 17 de agosto de 1586 en la ciudad suaba de Herrenberg, al suroeste de Stuttgart, ducado entonces de Württemberg, Alemania, en el seno de una familia luterana. Sus padres fueron Johannes Andreae (1554-1601), decano y superintendente de Herrenberg, y Maria Moser (1550-1632), hija del preboste (Vogt) de esta población. El primero era un apasionado de la alquimia y gustaba de coleccionar objetos de arte y manuscritos, aficiones en las que gastó a lo largo de su vida más dineros de los que aconsejaban el bienestar y la seguridad de su familia.

En el año 1602, pocos meses después de su llegada a Tübingen, se matricula como estudiante de filosofía y teología en la universidad de esta ciudad.

Acabados los cursos de filosofía y obtenido el título de Maestro en Artes (1605), prosiguió los de teología. Pero un escándalo en el que se vio envuelto le obligó a interrumpirlos bruscamente y a abandonar la universidad dos años después. En varias de sus obras se refiere a este suceso calificándolo de un «castigo» y una «vergüenza», pero nunca logra aclarar en qué consistió.

Sin aún no tener decidido si emplearse en la administración civil o en la eclesiástica, se ofreció como instructor particular de hijos de familias nobles o ricas a fin de poder subsistir. Con esta ocasión aprovechó para poner en práctica sus nuevas concepciones sobre los métodos de enseñanza. Dado que este trabajo no le sujetaba demasiado, se determinó a emprender algunos viajes por Europa y visitar sus principales ciudades, diligencia ésta que se miraba entonces como obligada en la formación de un estudiante, parecido a como lo eran las peregrinaciones en la Edad Media. Los más largos fueron los que hizo a París y a Roma.

La razón de los mismos, fue la de «aprender lenguas». Sus adversarios, en efecto, le reprocharon siempre el carácter mundanal y contaminante de tales correrías. En el transcurso de su viaje a París realizó una escala en Ginebra (1611), quedando impresionado por el ambiente austero y piadoso que reinaba en esta ciudad calvinista gracias a los tribunales de costumbres que todas las semanas inquirían el comportamiento de los ciudadanos y castigaban cualquier exceso, incluso el más pequeño. Formaban tales tribunales los vigilantes de los barrios, o los ancianos de la zona, o el senado mismo, según fuera la gravedad del asunto y la dureza de corazón y contumacia del delincuente.

El empeño de toda su vida fue introducir algo semejante en sus parroquias luteranas, los llamados Comités Eclesiásticos, o Kirchenkonvente, cosa que conseguiría finalmente. En Cristianópolis, su república utópica, la vigilancia mutua de los ciudadanos es una de las bases de su buen orden y de la vida virtuosa de sus habitantes. Durante el viaje a Italia (1612) formuló el voto de abrazar la vida clerical. A su vuelta se presentó al examen de párroco, pero es suspendido por falta de la debida preparación.

Reanuda sus estudios de teología en la universidad de Tübingen, que termina en 1614, y se presenta otra vez al examen, aprobándolo esta vez. En la primavera de este mismo año se instala en la ciudad de Vaihingen, junto al río Enz, al noroeste de Stuttgart, en calidad de diácono.

Sus enemigos, recelosos siempre de su ortodoxia, argüirán que entró en la vida eclesiástica demasiado repentinamente, sin haberse dado el tiempo necesario para disponer su espíritu y purificarlo.

Su vida universitaria estuvo marcada por una insaciable pasión de saber. El día lo dedicaba al estudio de las ciencias, la noche a la lectura de autores.

En el catálogo de sus obras publicado en 1793 por Phillip Burk la lista de las editadas hasta entonces tanto en latín como en alemán es de cien, número que el bibliógrafo pone sucumbiendo más bien a la magia del guarismo que ateniéndose a la realidad, pues se sabe que rebasan esa cifra con mucho y que, por otra parte, las impresas eran y son algunas menos. El inventario de estas últimas confeccionado por Richard van Dülmen alcanza hasta 99, incluidas unas pocas de las que sólo es editor.

A ello hay que añadir su correspondencia, más de 3.000 cartas, todavía sin clasificar ni publicar. Este oficio de escritor lo inaugura con su entrada en la universidad y lo ejercerá durante toda su vida. Todos los días escribía algo, en sus tiempos de estudiante para descargar el bastimento que iba recogiendo de sus lecturas y más tarde para combatir la forzosa ociosidad a que le tenía sujeto su cargo de pastor de almas. Pero la causa primera de esta fiebre de escribir fue su enorme inquietud intelectual y su profunda aspiración a reformar el mundo y la Iglesia evangélica En estos primeros años compone algunas obras de teatro, imitando a los autores ingleses, unas de tema bíblico, como Esther, y otras de tema clásico, como Hyazinth, Die Verwünschung der Venus (La execración de Venus), Einunglücklicher Zufall (Un caso desgraciado) y otras. Realiza, asimismo, algunas traducciones, entre ellas los libros sobre la historia romana de Justo Lipsio (1574-1606).

Esta traducción, completada, la publicó en 1620 con el título de Admiranda oder Wundergeschichten.

También tradujo libros espirituales, como los de Philipp Nicolai y otros pietistas tanto alemanes como extranjeros, buscando siempre en esta actividad como traductor el conocer y practicar las distintas lenguas. La obra más valiosa de esta época juvenil fue, de acuerdo con su propio parecer, Theodosius, dos volúmenes bastante extensos en que expone su idea sobre lo que debe ser un buen educador.

Diácono en Vaihingen

Toma posesión de su cargo de diácono (coadjutor o párroco segundo) en 1614 en la ciudad de Vaihingen con 28 años.

Equipara esta pasión suya a la demanda fáustica del saber y escribe sobre ella una sátira teatral, Turbo (Torbellino), en la que ilustra la inutilidad de los esfuerzos humanos por alcanzar la sabiduría a la vez que propugna, no obstante, la conveniencia de estudiar las ciencias humanas y cultivarlas con devoción. Los orígenes de esta obra están en las conversaciones habidas a la mesa durante su estancia (1611-12) en la casa de Hafenreffer, quien le animó a que les diera cuerpo y las pusiera por escrito.

Publicada en 1616, pertenece a la tradición literaria del «Fausto», tradición que tiene sus raíces precisamente en esta región wurttembergense y que logra su desarrollo más brillante en las versiones teatrales de Christopher Marlowe en Inglaterra (1594) y en la de Góthe en Alemania (1808, primera parte).

Cuatro meses después de su llegada a Vaihingen se casó con Agnes Elisabeth Grüninger, hermana de la esposa de Johannes Andreae, hermano menor de Johann Valentín que ejercía por entonces de decano en Waiblingen, e hija del párroco de la vecina Ludwigsburg, pequeña población al norte de Stuttgart. El matrimonio, que vivió siempre contento, tuvo un total de nueve hijos, de los que sólo sobrevivieron tres. Durante el poco tiempo que residió en Vaihingen fueron muchas sus desgracias:murieron dos de sus hijos, se sucedieron las noticias sobre la muerte de otros familiares y, para colmo, la ciudad fue presa del fuego por dos veces, la primera de ellas muy violenta, afectando a la iglesia y a la casa de Johann Valentín, que sufrió, según él dice, grandes pérdidas. Con esta ocasión escribió sendos informes en que fustiga las malas costumbres de sus feligreses, que se habían atraído la cólera de Dios, reprocha el comportamiento que habían mostrado durante el incendio, más propio de ladrones que de cristianos, y arremete contra las autoridades del lugar, culpables de desidia y violencia. El estilo de estas requisitorias y lamentaciones, muy próximo al de los escritores bíblicos, y el lenguaje en que están escritas, el latín, hacen pensar que lo que pretende es ante todo componer una pieza literaria para los humanistas de su tiempo, únicos que podían leerla, y no una crónica sobre las pérdidas y desgracias sufridas por la población.

Su actitud recriminatoria le ganó la animosidad de muchos, de modo que se dio trazas para conseguir cuanto antes su promoción al decanato y poder así abandonar una parroquia en la que no contaba como persona grata. Solicitó, pues, su traslado a Ensingen, donde se había producido una vacante, pero por segunda vez hubo de pasar por la amarga experiencia de ver cómo su valía y sus méritos eran ignorados a favor de otro pretendiente más cualificado.

En este mismo año de 1619, invitado por algunos barones, realiza un viaje a Austria para inspeccionar las comunidades luteranas de aquel país y ampararlas frente a la Iglesia reformada. En el transcurso de esta misión se da por seguro que visitó a Kepler. Después de una ausencia de seis semanas volvió el 12 de noviembre. A principios del año 1620 la familia se instala en esta ciudad, situada al oeste de Stuttgart, a orillas del río Nagold.

A pesar de tantos quebrantos, su época de diácono en Vaihingen la define en su autobiografía como la primavera y verano de su vida, habida cuenta, dice, de que estaba en la flor de la edad y de que la región era de gran hermosura y fertilidad.

Lo único que le perturbó estos años fueron las discordias de los ciudadanos, la corrupción de sus costumbres, las injurias a su persona y, sobre todo, los incendios de la ciudad, que le causaron una vejez prematura y volvieron blancos sus cabellos antes de sazón.

Desde el punto de vista de sus trabajos literarios y pastorales llama a este tiempo pasado en Vaihingen «laboratorio», aludiendo a la gran labor que desarrolló en ambos campos y al proceso de transmutación y maduración que experimentaron sus ideas y sus proyectos. Su actividad como escritor durante este período fue en efecto, extraordinaria. Produjo más de cien obras, las más relevantes de su abundantísimo repertorio, la mayoría de ellas motivadas por el incidente de la Fraternidad Rosa-Cruz.

El sesgo torcido y delirante tomado por este movimiento le obligó a precisar una y otra vez cuál era el sentido de sus aspiraciones reformistas y cuál era su concepto de una hermandad cristiana. Asimismo, en este período inicia y multiplica sus oficios para fundar una asociación de cristianos, primero de ámbito internacional, luego, a la vista de las dificultades encontradas, de ámbito parroquial y diocesano, reduciendo los horizontes ecuménicos con que soñaba a unos más modestos y factibles.

Decano en Calw

Por las fechas en que Johann Valentin se traslada a ella con su familia (1620), Calw era todavía una ciudad floreciente gracias a su industria textil y al comercio intenso que mantenía. Esta prosperidad, sin embargo, estaba ya decreciendo debido a los efectos de la Guerra de los Treinta Años (1618-1648) y a la afluencia masiva de jornaleros, que crearon problemas de vivienda y bolsas de pobreza.

La piedad y sus sentimientos humanitarios se desplegarían con celo para hacer frente a esta situación y para ayudar a los necesitados.

El matrimonio tuvo aquí seis hijos, pero sólo dos de ellos se lograron, una mujer, Agnes Elisabeth, y un varón, Got-tlieb. Este abrazó la carrera clerical siguiendo sin duda los deseos de su padre, el cual, en el testamento que redactó ya en 1634, propone esta opción como prioritaria para los varones de la familia y amonesta a las mujeres a que tomen por esposo a un clérigo preferentemente.

Sus dos hijas, sin embargo, Maria y Agnes, se casaron con seglares pertenecientes a la clase acomodada. Gottlieb tuvo un único hijo varón, que murió antes que él sin dejar descendencia, de modo que los sucesores masculinos directos de Johann Valentin se extinguieron muy pronto.

A pesar de ello la estirpe andreana se propagó con éxito. El 13 % de los ciudadanos de Calw caídos durante la Primera Guerra Mundial llevaba el apellido Andreae, y en 1936 lo llevaba el 10 % de los estudiantes de bachillerato y muchos de los confirmandos. Fue este uno de sus sueños más queridos, la formación de una dinastía andreana, se convirtió en una florenciente realidad. Es notable, en efecto, el interés con que se ocupó del tema de su familia. Escribió una biografía de su abuelo, Fama Andreana Reflorescens, en la que, aparte los datos concernientes a la vida de su ilustre antecesor, se entretiene en indagar cuántos y quiénes eran sus descendientes para aquellas fechas, las de 1630, resultando ser 80 nietos y en torno a los 200 biznietos. De los primeros, 30 ejercían de clérigos, 17 de médicos, 13 de juristas, 10 estaban al servicio del duque y otros 10 estudiaban aún en la universidad.

Confeccionó, junto con su esposa, una genealogía detallada de los Andreae y de las ramas con ellos emparentadas, Geschlechtsregister, que ambos dedicaron a sus hijos. Dejó una amplia biografía de sí mismo, Vita abipso conscripta, en la que fue anotando y glosando los acontecimientos más importantes que afectaban a su persona con el fin de arrojar luz sobre ellos, pues se temía que las continuas envidias y calumnias de que era víctima pudieran empañar su imagen y dañar el buen nombre de sus parientes y sucesores. A todo esto hay que añadir otros documentos menores, como oraciones fúnebres, memorias, acciones de gracias, etc., que no se privaba de mandar a los tórculos este hombre que sentía una fascinación irresistible por la letra impresa. Todavía su hijo Gottlieb pergeñó una breve biografía de él, que hizo imprimir junto con la oración fúnebre que pronunció en honor de su querido padre, cuya vida y obras compara con las del profeta Samuel, no menos de lo que hubiera hecho el propio Johann Valentin.

Durante esta etapa calwense tuvo lugar un acontecimiento sumamente dramático. En 1634 la Liga Católica infligió en Nordlingen una severa derrota a las tropas suecas y a las de sus aliados alemanes. Württemberg, que había querido permanecer neutral en el conflicto, se convirtió en botín de guerra. El 10 de septiembre de ese mismo año la ciudad de Calw fue asaltada, saqueada e incendiada por las tropas imperiales al mando de Johann Werth, comandante del ejército de Baviera. La población huyó primeramente a los bosques y montañas vecinas y luego buscó refugio en otras ciudades. Fueron muchos, no obstante, los que perecieron a manos de la soldadesca y en el incendio o como consecuencia del hambre y el frío.

Johann Valentín siguió de cerca los sucesos de la Guerra de los Treinta Años y opinó activamente sobre ellos. En 1633, un año antes del arrasamiento de Calw, había publicado un volumen en que reunía varios opúsculos suyos que tocaban temas relacionados con esta contienda: Gallicinium (Canto del gallo), en que expresa su júbilo y el de toda la Alemania protestante por la entrada del rey Gustav Adolf de Suecia en la guerra contra el imperio de los Habsburgo; Apap (Papa, sólo que en clave), un tratado contra la injerencia del Estado en los asuntos de la Iglesia y una diatriba al mismo tiempo contra el poder pontificio, del que los países evangélicos esperan ser liberados gracias al valor y a la piedad del rey sueco; otros dos escritos, Alloquium (Saludo) y Suprema Verba (Despedida), el primero una laudatoria que la Iglesia alemana dirige al rey y el segundo una supuesta carta que éste, caído en 1632 en la batalla de Lützen, dirige desde el cielo a la Iglesia alemana animándola a continuar su lucha por la libertad. Sobre las terribles jornadas vividas por él y sus conciudadanos tras el asalto de Calw escribió una crónica patética y realista, Threni Calvenses, una de sus obras más apreciadas en la actualidad por cuanto constituye un testimonio extraordinario sobre los desastres de aquella guerra.

La mayoría de sus publicaciones durante este período son obras didácticas de carácter práctico, destinadas a ilustrar y promover la piedad cristiana: catecismos para niños, para padres y para adultos, resúmenes de la historia sagrada, dos compendios de la doctrina de Johann Arndt, composiciones teatrales con argumentos bíblicos para ser representadas por los niños, poesías devotas, himnos litúrgicos -alguno se canta todavía hoy en las iglesias luteranas- y una selección de las leyes eclesiásticas del ducado, Cynosura oeconomiae ecclesiasticae Wirtembergicae, que fue objeto de sucesivas ediciones hasta muy entrado el siglo XIX.

Johann Valentín califica esta fase de su vida de «directorio», pues, por contraposición al tiempo pasado en Vaihin-gen, aquí ya tenía claros y definidos los fines concretos de la reforma luterana, de modo que su solicitud pastoral pudo centrarse exclusivamente en dirigir las almas de sus fieles hacia esos fines.

Predicador en la Corte

En el otoño de 1638 recibe el nombramiento de predicador en la corte, después que una primera petición para este destino le había sido denegada en favor de otro candidato, lo que, como es de suponer, atiza su más querida lamentación de que es objeto de envidias y de persecuciones. A principios del año siguiente pone en orden sus asuntos en Calw, principalmente lo concerniente a la Sociedad Cristiana, y el 14 (24 según el calendario gregoriano) de enero de 1639 se instala en Stuttgart, de donde siempre se había apartado con recelo y a donde ahora había sido llevado.

Su primera diligencia es redactar un juramento en que confiesa su fe luterana, abjura de la Iglesia católica y declaraque siempre se había reído del cuento (Marlein) del rosacrucismo.

Su nuevo campo de trabajo es la capital, la cancillería y la corte, a las que, como no podía ser de otro modo, encuentra relajadas y corrompidas, algo menos a la última a la que sólo reprocha su desmedida afición a la caza.

Conseguir su mejoramiento es el desafío natural al que se enfrenta. Desde 1639 a 1646 formó parte, por razón de su cargo, del Consistorio, órgano supremo de la política del ducado que estaba constituido por las primeras autoridades civiles y eclesiásticas.

Desde el primer momento formula sonoras y repetidas acusaciones contra la total inoperancia de este organismo y le acusa incluso de connivencia con las malas costumbres. Se indigna, por ejemplo, de que algunos aprueben la celebración de fiestas y bailes pretextando que eran convenientes para distraer y aliviar a una población deprimida y atribulada por las privaciones y miserias de la guerra. Pero lo que más duro le resultaba era asistir con absoluta impotencia al sometimiento de la Iglesia a los intereses del Estado, el cesaropapismo que con tanto celo había combatido siempre o, como gustaba de llamarlo en su particular clave esotérica, el Apap. Los duques, en efecto, habían sabido transformar el Consistorio en un mero y eficaz instrumento de sus intereses políticos. También formó parte del Sínodo, un consejo integrado exclusivamente por eclesiásticos al que competía el gobierno de la Iglesia en todo el territorio del ducado basándose sobre todo en los informes que presentaba cada uno de los prelados después de girar la visita anual a las parroquias de su respectiva jurisdicción. Aquí tuvo mejor suerte. Logró, en primer lugar, reanudar las sesiones del mismo, suspendidas desde hacía seis años a causa de la guerra, y pudo ver, en segundo lugar, cómo disponía en 1644 la implantación obligatoria de los Kirchenkonvente en todas las parroquias, esto es, de unos tribunales de costumbres al estilo de los creados por Calvino en Ginebra y que tan favorablemente le habían impresionado cuando visitó aquella ciudad. El objeto de estos tribunales consistía en velar por la buena conducta de los feligreses y en castigar sus desmanes. Los delitos más perseguidos, también los más frecuentes, eran la blasfemia, el adulterio, la borrachera y semejantes, pero no se pasaban por alto otras pravedades menos gruesas, como puede comprobarse en algunas actas que nos han llegado: a un joven se le amonesta por tocar la zampoña en domingo, a una muchacha se le reprende por moverse sin el debido recato, a un feligrés se le multa por faltar al servicio religioso.

Puede suponerse la clase de terrorismo espiritual que significaba la simple existencia de tales tribunales. Hay que añadir, sin embargo, que entre sus misiones figuraban algunas muy positivas, como la de reunir fondos para pagar la escolarización de los niños pobres y huérfanos, la de urgir a los padres la obligación de mandar los hijos a la escuela, la de socorrer a las viudas y necesitados, etc. Los Kirchenkonvente funcionaron en Wüttemberg hasta el año 1891 y, al decir de los historiadores, han determinado poderosamente el carácter de los suabos hasta nuestros días.

A pesar de ser miembro de los organismos más altos del Estado, el Consistorio y la Dieta, y de la Iglesia, el Sínodo, Johann Valentín no pudo introducir ninguno de los objetivos de su programa reformista. Así lo reconoce con amargura en su autobiografía, en la que, curiosamente, da como prueba de su impotencia el que ninguna de las personas que él ha propuesto haya sido promovida y ninguna de las que él ha denunciado haya sido depuesta.

Bajo el punto de vista personal este tramo de su vida está lleno de satisfacciones y reconocimientos. Gozó del aprecio y la confianza del duque August de Braunschweig-Lüne-burg, con el que mantuvo unas relaciones estrechas y cordiales, así como con sus tres hijos, de lo que da testimonio la abundante correspondencia que se cruzaron. La intercambiada entre 1643 y 1649 la publicó en un volumen al que puso el pomposo título de Seleniana Augustalia (1649). También cultivó una entrañable amistad con las tres hermanas del duque Eberhard III de Württemberg, que le llamaban cariñosamente «su padre» y él a ellas «sus tres Gracias». En 1641 la universidad de Tübingen le concede el título de doctor en teología para demostrar -escribe- mi inocencia y mi ortodoxia ante toda la cristiandad.

Muerte

Fallece el 27 de junio de 1654 en Stuttgart, Alemania.

Fuentes