José Rodríguez Rodríguez

José Rodríguez Rodríguez
Información sobre la plantilla
Cheo Pandilla.JPG
Guitarrista aficionado
NombreJosé Rodríguez Rodríguez
Nacimiento19 de marzo de 1909
Yaguajay, Sancti Spiritus
ResidenciaCamajuaní
NacionalidadCubana
Otros nombresCheo Pandilla
CiudadaníaCubana
José Rodríguez Rodríguez. (Cheo Pandilla). Además de músico fue también pintor de brocha gorda, cortador de caña, cantinero, pinche de cocina, compositor, guitarrista, cantante, cirquero tragacandela, comevidrio, faquir, mandadero, guataqueador de patios. [1]
«He utilizado en mi vida musical cuarenta y dos guitarras: doce se me han perdido entre corre-corres, tiros y escándalos, y treinta me las han roto en la cabeza.»

Infancia

Nació el 19 de marzo de 1909, en Yaguajay. Cuando tenía 15 años sus padres lo trajeron a vivir a Camajuaní, era un joven campesino, como sus hermanos, y no sabía ningún oficio; tenía que trabajar en lo que fuera. Un amigo suyo, por ese tiempo, se sacó tres pedazos de billetes de la lotería y le prestó un dinero. Compró una escalera, dos cubos, cuatro brochas y se inició como pintor. Desde entonces compartió su trabajo: iba a cortar caña a Camaguey; luego, en tiempo muerto, pintaba casas.

Cuando hizo su primera zafra trajo un dinerito y se lo entregó a su madre para que pagara algunas de las tantas deudas que tenían. De los cien pesos que le dio, le devolvió veinte y le dijo: “Hijo, yo sé que tú estás loco por tener una guitarra; cómprala, ya nos arreglaremos con esto que nos queda.” Le dio un beso, muy contento, y corrió al almacén de música de don Elías Buxeda y compró la guitarra.

Al día siguiente vino un viejito a verlo para que le pintara la casa, resultó ser Ernesto Martínez, un guitarrista concertista, e hizo amistad con él. Le prometió que le iba a enseñar a tocar la guitarra, que no le cobraría por ello. Durante varios meses asistió a las clases, y resultó que no podía tocar con todas sus cuerdas, se encontraba muy amarrado, incómodo. Entonces le sucedió que, haciendo unos ejercicios, se molestó mucho y le arrancó tres cuerdas a la guitarra, se quedó con tres solamente y así se sentía a sus anchas. En eso llegó el maestro, y muy asombrado, le dijo:”Hombre, ¿qué ha pasado? ¿Está usted tocando con tres cuerdas? ¿Se ha vuelto loco?” Y le respondió: “Sí, y toco con dos también.” Y le arrancó otra. “Y con una sola” Y le arrancó otra. “Y sin cuerdas.” Le arrancó la que quedaba y comenzó a tamborilear en ella. “Él se violentó mucho y lo botó de allí. Desde entonces comenzó a tocar la guitarra con tres cuerdas, luego con dos, con una…

Cheo Pandilla

Pocas diversiones había en ese pueblo por aquellos años: algunos radios, algunos bailes y el cine-teatro Muñiz. Él salía por las noches con su guitarra de tres cuerdas a dar serenatas, y le caía mucha gente atrás. Por esa razón fue que le pusieron Cheo Pandilla. Andar con él le resultaba grato a la gente, le divertía sus canciones, sus décimas, y las cosas que se les ocurrían, porque siempre pasaba algo… En el pueblo había una muchacha que se llamaba Rosa, vivía en Pueblo Nuevo, y fue a una serenata como a las dos de la madrugada, ¡cómo le gustaba esa cabrona! Cuando llegaron se acercó a la ventana y muy respetuoso, le dijo: “Rosa, amor mío, levántate, que aquí en mi corazón hay un sitio para ti.” La gente que estaba con él comenzó a aplaudirle y a felicitarlo: “¡Te la comiste, Cheo, qué lindo te quedó eso!” entonces ella le dice: “Acércate más, Cheo, que voy a borrar el sitio que tengo en tu corazón.” Se abrió la ventana y salió un tibor de esmalte de esos grandes, familiar, que parecía un cohete: si no se tira en el suelo le arranca la cabeza. El padre, que era policía municipal, les tiró cuatro tiros, y salió corriendo de allí con toda la bola de gente que llevaba atrás.

Un anécdota de su vida

En otra oportunidad un cabrón le jugó una mala pasada. Le invitó a dar una serenata a su novia. Como a las doce de la noche salieron para allá, era en el barrio de La Loma; ya casi llegando vieron a un grupo de personas. Los saludaron y les cayeron atrás. Muy calladitos llegaron hasta la ventana de la casa, y cuando iba a comenzar, el tipo le dice: “Cheo, ¡cántale La harina!” Y él le dijo: “Pero eso no se presta para cantárselo a su novia.” Y él le respondió: “Es que a ella le gusta tanto la décima…” Y él pensó: “Bueno, eso es un problema de él.”

Tengo ganas de probar
alguna comida fina,
porque esa maldita harina
ya no la puedo pasar.

Cuando me siento a almorzar
la mesa se encandelilla:
por el centro, por la orilla,
como en casa somos diez,
toda la mesa se ve
completamente amarilla.

Muy cierto que la vecina,
me la encontré al otro día,
me va a decir “bueno días”,
y me dijo “buena harina”.
Pero doña Catalina
me regaló una perrita,
pero estaba tan flaquita
que no podía caminar;
la estoy enseñando a hablar,
y dice “harina” clarita.

De pronto se abrió la puerta de la casa y salió un chorro de gente. ¡Él nunca había visto vivir tanta gente en una casa! Cuando se vino a dar cuenta estaba tirado en el piso, le dolía mucho un ojo, tenía la guitarra puesta de sombrero y había en aquel portal una piñacera del carajo. La policía vino y tuvieron que dormir en la jefatura. Y todo fue porque aquella familia comía tanta harina que le decían los tragaharina. ¡Tremenda bronca le gastó aquel cabrón! Aunque, bueno, él también cogió sus buenos piñazos.

Años 40

Por los años 40 comenzó a trabajar en la fonda de Victorino, allí conoció a Abraham Fernández, cantinero, buen voz y mucho oído para la música. Él estaba muy influido por el tango y, en una oportunidad, le aconsejó incluir en su repertorio de rumbas, boleros y guarachas, un grupo de tango, pero que fuera creación de los dos. Compusieron seis tangos: Abraham escribía la letra y él le ponía la música. El primer tango fue En la fonda de Victorino, el más famoso de todos: con él ganaron primer premio en la Corte Suprema del Chino Chunfá.

Ahora no me conocéis
la cantina la dejé
y el la fonda de Victorino
tendrán que buscarse un chino:
me voy pa’ la RHC.

Si algún día me verán
volver a Camajuaní,
aunque estoy lejos de aquí
no nunca lo olvidaré.

No se juega con el corazón,
yo he nacido para el tango,
y algún día seré por la radio
algo más que Gardel.

Abraham y él eran un dúo perfecto, cantaban en teatros, serenatas, cumpleaños y en varias emisoras radiales. Cuando eso él se había perfeccionado tanto en la guitarra que tocaba con una sola cuerda y le sobraba música en el instrumento. Conoció a muchos cantantes extranjeros que actuaron en el cine-teatro Muñiz y compartió con ellos, les cantó algunas cosas suyas: Alberto Gómez, el trío Hirsuta-Fugazot-Demare, Carlos Espaventa, Lorenzo Barcelona, Los Chavales de España, El Indio Araucano, Carlos Argentino, el trío Los Chapanecos, Héctor Cabrera…Y del patio a Barbarito Diez, Celina González y Reutilio, Carlos Puebla, Guillermo Portales, el trío Servando Díaz, Tito Gómez, Ramón Veloz, Rita Montaner y Benny Moré.

Por estos años estuvo en Camajuaní, Vicente Gelabert; se decía que él y Andrés Segovia fueron los mejores discípulos del guitarrista español Francisco Tárrega. Él paraba en el hotel Barcelona, y todas las noches iba a dar conciertos en casas particulares. Durante muchos días Cheo trató de localizarlo, pero no resultaba fácil.

Un domingo pasó por el bar del hotel Cosmopolita y lo vio sentado en una mesa con un grupo de amigos. Las señas que le habían dado de él coincidían perfectamente: bajito, gordo, medio calvo... Llegó y lo saludó. Entonces uno del grupo le dijo: «Mire, maestro, ¡este es Cheo Pandilla, un hombre que ha hecho prodigios con la guitarra!» Y el hombre dijo: « ¡Ah, sí, pues siéntese, hombre, y tome un trago; pero tóquenos algo!» Puso su guitarra en posición de tocar, y él la miró detenidamente: « ¡Pero esa guitarra sólo tiene una cuerda! Se le olvidó a usted encordarla, amigo mío.» Y Cheo le respondió: «No, Maestro, es que yo tengo tanto dominio del instrumento, que a veces con una sola cuerda me basta.»

Le tocó una guaracha de moda; para ejecutarla, no solamente utilizó la única cuerda que llevaba, sino que viraba la guitarra también y la utilizaba como una tumbadora. Cuando terminó se echó a reír, llenó su vaso de ron, y le dijo: «Si mi maestro Tárrega lo viera: es usted un depredador de la guitarra, el hereje musical más grande que he conocido.» Aquello le dio pena a Cheo, se sintió muy abochornado. Vicente se dio cuenta de ello y le dijo: « ¡Qué pasa, hombre! ¡Estamos entre colegas!, ¿no? Además, lo que usted ha hecho yo nunca lo lograría aunque lo intentara. ¡Beba, hombre, beba, y toque otra cosa!»

Cheo y el Benny

Con el Benny le pasó algo que no olvidará nunca: él vino a un baile a la Colonia Española. Esa noche estaba el pueblo muy concurrido. Cheo Pandilla entró con su guitarra al Súper Bar y la gente enseguida le pidió que le cantara La harina, que gustaba mucho. Y comenzó a cantar. Al poco rato entró el Benny, la gente quiso pararse para saludarlo, pero él les indicó que continuaran sentados. Estuvo observando a Cheo, mientras tocaba con una sola cuerda. De repente cambió la bola y entró con el Maracaibo oriental, una de sus piezas más famosas por aquel entonces:

¡Hieeeeeeerroooo!
pa’ que tu lo bailes,
mi son Maracaibo.
pa’ que tú lo goces,
mi son Maracaibo.

Pongan atención, señores,
esta linda inspiración
me sale del corazón,
te lo doy con mil amores:
pa’ que tu lo bailes,
mi son Maracaibo;
pa’ que tu lo goces,
mi son Maracaibo…

De inmediato comenzó a bailar y a cantar con él:

En la Habana y en el campo,
todos lo quieren bailar;
yo se los voy a tocar,
y escúcheme usted mi canto:
pa’ que tu lo bailes,
mi son Maracaibo;
pa’ que tu lo goces,
mi son Maracaibo…

Cuando terminaron el Benny le dio un abrazo grande, y le dijo: “¡Oye, chico, yo soy un comemierda, el Bárbaro es usted, compadre! ¡Coja estos cinco pesos para que compre cuerdas y se tome una botella de ron! ” La gente se enteró de su encuentro con el Benny y, al salir de la calle, le gritaba: “¡Cheo, creo que anoche acabaste con el Benny! ¡Cheo, eres más Bárbaro que el Bárbaro!”

Concurso de canto

Cheo ha querido mucho a su pueblo, a su gente, y ellos a él, le saludan afectuosos, le llaman para que les cante, le invitan a serenatas, a cumpleaños... En una oportunidad, fue en los 50, cayó en Camajuaní una casa Jabón Candado, se la sacó Eliseo Molinero, y la mandó a construir en la calle Independencia, a la entrada del pueblo. Aquello tenía una propaganda tremenda: montaron frente a la casa una plataforma y se organizó un concurso de canto, daban 40 pesos por el premio, que era único, y vino la televisión y la radio a cubrir la actividad; los locutores fueron Bellita Borges y Arturo Liendo. Por la mañana se entregó la casa y por la tarde, a las cuatro, era el concurso.

Cheo estaba mal en esos días, se sentía enfermo, y no se inscribió, se quedó en la casa, acostado. Pero a eso de las tres y media oyó una gritería, una bulla, un alboroto y una bola de gente entrando por la sala hasta el cuarto donde estaba; aquello le sorprendió, se asustó. Sacaron ropas del escaparate y le vistieron, le afeitaron, le pusieron los zapatos, la guitarra debajo del brazo y le sacaron de la casa. Uno de ellos lo sentó en sus hombros. Todo esto acompañado de una serie de gritos: « ¡Arriba, Cheo, tienes que ganar el concurso! ¡Cheo, tienes que ganar el concurso! ¡Cheo, aprieta ahí, coño!» Sin mentiras, eran como mil y pico de personas, y lo llevaron al hombro hasta el lugar de la actividad.

Cuando llegaron, el concurso había comenzado y ya no inscribían a nadie. Los que le llevaron protestaron, la cosa se puso mala, y ellos tuvieron que ceder. Eran cuarenta concursantes y Cheo fue el último en cantar. Aquel día su guitarra tenía dos cuerdas solamente. Bellita Borges, al verla, le dijo: « ¡Pero a esa guitarra le faltan cuatro cuerdas!» Y él respondió: «Sí, todavía le sobran algunas.» Y se las arrancó. Cuando la gente lo vio arrancarle las cuerdas que le quedaban a la guitarra, comenzó a aplaudirme y a gritar: « ¡Así, así, Cheo, para que sepan lo que es un artista camajuanense!» Y otro: « ¡Cheo, eres un bestia!» Y otro: « ¡Cheooooooooooo!» A este último se le montó la quijada, se quedó con la boca abierta y hubo que llevarlo para la casa de socorros; luego lo remitieron para Santa Clara.

Llegó su turno y comenzó a cantar La espinita, que estaba de moda; pero la gente se lo impidió: comenzó a gritarle que cantara La harina y tuvo que complacerlos; porque, en definitiva, era su público, su gente. Desde que comenzó a cantar sabía que iba a tener una tarde de gala, porque en ese momento se sentía muy bien; cantó, tocó con el lomo de la guitarra, bailó... Estaba hecho un loco arriba de la plataforma aquella. Cuando terminó los aplausos llovían, eran interminables, luego comenzaron a cantarle un «bombochíe»:

Bombochíe-chíe-chíe,
bombochíe, chíe-chá:
Cheo, Cheo...
tú ganarás, tú ganarás.
¡Raaaa! ¡Raaaa! ¡Raaaaaa!

Como los más aplaudidos eran una muchacha y él, eliminaron a los demás; entonces, le ponían a ella y a él una mano sobre la cabeza, la gente aplaudía y el más aplaudido era el ganador. Naturalmente, ganó él, la gente le aplaudía, chiflaba, daba brincos, gritaba... Le entregaron un sobre con cuatro billetes de a 10. La muchacha que cantó lo hizo muy bien; él la conocía: joven, honrada, trabajadora, tenía a su madre enferma, tres hermanos chiquitos, y su padre había muerto dos años antes. Ella comenzó a llorar, él comprendió el porqué, y le dijo: «Mira, hija, coge 30 pesos, yo sé que te hacen falta.» Pero ella se negó a cogerlos. La gente se mantuvo en silencio durante un rato, luego gritó: « ¡Cógelos, hija, si te hacen falta cógelos!» Ella entonces se decidió a cogerlos, pero en eso, un hijo de puta protestó: « ¡No se los des, Cheo, que tú estás más pobre que una rata de alcantarilla!» Entonces le cogió una de sus manos, le colocó el dinero, y se la apretó. Cuando ella vino a reaccionar, ya él estaba llegando a la esquina. La gente le cayó atrás y lo montó en sus hombros nuevamente para llevarlo hasta la casa. Muchos niños los seguían contentos, niños muy pobres, sucios, ¡qué lástima le dio! Al pasar por la dulcería de Borroto detuvo a la gente, se tiró y les compró a los niños los 10 pesos que le quedaban de dulces, los puso en fila y se los repartió: le entristeció mucho verlos engañar su hambre.

Lirios y Mariposas

A los setenta y nueve años, reconoció que su vida había sido muy desordenada. Pero vivía más aun cuando recordaba y contaba cada una de las cosas que había hecho. Probablemente ha sido de los artistas que más guitarras han utilizado en su vida musical.

En aquel entonces conservaba una guitarra, la que más le había durado, pero a veces no la necesitaba; cantaba y se acompaña con lo que tenía a mano: un cajón, una mesa, unos platos, unas botellas..., porque más importante que la voz y el instrumento es la alegría, la alegría de querer a la gente y de saber que la gente te quiere.

Quiso mucho a Camajuaní, y siempre trató de darle un poco de la alegría que llevaba por dentro. Esa es la razón por la que cuando llegaba a un lugar y la gente lo veía, enseguida comenzaba a pedirle: « ¡Cheo, cántame esto, lo otro...! ¡Cheo, dime la décima aquella...! ¡Cheo, hazme el cuento aquel de...!» Los complacía, y cambiaban su estado de ánimo, se sentía bien cuando lo hacía.

Recordaba que su padre decía: «Una persona triste tiene peste, y una persona alegre huele a lirios y mariposas». Y él trataba eso: que las personas de ese pueblo olieran a lirios y mariposas.

Referencia

  1. Batista, René (2002). “Ese palo tiene jutía”. Editorial Capiro, Santa Clara, Villa Clara, Cuba.

Fuente

Batista, René (2002). “Ese palo tiene jutía”. Editorial Capiro, Santa Clara, Villa Clara, Cuba.