Julio Alejandro

Julio Alejandro
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Escritor
NombreJulio Alejandro de Castro Cardús
Nacimiento1906
Huesca , Bandera de España España
Fallecimiento1995
Jávea (Alicante), Bandera de España España

Julio Alejandro de Castro Cardús. Escritor, fundamentalmente conocido por su labor como guionista de Luis Buñuel, poeta (su primer libro fue prologado por Antonio Machado) y marino en Filipinas. Vivió en el exilio mexicano durante buena parte de su vida.

Síntesis biográfica

Julio Alejandro Castro Cardús nace en el Coso de Huesca el 27 de febrero de 1906. Su padre y abuelos paternos son de Borja ; su madre, de Zaragoza . Durante su infancia suele veranear en Bulbuente , pero también en San Sebastián, donde descubre su gran vocación, el mar.

Trayectoria

Tras hacer el bachillerato en Madrid ingresa en la Escuela Naval. Tiene entonces dieciséis años, y el posterior bautismo de fuego como caballero guardiamarina le conduce a Alhucemas. Ello no le impide seguir leyendo, completando una formación adquirida con un exigente preceptor particular en sus años oscenses. Para hacer compatibles las armas con las letras ha de comprar dos ejemplares de cada libro: uno le sirve de guía de lectura; el otro, deshojado, lo mete en las cartucheras para leerlo en guardias y maniobras. A pesar de esas precauciones, su voracidad de lector le costará varios arrestos. Y tras Alhucemas, Shangai, en 1924, como aspirante a alférez de fragata en el crucero «Blas de Lezo». El ambiente de la ciudad (luego evocado en su obra dramática Shangai-San Francisco) es fabuloso, con su mezcla de culturas y el hervidero de sus calles, babel donde se enzarzaban hasta veintitantas lenguas diferentes. Allí asistirá a la entrada de Chang Kai Chek al frente de sus cantoneses, sin tener conciencia de quién era Mao Tse Tung.

La vuelta a Madrid para pasar los exámenes tiene lugar en un barco japonés, en el que continúa escribiendo unos versos que han ido naciendo frente al mar, en las largas guardias del puente de mando. Es entonces cuando visita a Antonio Machado por consejo de su padre, buen amigo del poeta. Éste accederá a prologarle con emotivo poema su libro de versos La voz apasionada, publicado en 1932.

Esta última vocación le lleva a pedir la excedencia en la Marina y matricularse en Filosofía y Letras en la Universidad Central, donde acude a las clases de Ortega, José Gaos, Dámaso Alonso, Américo Castro, Zubiri, José Fernández Montesinos y otros. Compañeros suyos de curso son Soledad Ortega, Luis Rosales, los hermanos Panero, Luis Felipe Vivanco, Germán Bleiberg y otros miembros de lo que luego se conocerá como generación de 1936. Es una de las más felices y serenas etapas de su vida.

En 1936, al ser nombrado Giral ministro de Marina y necesitar como ayudante un hombre de su absoluta confianza, le reclama a su lado. Ajeno a la trama golpista que se está articulando, Julio Alejandro reingresa en la Marina pasando a servir en el mismo puesto a Indalecio Prieto al acceder Giral a la Presidencia de la República . Y es entonces cuando descubre anonadado lo que nunca hubiera podido imaginar: sus compañeros de armas se han sublevado contra el gobierno legítimo y un marino republicano de su condición es mirado con recelo por ambos bandos. Cuando un buen día reconoce su nombre en la lista de la cheka del Ministerio y la situación se hace insostenible por una herida producida en una salida a la sierra, el propio Indalecio Prieto le lleva en camilla con su coche oficial hasta un avión francés que le deja en Toulouse, donde se ganará la vida como profesor universitario.

Acabada la guerra , diversos avatares le obligan a dirigirse a Lisboa en 1939, atravesando la Península. En Lisboa, tras una España entrevista apenas y que no volverá a pisar en varios años embarca en un navío japonés, el último que logra pasar el Canal de Suez antes de su clausura. Su destino final será Manila, donde, tras una breve y frustada vocación religiosa entre los franciscanos, empezará a dar clases en la universidad de Santo Tomás.

Pero pronto llegarán los americanos y, después, los japoneses. Si con los americanos había sido considerado projaponés, los nipones lo tildarán de proamericano y le pedirán que se encargue de unas emisiones de radio en español para propagar su causa en Sudamérica. Se niega, e intenta escapar con un grupo de alemanes que se dirigen a Noruega por el Pacífico Norte. Detenido en el último momento por los japoneses, reiteran su exigencia deteniéndole una y otra vez, ofreciéndole incluso un cheque en blanco. Durante un mes, Julio Alejandro ha de dormir cada noche en una casa distinta, hasta ser detenido en terribles condiciones.

En uno de sus traslados, el poema con que Antonio Machado saludara La voz apasionada quedará enganchado en la bayoneta de un soldado que pinchaba los bolsos en que los prisioneros portaban sus enseres. De la prisión le rescata el cónsul español cuando su peso no llegaba a los cuarenta kilos. Se le declara una apendicitis aguda, que le han de operar sin anestesia, y se infecta. Ha de soportar una nueva operación mientras comienzan los bombardeos americanos: el médico y las enfermeras que le operan mueren esa noche. De regreso a la casa donde vivía, es sacado por los japoneses a pesar de su infección. Con un torniquete y la ayuda de dos amigos pelotaris logra atravesar a pie el río que les separa de las líneas americanas: entre otras cosas los estadounidenses traen la penicilina. Le cuidan en su Universidad de Santo Tomás, ahora convertida en campo de concentración.

Cuando los americanos empiezan a repatriar gente y ya ha convalecido, se presenta ante su cónsul, quien le concede un visado que le permite enrolarse en un barco como lavaplatos. Al llegar a San Diego, rechaza la nacionalidad estadounidense que le ofrecen y se desplaza hasta México en 1945. Pero no se detiene mucho, trasladándose a Santiago de Chile y Buenos Aires, desde donde embarca para España. Al no poder ganarse la vida como marino ni profesor ha de dedicarse a diversos menesteres hasta recalar en el teatro estrenando las piezas que había ido urdiendo en Filipinas: José Tamayo le estrena El pozo y Virginia Fábregas La familia Kashin en 1948, y Shangai-San Francisco en 1949. Le siguen Barriada en el «María Guerrero» y El termómetro marca 40 en «La Comedia». En Cuba y México se estrenan poco después La luna en el teléfono y La casa sin música.

Pero los críticos lo consideran un hombre de paja de Alejandro Casona, no cesan los recelos, y al recibir ofertas desde México para montar sus obras, se traslada a aquel país, donde pronto empezará a escribir para el cine: «Llegué con un contrato de seis meses y me quedé treinta y cuatro años», constataría a la altura de 1986 Julio Alejandro en un recuento que a él mismo le sorprendería por lo prolijo y sostenido de su patria adoptiva. Proliferan sus trabajos en el cine: Las tres alegres comadres, de Tito Davison; Isla de lobos, de Roberto Gabaldón; El gran autor, de Crevenna; ¿Con quién andan nuestros hijos?, de Emilio Gómez Muriel... así hasta las ciento nueve películas, que le valen dos Arieles (los «Oscars» mexicanos).

Conoce a Buñuel a la altura de Abismos de pasión (1953) y será también su guionista en Nazarín, Viridiana, Simón del desierto y Tristana. Además de director artístico en otras, como El ángel exterminador. Pero, a pesar de la ingente cantidad de folios que deja tras sí, Julio Alejandro se considera, ante todo, poeta. Llegada la hora del balance, confesará:

«Soy aragonés y, por tanto, español; vivo en México, y por encima de todas esas cosas soy poeta; después, escritor de teatro; después, escritor de cine; después, escritor para televisión, y después, nada...».

Su poesía, muestra una gran sabiduría verbal aprendida en los grandes maestros del verso clásico: Quevedo, Garcilaso, Manrique y, por supuesto, Machado y los géneros populares (cancioneros, romanceros, refraneros). De gran empaque y cadencia, aborda con preferencia los temas amorosos y metafísicos, no faltándole el aire sentencioso que algunos autores estiman característica o constante propia de la literatura aragonesa.

El aire será su gran obra testamentaria. En 1985 publicó en las Ediciones de El Día de Aragón su Breviario de los chilindrones, donde, bajo el pretexto de la gastronomía aragonesa, procedía a levantar un mapa de un Aragón dictado al hilo de sus recuerdos.

Muerte

Recién concluido el verano de 1995, en su casa de Jávea, Julio Alejandro logró morir como soñaba, mirando al mar y rodeado de amigos. Tenía 89 años y hacía 12 que había regresado a España, después de permanecer más de tres décadas en México.

Los últimos años de su vida, en los que alternó sus estancias en Jávea con cortas temporadas en Madrid, estuvieron marcados por los reconocimientos, algunos tan tímidos como la distinción que la D.G.A. le otorgó en 1993. Pero, en 1989, el Festival de Cine de Huesca le había rendido un cálido homenaje y editó un libro sobre su vida y obra, Fanal de Popa, que incluía una larga entrevista, una antología de sus textos y poemas, varias de sus obras teatrales y diversos testimonios de amigos como Víctor Erice, Adolfo Marsillach, Mary Carrillo, Paco Ignacio Taibo, José Luis Borau , Alfredo Castellón , Pedro Beltrán, Eduardo Ducay y Alberto Sánchez Millán , que le rindieron un tributo de admiración. Su sabiduría, lucidez y cautivadora personalidad sedujo a todos los que se acercaron a conocerle, entre ellos algunos personajes muy significativos del cine español: David Trueba, Ariadna Gil, Alex de la Iglesia, Alejo Lorén o el mítico guionista Rafael Azcona, seguramente la persona más dotada para apreciar la extraordinaria categoría de un hombre que, al final de su vida, se había convertido en una quintaesencia de sí mismo. Su muerte se produjo en la presencia del director de cine José Luis García Sánchez y el escritor Manuel Vicent, que escribió en el diario El País una memorable necrológica que luego formó parte del libro Cuentos de cine (1996). El escritor Vicente Molina Foix incluyó también en su libro La Edad de oro (1997) una espléndida entrevista que le hizo pocos meses antes de su muerte, cuando, aún, todos los días, escribía poemas. Según deseo personal del escritor, sus cenizas fueron enterradas en una finca cercana al monasterio de Veruela (27-X-1995).

Murió en Jávea, Alicante el 22 de septiembre de 1995, mientras charlaba con Rafael Azcona, José Luis García Sánchez y Manuel Vicent.

Fuentes