Leonel Plasencia Montes

Leonel Plasencia
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NombrePlasencia Montes, Leonel
Nacimiento5 de enero de 1877
poblado de Madruga,
provincia de La Habana,
capitanía general de Cuba,
Reino de España Bandera de España
Fallecimiento17 de enero de 1923 (46 años)[1]
ciudad de La Habana,
República de Cuba Bandera de Cuba
Nacionalidadcubana
Ocupaciónmédico, cirujano, microbiólogo, bacteriólogo, científico, profesor universitario y ensayista

Leonel Plasencia Montes (Madruga, 5 de enero de 1877 - La Habana, 17 de enero de 1923) fue un médico, cirujano, microbiólogo, bacteriólogo, científico, ensayista y catedrático cubano.

Síntesis biográfica

Nació en el pueblo de Madruga, 63 km al sureste de la ciudad de La Habana.

Hizo sus primeros estudios en un pequeño colegio llamado El  Progreso bajo la dirección de Ricardo de la Torre. Fue allí compañero del doctor Benigno Souza. Pasó luego a los Colegio de los Padres Escolapios ―en Guanabacoa― donde inició la segunda enseñanza. Sus padres lo enviaron a Madrid (España), donde obtuvo el título de bachiller. Comenzó los estudios de Medicina y fue discípulo del histólogo Santiago Ramón y Cajal. Los pocos años que pasó junto a Cajal fueron definitivos para su vida por la profunda huella que le dejara el gran maestro español, de quien asimiló método, técnicas de investigación, sistema de trabajo y el amor pasional y obsesivo por la verdad científica.[2]

El año 1896, con 19 años, lo encuentra en La Habana, donde se casó con María Magdalena Maydagán y Hernández ―a quien siempre reconocía en sus escritos como inspiradora de toda su obra―. Continuó su último año de carrera en la Universidad de La Habana, donde ese año (1896) obtuvo el grado de Doctor en Medicina.

Carrera profesional

Al inicio de su carrera trabajó como cirujano en La Habana, aunque después dedicó toda su vida a la microbiología.

En 1902, junto con el doctor Alfredo Martínez, farmacéutico establecido en Consulado y Ánimas, fundaron allí un centro de estudios microscópicos y bioquímicos que inició en Cuba una era de gran proyección histórica al hacer de la investigación de laboratorio un elemento de diagnóstico al servicio del médico práctico.

Ocho años después (1910) estableció en la Calle de la Amargura números 59 y 61 su Laboratorio Leonel Plasencia, que fue el más destacado y prestigioso laboratorio clínico y biológico existente en Cuba en el primer cuarto del siglo XX.

Trabajó con el Dr. Francisco Cabrera Saavedra, el médico cubano que más abogó la necesidad del laboratorio al servicio del médico.

Ingresó a la Universidad de La Habana, donde comenzó como simple ayudante de cátedra, y ascendió ―siempre por concurso de méritos o por oposición― hasta alcanzar el grado de profesor titular de Microscopía y Química Clínica. Daba los Trabajos de Análisis de Microscopia en el Laboratorio Estrada Palma del Hospital Nuestra Señora de las Mercedes (en La Habana).

Su tesis de doctorado se tituló Ensayo etiológico de la tuberculosis en La Habana.

Después de riguroso trabajo de búsqueda afanosa, dejó establecida la fórmula hemoleucocitaria de Cuba en su ponencia oficial al IV Congreso Médico celebrado en La Habana.

Su estudio sobre las leucemias en Cuba dejó también definitivas normas de interpretación para nuestro medio.

En colaboración con el doctor Emilio Martínez escribió el libro Microscopía y Química Clínica.

Hizo pacientes estudios antropométricos en la población cubana ―hombres y niños― para establecer promedios. Estudió también las unidades urológicas en nuestro país, y estableció cifras que aún están vigentes.

En los últimos años de su vida daba excátedra un curso libre especial sobre los fenómenos fisicoquímicos que tienen lugar en los seres vivientes.

La gripe española

Hacia octubre de 1918 ―a fines de la primera guerra mundial (1914-1918), cuando el Imperio alemán y sus satélites veían caer sus fuerzas ante los aliados― apareció en Cuba una enfermedad que, al principio, desconcertó un poco a los clínicos de la época. Había aparecido también en España, donde estaba haciendo estragos impresionantes. En Estados Unidos produjo una verdadera confusión entre los más eminentes médicos y bacteriólogos. En Nueva York morían 360 personas diariamente. Tuvimos noticia de que en Barcelona se producían un promedio de 250 muertes por día. A fines de octubre de 1918 ya teníamos en La Habana unos 25 000 enfermos. La imaginación popular creyó ver en la epidemia un último esfuerzo de la ciencia alemana, y la prensa de la época habló de gases mortíferos, de guerra bacteriana, de la posibilidad de un tóxico sutil esparcido por medios ignorados, etc.[2]

La Junta Nacional de Sanidad ―presidida entonces por la figura venerable de Diego Tamayo― precisó que se trataba de una enfermedad infecciosa: la gripe en forma pandémica grave, la influenza vera, aunque de germen específico no determinado. Semanas después aparecieron los casos típicos. Se hablaba entonces de «influenza española», nombre injustificado y erróneo, ya que la epidemia había sido originada en el interior de Estados Unidos. Debido a la guerra, ningún país daba datos de sus epidemias. Como España se encontraba fuera de la Primera Guerra, fue el primer país en dar a conocer esta gripe.

Posiblemente el origen del nombre fue la coincidencia de nuestros primeros casos con la llegada a nuestro puerto del trasatlántico español Alfonso XII, cuya tripulación y pasaje venían totalmente infectados, y tuvieron una alta mortalidad. El ataque súbito con alta fiebre y postración profunda, seguida de complicaciones hemorrágicas y muerte, fue lo que al principio desorientó un poco a la opinión médica.

Un clínico eminente de la época afirmó: «Si eso es gripe, confieso que hasta ahora la desconocía. En verdad era gripe, pero en su forma más tóxica y manifestándose con síndromes atípicos y fulminantes: hemorrágicos, sincópales o convulsivos».

No era la primera vez que el mundo se veía azotado por esa enfermedad. A través de la Historia se citan famosas pandemias y en cada una de ellas se le ha dado a esta enfermedad distintos nombres. La palabra española «gripe» parece proceder del verbo francés «agripper» (que significa arrebatar, tomar con violencia). «Influenza» es una palabra italiana que significa ‘influencia’. En Cuba, el humor callejero la llamó «el once», porque decían que empieza con uno y acaba con uno. Se la llamó también «el trancazo» por la brusquedad de su comienzo y las molestias subjetivas de los primeros días.

En Cuba, los supersticiosos la consideraron como un castigo de Dios, y fue tan grande el terror que cuando alguien estornudaba, síntoma premonitorio de los fenómenos catarrales, se le decía «Dominus tecum» (‘que el Señor esté contigo’). Fue este el origen de invocar el nombre de Jesús ante el estornudo de alguien.[2]

Plasencia inició rápido una búsqueda afanosa y tenaz para conocer qué gérmenes originaban aquel desastre. Sin pérdida de tiempo visitó el Mariel, donde estaban asilados los enfermos más graves traídos por el vapor Alfonso XII. Varias veces fue a recoger directamente de la faringe de esos enfermos el exudado que luego estudiaba en el laboratorio, haciendo frotis para visión microscópica directa, realizando siembras y practicando la inoculación experimental en animales.

Junto al Dr. Hugo Roberts ―quien acudía con frecuencia al laboratorio, por afición― y su discípulo el Dr. José M. Martínez― pasaron días y noches.

Observaba Plasencia la marcha de la temperatura y la evolución de la enfermedad experimental provocada en un mono, un hermoso ejemplar de Macacus rhesus al que había inoculado por las amígdalas el germen por él descubierto, a sugerencia de Cabrera Saavedra. Días y noches se pasaba junto a la jaula, acumulando notas sin perder el detalle más pequeño. Fue tan grande su constancia, fueron tantas las veces que tomó la temperatura que, sin quererlo, acondicionó un reflejo y ya el macaco, marchito por la gripe, sacaba su mano por la reja, tomaba el termómetro de una mesa próxima y él mismo se lo ponía (aunque es verdad que a veces con el mercurio hacia afuera). Cuando le hicimos advertir a Plasencia lo que había hecho su constancia reía divertidísimo, sin poner atención al límite extraordinario a que había llegado su disciplina, ya que era costumbre en él no dar importancia a cuanto hacía.

El Dr. José M. Martínez cuenta cómo descubrió Plasencia al microbio causante de la gripe española:

Me indicó que mirara a través del microscopio:
―Mira por aquí y dime, qué ves
Se trataba de una preparación coloreada de exudado bronquial riquísima en germenes. Gran cantidad de estafilococos, estreptococos, micrococcus catarrhalis, neumococos y otros gérmenes de forma cocobacilar llenaban el campo. Nada notable se podía observar. Era el aspecto microscópico corriente de una preparación de ese tipo. Así se lo dije después de mirar un minuto.
―Vea de nuevo. Observe hacia un lado del campo a un cocobacilo un poco más grueso que el de Pfeiffer y dispuesto en pequeños grupos.
―Lo veo bien.
―Pues ahí está el germen que buscamos. Hace días que lo estudio. Su presencia casi constante me llamó la atención desde el primer momento. Al principio creí que era el bacilo de Pfeiffer.
―No es la primera vez que lo veo ―le dije― y siempre he considerado que es el bacilo de Pfeiffer.
―Pues no lo es ―respondió Plasencia rápido―. Me ha llamado la atención que este germen, muy parecido al de Pfeiffer, no se dispone en las preparaciones en igual forma que aquel. Tengo la convicción de que se trata de un germen no identificado que juega un papel bien definido en esta epidemia. Vamos a dedicarnos ahora a estudiar sus características biológicas y su patogenicidad. No busques más.

Poco tiempo después de su descubrimiento aparecieron otros investigadores en distintos países ―MacIntosh en Londres, Bloomfield y Harrp en Baltimore y Maldonado en España― que señalaron como el principal agente de la epidemia a un germen que era el descrito por Plasencia. Él sostenía que esta bacteria seguramente tenía un virus asociado. Las afirmaciones de Plasencia se encontraron con muchísima crítica en Cuba.

Cuando la crítica arreciaba, José M. Martínez ―discípulo de Plasencia― llevó varios tubos de cultivo bien preparados para su traslado, y los dejó en manos del Dr. Noguchi, investigador japonés, que entonces trabajaba en el Instituto Rockefeller de Nueva York. Otros dos tubos de cultivo fueron a manos de los bacteriólogos del Bureau de Salud Pública de Washington. Todos dictaminaron que se trataba del germen que provocaba la fiebre española.

Fallecimiento

Con respecto a la facilidad con que los problemas afectaban su condición cardíaca, Plasencia mencionaba el caso del Dr. John Hunter, el médico escocés que estudió la angina de pecho, describiéndola en él mismo. Plasencia a menudo decía: «Mi vida está a la merced de cualquier bribón que me dé un disgusto».[2]

El 17 de enero de 1923, en La Habana, al conocer un fraude del que fue víctima, sufrió un ataque cardíaco y falleció, a los 46 años de edad.

Parafraseando los conocidos versos de José Martí, se puede afirmar que si han dicho que murió del corazón, nosotros sabemos que fue de mal de vileza.

su puesto como profesor titular de la cátedra de Microscopía y Química Clínica de la Universidad de La Habana fue ocupada, por oposición, por la más importante figura del laboratorio clínico en Cuba, el doctor Alberto Recio Forns (1885-1956).[1]

En el funeral del Dr. Plasencia, el médico habanero Luis Ortega Bolaños (1872-1948) leyó su Oración fúnebre para el académico de número Dr. Leonel Plasencia Montes, en la que mencionó que el Dr. Plasencia había sido su amigo.

También el médico habanero Dr. José M. Martínez (1893-1952) ―quien había sido discípulo y colaborador de Plasencia― leyó durante el funeral una biografía muy elogiosa hacia Plasencia.[2]

Fuentes