Leyendas Sagüeras

Las leyendas anónimas, con un único autor, el pueblo, que trasmite de forma oral y de generación en generación y por lo general su transmisión ocurre de forma oral. Hoy por hoy se mantienen vigentes en cada poblador. Sagua la Grande pueblo apegado a su cultura popular y tradicional, tienen ejemplos impercederos de leyendas:


El Hotel Embrujado

Esta es la leyenda de un Hotel deshabitado que existe en la calle Carmen Ribalta, frente al parque “El Escolar”. Hace años vivían en el hotel innumerables personas, pero poco a poco el hotel fue decayendo más y más hasta que quedó vacío. Solo personas deseosas de la soledad vivían en él. Cierta vez se mudó allí un hombre cuyo nombre desconozco, pero que las personas le llamaban “Panterita”. Este, junto con su amante se hospedó largo tiempo en dicho hotel. Sucedió que un día Panterita sospechó que su amante le era infiel, hasta que llegó a lo cierto. Una noche en su cuarto la llamó, le echó en cara su infidelidad y dándole terribles puñaladas la mató. Esta, al sentirse herida, gritó espantosamente. Los vecinos al oírla llamaron a la policía que al llegar encontraron solo el cadáver de la mujer, pues él había desaparecido. Por este hecho se asegura que en esa casa se oyen gritos iguales a los lanzados por la víctima y es motivo para que nadie quiera vivir en dicho edificio. Hace unos meses vivió allí una familia que, al mudarse, aseguró que en dicha casa existían almas en pena. Hoy nadie se atreve a mudarse allí por miedo a los terribles gritos que se escuchan en la media noche.

Leyenda de los Tesoros del Mogote

Cuenta la historia que allá por el siglo XVI los mares de las Antillas estaba llenos de corsarios y piratas que llevaban a cabo innumerables correrías causando muchas víctimas. Ellos atacaban a los galeones españoles que hacían su travesía de España a Cuba y viceversa, cargados de oro, y se apoderaban del codiciado metal. Los españoles decidieron no mandar más los barcos solos, pues cada vez que se realizaba un viaje tenían innumerables pérdidas y formaron lo que se llamó “las flotas” las cuales consistían en conjuntos de galeones que hacían unidos la travesía. Esto impidió a los ladrones de mar llevar a cabo muchas de sus hazañas. Pero siempre los piratas, que poseían una formidable astucia, se apoderaban de preciados botines, los que según cuenta la leyenda, ocultaban en refugios seguros en la línea de la costa de las islas que ellos recorrían con frecuencia.

Cuba fue una de las más visitadas por esos intrépidos aventureros, y esto da lugar a que la leyenda envuelva en su maya misteriosa a La Loma del Mogote que se levanta al oeste de la ciudad de Sagua la Grande. Es un lugar, según cuentan, que fue varias veces frecuentado por piratas quienes guardaban sus tesoros en las excavaciones naturales que presenta. Esta tesis es confirmada también por un corte vertical visto desde el mar, que hace esta loma en su parte septentrional. Según la leyenda, este corte fue hecho a pico por los piratas para depositar allí el botín y enterrar allí a las víctimas que casi siempre ocasionaban al atacar un lugar.

Además de esconder esos tesoros en el mogote lo hacían con frecuencia en las márgenes del río Sagua la Grande, que quizás aún los guarde en su seno y nunca revelará este secreto, esperando tal vez que vuelvan aquellos lobos de mar a buscar sus preciados botines. Cierta vez los piratas llegaron a las lomas del mogote a depositar uno de sus tantos robos, el bergantín en el cual viajaban estaba cargado de oro, producto quizás de un saqueo, y el capitán dio orden de esconder el tesoro. Cuando este estuvo bien oculto todos volvieron a la embarcación, menos el segundo, lo que hizo suponer que se había extraviado. Pero el capitán, que era hombre muy listo acostumbrado tal vez a las traiciones de sus compañeros, enseguida supo que el mismo se había ausentado con el fin de apoderarse del tesoro, y por este motivo dio orden a diez de sus hombres bien armados, de fusilarlo en cualquier lugar donde se encontrara. Pero de pronto ¡Oh, sorpresa! se vieron rodeados por un grupo de bandoleros y comenzó la batalla.

La suerte no favoreció esta vez a los piratas, que fueron vencidos en la sangrienta batalla y se dispusieron a huir. En la retirada pudieron observar que el segundo era capitán de los bandoleros. Muchos afirmaron que así fue, pues este se había separado de sus compañeros con el fin de apoderarse del botín que consistía en onzas, medias onzas y doblones. Otros opinan que se extravió, y se unió a los bandoleros, y que para salvar su vida dijo que lo acompañaran y se repartirían el tesoro equitativamente. Pero resultó que el segundo siguió por mucho tiempo en la banda y como también era astuto, se apoderó del tesoro y se separó del grupo. Luego compró un bergantín para volver de nuevo a la piratería. Esto nos hace suponer que si este fuera un verídico relato, como aquel tesoro que ocultaron allí y del cual se apoderó uno de los piratas, pudieron haber escondido otros muchos en el mismo lugar, pero multitud de sagüeros han visitado estas lomas con resultados negativos. La mayor parte de las cosas que oímos relatar a personas antiguas en la ciudad, tienen mucho de fantasía que forjaba en su imaginación el divino sueño de la leyenda.

Leyenda del Esclavo

En un lugar muy próximo a nuestra legendaria y pintoresca ciudad, se levantan algunas lomas y pequeñas alturas que se encuentran cerca del central Purio, en una de las cuales se encuentra una cueva no muy grande. Dentro de esta aparecen diversos objetos de quienes fueron los primeros habitantes de nuestra isla. Entre estos objetos se encuentran asientos de piedra, bañaderas, tenedores, y sobre las paredes de la gruta aparece la imagen de la virgen tallada en la roca. Cuenta la historia que hace algunos años, en el interior de dicha gruta se encontró a un moreno que se refugiaba en ella desde la guerra de la esclavitud. Este infeliz se alimentaba de yerba, su cara estaba cubierta de pelos, y sus uñas muy largas y encorvadas. Saltaba y trepaba los árboles con la agilidad de un mono. Este hombre fue hallado y traído a nuestra ciudad y fue internado en el asilo de ancianos, donde murió poco tiempo después.

La leyenda del Sábalo

El caudaloso río Sagua tiene su parte más profunda al comenzar la calle Colón, antiguamente calle Real, y era aquella parte profunda del río la que los antiguos sagüeros llamaban “Charco del Sábalo”. Entre ellos había la creencia de que allí habitaba un sábalo de grandes dimensiones; muchos pescadores que lo vieron le calculaban un tamaño y peso enormes. Era un pez que no intentaba hacer daño, jamás hizo mal a alguien y cuando estaba cerca de la orilla o en la superficie del río y se aproximaba algún hombre o animal, el ruido de las aguas denunciaba que un cuerpo de gran peso se revolvía en ella, y lentamente se alejaba, calmándose las aguas. Durante el día se ocultaba en la oscuridad que proyectaban los güines que crecían espesos en la orilla del río, o debajo del cantil que tenía el charco en su parte más profunda.

Aseguraban los vecinos que de noche se oían grandes bufidos que daba el animal al salir de las aguas. Cuando perseguía a una lisa u otro pez para alimentarse y se acercaba a la orilla por “Paso Real”, la ola o marejada que levantaba en las aguas era sorprendente. Varias personas intentaron pescar al sábalo, pero él no le hacía caso a la carnada que le tiraban. Un día un pescador famoso, y gran nadador sagüero llamado Pepe Artigas, se propuso pescarlo, pero con un arpón. Cuando lo tuvo al alcance de su poderoso y certero brazo, el taimado sábalo le dio un coletazo al agua empapando al pescador, y lo único que este pudo lograr, fue arrancarle una gran escama, que era del tamaño de un plato pequeño. Parece que con el transcurso de los años el sábalo, aprovechando una de las crecidas del río, se fue al mar y no se le vio más. El único recuerdo que se guarda de esta leyenda, es el nombre que se le dio a ese lugar del río: El Charco del Sábalo.

El Charco del Güije

Es esta una de las leyendas de nuestro pueblo que nos aterrorizó cuando niños y que aún hoy nos estremece en recuerdo de los días de nuestra infancia. Según cuentan, en ese lugar cerca del barrio de Guata, donde el río tiene su mayor profundidad, en donde la naturaleza se revela en todo su esplendor, la corriente se precipita en un hondo charco donde la fantasía popular ha dado en decir, desde hace más de dos generaciones, que además de las jicoteas, anguilas y otros peces, está habitado por un monstruo que devora a todo el que se bañe en él, dejando como único indicio un reguero de sangre en la superficie. ¿Cómo es el monstruo? Al decir de los que le han visto, mezcla de hombre y de mono; con garras muy poderosas, dientes afilados, piel lustrosa sin pelo, en fin todo lo que posibilitaba la pintoresca imaginación del que hacía la descripción.

También decían y aún hoy se dice, que los jueves y viernes santos es cuando sale de entre las aguas a calentarse al sol, y que persona que viera, caía en sus garras para siempre. Así ha seguido la tradición y es por eso que en esa parte del río jamás se baña nadie y que personas respetables, tales como los capitanes José Vicente y Francisco Almeida, con motivo de estar persiguiendo a un bandido, dijeron que habían visto al Güije; que al verlo se zambulló en el charco lanzando siniestros gritos y que por más que intentaron matarlo, no pudieron. Así esa parte del río se ha ido llenando de misterio y aunque los años al transcurrir han tirado un velo sobre el pasado, de cuando en cuando oímos la leyenda del Güije narrada por algún anciano.

La India Sención

En un bohío de yagua y guano construido en un pintoresco lugar próximo a la laguna, habitaba una familia de color, compuesta por el padre, la madre y una hija. La muchacha llamada Ascensión, o cariñosamente Sención, era una joven de 16 a 18 años, hermoso tipo de mujer mestiza, de carácter indómito y soberbio. Sus rasgos fisionómicos denunciaban en ella la mezcla de la raza europea, africana e india. India la llamaban por la negrura y brillantez de su cabellera lacia que peinaba en hermosas trenzas cayéndole graciosamente sobre sus hombros. Esta familia desconocida para todos, había llegado a Sagua la Grande de tierra adentro, para alejar a la linda muchacha de un enamorado galán que a los padres disgustaba. Pronto descubrió el joven enamorado dónde escondían a su amada y vino a verla. Junto a la laguna los jóvenes se contaban sus amores, cuando la madre de la muchacha les descubrió y sorprendida e indignada los reprochó duramente.

El joven escuchó sin protestar y se marchó enseguida; no así Sención, que violenta, tal vez sintiera en ella la rebelión y fiereza de tres razas. Con sus ojos negros, brillantes de ira, le gritó a su madre con rudeza: - Mamaíta, su merced me ha abochornado y no va a hacerlo nunca más. Diciendo esto descargó su mano abierta sobre el rostro de la madre. Al contestar la madre -¡Hija maldita, Dios te va a castigar…! ocurrió algo inexplicable o milagroso: Sección no podía retirar su mano de la cara de la madre. Todos los esfuerzos fueron inútiles, la mano estaba adherida al rostro de la anciana. El padre, afligido, acudió a un curandero, el de más renombre que era al que acudía en los casos graves. Era preciso cortar la mano o el rostro de la anciana para terminar aquel martirio, no halló otra solución el curandero que amputar la mano por la muñeca a la joven, y así lo hizo. La muchacha, sin exhalar una queja, resistió impasible la operación y terminada esta, marchó a la laguna en cuyas aguas desapareció.

Muchos años después la infeliz madre habitaba sola en su casita, tejiendo sombreros finos de yarey, en lo que era muy experta, mientras en el lado izquierdo de su cara continuaba adherida la mano de su hija, que con el tiempo había tomado un tinte rojizo. Todos los viernes primeros de luna, a las 12 de la noche se veía el alma de Sección emerger de las agua de la laguna, más pálida y esbelta que nunca, con sus trenzas caídas sobre sus hombros como las usaba cuando vivía, y sus brazos abiertos hacia el cielo implorando misericordia y en el lugar de la mano derecha, el muñón envuelto en gasa que le pusiera el curandero. Este hecho ocurrió recién fundada Sagua, en un lugar próximo en donde hoy se alza la estación del ferrocarril, por los años 1814 al 1816. Se alza aún la vieja casita de guano testigo mudo del hecho insólito allí ocurrido. Deshabitada estaba siempre, pues nadie quería ocuparla debido al temor supersticioso que les infundía a todos los vecinos. Allí había vivido la madre de Sección, quien había sobrellevado resignada hasta la muerte, el dolor y la vergüenza del pecado que su hija cometiera.


Fuentes

Documentos, revistas y periódicos de la época