Manuel Lacunza y Díaz

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Manuel Lacunza
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Sacerdote y teólogo jesuita chileno que realizó una interpretación milenarista de las profecías de la Biblia católica.
NombreLacunza y Díaz, Manuel
Nacimiento19 de julio de 1731
ciudad de Santiago del Nuevo Extremo,
capitanía general de Chile,
virreinato del Perú,
Reino de España Bandera de España
Fallecimientoalrededor del 18 de junio de 1801 (69 años)
pueblo de Ímola,
provincia de Bolonia,
región de Emilia-Romaña,
República Cisalpina Bandera de Italia
Nacionalidadchilena
Otros nombresJuan Josafat Ben-Ezra
Ocupaciónsacerdote
PadresCarlos de Lacunza y Josefa Díaz Montero

Manuel Lacunza y Díaz (Santiago de Chile, 19 de julio de 1731 - Ímola, 18 de junio de 1801) fue un teólogo jesuita chileno. Su obra, que reactualizó la doctrina del milenarismo, tuvo una amplia difusión en Europa y América y llenó de orgullo a sus compatriotas.

Síntesis biográfica

Manuel Lacunza nació en el seno de una familia aristocrática, hijo de Carlos de Lacunza y Josefa Díaz Montero, acaudalados comerciantes ocupados en el tráfico de «esclavos» (personas secuestradas en África y llevadas en condiciones inhumanas a América) entre Lima ―la capital del virreinato del Perú (que ocupaba las actuales Repúblicas de Perú, Bolivia, Chile, Argentina, Uruguay y Paraguay)― y la capitanía general de Chile.

Ingresó en 1747, a los 16 años, a la Compañía de Jesús (la orden de los jesuitas), ordenándose en 1755 a la edad de 24 años.

Trayectoria profesional

A partir de entonces inició la primera etapa de su vida sacerdotal, marcada por la normalidad: ejerció como profesor de gramática en el Colegio Máximo de San Miguel de Santiago y ganó cierta discreta fama como orador de púlpito.

El 25 de agosto de 1767 el gobernador Guill y Gonzaga expulsó a los jesuitas de Chile cumpliendo la orden del rey Carlos III de España. Lacunza (de 36 años) tuvo que partir al exilio, acompañado solamente por su esclavo negro (que su acaudalada familia había ingresado en Chile, y al que él en sus cartas no menciona por nombre, sino solo como «mi buen mulato»). Se refugió junto con varios otros sacerdotes chilenos de la misma orden ―como Miguel de Olivares (1713-1793) y el abate Juan Ignacio Molina (1740-1829)― en Ímola, un pueblo de unos 12 000 habitantes a 30 km al este de Bolonia y 377 km al noroeste de Roma (que en esa época formaban parte de los Estados Pontificios, que actualmente se ven reducidos a la Ciudad del Vaticano).

En esa época comenzó la redacción de su obra Venida del Mesías en gloria y majestad, de la cual realizó previamente un esbozo de 22 páginas, para luego acometer la redacción de los tres tomos en que separó su disertación. Dos años después (en 1769), el papa Clemente XIV (1705-1774) les prohibió a todos los jesuitas del mundo celebrar misa y administrar sacramentos. Eso complicó la vida en el exilio de Lacunza. Manuel Lacunza vivió cinco años en comunidad con los jesuitas. En 1772, con dinero de su familia Lacunza compró una casa ubicada al otro lado del pueblo, donde vivió el resto de su vida mantenido por las remesas que le enviaba su acaudalada familia en Chile, y con la única compañía de su esclavo africano. A pesar de que vivía en lo que en esa época se decía «vivir en pecado», algunos jesuitas chilenos, colegas suyos, describían a Lacunza como «un hombre cuyo retiro del mundo, parsimonia en su trato, abandono de su propia persona en las comodidades aun necesarias a la vida humana, y aplicación infatigable a los estudios, le conciliaban el respeto y admiración de todos».

Aunque la obra la concluyó recién en 1790, después de más de quince años de trabajo, cuatro años antes se había difundido en Sudamérica el esbozo preliminar, conocido como el Anónimo milenario. Este texto fue denunciado ante las autoridades eclesiásticas como herético, debido a sus doctrinas milenaristas; y prohibido finalmente por la Inquisición. Como la gran mayoría de los autores jesuitas que publicaron en el exilio, Lacunza intentó recurrir a la Corona española para que autorizara una edición de su obra en castellano. Las negativas fueron constantes; todavía once años después (en 1801) Lacunza no logró ver publicado su trabajo.

En 1797, Napoleón Bonaparte conquistó la región y se la quitó a la Iglesia. Creó la República Cisalpina (‘del otro lado de los alpes’), con capital en Milán.

Muerte

Lacunza falleció hacia el 17 de junio de 1801. No se tiene certeza exacta acerca de la fecha de su muerte pues su cadáver fue encontrado el 18 de junio tirado en un foso al costado de un camino apartado del pueblito de Ímola. Entonces se supuso que había muerto por causas naturales, mientras realizaba uno de sus habituales paseos solitarios.

Publicación de su obra

En 1812, y a despecho de la negativa de la curia eclesiástica de aprobar la obra, Venida del Mesías en gloria y majestad fue publicada en Cádiz en tres tomos con el seudónimo judío de Josafat Ben-Ezra. Aunque fue denunciada al Tribunal de la Inquisición, que ordenó la confiscación de todos los ejemplares, surgieron nuevas ediciones en Reino Unido y Francia ―donde la Iglesia de Roma no tenía poder―, y copias manuscritas del libro circularon ampliamente entre sacerdotes, teólogos y monjes. La obra alcanzó gran notoriedad en el Viejo y el Nuevo Mundo, a la par que generó fuertes reacciones en su contra, en especial de la censura eclesiástica que la denunció por «ilusa, visionaria y herética». El debate en Chile no fue menor y en pleno siglo XX todavía se podían encontrar partidarios y detractores de las doctrinas milenaristas de Lacunza.

La obra de Lacunza descansó sobre tres postulados básicos. Primero, la apostasía de la iglesia cristiana, que tras reemplazar al pueblo de Israel luego de la primera venida del Mesías y el desconocimiento judío de este, decaerá en el futuro y se hará parte del Anticristo, un «cuerpo moral» de ateos y apóstatas que procurará anular la obra del Mesías. Segundo, tras la apostasía de la iglesia cristiana o gentil vendría la conversión del pueblo de Israel y restauración de su alianza con Dios. Finalmente, de acuerdo a las tesis lacunzianas, el Mesías vendrá por segunda vez en gloria y majestad a la tierra y a la cabeza de los santos resucitados, el pueblo de Israel y los gentiles que no hayan apostatado, derrotará a sus enemigos y reinará por mil años en Jerusalén antes del fin de los tiempos y el Juicio Final.

Fuentes