Manuel Piedra

Manuel Piedra Martel
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NombreManuel Piedra Martel
Nacimiento25 de septiembre de 1869
Cifuentes, Villa Clara, Bandera de Cuba Cuba
Fallecimiento17 de agosto de 1954
La Habana, Bandera de Cuba Cuba
NacionalidadCubana

Manuel Piedra Martel. Fue uno de los jefes mambises que más se distinguió por su valor en el asalto y toma de la ciudad de Las Tunas.

Síntesis biográfica

Nace en Cifuentes el 25 de septiembre de 1869. Cursó estudios de arte. Abandonó su educación y su trabajo y se incorporó a la guerra libertadora de 1895 alcanzando el grado de Coronel del Ejército Libertador. En la República Dominicana ocupa el cargo de Coronel del Estado Mayor del cuartel general del ejército.

Regresó a Cuba y trabajó en la Aduana y en la Cámara de Representantes. Sufrió prisión en 1905 por asuntos políticos. Volvió a la República Dominicana como cónsul de Cuba y encargado de negocios. Regresó a La Habana para ocupar la Jefatura de Policía de la capital bajo el Gobierno de José Miguel Gómez con el grado de Brigadier. Fue director del censo y más tarde encargado de negocios y cónsul en Guatemala. Fue miembro de la Academia de Historia de Cuba.

Logros,contribuciones,aportes

Inicios revolucionarios

Curso estudios de dibujo en la Academia de San Alejandro en La Habana, donde toma conciencia de la situación del país, y se hace el firme propósito de ayudar a la independencia de su país, abandona sus estudios y se incorpora a la fuerza mambisa. Para ello se traslada desde La Habana a Campechuela, pasando antes por Sagua la Grande y Cienfuegos con escasos recursos monetarios, haciéndose pasar por viajante de farmacia.

Fue uno de los primeros villaclareños en incorporarse a la lucha, tenía entonces 26 años. En la guerra estuvo en la escolta de Antonio Maceo Grajales y muy pronto pasó a ser ayudante de campo del General Antonio Maceo Grajales.

Labor revolucionaria

En su pródiga vida militar, quizás fue el primer episodio el que le marcará profundamente, según sus propias palabras se encontró en plena manigua con la figura de José Martí Pérez, poco antes de la acción de Dos Ríos. Martell escucho emocionado la histórica arenga que pronuncio José Martí Pérez, donde expresó que era su deseo “Pegarse al último tronco y junto al último peleador… Para mí ya es hora.” Participaron Martí y Martell en el primer combate de ambos, conversaron brevemente antes de entrar a la batalla. En ella Martí encontró la muerte, Martell su primer arma y su primer ascenso militar. Jiguaní, Sitio Grande, Ceiba Hueca, Peralejo, Sao del Indio, Iguará, Ceja del Negro, Lomas del Rubí, San Pedro y otros son los nombres de algunas de las batallas en que participó, tomando siempre parte destacada en la pelea.

Entre las más gloriosas heridas que recibió, las cuales le dejaron 14 cicatrices en el cuerpo, caben destacarse una de ellas en la Batalla de Mal Tiempo cargando “entre los brazos de la escolta” como dijera en aquella gloriosa oportunidad el General Antonio Maceo Grajales. La otra herida la recibió en la sangrienta herida de Soroa en las estribaciones de la Sierra de los Órganos durante la Campaña de Occidente y la última de sus cicatrices la guardó como recuerdo imborrable de la Acción de San Pedro donde cayó su jefe de entonces, el General Antonio Maceo Grajales cuyos restos veló Martell en las inmediaciones de Punta Brava. En tres años ascendió de Alférez a Coronel del Ejército Libertador, de la manigua trajo sus 14 cicatrices en el cuerpo y el dolor de su patria ocupada por los yanquis.

Ya en la República Neocolonial ocupó cargos en el ejército de la Policía Nacional y fue Ministro de Cuba en Japón. Fue fiel a sus principios y actuó decorosamente en esta etapa aciaga de la Historia de Cuba, que solo hombres de su estirpe lograron reivindicar. Ejerció el periodismo, fundó el Periódico Unión Nacionalista que combatió a Machado. En 1948 publicó sus memorias con el título “Mis primeros 30 años” donde narra sus experiencias en la preparación de la guerra del 1895 y su actividad dentro de ella. Murió en 1954.

Acción de Soroa

Soroa es una de las alturas culminantes de la Sierra del Rosario, y con las de Cansa Vaca, Miracielos y Brazo Nogal forma un grueso macizo montañoso al noroeste de Candelaria y al Sur de San Diego de Núñez.

El 10 de octubre, o sea al siguiente día del combate de Galalón, el general Maceo había dispuesto que una parte de las fuerzas que lo acompañaran a Cabo Corrientes, particularmente de las de infantería, se retiraran a sus respectivas comarcas a reponerse un tanto de las fatigas de aquella dura y agitada campaña, pero dejando destacamentos en determinados lugares estratégicos, entre ellos Río Hondo, en la zona de San Cristóbal. Al frente de este destacamento se encontraba el general Rius Rivera, con poco más de cien hombres.

Muy pocos días después los españoles enviaron un batallón a levantar obras de fortificación en el asiento de Soroa, que, dificultadas por el destacamento antes citado, daban lugar a diarias y constantes escaramuzas. El día 23 el coronel Segura, encargado de proteger aquellos trabajos, llegó a Soroa con el grueso de la brigada de su mando, con lo que las escaramuzas llegaron a tomar el calor de verdaderos combates. Noticioso de esto el general Maceo se dirigió en la tarde de aquel mismo día a las alturas de Cansa Vaca, recogió el destacamento de Río Hondo y temprano en la mañana del 24 se encontraba a la entrada del campamento español. El total de las fuerzas con que contaba era de quinientos hombres de infantería. Su primer contacto con el enemigo, a eso de las nueve de la mañana, fué una operación de simple reconocimiento, de tanteo, para descubrir la consistencia del adversario en la propia meseta de Soroa, ya que se habían podido observar, algunas patrullas del mismo en las alturas de Brazo Nogal, lo que podría significar la existencia allí de otro núcleo sirviendo de reserva al primero.

Aquella misma mañana, como de once a once y media, hallándose el general Maceo inspeccionando los distintos puestos, acompañado del general Ríus Rivera, los brigadieres Hugo Roberts, médico del Cuartel General, y Francisco Frexes, auditor de guerra y jefe del despacho, los ayudantes tenientes coroneles Carlos González Clavell y Alberto Nodarse, y los capitanes Alberto Boix y Nicolás Souvanell y unos veinte números de la Escolta, se encaminó por un lugar entre la montaña y el valle. En ese rumbo, adelante, tenían un puesto que por lo estratégico del sitio podía considerarse como la llave de la posición al flanco izquierdo, razón por la cual Maceo había confiado su defensa a un general de brigada con más de cien hombres. De pronto sonó a muy poca distancia una descarga de fusilería, y una rociada de plomo cayó sobre el grupo, ocasionándonos varias bajas: murió el brigadier Frexes, fué herido de gravedad el teniente coronel Alberto Nodarse, otros más resultaron heridos y al general Maceo le rompieron la caja de un Maüser que llevaba en la mano. Como no era cosa de aguardar allí mismo el progreso de éstos, y, por otra parte, no siendo el sitio aquel a propósito, porque por lo abierto permitía desplegarse al enemigo, avancé corriendo hacia la dirección de donde había partido la descarga, buscando posición en un lugar más estrecho. El camino efectivamente se iba haciendo más angosto a medida que por él me adelantaba. Súbito me doy de manos a boca con los españoles, que en hileras muy delgadas avanzaban en sentido contrario por el mismo desfiladero. Se trabé una breve lucha cuerpo a cuerpo y se cruzaron machetes y bayonetas.

Luego de haber colocado algunos hombres de trecho en trecho, envió una pareja por el camino adelante a fin de hacer en él un reconocimiento. Esta pareja regresó dos o tres minutos después a informarme que el enemigo se encontraba a la vuelta de la montaña. Cogí entonces doce de mis hombres y en gran silencio se fueron acercando hasta dar vista a los españoles. Coloaron a aquéllos de la mejor manera que pude en el sendero, recomendándoles que cada cual tirara a un punto determinado de la masa presentada por los españoles y que no hicieran fuego hasta que yo no alzara el brazo. La descarga partió simultánea y certera. Pero el enemigo, como si hubiera estado listo para repeler la agresión, replicó instantáneamente y una bala me alcanzó en la pierna derecha. Fué la única baja que acertaron a ocasionarnos en aquel momento. La herida carecía de gravedad, pero me dejó por lo pronto inutilizado para andar y tuve que apoyarme en el brazo de un soldado para retirarme a nuestra posición original. Con gran fortuna para mí diez o quince minutos después llegó el teniente coronel Fleites con cincuenta hombres, para relevar con fuerzas por orden del general Maceo.

El combate de Soma fué uno de los más disputados de la campaña de Pinar del Río y también de los más adversos para el enemigo, que tuvo cerca de quinientas bajas por sólo sesenta y siete que tuvimos nosotros. Algunos meses después de terminada la guerra conversaba yo con un individuo que poco antes me habían presentado. Parecía interesarse en los relatos de la campaña y lo tomé por un cubano entusiasta de las hazañas de los libertadores. En una ocasión quiso saber los lugares donde yo había operado y las acciones donde tomara parte. Cuando le cité Soroa me preguntó qué posición había ocupado en aquel campo de batalla. Se la reseñé y el hombre exclamó:
—Cuántas bajas sufrimos nosotros en aquel sitio! ¡A la barranca le pusimos por nombre la Barranca de la Muerte!
Aquel mal cubano se había encontrado en Soroa como oficial de guerrilla y tenía el cinismo de decírmelo.

Después de la acción de Soroa, y para restablecerme de la herida, fuí enviado a Limones, donde teníamos establecida una prefectura. Como el general Ríus Rivera había quedado con algunos hombres vigilando el camino de Soroa a Candelaria durante unos días, y habría de reunirse más tarde al general Maceo, le rogué que me avisara en su oportunidad cuando fuera a ponerse en marcha, para hacerlo yo también, ya que mí herida, siendo leve, no tardaría en sanar. En Limones, como en todo otro lugar de Pinar del Río en aquella época, existían muy pocos recursos; pero recomendado especialmente como yo estaba al Prefecto y al entonces comandante Julián Zárraga, jefe de un pequeña unidad volante que operaba por aquellos a]rededores, no lo pasaba del todo mal, por lo que hice venir a otros dos compañeros heridos. Se trataba de un francés llamado Viel, abogado, y de un americano apellidado Floid, venidos en la expedición de Ríus Rivera. A Floid lo habían herido a mis inmediatas órdenes sobre el barranco de Soroa. El francés era un hombre retraído y melancólico, taciturno, casi nunca entraba en conversación; en cambio, el americano siempre estaba alegre y de todo reía y hacía reír. Como casi nunca los alimentos eran bastantes a satisfacernos, algunas veces yo, acabado de comer, le preguntaba a Floid:
—Mr. Floid, ¿tiene usted todavía apetito?
Y él me respondía:
—Sí, como para un hombre más.
Una voz el comandante Zárraga nos mandó una gallina, que cocimos en caldo con, plátanos y boniatos. El animal debió de haber sido muy entrado en años, pues por mucha candela que le dimos no se ablandó. Floid me dijo:
—iCaramba!, esta gallina estar tan dura que yo no puedo introducir la cuchara en su caldo. El 8 de noviembre, habiéndome el general Ríus Rivera enviado el aviso convenido, me trasladé a su Cuartel General, y en la tarde del siguiente día nos reunimos al general Maceo bajo el fuego de artillería y fusilería de diez o doce mil soldados españoles en las lomas del Rosario.

Acciones en el Rosario y el Rubí

Mes de noviembre Los terrenos de la finca El Rosario se encuentran a unos veinte kilómetros al suroeste del Mariel y a ocho o nueve de Cabañas. El sitio es conocido también por Lomas del Rosario, nombra tomado con seguridad del de la sierra así llamada que, como es sabido, desciende en ondulaciones hacia la costa Norte. Entre El Rosario y Cabañas, colindantes con el primero, se encuentran las colinas y los bosques de El Rubí. Las unas comienzan a levantarse a la entrada de Cayajabos, al Sur, y los otros se extienden hacia el Norte, encuadrando el asiento de la finca últimamente citada al cual da acceso en aquella dirección una vereda de monte. El día nueve de noviembre, acampado el general Maceo en un sitio llamado Tienda Nueva, en terrenos de El Rubí, tuvo conocimiento, ya muy entrada la mañana, de que numerosas fuerzas españolas, procedentes del Mariel, se hallaban en los valles de Tapia y Manuelita, y que otras, salidas de Artemisa, se encontraban por Cayajabos. De acuerdo con los informes recibidos por el General las distintas columnas enemigas sumaban de diez a doce mil soldados de las tres armas. El general Maceo, que después de la acción de Soroa diseminara la mayor parte de sus tropas a causa de la escasez de municiones en que nos volvíamos a encontrar, había retenido nada más que dos- ciento cincuenta hombres, de los cuales cien le había dejado al general Rius Rivera para vigilar, como ya se ha dicho, el camino de Soroa a Candelaria. De manera, pues, que él, Maceo, no disponía de más de ciento cincuenta combatientes en aquellos momentos.

No obstante, con aquel exiguo contingente marchó de inmediato a El Rosario a presentarle combate al enemigo en aquellas lomas, en cuya dirección marchaba una de las columnas españolas como vanguardia. Maceo desplegó sus ciento cincuenta infantes en los sembrados de una sitiería existente entonces allí, y, a poco, la referida vanguardia enemiga al mando del general Echagüe, que venía por el camino de Cayajabos, entraba en contacto con nosotros, atacando de frente nuestras posiciones con los elementos delanteros y tratando de envolverlas con su centro. En esta situación, y durando como una hora el desarrollo de la primera fase del combate, se incorporó al general Maceo el general Ríus Rivera, con lo que el número de nuestros combatientes se elevó a doscientos cincuenta. Mientras tanto, viniendo de Manuelita, se veían asomar las cabezas de otras numerosas columnas españolas que, según supimos después, constituían e] centro de aquel gran contingente del ejército español, al mando de su propio general en jefe, capitán general Valeriano Weyler. Mas estas nuevas fuerzas llegaron a El Rosario demasiado tarde para tomar parte en la función de aquel día, a la que ya habían puesto fin las sombras de la noche. Ambos bandos quedaron en sus respectivas posiciones.
En una hora u hora y media, que había durado la acción, los españoles sufrieron 67 bajas, entre ellas un general herido, Ramón Echagüe, y nosotros solamente 8.

Al siguiente día, muy temprano en la mañana, el general Maceo, suponiendo que las fuerzas que constituían el ala derecha del ejército enemigo avanzaban por la finca El Rubí, dejó en El Rosario al general Rius Rivera frente a las posiciones que ocupaban allí los españoles, y él con unos ciento cuarenta o ciento cuarenta y cinco hombres, contando entre los mismos una fracción de las fuerzas del brigadier Pedro Delgado que acababa de unírsele, entró por la vereda de monte antes indicada y conocida por la Vereda de El Chumbo, que conduce al asiento de El Rubí, con el fin de disputarle el paso a aquellas tropas enemigas. Estas ya se habían adelantado y ocupaban el mencionado asiento. Allí mismo, disparándonos a quema ropa, se entabló el combate, los españoles en la meseta donde se levantaba la casa ya en ruinas del antiguo cafetal y nosotros cuesta arriba de la vereda de El Chumbo. La vanguardia de la columna enemiga, después de varios infructuosos ataques de frente para desalojarnos de aquella posición dominante, trató de flanquearla por la izquierda, pero fué rechazada igualmente. Al mismo tiempo que este episodio se desarrollaba dentro del montuoso marco de El Rubí, tenía lugar otro de la misma índole en las lomas de El Rosario, donde el general Rius Rivera con cien hombres trataba de cerrarle el camino a seis batallones y una media brigada de artillería que, a las órdenes directas de Weyler, procuraban hacer su conjunción con la división que se batía en El Rubí al mando de González Muñoz, compuesta de dos mil soldados y dos piezas de artillería.

La acción todavía se prolongó hasta las cuatro de la tarde, desarrollándose su última fase entre la loma Madama y la Gloria, a una legua al suroeste de donde comenzara el día anterior.
Pero no fué tan sólo en El Rosario y en El Rubí, y por la gente acaudillada por Maceo en persona, que fueron acometidas aquellas fuerzas españolas. La columna Segura, que había salido de Soroa con intento de reunirse a Weyler, fué combatida el día 11 por el coronel Juan Ducassi en el Delirio. La de González Muñoz, al dirigirse a Río Hondo, hubo de sostener combate en Loma Colorada con los destacamentos mandados por los coroneles Vidal Ducassi y Pedro Ibonet. El mismo González Muñoz, unido a los generales Bernal y Suárez Inclán, tuvo que luchar en San Blas, El Brujo y El Brujito, con los mismos destacamentos de Vidal e Ibonet y los mandados por el brigadier Francisco Peraza y Pedro Sáenz. Las operaciones de Weyler terminaron el día 18 con, más o menos, cuatrocientas bajas. Las nuestras se redujeron a cincuenta y seis. Tal fué el resultado de aquella campaña en que el Capitán General español, con el iluso propósito de exterminar de una vez y para siempre al diminuto ejército separatista con que Maceo vencía a diario las armas españolas y asombraba al mundo, movilizara bajo su propio mando doce mil soldados de las tres armas y a nueve generales. Maceo, para hacerle frente, sólo pudo disponer de quinientos hombres. Antes de continuar el relato de otras funciones bélicas quiero referir dos anécdotas, que forman parte de mis recuerdos de aquella época al lado de Maceo en Pinar del Río. En los días que sucedieron a la acción de El Rosario y El Rubí se encontraba en la situación de “cuartel” en el Cuartel General un jefe, el comandante J, a quien el General había destituido de su cargo por “flojo”. Maceo no usaba nunca el calificativo de cobarde. Enemigo de epítetos injuriosos usaba aquel eufemismo para referirse a la cobardía, que tan odiosa le era.

Acción del Jobo

La loma El Jobo forma parte de las estribaciones de la Sierra del Rosario y se encuentra a cosa de una legua y media de la finca de dicho último nombre. Contigua a la lomo El Jobo y al Sur existe otra altura llamada San Roque. El general Maceo acampó el día 25 en El Jobo con el propósito de reconocer por sí mismo las condiciones de vigilancia y defensa de la Trocha, resuelto ya a cruzarla del 27 al 28 de aquel mismo mes por cualquier sitio que ofreciera alguna probabilidad. Con este intento salió de El Jobo el día 26, pero ya en marcha, como a las ocho de la mañana, tuvo conocimiento por los exploradores de que una columna española que había acampado en el demolido ingenio San Juan de Dios, a una legua al Norte de El Jobo, se hallaba en movimiento hacia este último lugar. Esta columna era la de Suárez Inclán. Minutos después se oyeron los disparos de su vanguardia contra una de nuestras guardias avanzadas que cubrían fuerzas del brigadier Pedro Delgado. Maceo, sin dilación, corriéndose por el flanco izquierdo en auxilio de aquel retén, entablé la acción en el mismo camino y obligó al enemigo a cambiar de frente. Este ocupó la zona de El Jobo e hizo funcionar su artillería, dándole, si no mayor efectividad, mayor aparato a la bélica función. Llevábamos como hora y media de pelea, cuando observamos algunos grupos sobre la loma de San Roque. El General me ordenó ir a reconocer qué clase de gente era aquélla. Sin necesidad de moverme de donde me encontraba yo podía afirmar, seguro de no equivocarme, que se trataba de fuerzas españolas, pues las veía con claridad. No obstante, tomé cuatro parejas, como me lo indicara él, y me dispuse a cumplir aquella misión.

Maceo no había podido desplegar, frente a aquella unidad enemiga de novecientos o mil soldados, nada más que ciento cuarenta tiradores. La columna española entró en Cayajabos hostigada por las fracciones de Pedro Delgado, y el general Maceo acampé en San Felipe, colonia del ingenio San Juan de Dios, o sea casi en el mismo terreno de donde aquella mañana había salido la co1umna española.
Yo tuve también ese día un lance singular parecido al que había tenido en el combate de Cacarajícara: marchaba a pie, algunos pasos detrás del último grupo de nuestra retaguardia, cuando un campesino, saliendo de unos maniguazos donde había un bohío abandonado, me avisó que por aquella dirección y muy cerca venía una fuerza española. Estábamos en ese momento a punto de cruzar un arroyo de difícil paso, a causa de ser la orilla opuesta muy escarpada, y, temeroso de que el enemigo nos sorprendiera en mala posición, me adelanté a comunicarle la noticia al general Maceo. Este me dijo secamente: —Vaya a cerciorarse usted mismo—, y cruzó sin más el arroyo.
Mortificado al penar que el General se hubiese podido figurar que yo había visto “visiones”, retrocedí solo y casi corriendo por el camino. Estaba para llegar a un punto donde éste se curva a la izquierda en dirección a la manigua y el bohío antes citado, cuando de pronto y a cosa de cuarenta varas me encontré con un soldado español que por el mismo camino, que no era más que un angosto sendero hundido en el suelo, se adelantaba a los demás en sentido contrario, o sea sobre nuestra retaguardia. A esa distancia me disparó los cinco tiros de su Maüser. Pero lo hizo con tal precipitación, que sus proyectiles pasaron a no menos distancia de una vara de mi cuerpo. Yo, en cambio, disparé con toda calma mi fusil monocapsular y lo derribé. Al ruido de las detonaciones acudieron veinticinco o treinta de los nuestros que estaban para pasar el arroyo; pero les españoles, que de seguro constituían un pequeño destacamento explorador, retrocedieron con suma presteza.

El primero de diciembre el teniente coronel Carlos González Clavel, comisionado al efecto por el general Maceo, y acompañado de un oficial nombrado Pedro Núñez, como práctico, reconoció de nuevo la Trocha entre la caseta de Obras Públicas del Mariel y un camino que conducía a la playa donde terminaban las trincheras enemigas. Se creyó que por allí se podía efectuar el cruce y con estos informes, el General se dispuso a realizarlo a la noche siguiente, 2 de diciembre. Durante este día se hicieron exploraciones por el ingenio Regalado, al Sur de Guanajay, prosiguiéndose la marcha al obscurecer y, ya entrada la noche, llegamos a los primeros atrincheramientos del recinto militar. No era tampoco posible el paso por allí. A veinte o veinticinco varas, a que nos encontrábamos de la línea, veíamos las patrullas enemigas discurrir por la calzada y oíamos el “quién vive” que se daban unas a otras. El General determinó ir a buscar otro pasaje al Norte de Guanajay, con el mismo resultado negativo. Al retomar, como a las diez de la noche, tuvimos tiroteo can un destacamento español de la finca Zayas. En el canino el General cayó de repente de su caballo, presa de un vahido, accidente que nos causó a todos profunda y dolorosa impresión. A las seis de la mañana del día 3 hicimos alto en San Felipe.

Acción de Vejerano y la Gobernadora

Mes de diciembre

La serie de colinas conocidas por nosotros generalmente con el nombre de Vejerano y con los de lomas de Charco Azul, el Jobo, San Roque y Gobernadora forman parte de los eslabones del extremo septentrional de la Sierra del Rosario y se levantan en territorio del Mariel entre Cabañas y Guanajay a unos dieciocho kilómetros de la primera localidad a diez de la segunda y a unos veinte de la tercera. Todas estas eran centros de operaciones de las columnas españolas que tenían como uno de sus principales puntos de etapa y de confronta a Cayajabos, lugar más o menos intermedio. En San Felipe, a poco de llegar, tuvo el general Maceo conocimiento de que una columna española de las tres anuas se encontraba en marcha por el camino de Vejerano hacia la Gobernadora quemando a su paso casas y sembrados, y en el acto dispuso ir a su encuentro. Las fuerzas que tema a mano el general Maceo en aquellos momentos consistan en cincuenta infantes de su escolta la mayoría, y otros tantos jinetes todos jefes y oficiales del Estado Mayor amen de algunos que como el brigadier Roberto Bermúdez, se encontraban en el Cuartel General por una u otra causa. De San Felipe a Vejerano hay más de una legua. Esta distancia se alargaba por las dificultades del camino que debíamos recorrer, que no era más que un angosto y pedregoso sendero que tan pronto trepaba a un ribazo como descendía al fondo arcilloso de una quebrada. Resuelto el general Maceo a darle alcance al enemigo, de cualquier modo que fuera, y sorprenderlo en plena tarea incendiaria, entregó el mando de la infantería al general Pedro Díaz, recomendándole que, si por las malas condiciones del camino no le era posible marchar con la misma prontitud que él sobre la retaguardia se dirigiera a ocupar una de las colinas de Vejerano desde la cual pudiera contrarrestar la acción de los españoles desde la Gobernadora, en el caso de que éstos nos hubiesen ganado la delantera. Luego echó a andar con toda la celeridad que permitía el terreno hacia Vejerano, seguido de los cincuenta jinetes. A poco de aproximarnos a Vejerano comenzamos a oír descargas intermitentes de fusilería y disparos graneados en dirección a la Gobernadora lo que nos hizo conjeturar que algunas guerrillas de nuestras prefecturas estaban hostilizando al enemigo, que, a juzgar por el humo de los incendios, llevaba un rumbo perpendicular al que seguíamos nosotros. Continuamos de frente, a paso forzado, con el propósito de colocarnos al flanco izquierdo de aquél hasta llegar a un punto donde existía una cerca viva o vallado muy tupido y de altos árboles.

Fuentes

  • Cenit
  • Colectivo de autores. Documentos investigativos. Museo municipal Ramón Roa Gari.
  • Santovenia,Emeterio S.Mis Primeros Treinta Años.Segunda Edición.Editorial:Minerva 1944|Santovenia,Emeterio S.Mis Primeros Treinta Años.Segunda Edición.Editorial:Minerva 1944.