Miguel Labordeta

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Miguel Labordeta
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Poeta aragonés de la generación de la pos guerra civil española (1936-1939)
NombreLabordeta Subías, Miguel
Nacimiento16 de julio de 1921
ciudad de Zaragoza,
provincia de Zaragoza,
comunidad autónoma de Aragón,
Reino de España Bandera de España
Fallecimiento1 de agosto de 1969 (48 años)
ciudad de Zaragoza,
provincia de Zaragoza,
comunidad autónoma de Aragón,
Reino de España
ResidenciaZaragoza
Nacionalidadaragonés
Ciudadaníaespañola
PadresSara Subías Bardají, Miguel Labordeta Palacios
FamiliaresJosé Antonio Labordeta (hermano)

Miguel Labordeta Subías (Zaragoza, 16 de julio de 1921 - Zaragoza, 1 de agosto de 1969) fue un poeta español de la generación de la pos Guerra Civil Española (1936-1939).

Síntesis biográfica

Su infancia y juventud se hallan íntimamente ligadas a las calles y plazas de alrededor del Mercado Central, la iglesia de San Pablo, San Cayetano, San Felipe, El Gancho, la arboleda del río Ebro, por donde jugara de niño.

Hermano de José Antonio Labordeta (cantautor, escritor y político). Realizó sus primeros estudios en su ciudad natal, Durante 1944-1945 al menos, estuvo matriculado en la Escuela Profesional de Comercio de Zaragoza. En ese año termina su licenciatura en Historia en la Universidad de Zaragoza con premio extraordinario. Durante la época de universitario crea su primera revista literaria junto con otros compañeros (Antonio Mingote, Gonzalo Anaya, etc.).

La voz poética más importante aparecida en Aragón desde 1948, en que publicó su primer libro, hasta hoy. Su infancia y juventud se hallan íntimamente ligadas a las calles y plazas de alrededor del Mercado Central, la iglesia de San Pablo, San Cayetano, San Felipe, El Gancho, la arboleda del Ebro; por donde jugara de niño, paseará de joven y observará desde su habitación ―en el caserón familiar de la calle Buen Pastor, n.º 1― en plena madurez vital y creativa.

Durante 1944-1945 al menos, estuvo matriculado en la Escuela Profesional de Comercio de Zaragoza. En ese año termina su licenciatura en Historia en la Universidad de Zaragoza con premio extraordinario. Durante la época de universitario crea su primera revista literaria junto con otros compañeros (Ángel Antonio Mingote Barrachina, Gonzalo Anaya, etc.). En 1946 marcha a Madrid con el fin de realizar su doctorado. A pesar de que investiga en la Biblioteca Nacional, volverá a su «zaragozana gusanera» sin terminar su tesis: ha pasado sus horas sobre todo leyendo poesía, paseando por las calles de Madrid, observando a las gentes en su difícil vivir cotidiano de posguerra. Producto de estas experiencias serán los poemas que aparecerán en su primer libro, Sumido 25. El libro fue censurado en parte en su primera entrega y Miguel tuvo que aceptar los retoques que se le impusieron.

En su estancia madrileña había establecido contacto y trabado honda amistad con Carlos Edmundo de Ory, uno de los firmantes del Manifiesto Postista, avanzada vanguardista de la poesía española. Por estos años imparte clases en el colegio familiar. Publica, no sin dificultades, Transeúnte central y Violento idílico. Manda a Espadaña su artículo «Poesía revolucionaria», mucho más avanzado en sus primeras redacciones. Alguno de sus poemas son recitados por Pedro Dicenta a través de la radio y se arman revuelos en la sociedad zaragozana. Trata de publicar su obra Los nueve en punto en París, finalmente, no aparecerá hasta 1961, con el título de Epilírica, edición en la que faltan dos poemas originales y algunas anotaciones marginales.

El curso 1945-1946 es nombrado profesor ayudante de clases prácticas de Pedagogía e Historia de la Pedagogía en la Facultad de Filosofía y Letras de la Universidad de Zaragoza. En el año 1947, y aunque perteneciente al reemplazo de 1942, realiza su servicio militar en Zaragoza. Durante esta época escribe numerosos poemas y prosas, hasta ahora inéditos, que reflejan la situación anímica de Miguel Labordeta en esta etapa.

El 16 de mayo de 1953 muere su padre y Miguel Labordeta se dedica a la docencia en el colegio Santo Tomás de Aquino. Desarrolla una labor importante entre sus alumnos, ya iniciada por el gran pedagogo y latinista que fue su padre. Realiza numerosas excursiones por la geografía española con su alumnado, organiza conferencias y recitales poéticos en el colegio, saca puntualmente el órgano de expresión de los colegiales, Samprasarana, que ya inició su padre con el nombre de Nuestra Revista.

Se va fraguando una amistad entre varios y distintos personajes de la vida zaragozana reunidos en torno a la Peña Niké de los Poetas. Les une un interés común por salir de la modorrez cultural en que languidece la vida española y zaragozana. El gran pontífice de esta tertulia será Miguel Labordeta, lleno de bondadosa socarronería. Se intercambiarán ideas, libros, se hablará de unguejollos y de los poetas jounakos ―acuñaciones labordetianas―. También pasarán gentes desde Madrid y Barcelona que enriquecerán ese oasis vivo, mirado con reticencia por la cultura oficialista. Miguel funda la Oficina Poética Internacional (OPI), en donde serán incluidos los Ciudadanos del Mundo, que llegarán a tener carnet oficial mundialista y sello de visado internacional. Escribirá el llamado Manifiesto Ópico, especie de avanzada poética no exenta de corrosivo humor; Miguel trató de publicarlo, pero fue prohibido con fecha 10-XI-1951.

El 6-XI-1956 se estrena en el Teatro Argensola de Zaragoza su Oficina de Horizonte única obra teatral publicada por Miguel Labordeta. Se conservan manuscritos previos de esta obra, que tiene sus raíces en su propia niñez. En Oficina de Horizonte se nos ponen de manifiesto todas las características del ideal de hombre que busca Labordeta: las «Mansiones Azules» a que aspira el protagonista-hombre (Ángel), asiéndose a través del grito desesperado del abandonado en lo alto del faro. Personaje-hombre que se nos ha ido troquelando a través de los «alter ego» de Miguel en sus transformaciones poéticas: Valdemar (rebelde por amor), Nerón Jiménez (huracán), Nabuco (alma de mártir, expresión de la justicia), y del personaje femenino con el cual desea vivir y compartir —él, Miguel Labordeta, solterón recalcitrante, obeso-calvo-tierno-tímido hasta la médula-, y que en la ficción poética tendrá un nombre: Berlingtonia («inmortal», «amada inexistente»), encarnada en distintas mujeres.

El 14 de octubre de 1968 se le autoriza la publicación de Despacho poético internacional de la OPI. De esta revista tan solo aparecerán tres números: «Por Tauro hacia 1960», «Sagitario 1960» y «Capricornio 1963». Revista sumamente original en la que tuvieron cabida las firmas de las vanguardias aragonesas. Labordeta participa también en la creación de las revistas Papageno; Ansí; Poemas, y Orejudín. En julio de 1969 salen de la imprenta los primeros ejemplares del libro Los soliloquios, y el 1 de agosto de 1969 muere repentinamente el poeta.

Tras su muerte, y en gran parte por la labor de su hermano José Antonio a través de sus recitales por pueblos y ciudades, va conociéndose lentamente la obra de este enorme poeta. Comienzan a aparecer estudios, homenajes. Es objeto de tesis universitarias. Los manuscritos que ha dejado son numerosísimos, escritos con una caligrafía críptica. Pondrán de manifiesto, si un día son publicados, la enorme riqueza poética y humana de Miguel Labordeta, el injusto olvido en que ha sido tenido, y la fuerza innovadora de su palabra poética.

La obra poética de Miguel Labordeta

La obra de Miguel Labordeta es un mundo rico y complejo, difícil de entender si no se tienen en cuenta algunas claves culturales que la sustentan. Basada en una cosmovisión barroco-romántica del mundo, se nutre de los vanguardismos del siglo XX: futurismo (ataque a la tradición, irrupción de la mecánica y la técnica, destrucción de la sintaxis en busca de la palabra en libertad), cubismo (recomposición de la realidad destruida), «imágenes visuales» de Guillaume Apollinaire, dadaísmo (rechazo de la lógica, del sentido común, de las convenciones sociales y estéticas), letrismo, ultraísmo, creacionismo... Acoge el mundo de la plástica, con Pablo Picasso a la cabeza (expresionismo, arte abstracto, informalismo), y en el campo literario, además de los poetas franceses (André Bretón, Pierre Reverdy, Paul Eluard, Laforgue, René Char, etc.) y de los hispanoamericanos (Vallejo, Vicente Huidobro, Pablo Neruda, concretismo brasileño del 60), el influjo del grupo del 27 (Federico García Lorca, Alonso, Vicente Aleixandre, Rafael Alberti), sin olvidar a los mayores, Miguel de Unamuno y Juan Ramón Jiménez, por ejemplo. Refleja, además, la huella de las corrientes culturales y estéticas más decisivas: el existencialismo, el psicoanálisis de Sigmund Freud y el inconsciente de Jung, el surrealismo (liberación del subconsciente), el marxismo (ataque contra la sociedad burguesa), el mundo de la ciencia-ficción, culturas orientales (Próximo y Lejano Oriente). Conecta con el grupo postista y participa en el realismo crítico social, cotidiano y tremendista de la década del 50.

Ciñéndonos a Aragón, y reconociendo el escaso peso de nuestra tradición poética, no debemos olvidar el fermento de individualidades muy destacadas en las décadas anteriores al 40: Jarnés, Ramón José Sender Garcés, el surrealismo de los hermanos Alfonso Buñuel Portolés y Luis Buñuel Portolés, la inquietud difusora del surrealismo de Tomás Seral y Casas, Juan José Luis González Bernal, etc., y en cuanto a caracteres genéricos de la tierra, parecen corresponder a Labordeta una rabiosa individualidad e independencia estéticas; propensión hacia un expresionismo de cuño barroco conceptista; realismo pesimista estoico; miras universalistas; humor que roza lo sarcástico, lo grotesco, lo satírico y esperpéntico; acusado sentido ético en la vida y en la obra, y desengaño final, que aboca a un ostracismo voluntario.

Nacido el año 1921 en Zaragoza, su padre, director del Colegio Santo Tomás de Aquino, republicano, católico, humanista y profesor de latín, dejará honda huella en su formación. Enseñará Historia, disciplina cuyo influjo patentiza su obra, así como el de la ciencia, afición quizá recibida del ambiente familiar. Participa en el movimiento renovador de la Zaragoza de posguerra (pintores abstractos del «Grupo Pórtico», escritores de «Niké» agrupados en torno a la fantasmal OPI). Colabora en diversas revistas nacionales y funda Despacho Literario. Tres sistemas de gobierno se suceden en los cuarenta y ocho años de su vida: la Dictadura de Primo de Rivera, la II República y la Dictadura de Francisco Franco Bahamonde. Del primero recordará en sus versos el desastre de Monte Arruit y Annual; la Guerra Civil Española (1936-1939) y la Segunda Guerra Mundial (1939-1945) asumirán papel apocalíptico en su poesía.

Poética

Labordeta escribió poco sobre su modo de entender el fenómeno poético. En 1950 publica en Espadaña «Poesía revolucionaria», texto que postula un temple de poesía: «catártica, depurativa, en que el poeta se dé por entero en holocausto verídico»; una forma, libre de «artificios aconsonantados y vacíos» o de «las inconsciencias surrealistas»; un objetivo: «cantar para todos los hombres, universalmente, con independencia absoluta», encarándose «con la terrible faceta contemporánea», y un alcance: gritar «las verdades eternas del hombre de hoy al mundo entero». Rechaza tanto «una poesía minoritaria y cadavérica» como «una poesía popular y sentimental».

No es difícil rastrear en su obra teatral Oficina de horizonte ideas metapoéticas de canto, de destino, de misión y de holocausto. En el manuscrito de Autopía se vierten conceptos de su poética última: «subjetivismo objetivo»; «realismo subjetivo»; «libertad creadora: interiorizar lo irracional del mundo, exteriorizar el inconsciente personal del sujeto»; «reconocimiento de lo sagrado en el natural universo a partir del pensamiento mítico inconsciente colectivo y filtrado por el furor ideal y exigente de la mente subjetiva», etc.

Trayectoria lírica

Portada de las Obras completas de Miguel Labordeta.

La obra poética de Miguel Labordeta viene a describir un trazado circular de desarrollo y ahondamiento temático en dos ciclos. Al primero pertenecen los tres libros iniciales: Sumido 25 (1948), Violento idílico (1949) y Transeúnte central (1950). El ciclo se ensancha, en aproximación a la circunstancia histórico-social del momento, con Epilírica (1950-1952), publicado en 1961. Desde 1952 hasta 1969 ―hueco temporal de diecisiete años en que tan solo escribe la obra de teatro Oficina de horizonte (1955)―, el poeta pervive en el antólogo con la publicación de Memorándum (1959) y Punto y aparte (1967), claro intento de liquidar toda una época. El segundo ciclo, interrumpido por la muerte, comprende Los soliloquios (1969) y Autopía (1972), obra póstuma. Posteriormente se editará La escasa merienda de los tigres (1975), que agrupa poemas anteriores a Sumido 25, contemporáneos de los cuatro primeros libros y anteriores a Los soliloquios. En las Obras completas (1972) se reúne toda la obra del aragonés, excepto la aparecida después de su fallecimiento.

La obra parece dibujar una estructura interna en forma de planisferio. Si tendemos una visual vertical imaginaria por el centro, se obtendrá la línea que une dos extremos cósmicos. El «abajo» (mundos marino y terrestre) y el «arriba» (mundo celeste, las galaxias); si a continuación, lanzamos otra visual horizontal por el mismo centro, se obtendrá una línea temporal desde un «antes» (pasado de la humanidad y del poeta, inconsciente colectivo y personal) a un «después» (el futuro). El mundo espacial configurado por la intersección de las líneas verticales sería «la caverna», y el punto temporal configurado por las horizontales, «el instante». A través del tiempo estos elementos van a sufrir, en su movilidad constante, un corrimiento o fuga tal que, a la vista del planisferio de cada libro, pudiera quedar fijada su temática. Siempre a través de la mirada del Yo del sujeto en conflicto con el mundo, en una línea ideológica en que el ego se aproxima o se distancia del populus.

Obra lírica

Sumido 25 se abre con una pregunta capital para entender su sentido: «Dime, Miguel, ¿quién eres tú?» Encerrado el poeta en la caverna de la existencia, y frente a un espejo ciego, en vano intentará una salida indagando en el antes o en el arriba, donde el «Anciano astral» «hila indiferentes máscaras», «Secreto Ojo Sumido». El abajo se ofrece en absoluta carencia de vida y libertad, sin «hondura de raíz» ni «elevación purísima de nube». Sin respuesta del antes ni del arriba, no habrá posible salida en el abajo hacia un después. El poeta se verá reducido a morador de una zona oscura, la caverna, en el instante ciego de la existencia. No es, simplemente está mero vividor del instante, condenado a monologar consigo mismo, sin posible diálogo; privada la vida de toda respuesta, aparece la muerte («Puesto que el joven azul de la montaña ha muerto»), desde cuya perspectiva se contempla el mundo.

Aun con riesgo de forzar el esquema, ninguna representación más útil que la de la plástica para entender la visión caótica que se nos da del mundo: en el antes, con Freud y Jung, el surrealismo; en el arriba, el informalismo; en el abajo, el cubismo picassiano, el expresionismo abstracto y la visión surreal; el después no tiene contorno definido. Es decir el caos del mundo está visto a través de la plástica moderna, del ojo desintegrador picassiano, del espejo deformante valleinclanesco.

En el poema «Unidad» se clarifica la dialéctica del espejo labordetiano. Si el mundo surge de la reflexión entre un Yo y un Tú, conciencia que se tiene de él, el Yo no se desdobla en el Tú, y por tanto, la conciencia no existe, ya que queda reducida a «nube», «quieto sonido», y entre los dos se interpone un «círculo de humo»; entre los dos se ha borrado toda distancia, borrándose la conciencia e imposibilitando la integración del ser en la unidad. Al desconocerse, desconoce el mundo, opaco y sin sentido; la fantasmalización del ser fantasmaliza el mundo. Todo conduce a una inmanencia ciega, la de un mundo que acaba cegando y vaciando el mundo interior.

Por tanto, el problema que plantea Sumido 25 es un problema metafísico esencial, el de la búsqueda de la esencia constitutiva del ser. Y si nada tiene sentido en el abajo, porque le falta la luz del antes y del arriba, ¿qué queda para el después? Se anticipa un futuro panteísta (el tótem de una gota de lluvia); el sentido de la vida se adivina en el canto, y solo el amor, amor puro en sí mismo, puede rescatar la eternidad y desafiar la efimeridad del ser. El poema final, «Mensaje de amor de Valdemar Gris», lanza una misiva de esperanza y de afirmación en el amor por un camino con soles y riberas.

Con Violento idílico descendemos del plano metafísico esencial al existencial; es decir, y con palabras del poeta, del ser al estar, al Dasein. Abocamos a un más explícito pesimismo, pues, ya de entrada, se niega el amor en el mundo y, si el canto pretendía afirmar un sentido de misión, aquí se contempla como frustración. Sumido 25 termina describiendo una cumbre de parábola, de la que descendemos, en Violento idílico, con el lamento de Nerón Jiménez.

Callan el arriba y el abajo en plática muda de los «monstruos submarinos» con el «helado pájaro del éter», y los cielos se derraman como «podridos límites». El punto del instante se abre en la línea temporal hacia el pasado en solicitud de sentido («Retrospectivo existente») y hacia el futuro, ya sin resurrección a no ser la que supone la aniquilación de la «piel» en «nube» y del «beso» en «arcilla». La vida, al modo unamuniano, se considera como un ensueño dentro del sueño del «joven dormido» («Plegaria...»). Ante el fracasado intento de reconstruir la Totalidad, el poeta adopta la actitud de la sátira social; convertido en grotesco «diablo cojuelo» truculento, arremete ―el humor como arma disolvente― contra la civilización moderna, con imágenes apocalípticas arrancadas de la Guerra Civil Española (1936-1939).

Hacia la epilírica

Transeúnte central nos sitúa ante una mayor presión de la temporalidad. Del problema metafísico esencial y existencial de los libros anteriores, descendemos al problema social humano más concreto y centrado en un aquí y un ahora; el abajo prevalecerá sobre los otros referentes señalados. El poeta ha puesto los pies sobre la tierra. Sin embargo, viendo («Desasimiento») que no hay «Ni arriba ni abajo. Ni cabeza ni pies. Ni norte ni sur», en un proceso cosmológico que conduce a la nada, reconoce la falacia de la ilusión, y niega todo destino a la vida humana; aunque acepta su misión, la del canto, y su signación, que consiste en ofrecer su vida en sacrificio y holocausto.

En un clima de radical protesta se afianza la sátira, primero contra Dios, «bromista incontenible»; segundo, contra la sociedad burguesa de posguerra en la que medra la banca y el estraperlo; y en tercer lugar, contra el amor, ya no puro o abstracto como antes, sino concreto de hombre y mujer, mediatizado por las convenciones sociales. Frente a la actitud metapoética («La voz del Poeta»), se acepta la vida vulgar y burguesa («Me refugio en mi habitación humilde», «adopto una postura burguesa», «esto es la vida, vivir»), de ahí el constante autoimproperio del alter ego («te escupo, estúpido Miguel Labordeta»). Un tono meditativo-elegíaco se abre paso frente a la turbulencia imprecatoria de los anteriores libros.

Epilírica supone la transición decidida del Yo al mundo, del Ego al populus, sin que el conflicto quede zanjado. Un más explícito tono social, cotidiano y autobiográfico, se manifiesta en un contacto mayor con el «abajo», y en un aquí y ahora más evidentes que en Transeúnte central. El poeta mezcla la temática social de afirmación con la satírica de rechazo y condena, sin perder la condición de guía y conductor de su pueblo, ante el que se coloca «de pie», no desde arriba, como antes. El monólogo se convierte en diálogo («quiero hablarte pueblo mío mi pueblo») y el libro se abre y se cierra con dos poemas de esperanza: el primero, dirigido al pueblo («Salutación al pueblo en primavera»), y el segundo al «joven camarada terrestre» («Mi antigua juvenil despedida»).

El antes y el ahora no desaparecen, pues tampoco ha desaparecido la visión negativa anterior, sino que se disuelven en un presente de más amplia comunicación y afirmación, hacia un después más esperanzado. Tampoco ha desaparecido el conflicto Yo/mundo, y así, «Un hombre de treinta años pide la palabra» constituye el ataque frontal más terrible y acusatorio de posguerra contra todos los estamentos sociales sin excepción. Con todo, la entrada en la realidad social del momento ha servido para una mayor clarificación de la «palabra imaginaria» de Labordeta.

La metalírica

Los soliloquios y Autopía inauguran el segundo ciclo de la obra lírica de Labordeta. La temática anterior se apoya ahora en una nueva realidad histórica: de la época del subdesarrollo económico hemos pasado a la revolución industrial y a la sociedad de consumo. El discurso de amplio aliento oratorio se ha depurado y esencializado, y se ha embridado la palabra para convertirse en palabra que pinta en el blanco de la página. De la sintaxis usual del verso libre hemos accedido a la toposintaxis de la línea fragmentada, diseminada o escalonada en libertad de asociación, siendo ahora el silencio coprotagonista de la palabra en busca del efecto letrista o visual de la poesía concreta.

El Yo ha podido frente al mundo, interiorizándolo, y los cuatro referentes parecen haberse fundido en la voz ensordinada del poema. Interiorización del mundo y exteriorización del Yo, en síntesis, se han abrasado en el fuego de la pupila metalírica. El lenguaje ha conseguido un equilibrio que parecía imposible, la pasión ha frenado sus excesos (¡«oh difícil maravilla de la pasión vencida!») y lo mismo el poema, enjuto y macerado en la «difícil manufactura de este siempre instante». Labordeta no solo se adelanta a las nuevas promociones, sino que se coloca a su altura en el hallazgo de una nueva estética expresiva. El proceso de desrealización metalírica conducirá a la máxima fantasmalización del Yo y del mundo en Autopía, en que la palabra y los heterónimos del poeta (el «borroso laberinto de espejos» machadiano), al aire del conjuro aquinatense —«Horridas mentis nostrae purga tenebras»-, estaban entrando con base firme en un futuro de muy logrados frutos que paralizó la muerte.

Estilo y significación

Miguel Labordeta es uno de los poetas más originales de la posguerra española, y de mayor potencia expresiva. Troquela, en la exacerbación de su Yo, anárquico y libertario, una cosmovisión riquísima, marcada por el estilo inconfundible de su lenguaje en libertad, que roza desde los más ínfimos estratos coloquiales y cotidianos de la existencia hasta las más arrebatadas visiones cósmicas, en fusión de microcosmos y macrocosmos.

Su poderosa imaginación, dotada como pocas para la creación de mitos modernos, se sirve del verso libre, de una técnica de lenguaje siempre audaz y rica en adjetivaciones y en simbología arrancada de la naturaleza y de vastos campos de la cultura, tanto antigua como moderna, tanto laica como religiosa y litúrgica. La elocución, torrencial y caótica, de apocalíptico tono oratorio en la primera época, adquiere la densidad de contención desnuda y casi telegramática en la segunda. Pero siempre en su obra el mismo furor creativo, el mismo frenesí lírico, con frecuencia desbocado el primero, y canalizado y ceñido el segundo; ajustados los dos a una necesidad ―fatalidad, habría que decir― imperiosa de dicción sustentada por la vida. Porque Labordeta no hace más que ahondar el núcleo cardinal de su intuición matriz en sucesivos círculos concéntricos, de ahí la repetición incesante de unos motivos temáticos, clave de su obra.

Puede decirse con justicia que, a la luz del magisterio en libertad de su lírica, tan imaginativamente creadora, Aragón empieza a contar en poesía, en posesión de un instrumento expresivo, y que el florecimiento de las nuevas promociones arranca de él, su máximo excitador. El círculo cerrado de su visión ―del Yo al mundo, del mundo al Yo― se abre a esa esperanzada realidad. No deja de resultar sorprendente que, a pesar de la audacia renovadora de sus postulados estéticos, se inserte dentro de una tradición ―la que empieza con él―, rasgo, según entendemos, atribuible a su originalidad. La cuestión de su popularidad es algo que debe ir unido a la posibilidad o no de una cultura popular en Aragón.

Obras

Poesía

  • 1948: Sumido 25; Madrid.
  • 1949: Violento idílico; publicado en la revista Cuadernos de Poesía, n.º 8 (Madrid).
  • 1950: Transeúnte central. San Sebastián (España): Norte, 1950.
  • 1960: Memorándum (antología poética), publicada en la revista Orejudín, n.º 5 (Zaragoza).
  • 1961: Epilírica. Bilbao (España): Alrededor de la Mesa, 1961.
  • 1967: Punto y aparte (antología poética). Barcelona: El Bardo, 1967.
  • 1969: Los soliloquios. Zaragoza: Javalambre (colección Fuendetodos), 1969.
  • 1970: Pequeña antología (por Antonio Fernández Molina). Palma de Mallorca (islas Baleares): Tamarindo, 1970.
  • 1972: Autopía (texto rescatado y prólogo de Rosendo Tello). Barcelona (Cataluña): El Bardo, 1972.
  • 1972: Obras completas («Prólogo» de Ricardo Senabre, «Retrato» de José Antonio Labordeta y «Epílogo» de Rosendo Tello). Zaragoza (Aragón): Javalambre (colección Fuendetodos), 1972.
  • 1975: La escasa merienda de los tigres y otros poemas (selección y prólogo de Pedro Vergés). Barcelona (Cataluña): Barral (colección Ocnos), 1975.
  • 1983: Metalírica

Teatro

  • 1955: Oficina de horizonte, obra de teatro publicada en la revista Papageno, n.º 1 (Zaragoza).

Fuentes