Preparativos para el desembarco del Yate Granma

Preparativos para el desembarco del Yate Granma
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Bandera de Cuba Cuba

Preparativos para el desembarco del Yate Granma. Tras varios meses de cárcel, Fidel y sus compañeros sobrevivientes de la acción del Moncada fueron liberados como resultado de la amnistía decretada por el régimen ante la presión popular. Marcharon al exilio en México y junto a otros revolucionarios que se les unieron en esa nación, comenzaron los preparativos que permitieron su desembarco en el Yate Granma el 2 de diciembre de 1956 por playa Las Coloradas, para reiniciar la lucha armada.

El exilio organizador

Fidel se establece en la capital azteca, donde comienza a agrupar a los exiliados revolucionarios cubanos, establece contactos con amigos mexicanos y participa en varias actividades públicas. Inicia correspondencia con los compañeros que quedaron en Cuba, en la que imparte orientaciones para la organización del Movimiento en toda la isla y para mantener comunicación regular con ellos, analiza la situación cubana y traza la táctica de lucha que deben seguir. Es preciso llegar al pueblo por todas las vías posibles, ya que él constituye la base en que se sustenta la acción revolucionaria. Y un mes después de su llegada a México, Fidel redacta el «Manifiesto No. 1 del 26 de julio al pueblo de Cuba», que ve la luz el 8 de agosto. Es el primer documento oficial del Movimiento firmado por su líder máximo, y en él se explica el carácter de la organización, sus fines, su estructura y los principales métodos y formas de lucha. Se analiza la situación general del país (económica, política, social), y se expone en 15 puntos fundamentales el programa que la Revolución pondría en práctica al llegar al poder.

El manifiesto rechaza la componenda que teje la oposición burguesa. Y aunque admite tácticamente como salida la celebración de elecciones generales inmediatas sin Batista, plantea que, fuera de esa solución, la única alternativa posible es la insurrección armada. Un punto de suma importancia es que Fidel concibe esta lucha no sólo contra la dictadura, sino contra el régimen imperante en el país durante más de 50 años de dominio neocolonial. El Movimiento 26 de julio patentiza su absoluta confianza en el pueblo de Cuba. Desde México, Fidel mantiene aún vínculos con el Partido del Pueblo Cubano (Ortodoxos) y se esfuerza por que el mismo abandone el pacifismo, la palabrería inútil, la vacilación y la parálisis, y adopte la actitud resuelta que la situación de Cuba exige. En ese sentido, aprovecha el Congreso de Militantes Ortodoxos que reúne en La Habana el 16 de agosto a numerosos representantes de ese partido procedentes de todo el territorio nacional, y les envía un combativo mensaje, acogido con entusiasmo por la mayoría de los asistentes. Allí hay muchos jóvenes vinculados al 26 de julio, quienes logran que dicho mensaje sea aprobado como documento oficial del Congreso. Fidel se mantiene también en contacto con otros compañeros radicados en la isla, a través de los cuales se informa continuamente sobre la situación del país y orienta la actividad del movimiento.

En el mes de septiembre se produce en México un encuentro histórico: el de Fidel Castro y Ernesto Guevara (Che). El joven médico argentino se había radicado en tierra azteca cuando tuvo que salir de Guatemala debido a las persecuciones desatadas por el régimen de Carlos Castillo Armas, impuesto por Estados Unidos. En este país había conocido al joven revolucionario cubano Antonio López (Ñico), asaltante del «Moncada», quien lo entusiasmó al hablarle de Fidel Castro y contarle impresionantes episodios de la lucha contra Batista. El encuentro de Fidel y el Che dio inicio a una entrañable amistad e identificó para siempre al gallardo combatiente internacionalista con la causa de la Revolución Cubana. En los meses finales de 1955, Fidel realizó un fructífero recorrido por varias ciudades estadounidenses (Filadelfia, New York, Union City, Bridgeport, Miami, Tampa, Cayo Hueso). Junto a un valioso compañero, Juan Manuel Márquez, se propuso nuclear alrededor del Movimiento 26 de Julio a la numerosa emigración cubana de ese país, hasta ese momento dispersa, y sentar una base sólida para su apoyo a la lucha contra la tiranía.

El recorrido es totalmente exitoso. Fidel entusiasmó a las masas de emigrados en emocionantes concentraciones populares. En una de ellas —la de Palin Garden, Nueva York, el 30 de octubre, hace una histórica promesa: «Puedo informarles con toda responsabilidad que en el año 1956 seremos libres o seremos mártires». Al regresar a México el 10 de diciembre, Fidel deja detrás un movimiento unido y fuerte. Ya en tierra mexicana, da a conocer el «Manifiesto No.2 del 26 de julio al Pueblo de Cuba», fechado en Nassau el 10 de diciembre. Reitera los objetivos y tácticas del Movimiento, define el papel protagónico de las masas populares en el proceso revolucionario cubano, y llama al conjunto de emigrados a participar activamente en esa batalla decisiva.

Los preparativos en México

Mientras el clima político de la isla se caldea, el grupo de exiliados revolucionarios cubanos en México, bajo la dirección de Fidel, crece con el decursar de 1956 y despliega una febril actividad a fin de cumplir la promesa de volver a Cuba en ese año para ser «libres o mártires». Adquieren más de diez casas que les sirven de alojamiento y también de escuela para enriquecer sus conocimientos políticos y de cultura general. Los modestos aportes de miles de hombres y mujeres del pueblo, que van recibiendo desde Cuba, les permiten impulsar los preparativos a partir de febrero: instalan el primer campamento, compran las primeras armas y comienza la preparación militar. Arriendan el rancho Santa Rosa, a cuarenta kilómetros de la ciudad de México, que constituye un buen campo de entrenamiento y un lugar adecuado para resguardar las armas.

Además, el rancho se halla entre llanos y montañas, topografía similar a la de los campos donde van a pelear en Cuba. El jefe del campamento será Ernesto Che Guevara. A las recaudaciones procedentes de Cuba se van sumando las de los clubes patrióticos del exilio y se cuenta con la ayuda fraternal de varios amigos mexicanos. A iniciativa de una prominente personalidad auténtica de conducta honesta, Carlos Maristany, se entrevistan Fidel Castro y el expresidente Prío Socarrás, quien contribuye a los preparativos de la expedición con una suma inicial de 20 000 dólares. Se amplía considerablemente el número de armas compradas en varias ciudades de México y Estados Unidos, se adquieren uniformes, botas y utensilios de campaña. También se gestiona la compra en Delaware, EE.UU., de una lancha PT (Patrol Torpedo Boat), apropiada para trasladar a Cuba el contingente expedicionario; pero no se obtiene el permiso de salida de la embarcación y se pierden los 8 000 dólares invertidos. Tres meses más tarde, en septiembre, Fidel descubrirá en un pequeño pueblo de las márgenes del río Tuxpan, un viejo yate de recreo que está en venta: el Granma. Lo adquiere y manda a reparar. Pronto surcaría los mares hacia Cuba.

El grupo de exiliados se ha organizado militarmente desde el comienzo dentro de un orden y una disciplina estricta. Cumplen un riguroso régimen de entrenamiento que incluye largas marchas por la ciudad y montañas cercanas, prácticas de tiro y defensa personal. En la preparación militar, principalmente en los estudios de táctica guerrillera, es muy valioso el asesoramiento del coronel Alberto Bayo, excombatiente republicano en la guerra del pueblo español contra el fascismo. Pero la misión no resulta fácil, hay que ir venciendo dificultades y contratiempos, muchos de ellos graves. A la escasez de recursos y el fracaso de algunas gestiones, se suman una fuerte ofensiva policíaca a partir de junio, así como una traición y dos deserciones. Se despliega una campaña hostil patrocinada por la embajada cubana en México, en tanto que algunas autoridades de este país actúan, mediante soborno, en connivencia con agentes del Servicio de Inteligencia Militar de la tiranía y diplomáticos cubanos.

Como resultado de esa confabulación, la policía detiene a numerosos exiliados entre junio y noviembre, incluyendo al propio Fidel, así como a Ramiro Valdés, Juan Almeida, Ernesto Che Guevara, Ciro Redondo, Julito Díaz, Universo Sánchez, Calixto García, María Antonia González, Alfonso Guillén Zelaya y otros mexicanos, el hijo del coronel Bayo y muchos más. Algunos de ellos son torturados por agentes del Servicio Secreto. La policía allana varias casas y el rancho Santa Rosa y ocupa las armas que encuentra. Se planea incluso el asesinato de Fidel. En Cuba se produce una movilización popular por la libertad de Fidel y sus compañeros. Se realizan actos frente a la embajada de México en La Habana, en otros lugares de la capital y en varias ciudades. Sectores populares de México se solidarizan con los detenidos: interviene en favor de éstos el general Lázaro Cárdenas, expresidente de México y personalidad de gran prestigio e influencia, y van saliendo en libertad, Fidel ha estado preso 34 días.

Estos contratiempos significan la pérdida de un tiempo precioso, de valiosos recursos, de inmensos sacrificios. Pero una vez más se pone a prueba la voluntad, la fe inquebrantable y la capacidad sin límites de Fidel. Los revolucionarios buscan nuevas casas y campamentos (en Veracruz, Boca del Río, Jalapa, Abasolo), consiguen más armas y recursos, y extreman las precauciones. Durante todo el año 1956, hasta noviembre, a la vez que dirige los preparativos en tierra azteca, Fídel atiende la labor de los exiliados cubanos en otros países, visita a Costa Rica y está al tanto de la situación dentro de la Isla. Aparte de la correspondencia que sostiene con dirigentes del Movimiento 26 de julio y de los emisarios que van y vienen entre Cuba y México, es impresionante la labor política e ideológica que despliega por medio de entrevistas y artículos, escritos principalmente para la prensa cubana. La mayor parte de éstos son publicados, no siempre íntegros, por la popular revista Bohemia.

En esos trabajos el líder cubano fija con meridiana claridad la posición del 26 de Julio contra la componenda; denuncia los rejuegos politiqueros de los partidos burgueses en interés de cargos y prebendas; explica los objetivos, las tácticas y el programa del Movimiento; da respuesta a las campañas de calumnias que lanzan contra él y sus compañeros las autoridades batistianas, sus funcionarios y voceros; desentraña los orígenes y tortuosidades de un complot que Rafael Leónidas Trujillo, el dictador dominicano, fragua contra Cuba, y reitera su decisión irrevocable de iniciar la insurrección popular armada en ese mismo año.

Gran importancia político-ideológica tiene su respuesta a las acusaciones que dirigentes del Partido Ortodoxo le hacen al Movimiento 26 de Julio, ya que en dicha réplica analiza certeramente el contenido de clase de ese partido, condena su pasividad ante los desmanes de la dictadura y marca un medular deslinde entre las dos organizaciones, sellando su separación definitiva del PPC (0). Sin embargo, a la vez que dirige su lenguaje cáustico contra quienes sustentan a la tiranía y contra los que son, de hecho, sus cómplices, Fidel aboga por la más amplia unidad de todos los que aspiran de veras al derrocamiento del régimen batistiano, aunque no coincidan totalmente sus tácticas de lucha. Dentro de ese marco unitario tuvieron lugar en México las ya mencionadas conversaciones entre Fidel Castro y Prío Socarrás, como las que sostendría más tarde con representantes de organizaciones revolucionarias afines al Movimiento 26 de Julio: el Directorio Revolucionario y el Partido Socialista Popular.

Encuentros con Frank País

A fin de analizar la marcha de las labores revolucionarias y la preparación de condiciones que garanticen la llegada exitosa de la expedición a la isla y el inicio de la insurrección armada, Fidel recibe dos veces en la capital azteca a Frank País, dirigente del Movimiento 26 de Julio en Santiago de Cuba. Allí se encuentran por primera vez el máximo líder de la revolución y el joven maestro que, sin cumplir aún los 22 años, se ha convertido en uno de los cuadros más inteligentes, audaces, valientes y abnegados del 26 de julio en Cuba. Bastan esos breves encuentros para que Fidel adquiera confianza absoluta en las cualidades morales e ideológicas, así como en la capacidad organizativa y movilizativa de este joven revolucionario, y para que nazca entre ellos la más hermosa y conmovedora amistad.

La carta de México

También dos veces se entrevistó con Fidel en México, a nombre del Directorio Revolucionario, el líder estudiantil José Antonio Echeverría, a fin de coordinar las acciones contra la dictadura. El Directorio tenía como táctica fundamental la lucha en las ciudades, particularmente en La Habana. Apelaba sistemáticamente a los atentados personales y consideraba decisiva la eliminación física de Fulgencio Batista. Fidel, en cambio, veía como elemento decisivo la lucha armada en las montañas, apoyada por la lucha de las masas en todo el país. Al reunirse en México, ambos líderes pusieron el acento no en las diferencias, sino en la colaboración, en la unidad de los esfuerzos para golpear a la tiranía en todas direcciones, según los planes específicos de cada organización.

Los acuerdos de la reunión quedaron plasmados en la llamada «Carta de México», suscrita por los dos dirigentes. En ese documento, los firmantes rechazan la convocatoria a elecciones parciales en Cuba y entienden que la SAR y los partidos políticos que la apoyan no deben seguir implorando soluciones amigables que sólo han merecido la negativa, el rechazo y el desprecio del gobierno. Consideran propicias las condiciones sociales y políticas, así como suficientemente avanzados los preparativos bélicos para desencadenar en 1956 la lucha insurreccional, secundada por una huelga general en todo el país. El documento dedica gran espacio a tratar sobre la conspiración fraguada en Cuba por el sátrapa dominicano Rafael Leónidas Trujillo con la participación de una pandilla de pistoleros cubanos y la complicidad de un grupo de oficiales batistianos, cuyos nombres, cita. Denuncia la cobardía de Batista y su traición a la patria, y lo emplaza a que entregue armas a la FEU y al 26 de julio para ajustarle cuentas a Trujillo.

Los máximos líderes del 26 y el Directorio abogan por la conjunción de todas las fuerzas revolucionarias, morales y cívicas del país, y garantizan que la revolución llegará al poder sin compromisos que le impidan realizar un programa de justicia social, libertad y democracia. En las conversaciones sostenidas se acordó que, para apoyar el desembarco del contingente dirigido por Fidel, el Directorio crearía previamente un estado de agitación popular en la isla y desarrollaría una insurrección armada en las ciudades, o por lo menos en la capital, todo ello en coordinación con el 26 de Julio.

Contactos del Partido Socialista Popular con Fidel

También el Partido Socialista Popular (PSP), abanderado de la unión revolucionaria, daba pasos para estrechar sus relaciones con el 26 de julio, dentro y fuera de Cuba, en busca de la unidad de acción. Osvaldo Sánchez y otros cuadros del Partido habían conversado con varios moncadistas en Ciudad México; pero el paso más importante en el desarrollo de esas relaciones antes de iniciarse la insurrección, fue la entrevista que, en noviembre de 1956, sostuvieron en esa ciudad Fidel Castro y Flavio Bravo. Este iba enviado por la Mesa Ejecutiva Nacional del PSP. El fraternal intercambio corroboró la identidad de los objetivos estratégicos de ambas organizaciones; pero confirmó también la incomprensión del Partido en cuanto al carácter de la insurrección que se preparaba. No veía su profunda vinculación con el pueblo, ni el papel que la guerra desempeñaría en la movilización de las masas. De ahí la insistencia del Partido en coordinar el desembarco con acciones masivas dentro de la isla.

El PSP consideraba, y así lo expresó Flavio Bravo, que la situación interna de Cuba era desfavorable a una acción militar antes del 31 de diciembre. La economía había tenido un alza transitoria, motivada por la zafra de 1956, pero las perspectivas eran de franca declinación. Atendiendo a esta perspectiva, si se hacía coincidir el desembarco de los expedicionarios con una poderosa huelga azucarera, se garantizaría plenamente el éxito de la operacion. Pero la huelga sólo podía ser efectiva después de comenzada la zafra, en enero, y por ello el Partido recomendaba —como ya lo había planteado antes Frank País— retrasar por 30 o 40 días la salida de la expedición. Fidel contestó que él comprendía los argumentos del Partido, que éstos eran sólidos; pero que no le quedaba otra alternativa que iniciar la lucha en Cuba en la fecha anunciada, tal y como lo había prometido al pueblo. Explicó que en esos momentos él y sus compañeros se hallaban sometidos en México a una intensa persecución, que los estaban deteniendo y habían ocupado algunas casas con armas, y que, en caso de aplazar la operación, se exponían a perderlo todo, hombres y armas. Expresó la esperanza de que, cuando llegaran a costas cubanas, se producirían numerosos levantamientos en todo el país, y pidió al Partido su cooperación, pese a que faltaba muy poco tiempo para la salida.

Flavio le aseguró que, si las acciones militares respondían a la línea de masas, el Partido no se cruzaría de brazos. El Movimiento de la Nación fue un partido político fundado en 1955 por un grupo de personalidades de distintos sectores, que encabezaban Jorge Mañach, dirigente ortodoxo, y José Pardo Liada, periodista que en un tienipo gozó de gran popularidad. El Movimiento de Liberación Radical fue creado tanibién en 1955 por un grupo de intelectuales católicos.

Enlaces externos

Fuente

  • Libro de Historia de Cuba