Relato de un náufrago

Relato de un náufrago
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García Márquez publicó una serie de entrevistas al único sobreviviente, entre ocho miembros de la tripulación, que cayeron al agua del destructor Caldas de la marina de guerra colombiana.
Título originalRelato de un náufrago que estuvo diez días a la deriva en una balsa sin comer ni beber, que fue proclamado héroe de la patria, besado por las reinas de la belleza y hecho rico por la publicidad, y luego aborrecido por el gobierno y olvidado para siempre
Autor(a)(es)(as)Gabriel García Márquez
Editorial:Sudamericana
GéneroReportaje periodístico
PaísColombia Bandera de Colombia

Relato de un náufrago es un reportaje novelado escrito por Gabriel García Márquez (1927-2014), premio nobel de literatura en 1982.

Fue publicado por primera vez en el año 1970, 15 años después del suceso, por Tusquets Editores (España).

Relata la historia del marinero colombiano Luis Alejandro Velasco Sánchez (1935-2000), un náufrago que fue proclamado héroe de Colombia, pero tras la versión distribuida por el diario El Espectador de Bogotá, quedó olvidado. La publicación de este relato obligó a que García Márquez tuviera que exiliarse en París.

García Márquez realizó una serie de 20 entrevistas de 6 horas cada una, al único sobreviviente, entre ocho miembros de la tripulación, que cayeron al agua del destructor Caldas de la marina de guerra colombiana. Es el relato de sus experiencias durante 10 días que permaneció en el mar dentro de una balsa sin comer ni beber.

Su título completo es Relato de un náufrago que estuvo diez días a la deriva en una balsa sin comer ni beber, que fue proclamado héroe de la patria, besado por las reinas de la belleza y hecho rico por la publicidad, y luego aborrecido por el gobierno y olvidado para siempre.

Orígenes

El 28 de febrero de 1955, ocho miembros de la tripulación del destructor Caldas, de la marina de guerra de Colombia, cayeron al mar. Las autoridades de la dictadura colombiana afirmaron que la tragedia ocurrió durante una tormenta. El Caldas llegó a su destino dos horas después y la búsqueda de los náufragos inició inmediatamente con al colaboración de las fuerzas norteamericanas en el canal de Panamá. Al cabo de cuatro días de búsqueda, los marinos fueron declarados muertos, pero después de una semana, apareció en una playa al norte de Colombia un hombre moribundo que había sobrevivido diez días en el mar sin comer ni beber.

El autor tuvo veinte sesiones de seis horas cada una con Luis Alejandro Velasco, quien con una excelente destreza para narrar detalló los sucesos de su aventura en el mar y demostró la verdad del terrible accidente: el destructor iba demasiado cargado de mercancía de contrabando para poder maniobrar debidamente y poder regresar a rescatar a los marinos caídos. El gobierno se enfadó mucho con dichas declaraciones pero Luis Alejandro jamás se retractó de su historia y ello le costó ser expulsado de la marina.

Publicación

Fotografía de un actor representando a un náufrago.

Este libro es la reconstrucción periodística de lo que el sobreviviente de la tragedia le contó al autor para el periódico El Espectador (de Bogotá).

Colombia estaba entonces bajo la dictadura militar del general Gustavo Rojas Pinilla y el náufrago había permanecido en intenso cuidado y recluido por dos semanas por el Gobierno. Las únicas personas que pudieron entrevistarlo eran periodistas del régimen y uno de la oposición que se disfrazó de médico.

En un principio, los editores del periódico del autor no querían comprarle la historia que ya había sido contada en fragmentos y mercantilizada de diversas maneras, pero gracias al instinto de Guillermo Cano (el director del El Espectador), García Márquez, publicó en diez ejemplares del periódico El Espectador la historia de un náufrago, la cual fue recopilada y reeditada en los años setenta.

El relato de un naufragio se publicó por primera vez en el periódico El Espectador de Bogotá, en donde Gabriel García Márquez había laborado como reportero antes de los 30 años de edad y previo a su exilio en París.

García Márquez le cedió los derechos de autor a quien sufrió en carne propia la historia: el compatriota anónimo que debió padecer sin comer ni beber en una balsa para hacer posible este libro.

En cartas fechadas desde 1983, el exmarinero se dejó llevar por sus amistades y le exigió al escritor también los derechos de las traducciones. García Márquez se negó, entonces Velasco resolvió demandarlo. Por supuesto, el escritor ganó el pleito ―ya que las regalías siempre pertenecen al autor de un libro y no a sus personajes― y le quitó a Velasco las regalías por el texto en español.[1]

En octubre de 1999, Luis Alejandro Velasco, el náufrago superviviente quedó postrado en una cama debido a un cáncer. A fines de julio de 2000, Velasco pidió excusas públicas al escritor por haber perjudicado su imagen, según señaló en una entrevista publicada por el diario bogotano El Espectador, el mismo matutino en el que en abril de 1955 comenzó a publicarse el relato.

Quiero dejarlo muy claro: estoy arrepentido. Le pido perdón a Gabo porque considero que perjudiqué su imagen. Fue por eso que me quitó los derechos.
Luis Alejandro Velasco[1]

Síntesis

Luis Alejandro Velasco Sánchez y sus compañeros llevaban ocho meses de estar en Mobile, Alabama para reparar el destructor de la marina de guerra Caldas, así como para recibir entrenamiento especial. Hacían lo que todos los marinos hacen en tierra: iban al cine con la novia, se reunían en el Joe Palooka donde tomaban wiskey y armaban una bronca de vez en cuando. La novia de Luis se llamaba Mary Address, a quien apodaba María Dirección.

Una semana antes de regresar a Colombia, Luis y sus compañeros fueron a ver la película El motín del Caine. La escena de la tempestad en el barco los impresionó a tal grado, que Luis se llenó de miedo y malos presentimientos. Él y su mejor amigo, Ramón Herrera, decidieron un par de noches antes de regresar a Colombia que abandonarían la marina a pesar de haber servido 12 años. Los malos presentimientos y el miedo continuaron hasta el día en que partieron, pero nadie se hubiera imaginado que ese, en efecto, sería su último viaje.

Los invitados de la muerte

El día que zarparon, Luis no pensaba en Mary Address, su novia en Mobile, sino en la fuerza e incertidumbre del mar. El barco cruzaría el golfo de México, peligrosa ruta en esas fechas. Jaime Martínez Diago ocupaba el puesto de teniente, fue el único oficial muerto en la catástrofe. Luis Rengifo fue su compañero de litera, era estudioso y hablaba el inglés perfectamente. Había estudiado en la ciudad de Washington DC y estaba recién casado de una dominicana.

Cuando se fueron a dormir el mar se sentía muy alborotado. Luis Rengifo se burló advirtiendo que cuando él se mareara el mar también lo haría y ello desató los malos presentimientos que Velasco Sánchez había olvidado.

Mis últimos minutos a bordo del “barco lobo”

El 26 de febrero de 1955, por la mañana, ya estaban en el Golfo de México y los temores de Luis desaparecieron. El cabo Miguel Ortega volvía el estómago todo el día y su malestar no mejoraba por la marea. Al entrar al mar Caribe, Luis sintió el mareo y la inquietud del Caribe. Los temores regresaron y se los comentó a Luis Rengifo, pero éste le aseguró que el barco no sufriría ningún accidente porque era un barco lobo. Entonces los temores se agudizaron junto con el recuerdo constante de la película El motín del Caine.

Empieza el baile

El 27 de febrero de 1955, a la medianoche, los tripulantes recibieron la orden de pasarse al lado de babor para hacer contrapeso y estabilizar el demoledor. Los malos presentimientos regresaron porque el mar estaba muy picado. A las 5:30 de la madrugada Luis hizo guardias en cubierta con sus compañeros Ramón Herrera, Eduardo Castillo, Luis Rengifo y el cabo Miguel Ortega. De hecho este último no habría muerto si hubiera permanecido en su camarote por su estado descompuesto.

Era imposible descansar con el movimiento constante del barco. A pesar de que el día era despejado, las olas eran cada vez más altas y golpeaban fuertemente la cubierta.

Un minuto de silencio

Luis Rengifo advirtió que el barco se estaba hundiendo. La orden para pasarse a babor se repitió. Pasó alrededor de un minuto y todos se sujetaban en silencio. Después dieron la orden de colocarse los salvavidas. Eran las 11:45 cuando una ola enorme los enbistió y arrojó al mar. Por unos segundos no había nada más que mar, pero el Caldas salió entre las olas chorreando como un submarino y fue entonces cuando Luis comprendió que habían sido arrojados al mar.

Viendo ahogarse a cuatro de mis compañeros

El destructor se encontraba a 200 metros de su locación. Las cajas y cosas que traían de Mobile subían revueltas a la superficie. Luis trató de sostenerse a flote y se agarró de una caja. Por un momento, perdió la noción del tiempo y de lo que ocurría cuando de pronto escuchó a sus compañeros en la misma situación. Eduardo castillo, el almacenista, se agarraba del cuello de Julio Amador Caraballo. Ramón Herrera estaba en el agua, al igual que Luis Rengifo. Velasco Sánchez nadó hacia una balsa y tras tres intentos logró subir. Intentó remar hacia Ramón, pero la fuerte brisa estaba en su contra y Ramón desapareció en el fondo del mar, al igual que Caraballo y Castillo. Luis Rengifo continuaba nadando hacia la balsa y Velasco Sánchez intentó remar hacia él, pero a tan sólo tres metros, Luis Rengifo se desesperó y se hundió en el mar.

Solo en el mar

Eran las 12:00 en punto cuando Luis estaba en la balsa. Estaba completamente solo en medio del mar y calculó que en dos o tres horas vendrían a rescatarlo. Tenía una herida profunda en la rodilla en forma de media luna que le ardía, pero había dejado de sangrar gracias a la sal del mar. Hizo un inventario de sus pertenencias: su reloj que funcionaba perfectamente y lo miraba cada dos o tres minutos; sus llaves del locker en el destructor, un anillo de oro, una cadena de la Virgen del Carmen y tres tarjetas de almacén que le dieron en Mobile durante un paseo de compras con Mary Address.

Mi primera noche solo en el Caribe

La brisa movía con rapidez la balsa y Luis dedujo que sería hacia el Caribe, pues el mar no arrojaría hacia la costa una balsa muy adentrada. Pensó que alrededor de la 1:00 pm notarían su ausencia en el demoledor y enviarían helicópteros y aviones para buscarlos.

El sonido de la brisa le recordaba a Luis Rengifo cuando le gritaba “Gordo, rema para este lado”. Las horas pasaban, la brisa paró, el murmullo de Rengifo también pidiendo auxilio también, y ningún avión se aproximó.

La gran noche

Luis estuvo esperando atento a que pasaran los aviones. Cayó el atardecer y cuando oscureció, esperaba ver las luces verdes y amarillas de los aviones en el cielo, pero sólo vio un mundo de estrellas que trató de identificar para ubicarse mejor. Se sentó al borde de la balsa, el pero lugar recomendado por sus instructores, pero sólo allí se sentía seguro de las bestias y animales marinos que pasaban debajo de la balsa. Durante cada minuto observó su reloj; lo estaba volviendo loco la espera y el tiempo pasaba lentamente. Decidió quitárselo y aventarlo al mar, pero al cabo de un rato, no lo hizo y siguió revisando la hora constantemente.

Luz de cada día

No había dormido nada esperando ver las luces de los aviones y escrutando el horizonte en busca de algún barco. Al amanecer sintió la tibia brisa, estiró su cuerpo y le dolía la piel.

Recordó el demoledor, cómo a esa hora estaría comiendo su desayuno y le dio hambre. Comenzó a reconstruir lo sucedido, y de haber estado en su litera y no en cubierta, ahora todo estaría bien. Pensó que todo había sido culpa de su mala suerte y sintió angustia.

Un punto negro en el horizonte

Al mediodía recordó Cartagena y pensó que sus compañeros habrían sido rescatados. De pronto vio un punto negro en el horizonte que se acercaba con gran rapidez hacia la balsa. Luis se quitó la camisa para atraer su atención.

Yo tuve un compañero en la balsa

Agitó desesperadamente su camisa pero se había equivocado, el avión no volaba directamente hacia la balsa y desde la altura a la que iba, era imposible verlo. Se sintió desesperado y comenzó al tortura de la sed. Se cubrió con la camisa húmeda la cara y se recostó boca arriba para proteger sus pulmones del sol.

A las 12:30 escuchó un avión aproximarse y éste sí volaba a menor altura y directo hacia la balsa. Pudo ver que el avión pertenecía a los guardacostas y a una persona con binóculos asomado al mar. Ahora sí pensó que lo habían visto y agitó la camisa. El avión pasó nuevamente por encima de la balsa, pero después se fue. Seguro de haber sido visto, pensó que lo rescatarían en una hora y que probablemente estaba cerca de Cartagena y de Panamá, así que trató de remar hacia esa dirección. Las horas pasaron y no lo rescataron, cuando de pronto, de un salto, cayó en el centro de la balsa y lentamente, como cazando una presa, la aleta de un tiburón se deslizaba a lo largo de la borda.

Los tiburones llegan a las cinco

Muchos más tiburones se acercaron a la balsa, como escoltándola, y al atardecer se marcharon. Sabía que los tiburones serían puntuales al día siguiente y que se marcharían al anochecer. El atardecer fue espectacular, había peces de diferentes colores nadando en el mar transparente. Cuando veía algún resto de pescado devorado por un tiburón, sentía que era capaz de vender su alma con tal de obtener un solo bocado. Aquella era su segunda noche de desesperación, hambre y sed. A pesar de no haber dormido nada la noche anterior, sentía fuerzas para remar hacia la Osa Menor.

Un compañero en la balsa

Alrededor de las 2:00 am estaba completamente agotado por la sed y el cansancio. Se disponía a morir cuando de pronto vio a Jaime Manjarrés sonriente señalándole la dirección del puerto. Al principio fue un sueño, pero aún despierto lo seguía viendo. Por fin se decidió a hablarle sin sobresaltarse, pues sentía que había estado en la balsa con él siempre. Jaime Manjarrés le preguntó porqué no había tomado agua ni comido suficiente. Después estuvo silencioso un momento y volvió a señalarle dónde estaba Cartagena. Luis siguió la dirección de su mano, pero las luces del aparente puerto no eran más que un nuevo amanecer.

Un barco a la vista y una isla de caníbales

Luis llevaba la cuenta de los días marcándolos con unas rayas en la balsa, pero se confundió al colocar 28, 29 y 30 de febrero de 1955, así que dejó de marcar los días para evitar mayores confusiones. Su cuerpo estaba lleno de ampollas por el sol y le costaba trabajo respirar; seguía sin comer ni beber así que decidió tomar un poco de agua de mar, que no le quitó la sed, pero lo refrescó.

A las 5:00 en punto llegaban los tiburones, todavía indecisos por atacar la balsa pero atraídos por su color blanco.

Barco a la vista

Jaime Manjarrés lo siguió visitando cada noche y entre tanto, conversaban. De pronto, como a 30 km, Luis vio un barco que se movía lentamente. Estaba agotado y había brisa en su contra que le impedía acercarse más a pesar de sus esfuerzos por remar. Desolado en el mar, comenzó a gritar, pero el barco desapareció. En la mañana de su quinto día, trató de desviar la dirección de su balsa porque temía llegar a una isla habitada por caníbales, y en ese caso el agua resultaba ser más segura que la tierra.

Al mediodía trató de incorporarse para probar sus fuerzas, pero sólo sintió que ese era el momento que, según sus instructores, el cuerpo no se siente, no se piensa en nada y hay que amarrarse a la balsa. Durante la guerra, muchos cadáveres fueron encontrados atados a las balsas, descompuestos y picoteados por las aves. Por primera vez en cinco días, los peces golpeaban contra la balsa, tal vez porque su cuerpo se empezaba a podrir.

De pronto aparecieron siete gaviotas, esperanza de que la tierra estuviera cerca, a dos días aproximadamente. Una pequeña gaviota permaneció al borde de la balsa y Luis esperó pacientemente e inmóvil a que ésta se acercara más para apresarla y comerla.

Los desesperados recursos de un hombre hambriento

Luis había escuchado de sus instructores que no debían matar a las gaviotas que son las nobles señales de la salvación, pero el hambre superaba sus principios y cuando la gaviota se acercó más, de un tirón la capturó y le rompió el cuello, pero al verle las vísceras, sentir su sangre caliente y la imposibilidad de desplumarla, sólo sintió repugnancia y no pudo comerla porque sentía que comía una rana. Tampoco podía utilizar la gaviota como carnada porque no tenía nada con qué pescar.

Tiró los restos de la gaviota y los peces se disputaron sus restos. Aquella era su sexta noche y por primera vez salía la luna que iluminaba el mar espectralmente. Esa noche, su compañero no lo visitó y cada vez que perdía la esperanza el reflejo de la luz le figuraba un barco que podía rescatarlo.

Yo era un hombre muerto

El sexto día no recordaba lo que había ocurrido, pues se sentía entre la vida y la muerte. Hizo un enorme esfuerzo para amarrarse a la balsa para no morir devorado por los tiburones. Sus mandíbulas le dolían por falta de uso y recordó que llevaba consigo las dos tarjetas del almacén en Mobile y optó por mascarlas, lo cual resultó un gran alivio. De pronto, volvió a ver las siete gaviotas y la esperanza resurgió. El deseo por seguir mascando lo hizo masticar inútilmente sus zapatos de caucho. La séptima noche consiguió dormir y a veces se despertaba por el golpe de las olas, pero pronto reconciliaba el sueño.

Mi lucha con los tiburones por un pescado

Después de siete días de estar a la deriva, dejó de seguir luchando y ahora veía el mar, el cielo, los peces que escoltaban la balsa, de manera distinta, pues si había logrado sobrevivir hasta ahora, ellos se convertían en sus compañeros. Con las manos trató de capturar unos peces, pero éstos escapaban dejándole mordidas en los dedos. Tal vez fue su sangre, pero en un momento se juntaron muchos tiburones alrededor de la balsa, alocados, devorando peces. El alboroto era tal, que sin quererlo, un pez de metro y medio saltó a la balsa. La situación era peligrosa pues si perdía el equilibrio la balsa se podía voltear entre los tiburones o bien, la presa podía escapar.

Con el remo, golpeó al pez y la sangre de éste alocó aún más a los tiburones, así que tomó entre sus piernas el pescado y mientras lavaba la sangre de la balsa, los tiburones se fueron calmando. Era un pez verde metálico con escamas fuertes que le hicieron creer que era venenoso, pero el hambre lo hizo olvidar su suposición y tras un par de bocados, logró calmar su sed y su hambre y recobró energía. Decidió envolver al pez en su camisa y en un descuido al enjuagarlo, lo perdió en una batalla contra un tiburón. Estaba tan enojado de haber perdido su única comida en muchos días, que golpeó al tiburón con el remo, pero éste, de una mordida lo partió en dos.

Comienza a cambiar el color del agua

Ahora sólo le quedaban dos remos útiles y sabía que si continuaba peleando contra el tiburón, perdería la batalla. El cielo daba indicios de lluvia, así que se quitó los zapatos para recoger agua potable. De pronto se soltó un aire frío y una enorme ola volteó la balsa, le recordó a la ola que lo arrojó del destructor. Por unos instantes perdió la balsa pero la recuperó y optó por amarrarse a ella para no volverla a perder. Afortunadamente era medianoche y no había tiburones. Otra ola grande volteó nuevamente la balsa y esta vez, amarrado a ella, le costó trabajo aflojarse la hebilla del cinturón y aguantar la respiración. Estaba agotado y había tragado mucha agua. Ahora la principal preocupación era mantener la balsa estable.

El sol del amanecer

El mar permaneció picado hasta el amanecer y no cayó la lluvia esperada. Luis volvió a tomar agua del mar, la cual ahora le hacía bien. Una gaviota negra y vieja sobrevoló encima de su balsa, entonces comprendió que sí estaba cerca de tierra y no eran gaviotas extraviadas las que había visto en repetidas ocasiones. El mar se tornó verdoso oscuro y pensó que debía permanecer la noche en vela para observar las luces de la costa. Mientras escrutaba el horizonte, pensó en Mary Address. Era su octavo día y ese mismo día Mary Address asistía a una misa por el descanso de su alma. Quizá fueron las gaviotas y la misa lo que lograron darle un poco de paz y esperanza.

Perdidas las esperanzas, hasta la muerte

La vieja gaviota se postró sobre la balsa desde las 9:00 pm y le hizo compañía toda la noche. Ésta le picoteaba la cabeza, pero no lo lastimaba, era como si lo estuvieran acariciando. Esta vez, ya no tenía deseos de comérsela pese al hambre.

Llegó el amanecer de su noveno día y aún no llegaba a tierra. Su cuerpo estaba lleno de yagas ocasionadas por el sol y el mar, la barba le había crecido hasta el cuello y su aspecto era deplorable. Entonces recordó todo el sufrimiento por el que había pasado los últimos días y se sintió desesperado. Decidió voltearse de espaldas al sol para exponer sus pulmones al sol y morir de asfixia. Ya no sentía nada, ni hambre, ni sed, ni dolor, sólo le vinieron recuerdos gratos de cuando iba a la tienda de ropa para marineros del judío Massey Nasser para ver las bailarinas tipo árabes con el vientre descubierto y tomar unos tragos. Un salto en la balsa lo hizo despertar de sus recuerdos y ya estaba atardeciendo. De pronto, una enorme tortuga de cuatro metros asomó su rostro terrorífico. Luis nunca supo si esto fue alucinación o realidad, pero el miedo que resurgió en él, lo hicieron reaccionar para luchar por su vida, pese a que en la mañana había elegido no seguir viviendo más.

La raíz misteriosa

Durante sus nueve días en el mar no había visto ni una brizna de hierba en la superficie, pero sin darse cuenta encontró una raíz enredada a los cabos de la malla, como otro anuncio de que tierra estaba cerca. Se comió la raíz entera a pesar de su sabor a sangre, pero ésta no lo reconfortó nada. En su noveno día en el mar, pensó que nada mejor podía ocurrir que morir. Entonces tomó la medalla de la virgen del Carmen, comenzó a rezar y se sintió bien porque sabía que iba a morir.

Al décimo día, otra alucinación: La tierra

Durante toda la noche, la más larga de todas, tuvo alucinaciones en las cuales recorría una y otra vez los sucesos desde que cayó del barco. Su buena suerte impidió que cayera al mar en el estado que se encontraba. No podía distinguir cuánto tiempo había pasado desde que estaba en el mar. La herida punzante en su rodilla y una fuerte fiebre lo hicieron recobrar conciencia de su cuerpo. Al amanecer, le pareció ver los perfiles de unas palmeras. Creyó que era otra alucinación pero poco a poco se distinguía la tierra y las palmas. Se encontraba a 2 km de Punta Caribeña, pero ya no tenía remos para luchar contra la corriente: los había perdido cuando la balsa se volteó. A pesar de su mal estado y su debilidad, decidió nadar hasta la orilla como último recurso para salvarse. Mientras nadaba, la Virgen del Carmen se desprendió de su cuerpo, pero alcanzó a recuperarla y la colocó entre sus dientes. De pronto, dejó de ver la tierra, pero ya había avanzado mucho para regresar a la balsa.

Una resurrección en tierra extraña

Sólo después de 15 minutos, volvió a ver la tierra. Su condición de nadador le ayudó a llegar a la orilla a pesar del agotamiento, la herida en la rodilla, las heridas en sus dedos y su debilidad. Al llegar a la playa, permaneció 10 minutos inmóvil sobre la arena recobrando fuerzas. Vio un coco que le recordó su sed y trató de abrirlo con las llaves, pero no pudo perforarlo y lo aventó con enojo. Después escuchó un perro ladrar y su entorno le indicó que estaba en un lugar poblado. De pronto una mujer negra caminaba con una olla de aluminio en la playa y Luis, pensando que estaba en Jamaica, le pidió ayuda en inglés. La mujer se fue corriendo aterrada al verlo. En realidad había llegado al lugar que menos se esperaba, a la aldea de Mulatos (Colombia), a 50 km de Panamá y 340 km al suroeste de Cartagena de Indias (Colombia).

Después de un rato, escuchó el perro ladrar nuevamente y un hombre blanco con dos burros se acercó a ayudarle. Luis trató de explicarle quién era, pero el hombre parecía desconocer la tragedia y le aseguró que iría al pueblo y volvería por él.

600 hombres me conducen a San Juan

Después de 15 minutos, el hombre regresó con la joven negra que llevaba la olla de aluminio. Subieron a Luis en un burro y llegaron a una casa donde lo recostaron. Las mujeres en la casa estuvieron alimentándolo a base de cucharadas de agua con azúcar y canela, pues sabían que alimentarlo sin el visto bueno de un doctor, podía ser fatal.

Poco a poco se fue recuperando y Luis sentía inmensos deseos de contar su aventura, pero en ese poblado desconocían la historia porque no llegaban los periódicos, pero al darle aviso al comisario de Mulatos, una multitud de curiosos y hombres de la comisaría fueron a verlo para escoltarlo hasta Mulatos, el poblado más cercano a la civilización.

Luis se sintió como un Fakir, que había visto en años anteriores, cuando la gente hacía fila para verlo. Mujeres, niños y hombres dejaron Mulatos vacío para escoltarlo hasta algún lugar que Luis todavía desconocía.

Mi heroísmo consistió en no dejarme morir

Durante su estancia en el hospital militar, Luis tenía un guardia que lo cuidaba día y noche de que nadie se le acercara, especialmente los reporteros. En uno de sus últimos días en el hospital fue a visitarlo un reportero disfrazado de doctor psiquiatra, quien logró burlar las autoridades. El reportero le pidió a Luis que dibujara un buque y una casa e intentó realizar varias preguntas, pero el guardia se lo prohibió porque sospechaba de su falsa identidad. Al día siguiente se armó en grande en el periódico El Tiempo con los dibujos de Luis y sus declaraciones. Le dijeron que podía demandarlos, pero le apreció simpático que alguien se disfrazara para entrevistarlo.

Luis se había convertido en héroe nacional por la hazaña de haber sobrevivido 10 días sin comer ni beber en medio del mar. Descubrió que su hazaña se había convertido en un negocio, pues le ofrecían dinero para contar su historia en la radio y en la televisión así como para anunciar relojes y otros artículos. Era tan famoso que recibió cartas de Pereira con un extenso poema.

Algunas veces creen que su historia es una fantasía o invención, pero si no qué pudo hacer Velasco Sánchez durante diez días en el mar.

Personajes

Luis Alejandro Velasco (1935-2000). Personaje principal. Joven de 20 años que servía en la marina colombiana. Fuerte y con esperanzas. Cada vez que se desesperaba y perdía la fe, el instinto de supervivencia que caracteriza a los hombres y los animales, lo hacían recobrar el anhelo de vivir. Con excelente memoria y capacidad para narrar.

Fuentes