Religión mexica

Religión mexica
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Pirámide del Sol.JPG
Deidad:Ometecuhtli, Huitzilopochtli, Quetzalcoatl, Tláloc, Tezcatlipoca
Tipo:politeísmo
País(es) con mayor cantidad de fieles:Mexica (tierras del actual México)
Clero:Sacerdotes

Religión mexica. La religión de los mexicas, nombre dado por los historiadores para referirse a los aztecas, era una especie de politeísmo parecido al de los griegos en cuando al fondo de las creencias y a la existencia de varias deidades, pero que se acercaba a las religiones de Asia en cuanto al culto. Algunos historiadores expresan que la religión practicada por los mexicas estaba más enfocada hacia el sincretismo que al politeísmo, ya que adoptaban dioses de otras culturas, más que imponer a sus propias deidades[1].

Los mexicas originalmente eran una de las tribus nahuas y cuando llegaron al valle de México, traían sus propias creencias y divinidades. La más importante de sus divinidades era Huitzilopochtli o Mexitli, nombre que, según Laurette Séjourné, en el lenguaje esotérico náhuatl, se puede traducir como el alma del guerrero que viene del paraíso. La imagen de esta deidad, llamada el dios de la guerra, fue llevada en la larga peregrinación de los mexicas hasta que echaron los cimientos de la ciudad de Tenochtitlan que vino a ser la capital del imperio. Aunque el supremo dios creador y señor del universo se llamado Ometecuhtli.

Al llegar al valle de México o valle del Anáhuac, los mexicas trataron de incorporar la cultura y los dioses de las civilizaciones más avanzadas que ya estaban establecidas, así como los de civilizaciones más antiguas como la tolteca; así, incluyeron a Tláloc, Tezcatlipoca y a Quetzalcoatl, divinidad de gran veneración, llamada el dios del aire, de quien creían que había residido en la tierra para enseñar a los hombres el cultivo de los campos, el laboreo de los metales y la ciencia del gobierno. Suponían que este dios era completamente pacífico y que se tapaba los oídos cuando se hablaba de guerra. Los mexicanos decían que Quetzalcoatl era de alta estatura, que tenia cutis blanco, cabellos negros y barba larga, y que al alejarse de la tierra había prometido volver.

Conforme los mexicas comenzaron a conquistar a otros pueblos, fueron aceptando nuevos dioses y enlazando sus historias con las de los dioses que ya tenían. El historiador e investigador mexicano Rafael Tena Martínez señala la existencia de 15 deidades principales en la religión mexica, alrededor de los cuales se organizan otros de menor jerarquía[1]. Otras fuentes históricas se mencionan hasta 114 dioses, que se dividen en tres grupos: creadores y providentes, de la fertilidad agrícola y humana y del placer, y de la energía cósmica, la guerra y sacrificios humanos, cada un de las cuales tenia un día consagrado.

Una tradición mexica también explicaba la confusión de las lenguas, la cual era presentada en una leyenda semejante a la historia de la Torre de Babel que se menciona al principio del libro de Génesis en la Biblia.

Características

Cruz utilizada en la religión mexica.

La religión mexica era una especie de politeísmo y sincretismo. Tenia puntos de contacto con el dogma católico. Creían en la caída del primer hombre, en el pecado original y en la regeneración por medio de abluciones que recuerdan el bautismo. Consideraban que la especie humana había sido arrojada a la tierra por castigo, y en sus oraciones imploraban la misericordia divina. Entre los objetos de su culto figuraba la cruz, que encontraron los castellanos en Yucatán y en otras provincias. Los mexicas tenían, además, la confesión, que los purificaba de los crímenes anteriormente cometidos; y en una ceremonia semejante a la eucaristía, en que los sacerdotes distribuían a los fieles prosternados los fragmentos de una imagen del dios.

La moral que enseñaba la religión mexica era generalmente pura. Sus oraciones revelaban sentimientos de una caridad sincera, el perdón y el olvido de las injurias, y el propósito de inspirar la benevolencia hacia el prójimo. La poligamia no era admitida más que para los jefes. Las mujeres ocupaban una condición social muy superior a las civilizaciones asiáticas de su tiempo, estando presentes hasta en las funciones sacerdotales. Había sacerdotisas, pero no tenían intervención alguna en los sacrificios.

Cuando los misioneros españoles comenzaron a imponerle las creencias religiosas cristianas a los mexicas se sorprendieron por la similitud de la religión mexica con la cristiana. Supusieron entonces que el Evangelio había sido predicado en América por los apóstoles, y que aquellas prácticas nacían de las doctrinas de su predicación confundida con el paganismo. Algunos escritores han pensado que ella habían sido importadas del viejo mundo por los primitivos pobladores de América. A pesar de sus semejanzas al cristianismo, la religión mexica también tenía grandes diferencias las cuales eran reflejadas en la esencia del dogma y en los sacrificios humanos.

Eternidad

Para explicarse la eternidad, los mexicas, la dividieron en cuatro cielos, y que al terminar cada uno de ellos, el género humano debía ser arrojado de la tierra por medio de una revolución de todos los elementos, desapareciendo al efecto el sol para renacer en el ciclo siguiente. Los mexicas estaban persuadidos que la conclusión del ciclo en que ellos vivían debía coincidir con el término de uno de los siglos de cincuenta y dos años en que habían dividido el tiempo, al acercarse el fin de ese período, se abandonaban a todos los estrenos de la desesperación, apagaban el fuego sagrado en los templos, y a nadie permitían encender lumbre en su casa; destruían los muebles y utensilios doméstico, desgarraban las vestiduras, y lo ponían todo en completo desorden, porque creían próxima la devastación de la tierra. En la última noche se encaminaban los pobladores de la capital, a unas montañas inmediatas en medio de una procesión presidida por sus sacerdotes. Allí esperaban que las estrellas del cielo les anunciaran que ya era media noche, para que creyéndose libres del peligro que los había amenazado sacrificaran una victima escogida y prendían de nuevo el fuego sagrado, por medio de la fricción de dos estacas. Inmediatamente, y en medio del alboroto de las multitudes, se despachaban emisarios a todas las provincias anunciando a sus hermanos que el cielo había dispuesto la conservación del mundo. Solo entonces volvían los mexicas a su vida habitual.

Inmortalidad del alma

Los aztecas creían en la inmortalidad del alma. La opinión generalmente admitida era que las almas al salir del cuerpo bajaban a un lugar denominado Mitlan, o mansión de los muerto. Era ésta una religión tenebrosa dividida como el cielo en diversas categorías, en que las almas eran sometidas a una especie de juicio, cuyo fallo estaba encargado a los dos dioses. Solo después de haberse purificado en aquellos lugares, las almas tomaban el camino a Tlalocán, especie de paraíso, donde se incorporaban entre los astros.

Sacrificios humanos

Sacrificios humanos en la religión mexica.
El dios Xipe Tótec, señor del Inframundo y máximo representante de la tradición de sacrificios humanos

En la cultura mexica antigua es destacada por la práctica de sacrificios humanos, hecho que fue fuertemente criticado por los cristianos al llegar al Nuevo Mundo fueron los sacrificios humanos.

En los templos se inmolaban solamente las víctimas humanas sobre los altares, y enseguida se devoraban sus cuerpos en los banquetes con grande aparato[2]. Este uso abominable estaba legitimado por las creencias del pueblo, que miraba la mansión del hombre en la tierra como una expiación y una prueba. Los mexicas estaban persuadidos que la divinidad se apaciguaba con la sangre. Sin embargo, no todas las tribus mexicas observaron la práctica de los sacrificios humanos; lejos de eso, los aztecas solo los usaron desde docientos años antes de la conquista española, y durante mucho tiempo encontraron mucha resistencia para introducirlos en las tribus vecinas. Algunos de los reyes de Tezcuco trataron de prohibirlos definitivamente en su estados.

Los ofrecimientos a Huitzilopochtli eran hechos para restaurar la sangre que perdió, ya que el sol era confrontado en una batalla diaria. Esto prevendría el fin del mundo que podría suceder en cada ciclo de 52 años. La dedicación del gran templo en Tenochtitlán fue divulgado por los mexicas según lo referido, con un sacrificio de más de 84,000 prisioneros, sin embargo, este número probablemente fue una exageración de los mismos mexicas para infundir miedo entre sus enemigos, pues en el relato insisten en que el Tlatoani sacrificó personalmente a todas las víctimas en el curso de 4 días.

Las víctimas sacrificadas a Xipe Tótec eran atadas a un poste y eran por completo cubiertas por flechas que les eran lanzadas. Posteriormente el cadáver sería desollado y un sacerdote se cubriría con la piel. La Madre Tierra, Teteoinnan, requería víctimas femeninas desolladas. Tláloc requería niños enfermos masculinos.

Los mexicas frecuentemente iniciaban guerras - las llamadas guerras floridas - con el intento de capturar prisioneros para usarlos en los sacrificios. Existen múltiples relatos de los conquistadores capturados que fueron sacrificados durante las guerras de la conquista española de México, aunque solamente Bernal Díaz afirmó ser un testigo de ello.

En ocasiones, los mexicas mataban a los cautivos más aristocráticos, notables por su valor en combate ritual: encadenaban la víctima al piso, quien vestía solamente un taparrabos, le daban un arma falsa y un escudo, y era muerto luchando contra un guerrero jaguar completamente armado. Se dice que cuando un pueblo era derrotado, los sacerdotes aztecas seleccionaban de los cautivos, al guerrero más destacado de los adversarios y lo tiraban por las escaleras del Templo Mayor. Al terminar su caída, los intestinos eran utilizados para las fieras del zoológico, y el cuerpo era entregado al guerrero. Este hervía el cuerpo y separaba la carne, se quedaba con los huesos como trofeo y partía la carne en fragmentos muy pequeños que ofrecía a los señores, incluso de otros pueblos. Los señores pretendían comerla, pero según algunos relatos, como el Códice Ramírez, y la relación del nieto de Nezahualcóyotl, la carne en si, se consideraba que carecía de valor, por lo que era sustituida por carne de guajolote (pavo). A cambio de esta carne, el guerrero recibía grandes obsequios: joyas, plumas ricas, mantas finas y esclavos. Este era un método para estimular a los guerreros exitosos y ayudarlos a subir en la escala social.

Tezcatlipoca requería un sacrificio voluntario. Cada año un joven era ofrecido como víctima. Durante un año lo honrarían como dios en la tierra, y entonces éste sería sacrificado. Tláloc requería niños llorones (enfermos). Xilonen requería ahogar a dos jóvenes.A pesar de los relatos populares, los mexicas no hacían sacrificios humanos cada día. Los sacrificios se hacían sólo en los días festivos. Un día festivo por cada uno de sus 18 meses. Cada mes estaba dedicado a un dios distinto. También se hacían sacrificios de animales, había dos razas de perros criados expresamente para ello, y la gente también hacía autosacrificio, ofrendando su propia sangre y sufrimiento a sus dioses.

Organización

Sacerdotes

En la religión mexica el numero de los sacerdotes era muy considerable, solo en el templo principal de la capital existían para las labores religiosas y administrativas unos cinco mil sacerdotes. Las funciones de cada uno de ellos estaban determinadas con rigurosa exactitud, unos se encargaban de dirigir el canto de los templos, otros de convocar y organizar las fiestas según el calendario de las deidades, otros se encargaban de cuidar de la educación de la juventud, mientras otros de las pinturas jeroglíficas, y de conservar las tradiciones orales. Los ritos de sacrificio estaban reservados a las principales dignidades. A la cabeza de todos estaban dos sumos sacerdotes electos por el rey y los primeros nobles, iguales en dignidad y solo inferiores en autoridad al soberano mismo.

Uno de los principales cargos del sacerdocio era la educación de la juventud, la cual se realizaba en escuelas creadas para este propósito. En estas se encontraban los jóvenes de ambos sexos desde la más temprana edad. Se les enseñaba el culto de los dioses y tomaban parte en las celebraciones religiosas. Los niños de las escuelas superiores aprendían además las tradiciones históricas y religiosas, la interpretación de los jeroglíficos y la ciencia de los aztecas. A las niñas se les enseñaba a coser y a bordar ornamentos para el servicio de los altares y la moral de la religión. Los jóvenes salían de la escuela cuando estaban en edad de casarse y de desempeñar las funciones del servicio público.

Templos

La cosmovisión de los pueblos mesoamericanos se reflejó en la cultura material, como la arquitectura y la disposición de las ciudades. En los centros de los sitios se localizaban templos cuya forma, decoración y función correspondían con el papel que las deidades a que estaban dedicadas tenían en el entramado mítico y ritual.

Los templos mexicas, llamados Teocallí, casas de Dios, eran muy numerosos. Estaban construidos sobre bases piramidales de tierra, en cuyo cima se levanta el templo. El Templo Mayor de los mexicas estaba dentro de un espacio sagrado, aislado del mundo profano por un muro. Ese espacio reproducía el concepto cosmogónico mexica del quincunce: cuatro rumbos y un centro. En el centro se elevaba el Templo Mayor, que simbolizaba el Coatépetl, la montaña sagrada, que almacenaba la lluvia, los rayos y las semillas multiplicadoras de la vida.

Los templos estaban dispuestos en cuatro o cinco pisos, cada uno de ellos de menores dimensiones que el de abajo. Su ornamentación era muy rica y en el centro de ellos se levantaban las estatuas de los dioses cinceladas en piedra. Las esculturas eran siniestras, cascos en forma de animales carnívoros y serpientes alrededor de su cuerpo, parecía que el terror habitaba allí. Delante de esos ídolos tenían lugar los sacrificios humanos.

Situado en el centro del espacio sagrado, el Templo Mayor se convertía en el axis mundi, o centro del mundo, para los mexicas. Era la morada de los dioses y el lugar por excelencia en que los hombres podían descender al inframundo o ascender a los cielos. Era el lugar en que era posible que los seres humanos se comunicaran con los dioses del cielo y de la tierra, hicieran ofrendas y pedimentos, y además, renovaran los pactos de reciprocidad establecidos con las deidades. Ahí, en los dos templos ubicados en la cima del Coatépetl, los mexicas donaban sangre y corazones, lo más preciado por los hombres, para que los dioses se alimentaran y recuperaran fuerzas para que pudieran, a su vez, dar alimentos y vida a los seres humanos.

Los mexicas también construyeron la construcción prehispánica más grande del mundo[3][4], la elevada Gran Pirámide de Cholula[5]:

El aspecto de la pirámide Cholula, dice un ilustre viajero, nos recuerda el aspecto de la gran pirámide de Egipto. Esta es una masa de piedra a que se sube por medio de los derrumbamientos de sus ángulos. La gran pirámide de Cholula es una colina a cuya cima se puede llegar a caballo y aun en carruaje. Se creería que no se tiene delante de los ojos la obra de los hombres, sino la obra de la naturaleza. Sin embargo, es fácil ver que esta montaña ha sido construida, a lo menos en parte, con adobes. La cuestión es de saber si la albañilería forma el cuerpo del monumento o si solo envuelve, lo que es más probable, la montaña cortada en forma piramidal. En general, las pirámides mexicas están orientadas, es decir, que sus faces están vueltas hacia los cuatros puntos cardinales.

Dioses

Coatlicue, madre de todos los dioses y diosa de la tierra.

El historiador e investigador mexicano Rafael Tena Martínez señala la existencia de 15 deidades principales en la religión mexica, alrededor de los cuales se organizan otros de menor jerarquía. Otras fuentes históricas se mencionan hasta 114 dioses, que se dividen en tres grupos: creadores y providentes, de la fertilidad agrícola y humana y del placer, y de la energía cósmica, la guerra y sacrificios humanos, cada un de las cuales tenia un día consagrado. Algunos de los principales dioses son:

  • Ometecuhtli: Ser supremo, cuyo nombre significa en lengua náhuatl señor dual, por encima de las demás divinidades y de las vicisitudes mundanas. Residía en Omeyocán, el lugar o cielo doble. Como dios de la dualidad, remite a la creencia presente en otras culturas (antiguos germanos, Irán, Indonesia o África) en un ser andrógino, que representa la coincidencia de los opuestos: hombre y mujer, movimiento y quietud, luz y oscuridad, orden y caos. Esta ambigüedad primordial se refleja también en otras figuras mitológicas. En ocasiones se representaba a Ometecuhtli con símbolos de la fertilidad. Se creía que liberaba en Omeyocán las almas de los niños como acto propiciatorio de los nacimientos humanos en la tierra. Dentro de la jerarquía de dioses, a Ometecuhtli le seguían Tezcatlipoca, gran espíritu del mundo, y su rival Quetzalcóatl.
  • Tezcatlipoca: El dios del cielo nocturno, la luna y las estrellas, señor del fuego y de la muerte, una de las figuras más temidas del panteón azteca. También llamado Yáotl (el enemigo); se lo asociaba con las fuerzas de la destrucción y del mal. Tezcatlipoca, 'espejo que humea', era uno de los dioses más importantes. A finales del siglo X fue llevado a las regiones centrales de México por los toltecas.Se le consideraba hechicero y maestro en magia negra y solía aparecer representado con una máscara negra y un espejo de obsidiana en el pecho, donde veía todas las acciones y pensamientos de la humanidad. A través de su influencia, se generalizó la práctica del sacrificio humano: se elegía a un prisionero joven y bien parecido para una vida de lujuria y placer durante todo un año, antes de ofrecerlo en sacrificio en el sexto mes ritual, el Tóxcatl; la víctima, ataviada como Tezcatlipoca, subía a lo alto del templo donde se le abría el pecho y se le extraía el corazón.
  • Tláloc: El dios de la lluvia, el señor del rayo, del trueno, del relámpago y el que hace fluir los manantiales de las montañas, este dios era tan importante como Huitzilopochtli, el dios del Sol, ambos necesarios para la producción y fertilización de los campos. Tláloc, temido por su cólera (truenos y rayos), causa la muerte por medio del rayo o del ahogamiento, aunque también es venerado por su generosidad (lluvia). Se le representa como un hombre con ojos grandes y redondos, de cuya boca a veces salen serpientes. Suele ir tocado con sombrero en forma de abanico y siempre aparece junto a él un instrumento agrícola.
  • Mictlantecuhtli: El dios de la muerte, señor del Mictlán, el silencioso y oscuro reino de los muertos; se asemeja al dios maya Ah puch. Se le representa como un esqueleto, o al menos su cabeza es una calavera. Los aztecas creían en la existencia de cuatro cielos comunicados, a los que se iba ascendiendo por méritos, consiguiendo cada vez un conocimiento más pleno y espiritual hasta llegar a la felicidad eterna. Pero aquellas personas que no habían llevado una vida digna eran enviadas al Mictlán, un lugar en el centro de la tierra en el que el castigo no era el tormento sino el tedio y la inercia. Los aztecas, con el fin de tener aplacado a Mictlantecuhtli, le enviaban regalos suntuosos, entre los que no faltaban pieles de hombres desollados para que cubriera sus huesos descarnados.
  • Coatlicue: Diosa serpiente de la tierra, madre de Huitzilopochtli, de quien quedó embarazada sin pecado, mágicamente, a través de una bola de plumas que cayó sobre ella y quedó prendida a su ropa. Enfurecidos por un embarazo tan extraño, sus cuatrocientos hijos e hijas quisieron matarla, pero los contuvo el mismo Huitzilopochtli, que salió armado del vientre de su madre. Representa lo maternal en su doble significado: nacimiento y muerte, fecundidad y voracidad.
  • Quetzalcóatl: Identificado con una Serpiente Emplumada representa un símbolo de la muerte y la resurrección, así como patrono de los sacerdotes. La divinidad opuesta, dentro del dualismo de la religión tolteca, era Tezcatlipoca, dios de la noche, del cielo nocturno. Se creía que había vencido y expulsado a Quetzalcóatl desde su capital, Tula, al exilio, desde donde, según la profecía, regresaría por donde nace el sol como un personaje barbado y de piel blanca.
  • Tlazolteotl: Diosa de la inmundicia y de la basura -según el significado de la palabra náhuatl que la nombra del poder que subyace en todas las formas de impureza. Se la asociaba con la hechicería y la purgación de las faltas. Era intermediaria de los penitentes ante el dios Tezcatlipoca, cuyo nombre significa ‘espejo que humea'.

Referencias

Fuentes