Resistencia de los esclavos (1524-1886)

Resistencia de los esclavos (1524-1886)
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Fecha:1524-1886
Lugar:Bandera de Cuba Cuba
País(es) involucrado(s)
Bandera de España España, Bandera de Cuba Cuba

Resistencia de los esclavos (1524-1886). La resistencia de los esclavos —indígenas reducidos a tal condición, africanos y sus descendientes criollos, nativos de Yucatán y culíes chinos—, contra la degradante institución de la esclavitud a la que eran forzados por los amos, se manifestó desde los primeros momentos, mediante formas pasivas; pero también por la vía del cimarronaje, el apalencamiento y las insurrecciones armadas, que alcanzaron su punto culminante en la década del cuarenta del siglo XIX.

Historia

Estas manifestaciones alcanzaron su punto culminante en la década del cuarenta del siglo XIX. Sin embargo, la estrecha vigilancia y el aislamiento físico, social y político de que eran víctimas, impidió que —salvo la Conspiraciónde Aponte— tuvieran conexiones entre sí esas espontáneas manifestaciones de rebeldía contra el régimen esclavista. Tales formas de resistencia activa no ganaron la coherencia necesaria para rebasar el nivel de estallidos espontáneos e inconexos, que eran cruel y rápidamente sofocados por la represión colonialista, lo que no resta un ápice al valor humano y político de sus sacrificios como precursores de la revolución social en Cuba.

Antecedentes

Aunque el primer documento que autoriza la introducción de esclavos africanos (cuatro de ellos) en Cuba data de 1513 y su primera entrada masiva (300) se remonta a 1523, es muy probable que desde antes los conquistadores los hubieran traído a la Isla y, con ellos, la rebeldía y resistencia a esa abyecta condición.

Por esa fecha el monarca español rescindió el asiento concedido a su mayordomo mayor, Lorenzo de Garrebot, para introducir esclavos en América, debido a que algunos negros habían comenzado a tener inquietudes, y recomendaba hacerlo con prevención de introducirlos en tal orden, que siempre hubiese dos terceras partes de negros cristianos poseídos de almas, y una de bozales (¿no poseían alma los bozales?), para poderlos sujetar en cualquier movimiento.

La rebeldía de los africanos se sumaba a la de los indígenas esclavizados por haber sido capturados “en buena guerra”, como sucedió en las insurrecciones de 1533 y 1538. En lo sucesivo continuaron entrando en Cuba esclavos africanos en número cada vez mayor, flujo que se elevó bruscamente a partir de la autorización de libre importación de 1809, ante las exigencias de fuerza de trabajo provocadas por el desarrollo de la industria azucarera y el cultivo del café. En total, 816 378 africanos: yelofes, mandingas, fulas, ararás, congos, bambaras, carabalíes y de otras etnias, hasta aproximarse al centenar, fueron secuestrados en sus tierras, hacinados en buques, traídos a Cuba, vendidos legal o ilegamente como mercancía y sometidos a la más despiadada explotación durante los 10 o 15 años que, como promedio, duraba su vida en tales condiciones.

Consecuencias

Ello provocó su resistencia en formas tales como la pasividad y la ineficiencia en el trabajo, la rotura y pérdida de los instrumentos de labor, el suicidio, y también el cimarronaje, el apalencamiento y las insurrecciones.

En el periodo que transcurrió entre la Guerra de los Diez Años y 1886, el incumplimiento de las promesas hechas por España con respecto a la abolición de la esclavitud provocó numerosos incendios de cañas y que los esclavos enarbolaran la consigna “libertad no viene, caña no hay”.

Entre 1848 y 1874, fueron embarcados hacia Cuba un total de 141 391 peones chinos en calidad de contratados bajo condiciones, prácticamente, de esclavitud. De ellos, 16 576 murieron en el viaje y 124 813 fueron adjudicados en La Habana. La resistencia de los culíes chinos al engaño por el cual se les sometió a la esclavitud no fue menos vertical que la de los africanos. En 1857 se suicidaron 262 de ellos y 173, en 1862. Los chinos se suicidaban 100 veces más que los blancos y 14 más que los esclavos negros; pero también se convertían en cimarrones y apalencados y participaban en las insurrecciones.

En 1848, como consecuencia de la Guerra de las Castas, en la que los rebeldes yucatecos fueron casi aniquilados, el gobernador de Yucatán dispuso la expulsión, por diez años, de los escasos prisioneros que quedaron; pero después le pareció mejor idea venderlos como esclavos a los españoles, a precios que oscilaban entre 10 y 25 pesos cada uno. A finales de 1849 llegaron a La Habana los primeros 140 contratados por diez años y, con algunas interrupciones, este inicuo comercio prosiguió hasta que alrededor de 800 de ellos fueron vendidos en la capital cubana.

También los indios yucatecos fueron cimarrones, apalencados e insurrectos.

Terminologías

Vale decir que el término cimarrón se aplicó, primero a los indígenas que abandonaban a sus señores, después a los negros y, también, a los chinos y yucatecos que escapaban de sus amos. Se consideraba cimarrón simple al esclavo que se fugaba de su hacienda, pernoctaba fuera de la casa del amo o de la negrada y al que deambulaba a una distancia no mayor de tres leguas de la hacienda de criar o legua y media de la de labor, en grupos menores de siete y que no se había asentado en ninguna región. Cuando siete o más esclavos prófugos se refugiaban con cierta permanencia en algún paraje, recibían la denominación de apalencados, nombre tomado del palenque o empalizada que solían construir para protegerse. Generalmente los palenques se ubicaban en lo más abrupto e intrincado de las montañas o en ciénagas inaccesibles, donde los fugitivos levantaban rústicas viviendas, cultivaban pequeñas parcelas de tierra o conucos, criaban animales, constituían familias y organizaban la autodefensa armada.

Las insurrecciones, levantamientos o motines eran súbitos alzamientos armados en los que dotaciones enteras de ingenios, cafetales, fincas o potreros ajusticiaban a sus victimarios y destruían sus propiedades, después de lo cual marchaban sin dirección fija tratando de atraer a otras dotaciones vecinas hasta que el enfrentamiento con tropas coloniales les traía la derrota y la muerte. No hay evidencia de que estas últimas manifestaciones de rebeldía obedecieran —en ningún caso— a un plan general.

Cimarronaje

Ya en 1533, Manuel de Rojas apresó y descuartizó a cuatro cimarrones evadidos de las minas de Jobabo que deambulaban por la región de Cueibá (sur de Las Tunas). Los africanos no fueron los cimarrones más diestros y peligrosos; ignorantes de que un océano los separaba de sus lares, solían marchar rumbo al este hasta su agotamiento y captura. En cambio, los cimarrones criollos, mucho más conocedores del terreno y de los hábitos, posibilidades y limitaciones de sus amos, eludían con frecuencia la tenaz persecución de los rancheadores.

Aunque escaso, un tipo peculiar de cimarrón fue el urbano, que sobrevivía en las ciudades gracias a la cooperación que recibía de negros y mulatos libres. El riesgo de los castigos a que eran sometidos en caso de captura no escarmentó a quienes optaban por esta manifestación de rebeldía individual.

Entre 1796 y 1815, solo en la jurisdicción de la capital se registraron 14 982 casos de cimarronaje y todavía en 1856 fueron capturados 401 en la región de Cárdenas, lo que hace pensar que el número de alzados debió ser mucho mayor.

Los peones chinos también acudieron a la fuga como medio para librarse de la esclavitud, al extremo de que solo siete años después del inicio de su introducción en Cuba, los fugitivos chinos representaban el 17,34 % del total de cimarrones reportado.

En no pocos casos, varios cimarrones simples se unían, en los primeros tiempos a los indígenas, y se internaban en regiones inhóspitas, buscando eludir la persecución y sobrevivir en una comunidad libre. Así fueron a dar a las rancherías levantadas por los nativos y subsistieron en una elemental economía de cooperación.

Otras necesidades eran cubiertas mediante la recolección e incursiones a cafetales, ingenios y haciendas, donde se abastecían y, en ocasiones, liberabana sus compañeros de infortunio, entre ellos a mujeres con las cuales formaban familia. En esos golpes de mano muchas veces ajusticiaban a mayorales y rancheadores. Con el fin de prevenir la sorpresiva irrupción de estos últimos en sus predios, los apalencados organizaban la exploración y el aviso, para lo cual contaban con la cooperación de aquellos que aún permanecían como esclavos y de negros libres; construían obstáculos rústicos y se proveían de machetes, chuzos, lanzas, arcos y flechas e, incluso, de armas de fuego y municiones, adquiridas de contrabando a comerciantes del país y a extranjeros que arribaban subrepticia pero frecuentemente a las costas de Cuba. Cueros, cera y miel eran el medio de pago más común en dichas transacciones.

Desde Oriente hasta Vuelta Abajo hubo palenques famosos, algunos de los cuales supervivieron durante varias décadas a pesar de repetidos ataques de las autoridades coloniales: El Frijol, en Moa; Sigua, Bumba y Maluala, en otras zonas de Oriente; El Espinal, en la loma del Palenque, entre Ceiba Mocha y Matanzas; los de la Siguanea, cerca de Manicaragua y los de loma del Cuzco, en Pinar del Río, alcanzaron notoriedad.

En ellos, bajo la dirección de sus líderes naturales, los apalencados lograron alcanzar el nivel de organización, adiestramiento y disciplina social que les permitió descubrir oportunamente las incursiones de las fuerzas colonialistas y rechazarlas o evacuar el palenque en caso de fuerzas superiores.

No fueron remisosna admitir en su seno a chinos evadidos de su contratación, así como a contrabandistas y a fugitivos de la justicia colonial. Ello demuestra que no era solo el color de su piel lo que los unía en la resistencia, sino la injusticia social. Con el decursar del tiempo, las incursiones de los apalencados, a veces aprovechando ataques de corsarios, piratas y otros enemigos de España, se fueron haciendo más repetidas, atrevidas y eficaces.

1814-1828

La situación llegó a tal extremo que hacia 1814, El Frijol, con una población de casi 400 personas, tuvo que ser asaltado dos veces por las autoridades del Departamento Oriental, pues el primer ataque fue rechazado por los rebeldes. En 1819, el régimen organizó verdaderas campañas contra los palenques pinareños, las cuales se extendieron hasta 1828.

Un ejemplo fue la que bajo el mando del Brgd. Joaquín de Miranda Madariaga, emprendió el alférez de Dragones Gaspar Antonio Rodríguez, con el apoyo de cuadrillas capitaneadas por rancheadores famosos como José Pérez Sánchez, contra una serie de agresivos palenques que se extendían desde la sierra del Cuzco, pasando por las Ánimas, Manantiales, Peña Blanca, lomas del Rubí, Guajaibón y Sumidero, hasta Guane del Este, donde numerosos apalencados campeaban por sus respetos.

Después de varios meses de infructuosas operaciones, Rodríguez tuvo que confesar su fracaso. Por cierto que este es el mismo alférez que en 1824 encabezó un levantamiento armado en Matanzas. Uno de sus subordinados en ambas campañas, el cabo Barrera, no pudo escapar del país como su jefe y corrió a refugiarse entre los apalencados de Vuelta Abajo, a quienes tanto había perseguido y, sin embargo, lo acogieron con hospitalidad.

1832-1834

También entre 1832 y 1834, el gobernador de Santiago de Cuba, José Santos de la Hera, tuvo que organizar tropas selectas y gruesas partidas de paisanos para ponerles coto a las correrías de los apalencados, quienes resistieron esos y otros embates. Durante la Guerra de los Diez Años, los palenques prestaron una valiosa cooperación al Ejército Libertador —en especial los de la Siguanea a Federico Fernández-Cavada y los de Baracoa a Antonio Maceo— en lo tocante al cuidado de heridos y enfermos, el abastecimiento de víveres y el descanso seguro de las tropas; de ahí que se pueda afirmar que el palenque cimarrón fue un antecedente directo de la prefectura mambisa.

1869

También hubo apalencados al servicio de España, como los que convirtieron al Gran Palenque y Cabildo de la ciénaga de Zapata en guarida de malhechores y base de operaciones de los Tiradores de la Muerte, tristemente célebres por sus depredaciones contra campesinos indefensos, hasta que fueron aniquilados en combate por las tropas del Brgd. mambí de origen mexicano José Inclán Risco, en el verano de 1869.

1880

Todavía en 1880, después de la Guerra de los Diez Años, ya en vigor la Ley del Patronato, solo seis años antes de que España se viera forzada a decretar la abolición de la esclavitud y en plena Guerra Chiquita, entraron en Cuba los últimos esclavos africanos y aún subsistían los palenques.

Sublevaciones

Una de las primeras sublevaciones de esclavos de que se tiene noticias se produjo en las minas de Jobabo, en 1553, y fue reprimida violentamente por los españoles. Hacia finales del siglo xvii estallaron rebeliones de esclavos en Tínima, Mariel, Güines y Bayamo; pero el más significativo de estos hechos en aquella época fue el protagonizado por los cobreros de las minas de Santiago del Prado, en 1677, cuando un centenar de hombres y mujeres se opusieron con las armas en la mano a ser separados de las tierras que ocupaban y a verse reducidos de nuevo a la condición de esclavos.

Más de cien años duró la insurrección de los cobreros, con periodos de relativa paz y repetidas tentativas de las autoridades coloniales por volverlos a la sumisión —1731, 1777, 1795 y 1797—, a las que respondían aquellos empuñando sus rústicas armas y refugiándose en los palenques cercanos hasta que, el 7 de abril de 1800, el temor a que surgiera una Haití en Cuba, hizo acreedores del indulto real a 1 075 descendientes de los primitivos esclavos del Cobre.

La tendencia creciente de las insurrecciones de esclavos —Santa Cruz del Sur y Guatao (1795); Puerto Príncipe (1798); Trinidad (1798 y 1799)— alcanzó su clímax durante la primera mitad del siglo xix, cuando se elevó bruscamente el número y concentración de los esclavos, así como la intensidad de su explotación, lo que, unido al ejemplo haitiano, la labor de David Turnbull y las presiones británicas sobre España, propiciaron levantamientos armados en Puerto Príncipe y La Habana (1809); Holguín, Bayamo, Trinidad y La Habana (1812); Matanzas (1825); Güira (1826); Wajay (1830); Juraguá (1833); Jaruco, Matanzas y La Habana (1835); Manzanillo (1837); Güira de Macurijes, Trinidad y Cienfuegos (1840); Güira de Macurijes (1841) y otros. Baste señalar que solo en la provincia de Matanzas, entre 1825 y 1850, se incoaron 399 expedientes de sublevación.

Pero el punto más descollante y cruento de las sublevaciones de esclavos se produjo en marzo y noviembre de 1843, cuando las dotaciones de los ingenios Alcancía, de Cárdenas, y Triunvirato, de Matanzas, respectivamente, se levantaron en armas, aniquilaron a sus amos, destruyeron sus propiedades y trataron de arrastrar tras de sí a los esclavos de ingenios y cafetales próximos.

En ambos casos, los encuentros armados contra tropas regulares que el gobierno local envió fueron desastrosos para los rebeldes, a pesar del valor que desplegaron, incluidas mujeres que se destacaron como líderes, entre otras, Fermina, Carlota y Lucía, lucumíes; Filomena, gangá; Camila y Juliana, criollas.

Los insurrectos pagaron un alto precio por su rebeldía; en el caso del ingenio Alcancía, a los 67 caídos en combate, hubo que añadir 132 asesinados en los barracones, los que resultaron víctimas de la implacable persecución de los rancheadores y aquellos que fueron ejecutados después de habérseles seguido procesos judiciales por los tribunales de la Comisión Militar Ejecutiva y Permanente, en cuya presidencia se destacó el General Narciso López. Algunos supervivientes de las masacres, como Eduardo, del ingenio Ácana, y Lucía, del Concepción, lograron refugiarse en el Gran Palenque de la ciénaga de Zapata.

Aunque algunos historiadores, sobredimensionando la envergadura de esas sublevaciones, las han caracterizado como pronunciamientos revolucionarios en favor de la abolición con el propósito de destruir un sistema económico y social, les han atribuido el objetivo de modificar la organización social y apoderarse del poder y hasta han encontrado estrategia y táctica en sus encuentros armados, lo efímero e incoherente de su actuación no permite extraer otra enseñanza que la certidumbre de que el número poco significa sin organización, adiestramiento y disciplina, y que los enfrentamientos formales de fuerzas populares contra tropas regulares no son el método que conduce a la victoria revolucionaria. Aunque la conspiración de José Antonio Aponte y Ulabarra (1811-1812) se inscribe en el marco de la resistencia a la esclavitud, por su naturaleza no la tratamos aquí y sí en [[Conspiraciones (1795-1868)|Conspiraciones]].

Continuidad

El capitán de cimarrones, José Dolores, quien al frente de una partida de alrededor de 20 hombres y mujeres operó, según fuentes españolas, desde marzo de 1843 hasta enero de 1844, en las regiones de Camarioca, Sabanilla, Guamacaro, Guanábana y Ceiba Mocha, en la actual provincia de Matanzas, sin que se haya reportado su captura o muerte. La atroz carnicería desatada por Leopoldo O’Donnell quien, bajo el pretexto de haber descubierto una vasta conspiración de esclavos en Matanzas —conocida como la de La Escalera— llevó a 78 encartados al patíbulo, 600 a presidio, 400 al destierro y 300 a la muerte por torturas durante la sustanciación del proceso, tampoco puso fin a la resistencia de los esclavos, que siguieron fugándose, apalencándose y sublevándose hasta que, Céspedes en la Demajagua, abrió el camino que les permitiría alcanzar su libertad.

Ver también

Fuentes