Restituta Kafka

Helena Kafka
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Nacimiento1 de mayo de 1894
Moravia Bandera de la República Checa República Checa
Fallecimiento30 de marzo de 1943
Viena Bandera de Austria Austria
Causa de la muertemartirio
TítuloBeata de la Religión Católica


Helena Kafka , nació en 1894 en Moravia, actualmente Brno, en la República Checa. El padre, un modesto zapatero, se las arregló para alimentar a sus siete hijos. Pronto la familia se trasladó a Viena. En su infancia, Helena conoció la pobreza, pero acompañada de una esmerada educación cristiana católica. Terminados sus estudios, trabajó de sirvienta doméstica y luego en un comercio.

Despierta una vocación

A los diecinueve años sintió la vocación de cuidar a los enfermos y trabajó como auxiliar de enfermería en el hospital de Viena-Lainz. Allí conoció a las Franciscanas de la Caridad Cristiana (una de las más de trescientas congregaciones femeninas franciscanas) que familiarmente eran conocidas como Hermanas de Hartmann, por el nombre de la calle donde surgió. Solicitó ingresar en la congregación para consagrarse a Dios y servir al prójimo.

Trabajó así un año en Lainz como postulante, pero sus padres no podían ofrendar la dote que, de acuerdo con las costumbres de la época, se requería para que la joven pudiera profesar. Sin embargo, otras hermanas que vieron su fervor desbordante, intervinieron en su favor y fue aceptada en el noviciado con otras catorce jóvenes en [1915]]. El nombre de sor Restituta lo tomó de una virgen mártir del siglo iii. La maestra de novicias inculcó en las religiosas la confesión regular, la comunión diaria, la visita al Santísimo, la devoción mariana con el rosario. Nuestra religiosa tuvo devoción especial a Nuestra Señora de los Siete Dolores. Al cabo de un año, en octubre de 1916, hizo los primeros votos

Labores en el hospital

Al poco tiempo de llegar al hospital de Modling, en las afueras de Viena, fue nombrada primera asistente del quirófano. El médico jefe de esa clínica, doctor Stohr, era de carácter difícil, pero Helena supo ser paciente. Amó su trabajo y a los enfermos y tomó iniciativas para mejorar los cuidados médicos.


A pesar de su corta estatura y corpulencia, trabajó de prisa y bien. La llamaban sor Resoluta. En los recreos manifestó una alegría contagiosa, que ayudó a superar la fatiga y la tristeza.

Sor Restituta era poco convencional, visitaba con frecuencia a sus antiguos pacientes a domicilio, a veces después de una jornada agotadora; le gustaba ir a distraerse a una cervecería próxima cuya propietaria le ofrecía su plato preferido y una jarra de cerveza. Algunas se escandalizaban. Además, a veces resultaba brusca y algunas religiosas le temían un poco, aunque la amaban y apreciaban.

Sus defectos los fue limando con la ayuda de la oración nocturna ante el Sagrario, al mismo tiempo que su esfuerzo personal (ley que se da en todo crecimiento espiritual).

Sor Restituta adquirió tal competencia en la sala de operaciones que los médicos jóvenes tuvieron, a veces, la impresión de que ella era el facultativo. Se fue haciendo más corpulenta y comenzó a padecer de los pies, pero su espiritualidad la llevaba a ejercer el apostolado entre los pacientes y el personal médico, sin contar horas ni días.

La consultaban, buscaban su consuelo. Algunos religiosos de otros institutos, que habían sido pacientes suyos le pedían que acudiera a su convento para ocuparse de ellos. Con todo, su éxito profesional provocó envidias, sobre todo en los médicos jóvenes.

Presencia de los nazis en Austria

En 1938 los nazis anexaron Austria e intentaron suprimir la presencia cristiana en el sector hospitalario. Pero tal política no fue monopolio de los Estados totalitarios. En noviembre de 2009, el Tribunal de Justicia europeo pretendió obligar a Italia a retirar los crucifijos de las escuelas públicas. En diciembre de 2010 Benedicto XVI agradeció al embajador de Italia en el Vaticano por la resistencia de su gobierno ante la sentencia laicizante.

Uno de los médicos de la clínica, el doctor Stumfohl, nazi declarado, le hizo la guerra a Restituta que no ocultaba su oposición al nacionalsocialismo alemán. “No hable tanto”, le sugirieron las hermanas. El doctor tenía espías por toda la clínica. Prohibió a las religiosas que llamaran a un sacerdote para los moribundos, a menos que estos lo pidieran expresamente. Una de ellas tuvo que dejar la clínica por no obedecer esa norma. Un día, sor Restituta se opuso a la amputación sin motivo del pie de un enfermo. Rabioso, Stumfohl consintió en no hacerla.

Una mañana de diciembre de 1941, sor Restituta entró en el despacho de una secretaria, en el servicio de radiología. Llevaba en la mano un texto de un poema satírico contra Hitler que circuló “bajo mano” entre los soldados austríacos enrolados en el ejército alemán.

Le pidió a la secretaria que copiara con la máquina de escribir ese documento, pero la religiosa no tuvo la precaución de cerrar la puerta y mientras dictaba el poema un oído indiscreto lo oyó todo. El doctor Stumfohl se regocijó; encuentra, incluso, el papel carbón usado. Y denunció a la Gestapo a esa hermana que le exasperaba

Arresto y condena

El 18 de febrero de 1942, miércoles de ceniza, cuatro policías de la Gestapo entraron en el quirófano donde sor Restituta, en blusa blanca, se encontraba junto al doctor Stohr. Al terminar la operación, arrestaron a la religiosa y se la llevaron inmediatamente. Esa misma tarde la superiora general exigió a todas las religiosas el silencio absoluto, en el propio interés de la detenida.

La Gestapo fracasó en su intento, mediante la tortura, de conocer la persona que le había pasado el texto. A principios de marzo, la trasladaron a la casa de detención regional de Viena donde permaneció trece meses. Sufrió de soledad porque las visitas de las hermanas eran escasas. Le permitieron solamente una visita cada dos meses y una carta mensual. Sin embargo, la prisionera se unió espiritualmente a la comunidad y escribió a la superiora general: “Ahí, cerca del sagrario, estamos todas unidas y ningún abismo puede separarnos”.

En la cárcel la religiosa se coinvirtió en luz en la noche para sus compañeras de cautividad. Se ocupó especialmente de una de ellas –encarcelada por infanticidio– que por una enfermedad en la piel no podía tomar con las manos los alimentos. Las otras le increpaban: “Has dejado que tu bebé muriera de hambre y ahora te toca a ti”, pero sor Restituta la alimenta con sus propias manos. Sabe que Jesús vino a llamar a los pecadores.

En la cárcel nacionalsocialista, la leche y la mantequilla se reservaba a los de “sangre alemana”. Ella compartió su ración con las judías. A las que pasaban el tiempo quejándose les decía: “Esto acabará bien, todo acabará bien, el mal no puede vencer”. El 29 de octubre de 1942, sor Restituta es juzgada ante el Tribunal del pueblo de Viena. La acusan de ser autora del poema contra el Führer y de editar un panfleto hostil contra el Estado. Ambas acusaciones eran falsas, pero el régimen buscaba un pretexto para golpear a la Iglesia católica en la persona de una religiosa que había puesto crucifijos en las paredes del hospital. Fue condenada a ser decapitada por “conspiración contra la patria y tentativa de alta traición”.

Al enterarse de la sentencia, el doctor Stumfohl exclamó llorando “¡yo no quería eso!”. Los intentos por salvar a la religiosa franciscana se multiplicaron. El doctor Stohr reclamó su perdón por su competencia profesional; la hermana vicaria partió para Berlín, intervino el arzobispo de Viena. A partir del 1ero. de enero de 1943, la congregación comenzó una novena perpetua al apóstol san Judas Tadeo, muy venerado en los países germánicos. Martín Bormans, “la eminencia gris” de Hitler, consideró que esa ejecución –que sería única– de una religiosa de “raza alemana” sería indispensable para intimidar a la Iglesia católica. En la celda de los condenados a muerte, la franciscana permaneció cinco meses. A una compañera de cárcel le dijo: “He venido por Cristo y por Cristo moriré… ¡sí, moriré!”.

En espera de la sentencia

Dios no quiere el sufrimiento, pero si este ocurre bien por las leyes naturales o por la maldad de los hombres, puede convertirse en fuente de santificación si lo aceptamos con paz. Y así ocurrió con sor Restituta. En la clínica trabajaba mucho y era “una institución”. En la cárcel es una “enemiga del pueblo”, humillada, hambrienta, destinada al cadalso. A una religiosa de actividad desbordante adaptada a levantarse a las 3:30 de la madrugada, se le impuso la pasividad: el reglamento carcelario le prohibía abandonar la litera antes de las 6.30. A ella le gustaba mandar y ahora debía obedecer a sus carceleros. La religiosa franciscana fijó su mirada en una presa embarazada que tenía riesgo de perder al bebé por la mala y poca alimentación. A ella le entregaba diariamente una parte de su parca ración de papas. En noviembre de 1942, una niña nació en prisión, su madre quiere bautizarla como Restituta, pero por prudencia la religiosa le aconseja que le ponga Helena, su nombre de bautizo.

El testimonio de la religiosa en la cárcel es efectivo. Una de las reclusas declaró: “Una fe semejante, una bondad semejante, un olvido semejante de uno mismo, ¡es absolutamente único!”. El capellán de la cárcel, monseñor Kock, confiará: “Fue para mí un gran apoyo en mi ministerio entre los prisioneros”. Un mes antes de su muerte, la condenada escribió a su superiora general: “Espero cada día que mi vía crucis alcance el Monte Calvario… sea ahora o más tarde, que se cumpla la voluntad de Dios. En esta santa voluntad se halla todo mi consuelo, todos los días digo ‘sí, Padre’, y todo transcurre bien”. Tres días después de su condena, había hecho llegar a las hermanas su “testamento”, donde les pedía perdón por las molestias que les había causado y les daba las gracias por los favores recibidos; perdonaba a los que le habían hecho daño, especialmente al Dr. Stumfohl; les pedía que no llorasen, sino que rezaran para que tuviera una buena muerte.

El 31 de enero de 1943 escribió: “He experimentado abundantemente el hecho de que el Salvador y su madre no nos abandonan nunca. Sé que no habré de llevar mi cruz un segundo más de lo que Dios haya prescrito. No camino con tanta valentía por esta senda por mis méritos, sino gracias a las innumerables plegarias y sacrificios que cada día suben por mí hacia el cielo”.

Martirio, legado e intercesiones

El 30 de marzo de 1943 se le comunica brutalmente que ha llegado el momento de la ejecución. Temblando, renueva la oblación entera de sí misma que hizo el día de su profesión religiosa franciscana. Le quitaron el anillo de profesión y la ropa le fue sustituida por una túnica de papel. Así imitó también a san Francisco en su muerte en pobreza. Al sacerdote que le asistió, le pidió que le hiciera el signo de la cruz sobre la frente.

Los dos sacerdotes presentes oyeron caer el golpe seco de la cuchilla. “Entonces pensamos que el cielo se había enriquecido con un alma que amaba a Dios”.

El 4 de diciembre de 1943, los nazis, temiendo que sor Restituta fuera venerada como mártir, prohibieron que su cuerpo fuera entregado a la congregación, por lo que fue arrojado a una fosa común. El padre que la asistió declaró sus últimas palabras: “Por Cristo he vivido, por Él voy a morir”. Y dejó su impresión: “El carácter arisco y muy resuelto de sor Restituta siempre me sorprendió, pues en el fondo era un alma tierna… Estaba persuadido de que Dios la reservaba para una dura prueba. Para mí no hay duda alguna. En la cárcel se convirtió en una santa”.

La primera beneficiada de la intercesión de la mártir fue Josefina Zimmerl, una mujer mayor y compañera de detención. Sor Restituta le había dicho: “La primera cosa que haré cuando esté cerca de Dios será pedir que te liberen”. Dos días después de la ejecución de la religiosa, le anunciaron a Josefina su liberación.

En 1998, en la beatificación de sor Restituta por el beato Juan Pablo II, el Sumo Pontífice destacó: “Fue su confesión de la cruz de Cristo lo que le costó la cabeza. Conservó su corazón y renovó esa confesión justo antes de su ejecución, pidiéndole al capellán que le hiciera la señal de la cruz sobre la frente. Al mirar a la beata sor Restituta, podemos entrever qué grado de madurez espiritual puede alcanzar una persona si se abandona en las manos bienhechoras de Dios. Son muchas las cosas que como cristianos nos pueden quitar. Pero no nos quitarán la cruz como signo de salvación. No permitiremos que sea excluida de la vida pública… ¡Gracias, beata sor Restituta Kafka, por haber nadado a contracorriente del espíritu del mundo!” Luego, dirigiéndose a los jóvenes, el Papa exclamó: “¡Planten en su vida la cruz de Cristo! ¡La cruz es el verdadero árbol de la vida!”.


Fuentes