Santo (religión)

Santos
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Deidad
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Religión o MitologíaGeneralmente el catolicismo.
Día celebración1 de noviembre, día de todos los santos.
Patrón(a) o Dios(a) deElegido por Dios
País o región de origendel latín sanctus; del griego hagios y en hebreo qâdosh
Venerado enEn todo el mundo

Santos. Es una imagen inmortalizada de hombre o mujer, incluso lugares, distinguidos en las diversas tradiciones religiosas por sus supuestas relaciones particulares con las divinidades y la consiguiente superioridad espiritual o moral respecto al resto de los seres humanos, la misma murió estando en sus devociones religiosas. En vida fueron los amigos que dieron ejemplo de fe y de amor verdadero, de sacrificio y de servicio generoso a los pobres y a los enfermos.

Origen

La palabra santo proviene del Latín sanctus, -i; del griego hagios y en Hebreo qâdosh significando: elegido por Dios. La palabra santo se utiliza como adjetivo para indicar una relación directa con Dios. Por ello, se aplica a personas (los santos), lugares (como el Monte Athos), textos (como las Sagradas Escrituras), etc.

En la tradición cristiana se trata de personas destacadas por sus virtudes y son venerados como modelos capaces de mostrar a los demás un camino ejemplar de perfección. En muchas tradiciones religiosas son los intercesores o los protectores y son objeto de culto por entenderse que, después de muertos, disfrutan de la compañía de la divinidad. La religión cristiana considera que toda la humanidad está llamada a ser santa y a seguir a los santos, que representan a su vez el ejemplo de creencia y seguimiento de Dios cuya vida puede resumirse en un solo concepto: el amor al ser supremo.

La influencia de un santo supera el ámbito de su religión cuando la aceptación de su moralidad adquiere componentes universales: es el caso de, por ejemplo, San Francisco de Asís o de San Martín de Porres, en general, al menos hasta cierto punto, de todos los fundadores de las grandes religiones.

En la Iglesia Ortodoxa, venerable es el título atribuido a los santos que vivieron una vida monacal o de ermitaño. Muchas veces este título es considerado igual o superior al título de "santo".

En la Iglesia católica, venerable se define como el nivel más bajo de los tres niveles reconocidos de santidad. Es el segundo paso en el proceso de nombrar un santo (primero el candidato a ser santo es nombrado Siervo de Dios. El siguiente paso es la beatificación (que otorga el título de beato), finalmente corresponde la canonización que otorga a la persona el título de "santo".

En la religión anglicana, venerable es el tratamiento protocolar que se le da a un archidiácono.

Historia

Santos.

La mayor parte de las religiones de la India tienen a menudo tendencias sincretistas, no es así en los tres grandes monoteísmos occidentales Judaísmo, Cristianismo e Islam), que conciben la santidad encuadrada en una pertenencia comunitaria o sacramental. El Islam y el cristianismo protestante rechazan incluso la noción de santo y el culto dedicado a los seres humanos. Esto no impide, no obstante, al Islam popular haber desarrollado, al margen de las corrientes oficiales y cultas, un fervor en torno a las tumbas de los santos.

Los griegos daban el calificativo de «héroe» a los hombres a quienes, según la leyenda o la tradición, consideraban hijos de los dioses o individuos que se habían hecho muy célebres por sus hazañas o servicios. Estos o eran solamente los seres Mitológicos como Hércules, Teseo, Jasón, Perseo, etc., sino también jefes militares importan­tes, fundadores de ciudades, patronos de familias o de cor­poraciones, e incluso hombres notables por su fortaleza física o por su belleza. Al principio a estos Hijos de Zeus se les rendía un culto sencillo, sin libaciones ni sacrificios, basado sólo en oraciones y honras fúnebres; se incrementaba ese culto y llegaban a venerarlos como genios tutelares que velaban por la suerte de aquellos que los adoraban; crían que esos héroes les socorrían en sus desgracias y les enviaban sueños proféticos.

Así encontramos que cada ciudad o poblado tenía sus patronos divinos; las diez tribus de Atenas honraban al héroe cuyo nombre llevaba; algo similar sucedía en Esparta, en la Fócida y otros. Se han conocido casos de adoración a los animales, muchas abejas han establecido panales en los restos de cadáveres humanos y de animales. Ejemplo de ello podemos encontrar en un pasaje bíblico donde se relata que un enjambre que depositaba su miel en la osamenta de un león y sin embargo, no por eso se consideraba santo al animal.

El historiador Víctor Duruy señala que los atenienses elevaron a la condición de héroe a un médico cuyo nombre no ha llegado hasta nosotros, y a quien, al morir, le dedicaron un sacerdocio y le consagraron muchas ofrendas como prueba de sus curas milagrosas, También se conoce que Hipócrates, en la Isla de Cos, y Brasidas, en la ciudad de Anfipolis, recibieron honores divinos. Ante esto, Duruy expone la siguiente concluci6n:

«Era ni más ni menos que el culto a los santos; algunos de los nuestros tienen fama de curar ciertas enfermedades. Este culto ha existido casi en todas partes».

En el Libro de la Sabiduría (capítulo 14, versículo 1 al 21) del Antiguo Testamento de la Biblia, se describe la manera en que puede surgur la adoración de algunos personajes cuando estos fallecían:

Un padre, presa de acerbo dolor, hace imagen del hijo que acaba de serle arrebatado y a1 hombre entonces muerto le honra ahora como a dios, estableciendo entre sus siervos misterios e iniciaciones. Luego, con el tiempo, se consolida esta costumbre y es guardada como ley, y por los decretos de los príncipes son veneradas las estatuas. [...]

Y la muchedumbre, seducida por la perfección de la obra, al que hasta entonces honraba como a hombre, le miró como cosa sagrada. […]

y esto se convirtió en lazo para los hombres.

Esta descripción se ajusta en su esencia a la veneración de numerosos dioses, profetas, iluminados, mesías y particularmente a los santos, en diversas religiones. Al hablar de los llamados «santos», hay que detenerse en el catolicismo. Dice el Nuevo testamento que cuando murió Jesucristo, {{sistema:cita|...muchos cuerpos de santos que dormían, resucitaron, y saliendo de los sepulcros, vinieron a Jerusalén, y se les aparecieron a muchos.|Evangelio de Mateo, 27:52-53).

No queremos imaginar el susto que habrán pasado los habi­tantes de la Ciudad, cuando se les aparecieron aquellos cadá­veres, por muy santos que fueran. No sabemos si luego de su paseo regresaron al cementerio o si se quedaron entre los santos, desde luego a nuestro entender que no pasa de ser un absurdo más. Al referirnos a este pasaje de­bemos puntualizar que el crite­rio de santidad al que ahí se hace referencia, es el que tenían los judíos, que dista sustancial­mente del católico. Para los hebreos tal concepto se expre­saba con el vocablo «jasidut», y se refería concretamente a la vida piadosa del hombre, a cum­plir esmeradamente los preceptos religiosos, pero no se les veía como a seres sagrados a los cuales se les debía rendir culto ni hacerles ofrendas, pues esto era para ellos, idolatría y corrupción.

Para los católicos, la idea de la existencia de los santos se asienta en la creencia religiosa de que existe un alma; de que esa alma es eterna; de que hay un cielo a donde ascienden los espíritus inmaculados; de que después de muerta la persona, su alma puede seguir en contacto y comunicación con los vivos y con los acontecimientos te­rrestres; de que si tuvo méritos religiosos heroicos, la persona fallecida puede adquirir la categoría especial de bienaventu­rado, que la acerca a Dios; y que estando situada entre los seres vivos y Dios, esa alma privile­giada y santificada puede inter­ceder a favor de los individuos y gestionarles milagros.

Algunos de estos personajes -según ellos- llegan a ser tan extraordinarios y logran tan buena comunicación con Dios, que estando vivos, son capaces de realizar actos sobrenaturales, milagrosos. Los santos guardan cierta se­mejanza con los ángeles, en esa misión que les atribuye la Igle­sia, de mensajeros o intermedia­rios entre los hombres y Dios. Incluso se les venera dentro de la misma categoría, a la que se le denomina dulía, que está por debajo de la adoración a Dios (latría) y del culto a la Virgen María (hiperdulía). En este pun­to hay que decir que la Iglesia propugna que sólo se utilice el concepto de adoración con respecto a Dios, y que el culto a los santos se basa en honrarlos he invocarlos, es decir, que se plantea una veneración limitada de estos. Sin embargo, para un alto porcentaje de los creyentes no existen tales diferencias y los adoran como a dioses.

La diferencia que «dentro de la mentalidad religiosa» hay entre ángeles y santos, es que los primeros siempre fueron espíritus; y los segundos, vivieron, fueron-supuestamente- seres de carne y hueso. Decimos «supuestamente» porque hay santos que jamás existieron como seres humanos, y que son frutos de leyendas y fantasías.

La Biblia rechaza el culto a las imágenes

De acuerdo con el Antiguo y el Nuevo testamento, la veneración de las imágenes de los santos no es aceptada. En la Primera carta de Pablo a Timoteo (capítulo 2, versículo 5), Pablo afirma que existe un solo mediador entre el dios Yahvé y los seres humanos, y que ese es Jesucristo. Por lo tanto ―según Pablo― los santos no están facultados para ejercer como «abogados» ante Dios. Por otro lado, la práctica católica de venerar imágenes, ya sean en dibujos o estatuillas de esos santos, es condenada por Moisés, especialmente cuando los hebreos se alejaron de sus enseñanzas y adoraron a un toro de oro: «Guárdense bien de corromperse haciéndose alguna imagen tallada, ni de varón ni de mujer, y no se engañen adorándola o dándole culto» (Deuteronomio  4:16 y 19).

En las leyes que creó Moisés para su pueblo judío (los Diez Mandamientos) incluyó en la segunda:

No te hagas imagen de escultura ni de figura de cuanto hay arriba, en los cielos, ni abajo, sobre la tierra. No las adorarás ni les darás culto.
Deuteronomio (5:8-9) y Éxodo (20:4-5)

Influidos por esos criterios, los protestantes no adoran imágenes en sus templos; tampoco lo hacen los judíos ni los musulmanes. Este tipo de veneración dio lugar a violentos enfrentamientos. En los siglos VII y VIII de nuestra era, existieron los llamados «iconoclastas», palabra de origen griego que significa ‘el que rompe imágenes’; eran cristianos que se dedicabana destruir imágenes sagradas (iconos), para que no se les rindiera culto, por ser una práctica semejante a la veneración pagana de los ídolos.

En el año 726 el emperador de Oriente, León III el Isaúrico, prohibió tener imágenes religiosas en los templos, y solo permitía la de Jesucristo. En otro edicto redactado tres años después, imponía la pena de muerte a quien hiciera ese tipo de veneración, pública o privada, ordenaba la destrucción de todos los iconos que se descubrieran. En Occidente se mantuvo e incrementó la práctica de hacer pinturas y esculturas religiosas y rendir les culto. En el concilio de Letrán, celebrado en el año 769, el papa Esteban IV autorizó a venerar imágenes, y esto fue luego ratificado por el papa Adriano I, durante el concilio de Nicea, en el año 787, donde además se condenaba a los iconoclastas.

Durante la reforma, los protestantes, imbuidos nuevamente del espíritu iconoclasta, se dieron a la lucha contra esta costumbre y destruyeron muchos cuadros y esculturas de vírgenes y santos, entre ellos algunas verdaderas obras de arte, como las de la catedral de Gante (en Bélgica). Hoy vemos que existen cuadros de inapreciable valor, de­dicados a honrar a personajes religiosos. Esto fue en gran medida un imperativo de la época, en la que se obligaba ―material o espiritualmente― a los maestros del pincel a ocuparse más de los temas religiosos que de los problemas humanos, tenían que representar el cielo en vez de pintar el mundo en que vivian. Tales obras deben verse como una manifestación de la superestructura social existente entonces y apreciarlas estrictamente en su valor artístico, despojadas de su aureola mística.

De igual forma debemos ver a los santos. Si realmente exis­tieron como personas, valorar­los en dependencia de su aporte a la humanidad, al desarrollo económico, político, social, científico o cultural del mundo, de la misma manera que valoramos la contribución de Pitágoras a las matemáticas y desechamos sus ideas místicas sobre los nú­meros. Así; aquilatamos con idéntico realismo y justeza a un cristia­no o a un judío, a un musulmán o un budista, a un santo o a un hereje.

Ejemplos de algunos nombres de santos y ángeles

Los santos: Para los católicos, los santos forman la llamada Iglesia triunfante e interceden ante Dios por la humanidad, por los vivos en la Tierra y por los difuntos en el Purgatorio: es la llamada comunión de los santos. Todos ellos, incluso los que han sido oficialmente reconocidos como tales, tiene su festividad conjunta en el Día de Todos los Santos, que se celebra para los católicos el 1 de noviembre ejemplo de ellos son estos santos:

Los ángeles: Los ángeles proceden de antiguas creencias politeístas; son la evolución de dioses, demonios y espíritus primitivos. La relación de los ángeles con la naturaleza aparece reco­gida en la literatura hebrea posbíblica, en el llamado libro de Enoc donde se mencionan numerosos ángeles príncipes. Sus nombres se formaban con la palabra que representaba cierta cualidad o fenómeno na­tural, y la terminación «el» (relacionada con el dios ugarítico Ël) con la que se le indicaba el carácter divino. Así encontramos, entre otros, a:

  • Baradiel (de barad), ángel príncipe del granizo.
  • Raamiel (de ra'am), ángel príncipe del trueno.
  • Barakiel (de barak), ángel príncipe del rayo.
  • Rujiel del viento;
  • Shalgiel, de la nieve;
  • Shamsiel, de la luz del día;
  • Zaamael, de la tempestad;
  • Zafiel, del huracán;
  • Zavael, del torbellino;
  • Galgaliel, del disco solar;
  • Kojbiel, de las estrellas;
  • Rajatiel, de los planetas;
  • Ziquiel, de los cometas;
  • Matariel, de la lluvia;
  • Lailahel, de la noche;
  • Rafael, remedio del dios Ël;
  • Gabriel, fuerza del dios Ël;
  • Miguel, ¿quién como el dios Ël?

Otras religiones que adoran los santos

El protestantismo más clásico suele llamar santos a los personajes del Nuevo Testamento, sin que ello de lugar a ningún culto. Por tradición, algunos países protestantes han conservado el patronazgo de los santos a los que atribuyen haber jugado un papel importante en su evangelización: Santa Brígida en Suecia, San Olaf en Noruega, etc.

  • El Islam: en teoría, el Islam rechaza todo culto que no se dirija a Alá. Sin embargo, el Chiismo reconoce santos cuyas tumbas son destinos de peregrinajes.

El Islam africano practica también un cierto culto de los santos llamados marabuts.

El Sufismo conoce los wali, expresión susceptible de ser traducida como santos.

Fuentes

  • «Santo (religión)», artículo publicado en el sitio web Wikipedia.
  • Castellanos Jiménez, Israel (1987): «Los santos», artículo publicado en la revista El Militante Comunista, 1987.
  • Duruy, Víctor (1890), Historia de los griegos, t.I. p.130 y 136, ED. Montaner y simón, Barcelona.
  • Royston, Pike (1960), Diccionario de Religiones, p. 202 Ed. F. C. E. México.
  • Diccionario del Hogar Católico (1962), p.865, Ed. Juventud. Barcelona.