Guerras médicas

Guerras médicas
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Las guerras médicas movilizaron las fuerzas militares de varias ciudades-Estado griegas.
Fecha:500-440 a. n. e.
Lugar:Grecia, mar Egeo
Resultado:
Las ciudades (estado griegas) mantienen su independencia y detienen el avance del Imperio persa.
País(es) involucrado(s)
Bandera de Grecia Grecia
Líderes:
Milcíades, Leónidas I, Darío I, Jerjes
Ejecutores o responsables del hecho:
ciudades-estado griegas, Imperio Persa


Guerras médicas es el nombre que se le da al enfrentamiento entre los antiguos griegos y el Imperio persa, durante el siglo V a. n. e.

Antecedentes

Las colonias griegas de Jonia, en las costas occidentales de Asia Menor, se dedicaban principalmente al comercio, logrando desplazar en este aspecto a los fenicios. La prosperidad e independencia de estas ciudades jónicas terminó cuando fueron sometidas, una tras otra, por el rey Creso de Región Lidia, siendo obligadas a pagar tributo.

La situación empeoró cuando el reino de Lidia cayó en manos del rey persa Ciro II el Grande, en el 546 a. n. e., siguiendo las ciudades griegas el mismo destino.

Posteriormente, el rey persa Darío I el Grande gobernó las ciudades griegas con tacto y procurando ser tolerante. Sin embargo, como hicieron sus antecesores, siguió la estrategia de dividir y vencer, apoyando el desarrollo comercial de los fenicios, que habían sido anteriormente sometidos a su imperio, y que eran rivales tradicionales de los griegos.

Además de esto, los jonios sufrieron más golpes, como la conquista de su floreciente suburbio de Naucratis en Egipto, la conquista de Bizancio, llave del Mar Negro, y la caída de Sibaris, uno de sus mayores mercados de tejidos y punto de apoyo vital para el comercio.

De estas acciones surgió un resentimiento contra el opresor persa, sentimiento que fue aprovechado por el ambicioso tirano de Mileto, Aristágoras, para movilizar a las ciudades jónicas contra el Imperio Persa, en el año 499 a. n. e.

Aristágoras pidió ayuda a las metrópolis de la Hélade, pero sólo Atenas, que envió 20 barcos (probablemente la mitad de su flota) y Eretria (en la isla de Eubea), que aportó cinco naves, acudieron en su ayuda. Esparta no prestó apoyos a la coalición. El ejército griego se dirigió a Sardes, capital de la satrapía persa de Lidia, y la redujo a cenizas, mientras que la flota recuperaba Bizancio. Darío I, enardecido, mandó a su ejército, que destruyó al griego en Éfeso, y hundió la flota helena en la batalla naval de Lade.

Tras sofocar la rebelión, los persas reconquistaron una tras otra las ciudades jonias, y después de un largo asedio arrasaron Mileto, muriendo la mayor parte de la población en batalla. Los supervivientes fueron esclavizados y deportados a Mesopotamia.

Primera guerra médica

Mapa de la primera guerra greco-persa.

Tras el duro golpe dado a las polis jonias, Darío I el Grande se decidió a castigar a aquellos que habían auxiliado a los rebeldes. Según la leyenda, preguntó: «¿Quién es esa gente que se llama atenienses?», y al conocer la respuesta, exclamó: «¡Oh, Ormuz, dame ocasión de vengarme de los atenienses!». Después, cada vez que se sentaba en la mesa, uno de sus servidores debía decirle tres veces al oído: «¡Señor, acuérdese de los atenienses!».[1] Es por esto que encargó la dirección de la represalia a su sobrino Artafernes y a un noble llamado Datis.

Mientras tanto, en Atenas algunos hombres ya veían los signos del inminente peligro. El primero de ellos fue Temístocles, elegido arconte el 493 a. n. e. Temístocles creía que la Hélade no tendría salvación en caso de un ataque persa, si Atenas no desarrollaba antes una poderosa marina.

De esta forma, fortificó el puerto de El Pireo, convirtiéndolo en una poderosa base naval, mas pronto surgiría un rival político que impediría el resto de sus reformas. Se trataba de Milcíades, miembro de una gran familia ateniense huida de las costas del Asia Menor. Se oponía a Temístocles porque consideraba que los griegos debían defenderse primero por tierra, esperanzado en la supremacía de las largas lanzas griegas contra los arqueros persas. Los atenienses decidieron poner en sus manos la situación, enfrentando así la invasión persa.

La flota persa se hizo a la mar en el verano de 490 a. n. e., dirigidos por Artafernes, conquistando las islas Cíclades y posteriormente Eubea (Grecia continental), como represalia a su intervención en la revuelta jonia. Posteriormente, el ejercito persa, comandado por Datis, desembarcó en la costa oriental del Ática (Grecia), en la llanura de Maratón, lugar recomendado por Hipias (anterior tirano de Atenas) para ofrecer batalla, por considerarla el mejor lugar para que actuara la caballería persa.

Maratón

Milcíades, avisado del desembarco persa, increpó a los atenienses a hacerles frente. Enviaron al corredor Filípides a Esparta para solicitar ayuda, recorriendo 220 kilómetros en un día a caballo, toda una hazaña. Los espartanos prometieron enviar ayuda, pero argumentaron que, por razones religiosas (ya que se encontraban en el noveno día del mes lunar), no podrían hacerlo sino hasta seis días después, en plenilunio. Milcíades no podía esperar tanto tiempo, y se lanzó al ataque contra los persas con los efectivos con los que contaba.

Las cifras de los atenienses fluctuaban probablemente entre los 10 000 y los 15 000 combatientes, y las fuerzas persas con unos 20 000. Homero dice que los persas tenían 600 barcos, si bien otros autores griegos aumentan las fuerzas enemigas hasta el millón de efectivos, unos datos que son sin lugar a dudas exagerados e inverosímiles.

Los griegos se acercaron a los persas, quienes respondieron con una lluvia de flechas, eludiendo los griegos éstas al precipitarse contra el enemigo, consiguiendo así forzar la disposición en cerradas formaciones de los persas, que impedían el uso de la caballería.

Esta acción resultó determinante, pues los persas no podían hacer mucho contra las largas lanzas de las fuerzas hoplitas, preparadas para un combate cuerpo a cuerpo, ya que sus arcos no les servían, y los sables, puñales y espadas cortas no podían hacer gran daño a los griegos protegidos con coraza. Los persas ofrecieron sin embargo una gran resistencia, consiguiendo romper en un momento el cerco griego, pero reagrupados los flancos helenos, estos últimos los pusieron en fuga hasta el lugar del desembarco, donde se entabló la ultima parte del combate.

Los atenienses capturaron siete barcos, pero eran insuficientes para cortar la retirada del ejercito enemigo, que fue totalmente masacrado. Las tropas persas, derrotadas, regresaron al Asia, pero eso no significaba que estuviera solucionado el problema entre persas y griegos, pues pronto estallaría un nueva guerra.

Filípides, según cuenta la leyenda, fue mandado por Milcíades a recorrer los 42 kilómetros que separaban a Maratón de Atenas para anunciar la victoria griega. Tras anunciar la victoria con la frase: «¡Alégrense, atenienses: hemos vencido!», se derrumbó por el esfuerzo y murió.

Segunda guerra médica

Temístocles retoma el mando en Atenas

El victorioso Milcíades quiso aprovechar el momento de gloria para expandir el poder de Atenas en el Mar Egeo, por lo que poco después de Maratón envió una parte de la flota contra las islas Cícladas (Egeo Meridional), sometidas todavía a los persas. Atacó la isla de Paros (Cíclades), exigiendo a su habitantes el tributo de 100 talentos, y al negarse la ciudad le puso sitio, pero la defensa fue tan ardua que los griegos tuvieron que contentarse con unos pocos saqueos. Este pobre resultado empezó a desilusionarlos con respecto a Milcíades, llegando a verlo incluso como un tirano que despreciaba las leyes.

Los enemigos de Milcíades lo acusaron de haber engañado al pueblo y lo sometieron a proceso, en el que no se pudo defender por haber sido herido en un accidente y estar postrado en una camilla. Se le declaró culpable, salvando la pena capital común en estos casos por los servicios prestados antes a la patria, condenándolo a pagar la elevada suma de 50 talentos. Poco después moriría a causa de sus heridas. Sería ahora Temístocles quien tomaría las riendas de Atenas

En el año 481 a. n. e., los representantes de diferentes polis, encabezados por Atenas y Esparta, firmaron un pacto militar symmaquia para protegerse de un posible ataque del Imperio persa. Según este pacto, en caso de invasión correspondería a Esparta la tarea de dirigir al ejército helénico. Su resultado fue una tregua general, que incluso propició el regreso de algunos desterrados.

Tras la muerte de Darío I el Grande, su hijo Jerjes I subió al poder, ocupándose los primeros años de su reinado en reprimir revueltas en Egipto y Babilonia, y preparándose a continuación para atacar a los griegos. Antes había enviado a Grecia embajadores a todas las ciudades para pedirles tierra y agua, símbolos de sumisión. Muchas islas y ciudades aceptaron, pero no Atenas y Esparta. Se cuenta que los espartanos respondieron a los embajadores: «Tendrán toda la tierra y el agua que quieran», y los tomaron y arrojaron a un pozo. Era una declaración de intenciones definitiva.

Sin embargo, en Esparta se empezaron a dar augurios nefastos, causados por la ira de los dioses debido a este acto de insolencia. Se llamó a los ciudadanos espartanos para solicitar si alguno de ellos era capaz de sacrificarse para satisfacer a los dioses y aplacar su ira. Dos ricos espartanos ofrecieron entregarse al rey persa, y se encaminaron hacia Susa (Irán), donde los recibió Jerjes, quien los obligó a postrarse ante él. Sin embargo, los emisarios espartanos se resistieron, y le respondieron: «Rey de los medos, los lacedemonios nos han enviado para que puedas vengar en nosotros la muerte dada a tus embajadores en Esparta». Jerjes les respondió que no iba a hacerse reo del mismo crimen, ni creía que con su muerte los liberaría de la deshonra.

Termópilas

El poderoso ejército de Jerjes I, que se estima en unos 60 000 o 70 000 hombres (aunque la tradición griega afirmaba que Jerjes marchaba con millones de hombres), y mejor equipados que los anteriores, partió el 480 a. n. e..

Llevaban en la cabeza una especie de sombrero llamado tiara, de fieltro de lana; alrededor del cuerpo, túnicas con mangas guarnecidas a manera de escamas; cubrían sus piernas con una especie de pantalón largo; en vez de escudos de metal portaban escudos de mimbre; tienen lanzas cortas, arcos grandes flechas de caña de aljabas y puñales pendiendo de la cintura.

Cruzaron el Helesponto, y siguiendo la ruta de la costa se adentraron en la península. Las tropas helenas, que conocían estos movimientos, decidieron detenerlos el máximo tiempo posible en el desfiladero de las Termópilas (que significa Puertas Calientes).

En este lugar, el rey espartano Leónidas situó a unos 5000 soldados espartanos y 1000 más de otras regiones. Jerjes le envió un mensaje increpándolos a entregar las armas, a lo que respondieron: «Ven a tomarlas». Tras cinco días de espera, y viendo que su superioridad numérica no hacía huir al enemigo, los persas atacaron.

Sin embargo, en aquel desfiladero tan estrecho los persas no podían usar su famosa caballería, y su superioridad numérica quedaba bloqueada, pues sus lanzas eran más cortas que las griegas. La estrechez del paso les hacía combatir con similar número de efectivos en cada oleada persa, por lo que no les quedó mas opción que replegarse después de dos días de batalla.

Pero ocurrió que un traidor, llamado Efíaltes, condujo a Jerjes a través de los bosques para llegar por la retaguardia a la salida de las Termópilas.

La protección del camino había sido encomendada a 1000 foceos, que tenían excelentes posiciones defensivas, pero se acobardaron ante el avance persa y huyeron. Al conocer la noticia, algunos griegos hicieron ver lo inútil de su situación para evitar una matanza, decidiendo entonces Leónidas dejar partir a los que quisieran marcharse, quedándose él y sus espartanos firmes en sus puestos.

Atacados por el frente y la espalda, los espartanos sucumbieron después de hacer pagar a los persas un gran tributo en sangre. Posteriormente se levantaría en ese lugar la inscripción: «Viajero, ve y dile a Esparta que hemos muerto por cumplir con sus sagradas leyes».

Salamina

Con el paso de las Termópilas franco, toda la Grecia central estaba a los pies del rey persa. Tras la derrota de Leónidas, la flota griega abandonó sus posiciones en Eubea y evacuó Atenas, buscando refugio para las mujeres y los niños en las cercanías de la isla de Salamina. Desde ese lugar presenciaron el saqueo e incendio de la Acrópolis por las tropas dirigidas por Mardonio.

A pesar de ello, Temístocles aún tenia un plan: atraer a la flota persa y entablar batalla en Salamina, con una estrategia que lograría vencerles. Cuenta la leyenda que Temístocles se hizo pasar por traidor ante el rey de Persia, incitándolo a una victoria segura en Salamina, pero esta anécdota es probablemente falsa.

Lo cierto es que Jerjes decidió entablar combate naval, utilizando un gran número de barcos, muchos de ellos de sus súbditos fenicios. Sin embargo, la flota persa no tenia coordinación al atacar, mientras que los griegos tenían perfilada su estrategia: sus alas envolverían a los navíos persas y los empujarían unos contra otros para privarlos de movimiento. Su plan resultó, y el caos cundió entre la flota persa, con nefasto tesultado: sus barcos se obstaculizaron y chocaron entre sí, yéndose a pique muchos de ellos, y contando además con que los persas no eran buenos nadadores, mientras que los griegos al caer al mar podían nadar hasta la playa. La noche puso fin al combate, tras el cual se retiró destruida la otrora poderosa armada persa. Jerjes presencio impotente la batalla, desde lo alto de una colina.

Los helenos sabían que cuando llega la hora del combate, ni el número ni la majestad de los barcos ni los gritos de guerra de los bárbaros pueden atemorizar a los hombre que saben defenderse cuerpo a cuerpo, y tienen el valor de atacar al enemigo.

Fin de las guerras médicas

Temístocles quiso llevar la guerra a Asia Menor, enviar allí la flota y sublevar las colonias jónicas contra el rey de Persia, pero Esparta se opuso, por el temor de dejar desprotegido el Peloponeso.

Por estas razones, la guerra continuó en Europa, volviendo el ejército persa a invadir el Ática en el año 479 a. n. e.. Mardonio ofreció la libertad a los griegos si firmaban la paz, pero el único miembro del consejo de Atenas que votó por esa causa fue condenado a muerte por sus compañeros. De esta forma, los atenienses hubieron de buscar refugio nuevamente en Salamina, siendo incendiada su ciudad por segunda vez.

Al enterarse de que el ejército espartano (increpado con amenazas por los atenienses para que les prestaran ayuda) se dirigía contra ellos, los persas se retiraron hacia el Oeste, hasta Platea. Dirigidos por su rey Pausanias, conocido por su sangre fría, los espartanos lograron otra estruendosa victoria sobre los persas, capturando de paso un gran botín que les estaba esperando en el campamento persa.

Junto a la victoria en Platea, ocurrió poco tiempo después el hundimiento de la flota persa en Micala, que fue además la señal para el levantamiento de los jonios contra sus opresores. Los persas se retiraron de la Hélade, poniendo así fin a los sueños de Jerjes de conquistar el mundo helénico. De esta forma las Guerras Médicas, que enfrentaron por primera vez a Oriente y a Occidente, llegaron a su fin.

Véase también

Referencias

Fuentes