Sistema defensivo de la Habana (siglos XVI-XVII)

Sistema defensivo de La Habana
Información sobre la plantilla
Primerplandefensadecuba.JPG
Fecha:año 1771
Lugar:Bandera de Cuba Cuba
Descripción:
Uno de los más importantes del área caribeña y de todo el continente americano, tanto constructiva como estratégicamente, así como uno de los más conservados en la actualidad.
Resultado:
Fue el primero de los planes defensivos que se elaboraron para América en el último tercio del siglo XVIII
País(es) involucrado(s)
Bandera de Cuba Cuba
Líderes:
Silvestre Abarca, ingeniero militar

Sistema defensivo de La Habana. También conocido como el Primer plan para la defensa de Cuba. Elaborado por el ingeniero militar Silvestre Abarca, después de la restitución de la Isla a la soberanía española y de haber hecho un detallado reconocimiento del terreno al este y el oeste de la capital cubana. En su concepción participaron destacados ingenieros militares y se conjugaron distintas escuelas y diseños.

Generalidades

La necesidad de defender La Habana, uno de los puntos clave en el tráfico comercial americano y en la estrategia defensiva imperial, obligó a España desde mediados del siglo XVI a planificar su fortificación.

Ese fue el origen de uno de los más completos sistemas defensivos en ciudades de la América española, desarrollado en diferentes momentos, que se completó de acuerdo con las exigencias cambiantes, tanto ofensivas como defensivas, del arte militar.

Estrategia

La estrategia estaba basada en la idea de ganar tiempo, poniendo las máximas dificultades al enemigo en cada fase del ataque a la plaza, desde el momento del desembarco hasta el mismo instante de la capitulación, si llegaba el caso, para que las enfermedades tropicales diezmaran a los invasores, como sucedió a la agrupación que los generales Wenworth y Knowles desembarcaron en Guantánamo en 1741.

Abarca sabía muy bien que la mejor protección de La Habana era el medio, pues los ejércitos enemigos resultaban inevitablemente afectados por las enfermedades tropicales, en especial, el vómito negro, cuyos efectos comenzaban a dejarse sentir a partir de la segunda semana del desembarco. Estaba demostrado que los efectos del medio isleño sobre las tropas invasoras producían muchas más bajas que cualquier acción combativa. Aprovechar los accidentes del relieve y de la espesa vegetación que rodeaba La Habana eran otras claves de la estrategia defensiva.

El conocimiento del terreno jugaba a favor de los asediados, por eso el plan de defensa analizaba minuciosamente la mejor forma de aprovechar los accidentes naturales, combinándolos con los recursos humanos y materiales, ajustando al detalle las partidas de soldados y el número de cañones con que debían resguardarse determinados parajes, así como qué regiones dejar abandonadas atendiendo a que por sus características ofrecieran pocas posibilidades de retrasar el avance enemigo.

En definitiva, el objetivo era ganar el máximo de tiempo, con el propósito de que las enfermedades minasen al adversario, obligándole a retirarse, y permitir que llegaran los refuerzos del interior y de otras colonias españolas.

Planificación de la defensa

El plan de defensa contiene un análisis de las principales hipótesis de invasión y las respuestas del sistema defensivo. En cambio, apenas recoge datos geográficos, demográficos y económicos de la región, limitándose a fundamentar la importancia de la defensa de La Habana por su enorme interés estratégico para la navegación entre España y América.

La planificación de la defensa partía del supuesto de que no serían menos de 20 000 hombres los que intentarían atacar La Habana. Teniendo esto en cuenta, se plantean las hipótesis de atacar primero la ciudad y, tomada ésta, emprender la conquista del Morro y la Cabaña o viceversa, e incluso, la de atacar ambos objetivos a la vez. Abarca descartaba esta última porque obligaba a los enemigos a dispersar sus tropas.

Por estas razones, el adversario debería elegir entre conquistar primero la plaza y después el conjunto Morro-Cabaña o empezar por éste y terminar por la ciudad, como había hecho Albemarle. Desde este punto de partida, el plan de defensa se estructura en dos partes: la primera se refiere a la salvaguarda de la plaza y la segunda a la de los castillos del Morro y de San Carlos de la Cabaña. Previamente, se analizan las medidas que debían tomarse para evitar el desembarco en los lugares de las costas inmediatas a La Habana, que resultaban más adecuados para ello: Cojímar o Bacuranao, a barlovento de la plaza, y la Chorrera, a sotavento de la misma. Para intentar impedir o al menos retrasar el desembarco, se contemplaba la creación de un ejército volante integrado por más de 5 250 efectivos con 12 cañones para formar baterías en las alturas próximas a los posibles lugares de desembarco.

Ubicación de las tropas

La ubicación de las tropas volantes debía hacerse de tal forma que siempre estuviese asegurada su retirada, bien a los castillos del Morro y la Cabaña o a los de El Príncipe y Atarés, entonces en construcción. Este ejército volante debía vigilar también los puertos de Mariel y Matanzas, por si los enemigos intentaban resguardar allí su escuadra.

Estado de las fortificaciones, recursos humanos y materiales para su protección

El plan de defensa de la plaza comienza con una descripción del estado de las fortificaciones y, a partir de ahí, analiza los recursos humanos y materiales necesarios para protegerlas.

Pero en la defensa de la plaza se concede importancia al papel que debe desempeñar el gobernador, especificando con detalle sus funciones, tanto militares como civiles, incluso en condiciones en que se viera forzado a rendir la plaza.

El plan termina con una nota muy breve sobre el estado de las fortificaciones de los puertos de Baracoa y Matanzas, en la costa norte, y Jagua, Santiago de Cuba y Guantánamo, en la costa sur.

Causas del Plan

El plan concebido por Abarca es consecuencia de la derrota de 1762. Se basó en aprovechar las posibilidades que ofrecían las recientes fortificaciones y el nuevo ejército organizado por O'Reilly, que permitió disponer en 1771 de casi 10 000 hombres entre tropas veteranas y de milicias para salvaguardar la isla.

Abarca consideró necesarios 5 200 soldados para defender la plaza, además de un ejército volante formado por más de 4 800 hombres. La estrategia defensiva se fundamentó en ganar tiempo, a fin de que las enfermedades tropicales diezmasen las tropas enemigas, y pudiera llegar ayuda, bien de "tierra adentro" de la isla o de otras colonias españolas del área. Por tanto, Abarca previó el tiempo que debía resistir cada uno de los puestos y de las fortificaciones de la plaza. En su opinión, el sistema defensivo de la plaza podía prolongar el asedio durante más de seis meses.

Principales etapas de la evolución

Se han diferenciado tres etapas en la evolución del sistema defensivo habanero. La primera data de finales del siglo XVI, cuando la derrota de la Armada Invencible desarticuló las protecciones marítimas dinámicas del comercio americano y propició la implementación de defensas estáticas, a partir de la construcción de fortificaciones permanentes abaluartadas.

La concepción de ese amplio sistema, a nivel continental, se debió en lo esencial al ingeniero militar Juan Bautista Antonelli, quien llegó a La Habana en 1589. Por entonces, para la defensa de la población ya existía el Castillo de la Real Fuerza, que resultaba insuficiente; por ello, Antonelli elaboró las plantas de dos fuertes a ubicar a ambos lados del canal de entrada de la bahía habanera: el Castillo de los Tres Reyes de El Morro y el de San Salvador de la Punta.

Ambas construcciones se realizaron según los cánones de la escuela italiana de fortificaciones del Renacimiento, pero la de Castillo de los Tres Reyes de El Morro fue mucho más singular, por los altos muros adaptados a las exigencias de la forma del peñón que le sirvió de asiento.

La fortaleza de La Punta, menos ambiciosa, constituyó un cuadrilátero con baluartes en cada uno de sus ángulos. La principal ventaja de su ubicación era la posibilidad que propiciaba de cruzar fuegos con Castillo de los Tres Reyes del Morro, para impedir la entrada por el canal de la bahía. Entre uno y otro, en caso de necesidad, era posible tender una gruesa cadena para bloquear la circulación por el canal.

En el siglo XVII la protección se complementó con el fuerte de Santa Dorotea de la Luna, en La Chorrera, y el torreón de Cojímar, ambos en la costa norte de La Habana, lugares de posibles desembarcos enemigos al este y al oeste de la ciudad.

A ese primer sistema defensivo se adscribieron las murallas de La Habana, proyectadas desde el siglo XVI, cuya construcción se emprendió de modo efectivo en 1674. La construcción se extendió por décadas, y al momento de la Toma de La Habana por los ingleses, en 1762, algunos tramos del foso no estaban aún concluidos. Su utilidad para la defensa de la plaza siempre estuvo en duda, pero subsistieron hasta la segunda mitad del siglo XIX, cuando, desde hacía mucho, no cumplían papel alguno.

La segunda etapa del sistema de fortificación de La Habana se inició tras la recuperación de la ciudad por España, en 1763. Se inició entonces un proceso de reformas con el objetivo de garantizar el resguardo del territorio para evitar episodios como el inglés.

Uno de los componentes del proceso fue el perfeccionamiento de las defensas habaneras en dos direcciones: la reconstrucción de las ya existentes -que además de resultar muy dañadas por la invasión inglesa, habían demostrado sus deficiencias en las nuevas condiciones militares de la segunda mitad del XVIII-, y la fortificación de los puntos de la ciudad desguarnecidos que habían sido utilizados por los ingleses durante el sitio.

El proyecto se encomendó a Silvestre Abarca, destacado ingeniero militar que viajó a la Isla junto al gobernador Conde de Ricla en julio de 1763. Abarca encabezó un grupo de especialistas en fortificaciones, en el cual también sobresalió el ingeniero Agustín Crame.

El proyecto comprendió la reconstrucción de El Morro, La Punta y el resto de las fortificaciones existentes, y la construcción de los castillos de El Príncipe, Atarés y del Castillo de San Carlos de la Cabaña.

Con ellos quedaron cubiertos los puntos más vulnerables del entorno habanero, en elevaciones facilitadoras del trabajo de la artillería y desde donde era posible cortar las comunicaciones con la campiña.

De ellos, el Castillo de San Carlos de la Cabaña resultó un verdadero reto, por sus dimensiones y la complejidad de sus múltiples elementos defensivos. También se mejoró y amplió el grupo de baterías de fuego rasante para apoyar la capacidad defensiva de los fuertes.

Desde el punto de vista constructivo, menos impresionantes resultaron las edificaciones incorporadas al sistema defensivo en el siglo XIX, en la tercera etapa; sobre todo porque los cambios tecnológicos aplicados a la artillería, así como otras innovaciones, transformaron de modo radical las concepciones defensivas.

Por otra parte, ya en esa centuria las preocupaciones militares adquirieron otros matices, por los cambios de origen de los peligros que amenazaban a la ciudad.

Así, el llamado Frente Marítimo, un conjunto de baterías y fortines levantados de cara al mar, se construyó debido al temor a un ataque proveniente de Estados Unidos. El Frente de Tierra cumplía el propósito de defender la ciudad ante la posibilidad de ataques por parte de los insurrectos, en la etapa de las guerras por la independencia.

También resultó significativa la construcción de la Batería de Velasco, a un costado del El Morro, con gruesos muros capaces de contrarrestar el creciente poderío del fuego artillero.

Importancia del Plan

Asimismo, el primer plan para la defensa de Cuba contiene órdenes estrictas sobre el papel de los jefes militares en la defensa, señalando con exactitud el puesto que debía ocupar cada uno e insistiendo en que tenían obligación de dar ejemplo y de ponerse al frente de sus tropas, arriesgando su propia vida. El interés de este plan de defensa está, además, en que fue el primero de los que se elaboraron para América en el último tercio del siglo XVIII. Su influencia se percibe en otros, por ejemplo el de Veracruz, con el que presenta bastantes similitudes.

Fuente