Vándalos (etnia)

Vándalos
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Concepto:La antigua tribu germánica de los vándalos ingresaron en la península ibérica en el siglo V.

Los vándalos pertenecieron a los pueblos germánicos. Los romanos les llamaban «bárbaros» por vivir fuera de las fronteras de su imperio. Originarios de la zona del Báltico, en la actual Dinamarca, tuvieron que migrar hacia el sur, buscando refugio en las orillas del mar Negro, debido a la invasión de los godos, en el siglo II.[1]

En su lucha contra los romanos, los pueblos germanos: los ostrogodos, los vándalos, los visigodos, los francos..., establecieron distintos reinos que antes formaban parte del Imperio romano de Occidente conocidos como reinos romano-germánicos porque en ellos se mezclaron las costumbres, la cultura y las formas de vida romana y germana.[2]

Significado

Los lugiones o vándalos ocupaban el territorio al oeste del Vístula y junto al Oder, hasta el norte de Bohemia. La palabra vándalo parece tener un doble significado y querría decir ‘los que cambian’ y ‘los hábiles’, mientras que su otro nombre, lugios o lugiones, también con doble significado, querría decir ‘mentirosos’ y ‘confederados’. Parece ser que al principio las tribus de los vandulios (o vandalios) y la de los lugios (o lugiones), junto con las de los silingos, omanos, buros, varinos, didunos, helvecones, arios o charinos, manimios, elisios y naharvales correspondían a pequeños grupos de origen similar, integrando otra rama del grupo de los hermiones, que formaron después un gran grupo identificado generalmente como lugiones, cuyo nombre predominaba para designar a todos los pueblos componentes, incluidos los vándalos. Más tarde (en el siglo II) acabó prevaleciendo el nombre de vándalos para el conjunto de pueblos.[3]

La persistencia vándala en el arrianismo y su humillante desvalijamiento de Roma fueron determinantes para que la Iglesia Católica les demonizase. Afirmaban que los vándalos «se destacaban por su barbarie y por el furor con que destruían cuanto encontraban su paso».[4]

Siglos más tarde, en 1794, Henri Grégoire ―obispo de Blois y entusiasta defensor de la Revolución francesa― recogió este rencor atávico contra los vándalos. Grégoire calificó, precisamente, de "vandalismo" el saqueo y destrucción de monasterios y abadías perpetrados por parte de la población durante el convulso período del Terror. Años después tuvieron lugar asaltos parecidos en diversos puntos de Europa, a raíz de las desamortizaciones de bienes eclesiásticos que se dieron en el marco de las revoluciones liberales. Ello permitió exportar el término "vandalismo" al resto de idiomas del continente, con idéntico significado.

Historia

Los vándalos en la península ibérica, en el siglo V.

El origen de los pueblos vándalos se remontan a las costas bálticas escandinavas. Poco antes de nuestra era descendieron hacia el sur y se establecieron en lo que hoy son Polonia y Alemania oriental, pasando a formar parte del conglomerado de germanos del este sin apenas contacto con el mundo romano. En conflicto constante con los godos y otros pueblos, siguieron su descenso, tratando de instalarse en las riberas danubianas. Así fue como chocaron con Roma a finales del siglo III.

Los vándalos, junto con los alanos y los suevos, se establecieron en Hispania en el siglo IV. Durante años sufrieron los ataques de los visigodos, que trataban de someterles a la autoridad romana en calidad de federados. Como resultado de este acoso se produjo la derrota de los alanos. Estos se integraron con los vándalos y, juntos se hicieron fuertes en el sur de la península, convirtiendo Hispalis (Sevilla) en su capital.[5]

Durante los años que permanecieron en la península ibérica, los saqueos y destrucciones protagonizados por los vándalos fueron frecuentes, como el de Cartagena.

Tras unos veinte años en la península, los vándalos se trasladan al norte de África invitados por el gobernador romano de la provincia, Bonifacio, que buscaba en ellos aliados en sus disputas internas con otros miembros de la élite romana por el control del trono imperial de Occidente. En el 429 cruzaron el estrecho desde Tarifa y llegaron a Ceuta. Una vez allí, les hizo saber ―a unos 80 000 individuos― que su ayuda ya no era necesaria. Sin embargo, los vándalos no regresaron a Hispania. Desde Ceuta se hicieron con el control de toda la provincia de Cartago, que comprendía la franja costera de los actuales Marruecos y Argelia, así como todo Túnez.

En el 430 falleció el obispo san Agustín, uno de los padres de la iglesia católica, víctima de una larga enfermedad. Los vándalos no fueron causantes de esa enfermedad, e incluso cuando destruyeron su ciudad, Tagaste, guardaron del fuego el templo y la biblioteca de Agustín de Hipona. Sin embargo, la muerte de San Agustín contribuiría decisivamente a la mala fama de los vándalos.

Desde las costas de la ciudad de Cartago se lanzaron a la conquista de Córcega, Cerdeña, Sicilia y las Baleares. También se dedicaron a asolar mediante la piratería las costas de la región y a bloquear las ya de por sí frágiles vías marítimas de comunicación del Mediterráneo, perjudicando también al Imperio romano de Oriente.

Al final, como el resto de germanos asentados, los vándalos se romanizaron en gran medida: se afeitaron la barba y adoptaron modas y hábitos romanos. Su arte pasó a ser el romano, al que añadieron su humilde pero sólida artesanía metalúrgica en armas y objetos cotidianos. A diferencia de otros bárbaros, quisieron mantener la segregación de la población nativa. Se apropiaron de las mejores tierras, expulsando de ellas a los señores romanos y persiguieron duramente el catolicismo.

Al final, el ejercito vándalo fue vencido por el bizantino. A Bizancio viajó el botín del saqueo de Roma, y Justiniano se sintió vengado como viejo romano.

El arrianismo fanático de los vándalos practicó la intolerancia hacia los católicos. A sus miembros se los despojaba de sus propiedades, se les desterraba o, en ocasiones, incluso se les asesinaba.

Los vándalos también saquearon Roma en el 455, aunque este saqueo no fue tan violento como el de los visigodos en el 410. Pero la Iglesia y el Papa se sintieron muy humillados. Aunque varias veces intentó Roma recuperar lo saqueado, al final, en el 474, el Imperio romano de Oriente firmó la paz perpetua con el vándalo, reconociendo su soberanía sobre los territorios ocupados.

Fuentes