Heriberto Manero

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Plantilla:Personaje artísticoHeriberto Manero. 


Datos biográficos

De familia eminentemente sagüera Heriberto Manero nace en La Habana en 1946 por una de esas casualidades del destino y de muy pequeño regresa a su Sagua natal en donde crece y desarrolla su vida y también empieza sus primeros pasos en el mundo de la pintura.

Vida y obra artística

Empuñó el pincel con madurez en la década del 60 tutorado por José Ramón (Pepito) Núñez y Rolando Marcet en el Taller Libre Fidelio Ponce de León. Sus primeras obras comenzaron en Sagua la Grande, cuando frecuentaba el taller libre de pintura “Fidelio Ponce de León”, aquí comenzó también su labor como muralista, destacándose los realizados en esta ciudad, la Universidad Central de Las Villas, Sancti Spíritus y Ciudad de la Habana Muy joven se fue a educar. Sin ser graduado, poseía una cultura vasta que le permitió impartir la asignatura de artes industriales en el poblado villaclareño de Corralillo. Allí surgió su primera obra de gran formato: dos lienzos enormes que tituló La guerra y la paz y que denotan el germen de lo que más tarde haría. En 1969, a solicitud de sus antiguos maestros, regresó a Sagua la Grande. Fue evaluado entonces como profesor-instructor de artes plásticas y enseñó durante un tiempo en el Fidelio Ponce. En breve se trasladó a la capital y se integró a la Unión de Escritores y Artistas de Cuba (UNEAC). En 1970 realizó el que probablemente fue su primer mural en La Habana, en la redacción de la revista Bohemia, dedicado al Apóstol. Lo nombró Alegoría de Martí. Ya no existe. Para entonces había pintado un total de diecinueve, entre Sagua, Santa Clara y la zona del Escambray. Después vendrían los hospitales Pedro Borrás y Fructuoso Rodríguez. Muralista por excelencia. Su prolífera obra podía descubrirse en cualquier rincón del país. La inmensa mayoría sucumbió con el tiempo, víctimas de la indolencia o el desconocimiento. En la actualidad sólo subsiste uno, en el vestíbulo del capitalino Hospital Fructuoso Rodríguez, que en la reconstrucción del inmueble optó por respetarse y otro en el Preuniversitario Miguel Diosdado Pérez Pimentel de Sagua la Grande. Pero la faceta de muralista no fue la única de este creador. Heriberto Manero produjo también una obra significativa. La mayoría de sus cuadros reposan, alejados del mercantilismo y la comercialización, en Sagua la Grande, atesorados por sus viejos amigos y sus familiares. En 1978 fundó en la capital el Taller de Libre Creación “Eduardo Abela”, conocido hoy por sus alumnos como “Taller de Manero”, en la localidad de La Ceiba. Alberto Figueroa, discípulo de Heriberto_Manero y actual miembro del taller en su nombre, engrandeció al hombre y al artista cuando expresara: “Manero en pocas palabras: Más bohemio que los impresionistas franceses. Fumador. Alérgico a la farándula y la chicharronería, sincero, pausado, de buen comer, inteligente y muy culto. Amante de la música clásica. Agudo observador de lo ‘invisible a los ojos’. Maestro, hombre y amigo incondicional. Incrédulo ante las ‘corrientes’ y los ‘grupos’ artísticos. No dejó hijos naturales, pero sigue guiando el camino de muchos jóvenes que le deben una parte considerable de nuestras vidas; pues su obra fundamental ha sido, sin dudas, el taller: legado artístico y pedagógico aún por reconocerse en la historia del arte y la educación en Cuba”. En 1978, con el poeta Raúl Ferrer, se fue a pintar a Yagüajay. Desde principios de la década del 80 se entregó a los murales de la ciudad de Santi Spíritus, apartándose un tanto de la estética expresionista que marcó su obra anterior. Trabaja ahora el relieve, utiliza materiales de desecho. Aparece la figura monumental, estilizada… Abundan en la obra de Manero las representaciones oníricas, donde criaturas fabulosas disfrutan a gusto de un paisaje de flamboyanes y aves comunes. Da la impresión que pintaba en fragmentos, desde su propia perspectiva. Segmentos que van desde el suceso inexplicable hasta la más absurda cotidianeidad. Diversidad de técnicas salta a la vista: óleo, pastel, acuarela o tinta china, recorriendo ese universo de visiones reales o imaginarias que muy difícilmente pueden escindirse y donde el protagonismo del color le pareciera lo más importante. Manero creía en el arte como un medio y no un fin. No le interesaba la burocracia, los papeleos, las inscripciones, pruebas de admisión y requisitos. Quería un arte puro, enriquecedor, transformador del hombre, que ayudara a expresar sentimientos, ideas. Sin embargo a su rol en la formación de decenas de jóvenes artistas cubanos no se le ha hecho la justicia que merece. Se ha dicho que su profunda belleza artística no transa con caminos que lleven a concesiones estéticas, en detrimento de la fuerza expresiva. Es cierto. No hay cabida en Manero para el goce puramente contemplativo. Es necesario tropezar, aprehender, sufrir con el artista desde su misma sensibilidad. Sin dejar de frecuentarla, Manero nunca volvió a vivir en Sagua la Grande. A finales de los años 80 la Casa de Cultura de la ciudad aún conservaba uno de sus primeros murales, dedicado a Maceo. Ya sintiéndose enfermo, pidió que lo taparan. No le concedía suficiente valor. Prometió regresar y pintar otro, en uno de los muros del patio. No pudo cumplir su palabra. Falleció en 1991. Sus hermanos atesoran el legado. Beatriz conserva un tomo de cuentos de Onelio Jorge Cardoso, dedicado por el escritor a Heriberto en octubre de 1970. “En sus últimos momentos pintó unos pasteles muy fuertes, a tono con lo trágico de su situación. No han sido expuestos”, recuerda ella. “Era un hombre modesto, noble, muy carismático. Un soñador que nunca comercializó su obra”. Alberto, el hermano menor, mantiene en su poder las dos últimas piezas que produjo el artista: dos paisajes que, según Beatriz, “hizo entre dolor y dolor, con una onda naïf… como un retorno”. Otra hermana, Marilyn, preserva numerosos cuadros.

Fuente

  • Documentos del museo de la localidad.