Jericó

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Jericó
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Jericó es una de las 10 ciudades más antiguas del mundo.

Jericó es una antiquísima ciudad situada en Cisjordania, cerca del río Jordán, en Palestina. Los hallazgos arqueológicos de esta ciudad cananea demuestran que se edificó hace más de diez mil años. Sus habitantes originarios fueron los cananeos.

En la tradición judeocristiana, la ciudad es conocida como el lugar donde los israelitas retornaron de la esclavitud en Egipto, dirigidos por Josué, el sucesor de Moisés.

  • en árabe أريحا Ariha;
  • en hebreo יְרִיחוֹ Yerihó (pronunciado [ierijó]).

Situación geográfica

Jericó está mencionada en los textos bíblicos y ubicada en la parte inferior de la cuesta que conduce a la montañosa meseta de Judá, a unos 8 km de la costa septentrional de la cuenca seca del mar Muerto, a casi 240 m por debajo del nivel del mar Mediterráneo y aproximadamente a 27 km de Jerusalén. Fue una importante ciudad del valle del Jordán (según el Deuteronomio 34:1, 3), en la ribera occidental del río.

Menciones en la Biblia

En una época, la ciudad fue conocida como «la ciudad de las palmeras» (Deuteronomio 34:3; Jue. 3:13); la primera mención en las Escrituras se da en relación al campamento de los israelitas en Sitim (Libro de los números 22:1 y 26:3), hacia el 1400 a. n. e.

La única manera en que los israelitas avanzar al interior de Canaán era tomando la ciudad. Josué envió a dos espías para que reconocieran la ciudad. El pueblo atravesó el río Jordán, y plantaron las tiendas delante de la ciudad. Por orden del líder Josué ―heredero de Moisés, que también afirmaba que tenía el poder de comunicarse con el dios Yajvéj―, cada día los hombres daban una vuelta a la ciudad, una vez por día, durante seis días consecutivos. En medio de los soldados, los sacerdotes portaban el arca del pacto, precedida por siete sacerdotes tocando las bocinas. El séptimo día dieron siete veces la vuelta a la ciudad; al final de la séptima vuelta, mientras resonaba el toque prolongado de las bocinas, los hombres derrumbaron las paredes de adobe y penetraron en la ciudad, matando a todos los hombres, mujeres y niños. A excepción de un tal Rajab, que traicionó a sus compatriotas, dando refugio a los espías e indicándoles por donde traspasar el muro de adobe. El oro, la plata, los objetos preciosos, entraron al tesoro de Josué, quien afirmó que en realidad eran para el dios Yajvéj. Josué lanzó una maldición ―que sus compatriotas creían infalible― contra quien reconstruyera la ciudad.

Pocos años después la aldea fue reconstruida. Fue asignada a Benjamín; se hallaba en los límites de Benjamín y Efraín.

Eglón, rey de Moab, hizo de ella su residencia en la época en que oprimió a los israelitas.

Durante el reinado de Acab, Hiel de Betel fortificó la ciudad; en el curso de esta fortificación perdió, o sacrificó, a sus dos hijos, en cumplimiento de la maldición de Josué.

Durante la época del profeta Eliseo ―discípulo del profeta Elías― había en Jericó una comunidad de profetas. Eliseo pasó con el anciano profeta Elías por Jericó y se lo llevó hasta el río Jordán (cerca de Jericó), y regresó solo, diciendo que Elías había sido llevado al cielo por un carro de fuego: como prueba mostró las ropas ensangrentadas de Elías.

En Jericó fueron puestos en libertad los hombres de Judá que habían sido hechos prisioneros por el ejército de Peka, rey de Israel. Los caldeos se apoderaron de Sedequías cerca de Jericó. Después del retorno del exilio, algunos de sus habitantes ayudaron a construir los muros de Jerusalén. Báquides, general sirio, levantó los muros de Jericó en la época de los Macabeos. Al comienzo del reinado de Herodes los romanos saquearon Jericó. Después Herodes la embelleció construyendo un palacio y, sobre la colina detrás de la ciudad, levantó una ciudadela que llamó Cipro. La parábola del Buen Samaritano se sitúa sobre el camino de Jerusalén a Jericó. La curación del ciego Bartimeo y de su compañero tuvo lugar en el camino de Jericó; Zaqueo, a quien Jesús llamó para hospedarse en su casa y darle la salvación, moraba en Jericó.

Curiosidades

Jericó se halla a casi 240 m. por debajo del nivel del mar Mediterráneo, en un clima tropical, donde crecían las balsameras, la alheña, los sicómoros. Las rosas de Jericó eran consideradas extraordinariamente bellas. La antigua Jericó se elevaba muy cerca de las abundantes aguas llamadas en la actualidad 'Ain es-Sultãn; ésta es indudablemente la fuente que Eliseo sanó. La Jericó moderna, en árabe «Er-Riha», se halla a 1,5 Km. al sureste de la fuente.


Arqueología

Ernst Selin y la sociedad Deutsche Orientgesellschaft (1907-1909) iniciaron allí excavaciones sobre el montículo llamado Tell es-Sultan. Fueron continuadas muy extensamente por John Garstang (1930-1936); en 1952 fueron reanudadas por Kathleen Kenyon y por las escuelas de arqueología de Inglaterra y EE. UU. Fue Garstang quien descubrió la evidencia de los muros caídos, y esta evidencia fue fotografiada por él y por posteriores investigadores. Los muros habían caído de dentro hacia afuera. Sus fundamentos no habían sido minados, sino que debieron ser derrumbados por un potente temblor de tierra. También había evidencia de un violento incendio de la ciudad. La revisión de Miss Kathleen Kenyon de esta identificación en base a la cerámica asociada con la cronología de Egipto no tiene en cuenta la necesaria revisión de la estructura cronológica de la historia de Egipto. En base a la revisión de Velikovsky y Courville, la destrucción de Jericó concuerda perfectamente con todos los detalles físicos de la destrucción y con los restos arqueológicos, y no se puede objetar a la identificación efectuada por Garstang en 1930-1936, ni a la fecha de 1400 a.C. Los restos correspondientes a la conquista correspondían a una doble muralla de ladrillos, con un muro exterior de 2 m. de espesor, un espacio vacío de alrededor de 4,5 m. y un muro interior de 4 m. Estos muros tenían en aquel entonces 9 m. de altura. La ciudad, muy pequeña, estaba entonces tan superpoblada que se habían construido casas en la parte alta de la muralla, por encima del espacio vacío entre las dos murallas (cf. la casa de Rahab, Jos. 2:15). El muro exterior se hundió hacia afuera, y el segundo muro, con sus edificaciones encima, se hundió sobre el espacio vacío. Así, la arqueología nos da, en realidad, una evidencia totalmente armónica con el relato de las Escrituras.

Véase también

Fuentes