Ramón Ayala (cantautor argentino)

Este artículo se refiere al cantautor argentino. Para ver la biografía del acordeonista mexicano, consulte Ramón Ayala (acordeonista, n. 1945).
Ramón Ayala
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Ramon Ayala (n. 1937) tocando su guitarra de 10 cuerdas, entre sus cuadros.jpg
Ramón Ayala tocando su guitarra de 10 cuerdas, entre los cuadros pintados por él.
NombreCidade, Ramón Gumercindo
Nacimiento10 de marzo de 1937[1][2][3][4]
ciudad de Garupá,[5]
provincia de Misiones,
República Argentina Bandera de Argentina
Fallecimiento7 de diciembre de 2023 (86 años)
ciudad de Buenos Aires,
República Argentina
Causa de la muerteneumonía
Residenciaciudad de Buenos Aires
Nacionalidadargentina
Otros nombresEl Mensú
Ciudadaníaargentina
Ocupaciónmúsico,
compositor,
guitarrista,
cantante,
escritor,
pintor

Ramón Ayala es el seudónimo artístico de Ramón Gumercindo CIDADE (provincia de Misiones, 10 de marzo de 1937 - Buenos Aires, 7 de diciembre de 2023), quien fue un cantautor, escritor, poeta y pintor argentino.[5]

Fue uno de los máximos representantes de la música litoraleña y poseyó una de las trayectorias más extensas en el mundo artístico sudamericano.

Ayala fue uno de los pocos folcloristas que acostumbraba actuar con su atuendo de gaucho argentino, que consiste de un sombrero, bombacha, guitarra y botas.

Biografía

Ramón Ayala nació en el pueblo de Garupá el 10 de marzo de 1937, el cual queda 15 km al sureste de la ciudad de Posadas (capital de la provincia de Misiones), frente al río Paraná, y en la frontera con la República del Paraguay. Es hijo de Umbercindo Cidade, un argentino nacido en Yapeyú (el lugar de nacimiento del general argentino José de San Martín, en la provincia de Corrientes), que fue cónsul argentino en San Borja (Brasil), y después tuvo uona panadería y proveeduría al por mayor, en el pueblo de Santo Tomé (Corrientes).

Ayala es el mayor de cinco hermanos: Vicente José (que es un músico violinista), Osvaldo, Julieta y Julio Cambá (alias ‘negro’). Cuando tenía cuatro años de edad se mudaron con su familia desde Santo Tomé (Corrientes) a Posadas. Al morir su padre vivieron los cinco niños con su madre en una casa «asombrada» (embrujada) que pertenecía a la familia Grau, en la calle Rademacher en Villa Urquiza (barrio de la ciudad de Posadas).[6] Todavía niño, se mudó con su madre a la ciudad de Buenos Aires (capital de Argentina).

Siempre se interesó en las canciones regionales guaraníes, y a los 14 años comenzó a tocar la guitarra. Luego se relacionó con el músico paraguayo Herminio Giménez (creador de polcas paraguayas y guaranias, y director de la Orquesta Folclórica de la Provincia de Corrientes). Comenzó tocando con el mendocino Félix Dardo Palorma (1918-1994), el correntino Rulito González (años 1920-1979) y el rosarino Damasio Esquivel (1919-2004). Con este último chamamecero debutó en radio Rivadavia y el Palermo Pálace.

En 1957, el cantante Horacio Guaraný (1925-2017) difundió en Radio Belgrano (de la ciudad de Buenos Aires) la canción «El mensú», de Ramón Ayala, consiguiendo que se difundiera por las radios.

Desde allí comenzó a trabajar con Emilio Biggi, Juan Escobar, Samuel Aguayo, Mauricio Valenzuela y otros. Trabajó en el grupo musical de la cantante catamarqueña Margarita Palacios. Viajaron por el Noroeste argentino y la Patagonia. Más tarde cantó y tocó la guitarra con Arturo Sánchez y Amadeo Monjes, en el trío Sánchez-Monjes-Ayala.

Hacia 1960 creó el ritmo llamado «gualambao» con la idea de darle un estilo propio y único a su provincia, ya que Misiones carece de un ritmo peculiar o exclusivo de su locación. El ritmo está formado por dos ritmos de polca encadenados por una permanente síncopa que le confiere una fisonomía particular. Se escribe en compás de 12/8 (doce octavos), es decir que cada compás posee 12 corcheas distribuidas entre 4 tiempos.[7]

En 1962 viajó a Cuba, invitado por el Instituto Cubano de Amistad con los Pueblos tras el triunfo de la Revolución cubana (enero de 1959). Allí pudo conocer al revolucionario argentino Ernesto Che Guevara, y comprobar que su canción El mensú ―que se había hecho famosa cinco años antes― había sido cantada en los fogones revolucionarios de la Sierra Maestra, durante el desarrollo de Guerra de liberación nacional (1956-1958).[8][9][10]

Fotografía de la portada del disco de vinilo La vuelta de Ramón Ayala (de 1976).[11]
Yo canté tus canciones en los fogones de la Sierra Maestra. Sí, soy de Misiones, mis padres tenían allí un obraje.

Luego, por espacio de diez años, viajó por España, Suecia, Francia, Italia, Rumania, Chipre, Uganda, Kenia, Tanzania, Líbano, Turquía, Kuwait Irak, las islas de los pescadores de perlas en el golfo Pérsico, Irán, Persépolis, Kurdistán, Baréin y otros países del Oriente Medio, realizando recitales y muestras de pinturas.

En 1976 publicó su primer disco, El mensú. Además, posee cinco horas de cine filmado en la región árabe. Desde 1978 vive en el tradicional barrio de San Telmo, en el centro de Buenos Aires, con su esposa María Teresa.[13]

Ramón Ayala es tío del músico Wallas (Guillermo Cristian Cidade), cantante de la banda de skate rock y punk argentina Massacre Palestina.[14]

Canciones clásicas

Hasta 2002 ha compuesto más de 300 canciones populares.

  • «Posadeña linda», que es la canción oficial de la ciudad de Posadas (provincia de Misiones).[15][16]
  • Coplas sureñas (milonga).
  • El cachapecero, cantados en el mundo por Mercedes Sosa y otros artistas, nacieron también como una muestra de los oficios del hombre litoral, de la misma manera que
  • El cosechero (‘trabajador de los algodonales’). Fue creado junto al río Paraná, viendo bajar de la balsa a los hombres que llegaban a la provincia de Chaco desde la provincia de Corrientes, rumbo a los algodonales de Sáenz Peña (provincia de Chaco).
  • El jangadero (‘hombre de la balsa’).
Fotografía de la contraportada del disco de vinilo La vuelta de Ramón Ayala (de 1976).[11]
  • El mensú (‘cosechero de yerba mate’), compuesto con Vicente Cidade
  • El moncho
  • Mi pequeño amor
  • Mírame otra vez (zamba del noroeste argentino, cantada por el grupo Los Nocheros, Los Cuatro de Salta y otros.
  • Poema 20 (con letra del poeta chileno Pablo Neruda).
  • Un día en tu vida
  • Zambita de la oración

Tiene tres nuevos discos, Desde la selva y el río, Entraña misionera y Testimonial 1 (editado en 2006 por EPSA), y otros dos en preparación: La guitarra y yo, y Guitarras del mundo, de próxima aparición.

Libros

  • Cuentos de tierra roja y Canciones, poemas y dibujos, publicados por la UNaM (Universidad Nacional de Misiones).
  • Desde la selva y el río. Buenos Aires: Roberto Vera Editor.
  • Canciones para curar el alma (poemario inédito).
  • Las historias de la abuela o la Guerra Grande, acerca de la Guerra de la Triple Alianza (en 1865);
  • Juan de los Caminos (sobre duendes, muertes, contrabandos);
  • Confesiones a partir de una casa asombrada;
  • Alto Paraná: incluye tres cuentos, poemas, dibujos y canciones en un CD (disco compacto).
  • Génesis del gualambao.
  • Confesiones a partir de una casa asombrada. Rosario: Serapis, 2015.

Escribió un libro de viajes, donde cuenta todas sus peripecias

Obras de arte

Ha expuesto en múltiples galerías de Argentina, Sudamérica, Europa y Asia.

Exposiciones de pinturas

  • 1967: Galería Rubistein, en Mar del Plata (Argentina).
  • 1967: Galería El Mensú, en Mar del Plata (Argentina).
  • 1968: Refugi D’Art, en Barcelona (España).
  • 1968: hotel Apolo Galery, en Kampala (Uganda).
  • 1970: Galería Aerolíneas Argentinas, en Londres (Reino Unido).
  • 1971: The Art Society, en Teherán (Irán).
  • 1972: Cenáccolo La Fiáccola, en Roma (Italia).
  • 1973: Caja de Ahorros del Sureste, en Alicante (España).
  • 1974: Casa Argentina de Vigo (España).
  • 1976: Ateneo Popular La Boca (barrio en Buenos Aires).
  • 1976: Krass Artes Plásticas, en Rosario (Argentina).
  • 1976: Theo Artes Plásticas, en Buenos Aires (Argentina).
  • 1977: Casa de la Cultura, en Salta (Argentina).
  • 1977: Galería Desyree, en Mendoza (Argentina).
  • 1978: Bauen Hotel, en Buenos Aires (Argentina).
  • 1979: La Vuelta de los Tachos, en Buenos Aires (Argentina).
  • 1981: Colegio Montoya (INSPARM) en Misiones.
  • 1982: Dirección de Cultura de Cerro Pelón (provincia de Misiones).
  • 1983: Galería Yatch y Golf Club, en Asunción (Paraguay).
  • 1983: Galería Sepia, en Asunción (Paraguay).
  • 1984: Casa de la Cultura, en Santa Cruz (Bolivia).
  • 1984: Alianza Francesa, en La Paz (Bolivia).
  • 1984: Casa Argentina, en La Paz (Bolivia).
  • 1984: Banco de la Nación Argentina, en Asunción (Paraguay).
  • 1984: Centro Cultural Malvinas, en Buenos Aires (Argentina).
  • 1985: Salón Municipal de la ciudad de Concordia, en la provincia de Entre Ríos (Argentina).
  • 1986: Universidad del Sur, en Bahía Blanca (Argentina).
  • 1987: Feria de Industria y Comercio, en Sevilla (España).
  • 1987: Krass Artes Plásticas, en Rosario (Argentina).
  • 1988: Galería Fra Angélico, en el barrio de La Boca (Buenos Aires).
  • 1989: Dirección de Cultura de la provincia de Misiones (Argentina).
  • 1990: Dirección General de Artes Visuales, en Galería Pacífico, en Buenos Aires (Argentina).
  • 1991: Galería Novotel, en Encarnación (Paraguay).
  • 1991: Galería Austral, en Posadas (capital de la provincia de Misiones).
  • 1991: Casa de la Cultura de Virasoro, en la provincia de Corrientes (Argentina).
  • 1991: Galería Belmarco, en Asunción (Paraguay).
  • 1992: Fundación Alturas, en Karlsruhe (Alemania).
  • 1992: Fundación Mario Quintana, en Porto Alegre (Brasil).
  • 1993: Centro Cultural de Posadas (Argentina).
  • 1994: Cámara Junior, muestra itinerante (Fernando de la Mora, Paraguay).
  • 1995: Museo de Bellas Artes, en Asunción (Paraguay).
  • 1995: Galería Belmarco, en Asunción (Paraguay).
  • 1996: Paraná Country Club y Colegio Americano (Hernandarias, Paraguay).
  • 1998: Galería Núcleo de Arte, en Buenos Aires (Argentina).
  • 1998: Hotel Panamericano, en Buenos Aires (Argentina).
  • 1998: Centro Cultural de Posadas, Misiones, Argentina).
  • 1999: Galería Painé, en Buenos Aires (Argentina).
  • 1999: Congreso de la Nación Argentina, en Buenos Aires (Argentina).
  • 1999: Galería Universidad Católica de Salta, en Buenos Aires (Argentina).
  • 2000: Casa de la Provincia de Entre Ríos, en Buenos Aires (Argentina).
  • 2000: Museo de Bellas Artes Eduardo Sívori, con auspicio de la Subsecretaría de la Provincia, Dirección de Museos, Monumentos y Sitios Históricos, en Buenos Aires (Argentina).
  • 2000: Teatro Argentino de La Plata, con auspicio de la Subsecretaría de la Provincia, Dirección de Museos, Monumentos y Sitios Históricos, en la ciudad de La Plata (capital de la provincia de Buenos Aires).
  • 2000: Galería de Arte Diego Velázquez, en Buenos Aires (Argentina).
  • 2001: APSEE, Secretaría de Acción Social, en Buenos Aires (Argentina).
  • 2002: Bolsa de Comercio, en Buenos Aires (Argentina).

Premios

El charanguista Jaime Torres (1938-2018) y el guitarrista Ramón Ayala (1937-2023) presentaron varios recitales en Buenos Aires.
  • 1990: Premio UNESCO para el Desarrollo de la Cultura
  • 1992: Ciudadano Ilustre de la ciudad de Posadas (capital de la provincia de Misiones).
  • 1993: en Argentina, el COMFER (Comité Federal de Radiodifusión) ―hoy denominado AFSCA (Autoridad Federal de Servicios de Comunicación Audiovisual)― le confiere el premio «El mejor entre los mejores» por los programas musicales de radio Shanghái (en la República Popular China).
  • 1994: premio Maestro del Alma, Teatro Municipal General San Martín.
  • 1995: Primer Regional del NEA (Noreste Argentino), otorgado por el Ministerio de Educación y Cultura por la creación del ritmo «gualambao».
  • 1996: premio Manzana de Oro, otorgado por la Comisión Manzana de las Luces, en Buenos Aires (Argentina).
  • 1996: Diploma de la Argentinidad.
  • 1996: Premio Mensú de Oro, XXVIII Festival Folklórico del Litoral, en la ciudad de Posadas (provincia de Misiones).
  • 1997: Homenaje al Mérito, por la Honorable Cámara de Diputados de la Nación Argentina.
  • 1997: premio Música Popular Argentina, otorgado por la Biblioteca Nacional Argentina, en Buenos Aires.
  • 1997: Gran Premio Sadaíc (Sociedad Argentina de Autores y Compositores).
  • 1997: Ciudadano Ilustre de la ciudad de San Isidro (provincia de Buenos Aires).
  • 1998: Primer Premio Orden del Poncho (en Salta (Argentina).
  • 1998: Premio de Honor, Medalla de Oro, otorgado por la Fundación Bronislada K. de Szychowski (en Misiones).
  • 2000: premio al mérito «El Gauchito», en Rafaela (provincia de Santa Fe).
  • 2000: premio Unicornio de Oro, UPCN, en la ciudad de La Plata (provincia de Buenos Aires).
  • 2013: doctorado honoris causa por la Universidad Nacional de Misiones[17]
  • 2015: premio Konex de Platino al mejor cantante de folclore de la década en Argentina.
  • 2018: Mención de Honor Juana Azurduy, del Honorable Senado de la Nación Argentina.[18]

Referencias

Fuentes

  • Azcuénaga de Puchet, Herminda (2015): «Confesiones a partir de una casa asombrada», de Ramón Ayala», artículo publicado en Rosario (Argentina) en diciembre de 2015 en el sitio web porteño El Corán y el Termotanque (parodia de la frase «Ves llorar la Biblia contra un calefón», del tango Cambalache de Enrique Santos Discépolo; ese tango se puede escuchar cantado por Julio Sosa en el video «CAMBALACHE - ENRIQUE SANTOS DISCÉPOLO» publicado en YouTube).
    Esa misma fuerza poseedora de los vientos que cita como autora de los versos de El mensú, una de las canciones que lo hicieron conocido en todo el mundo, cantada en decena de idiomas y tarareada por el Che Guevara en los fogones de la Sierra Maestra. [...]
    Ese compromiso con los hombres que viven un territorio, que hacen las riquezas y padecen las injusticias hizo que lo invitaran desde el Instituto Cubano de Amistad con los Pueblos a visitar la isla durante 1962. Junto con intelectuales, artistas y políticos de todo el mundo. Ahí conoció al Che y presenció desde las costas el alineamiento de las embarcaciones norteamericanas, en plena crisis de los misiles.
  • Díaz Castro, Fidel (2014): «Primer Encuentro de la Canción Protesta: peleando aprendió a cantar», artículo publicado el 15 de agosto de 2014 en el sitio web de la revista La Jiribilla (La Habana).
    Entre el 27 de julio y el 8 de agosto de 1967, la canción comprometida con las luchas de los pueblos tuvo su primera gran erupción: Casa de las Américas reunía a cantores de todos los rincones del mundo en el Primer Encuentro Internacional de la Canción Protesta. [...]
    [Se publicó un álbum]:
    1. Me gustan los estudiantes (Ángel Parra), 2:42
    2. A time to be singing (Jean Lewis), 2:46
    3. Canción para mi América (Daniel Viglietti), 2:04
    4. Certainly, lord (Julius Lester), 3:13
    5. Mia cara moglie (Iván della Mea), 4:04
    6. Hasta siempre (Carlos Puebla), 4:05
    7. The ballad of Ho Chi Minh (Ewan McColl), 3:43
    8. Porque los pobres no tienen (Isabel Parra), 2:41
    9. Epigrama (Luis Cilia), 3:09
    10. The cutty wren (John Faulkner, Sandra Kerr, Terry Yarnell), 2:21
    11. Mi onda es la de David (Oscar Chávez), 2:44
    12. Vous (Martha Jean Claude), 2:39
    13. Bella Ciao (Giovanna Marini, Elena Morandi, Ivan Della Mea), 1:39
    14. El pobre y el rico (Los Olimareños, trío formado por Pepe Guerra [1944-], Braulio López [1942-] y Waldemar Sasías [1934-2010]), 2:07
    15. Lettera del condennatto a morte (Elena Morandi), 2:51
    16. Juventud (Carlos Molina), 2:48
    17. Le coq chant (Onema Djamba Pascal), 3:30
    18. Lullaby for the times (Sandra Kerr), 1:58
    19. El mensú (Ramón Ayala) (2:45
    20. San Sang Ban (Tran Drung, Pham Duong), 1:57
    21. Der hammer (Gerry Wolf), 3:45
    22. Coplas al compadre Juan Miguel (Alfredo Zitarrosa), 3:16
    23. Diguem no (Raimon), 2:23
    24. Coplera del viento (Oscar Matus y Armando Tejada Gómez), 2:26
    25. Hitler ain’t dead (Peggy Seeger), 2:14
    26. Coplas del pajarito (Rolando Alarcón), 2:57
    27. Hell, no! (Barbara Dane), 2:24
  • Ferrando, Laura; y Sariol Diane (2015): «Canciones para desalambrar», artículo publicado en 2015 en la revista Boletín Casa de las Américas, n.º 41, en el sitio web Casa de las Américas (La Habana).
    De tal suerte, que conservamos en nuestro archivo una decena de cintas magnetofónicas. Las más añejas—CM 34/98; CM 56/98, CM 57/98, CM 61/98 —remiten a trascendentales eventos, el Encuentro de la Canción Protesta y el Encuentro de Música Latinoamericana de 1972. En ellas, podemos encontrar a Daniel Viglietti junto a sus compatriotas, el gran payador Carlos Molina y el cantautor Alfredo Zitarrosa, los chilenos Isabel Parra y Rolando Alarcón, el argentino Ramón Ayala, la haitiano-cubana Martha Jean-Claude, entre otros colegas europeos, africanos, asiáticos.
    Página 157
  • «El día que Ramón Ayala se encontró con el Che», artículo publicado el 20 de julio de 2018 en el sitio web Tierra Roja (Buenos Aires).
    «Yo canté tus canciones en los fogones de la Sierra Maestra. Sí, soy de Misiones, mis padres tenían allí un obraje». Es lo que le dijo el Che a Ramón Ayala en su encuentro en Cuba, según afirmó este último en un programa de radio donde rememoró aquel encuentro. Ahí nomás el comandante habría entonado El mensú. «Me apena no haberme sacado una foto con él; no lo hice para que no digan que uno es un aprovechador», se lamentó el artista.
    Alguien dijo que el arte es una mentira que nos acerca a la verdad. Sin registros más que las anécdotas de uno de sus protagonistas, no podemos saber exactamente cómo fue ese episodio tan interesante, en el que no solo se encontraron el Che y Ramón Ayala, sino también personajes como Rodolfo Walsh ―rememorará en otra entrevista― además de «un destacado político chileno» de nombre Salvador Allende.
    La obra de Ramón Ayala es como una gran ensoñación. Y así es también su biografía: fantástica, episódica, a veces inaprensible. Bajo el título Confesiones a partir de una casa asombrada ―publicado en 2014 por la Universidad Nacional de Misiones― se atesoran sucesos de los más diversos de su vida, donde la realidad y los recuerdos son intervenidos por la creatividad y el cariño que aporta su autor al narrar. Uno de esos relatos, «La región prohibida», está dedicado especialmente al viaje hacia esa enigmática cumbre de próceres.
    Escritor no mencionado
    La región prohibida, por Ramón Ayala

    Corría ya el año 1962 cuando aconteció algo inusitado. Desde la zona conflictuada del Caribe, llegaba a mí el llamado.
    Me hallaba, paleta en mano, junto al pintor Juan Santoro en un rincón del Dock Sud trasladando al lienzo unas quintas en donde la remolacha oscura contrastaba con el verde rutilante de las lechugas y, el perejil tendía su abanico verdoso al borde de las acequias espejando el cielo, cuando recibí la noticia desde Cuba. Había sido elegido entre otras personalidades de las artes, la ciencia, la literatura y la política para integrar el plantel de personas representativas de Latinoamérica. Era un evento cultural que debía llevarse a cabo durante y después de las celebraciones del 26 de Julio.
    El ICAP (Instituto Cubano de Amistad con los Pueblos) me distinguía con esta invitación por el sentido social de mis obras en los festejos de la Revolución cubana.
    Eran momentos en que viajar a Cuba equivalía a sacar un pasaje hacia el mismo infierno. Todo debía realizarse de manera misteriosa. Existía el temor de confesarlo hasta a los íntimos amigos, porque las fuerzas contrarias velaban por ahogar cualquier intento de adquirir hábitos que no fuesen los de nuestra máxima eminencia del Norte. Ni siquiera para obtener información o evidencias de la vida del pueblo cubano, en esas latitudes.
    Caminando sobre el filo de la navaja, embarqué desde Montevideo con una enorme valija que contenía libros, recortes de diarios y elementos que avalaban mi proyección artística. Botas, trajes de gaucho, ropas, caja de óleos y una guitarra. Iba prevenido contra cualquier contingencia que pudiera dar con mis huesos en ciudades o playas de Latinoamérica.
    Aterricé en Río de Janeiro, con una lluvia torrencial, buscando una calle de extraño nombre. Allí debía levantarse el edificio de la embajada cubana. Su nombre era J. de Alma Ullrich. Nadie había oído jamás nombrar dicha «rua». Ni el taxista que me paseara por Copacabana, ni las personas a quienes misteriosamente interrogaba, en mi incipiente portugués, daban señales que me orientaran. Ponía yo un acento casi alemán en la pronunciación para mayor clarificación de mi nombre, pero más lejos situaban mi apetecida calle.
    «Não, rapaiz, nesta cidade não é, aquí em Copacabana não existe».
    Hasta que alguien me arrebató el papel conteniendo las señas buscadas y estalló la alegría: «¡Rapaiz, a rua Dalmaurík e aquí perto do morro! ¡Vocé tein que caminhar duas cuadras nada mais!».
    Desconfiado hasta de mi sombra, para no dar pistas a los «agentes de la CIA» que supuestamente podrían detectarme, pude por fin dar con los cubanos, en un alto edificio, junto al morro.
    No entendía el idioma brasilero, e iba hacia un país prohibido en el planeta. Llevaba mi billetera empobrecida y hacía solamente un desayuno frugal, en el hotel que me alojaba, pues debía aguardar el vuelo adecuado. La embajada me proveía del hotel, pero no de las comidas mayores. Un mediodía, observando un atrayente cartel, en el que se anunciaba cierto «caldo de cana», mi apetito contenido me hizo imaginar un suculento plato de caldo de gallina. Cuál no sería mi sorpresa al ver desaparecer un trozo de caña de azúcar entre los dientes de un molinete, convirtiéndose en un líquido de melaza oscura.
    Festejamos el 26 de julio en Niterói, una ciudad frente a Río de Janeiro, entre canciones y personas con vida en los ojos. Al día siguiente embarqué en un avión de Cubana de Aviación rumbo a La Habana. Fuimos por ciudades y lagos de la altiplanicie, volamos sobre un inmenso volcán en la cordillera, lleno de lava en ebullición, atravesamos el mar, hasta el arribo en el aeropuerto final.
    La alegría y la confianza dibujadas en los rostros de las personas que llegaron a recibirnos ahuyentaron de mi alma secretos temores. Llegamos a un lujoso hotel situado en la región de El Vedado. El hotel poseía idéntico nombre. Era esta, antes de la revolución, una zona destinada a los millonarios, propietarios de paradisíacas mansiones, con puertos propios, embarcaciones fastuosas y, lógicamente, vedada al resto del pueblo.
    Allí almorcé con artistas, escritores, científicos y campesinos, los que por su feliz desempeño en las labores y las cosechas, eran premiados con viajes y estadías en La Habana. Saludé allí al historiador revisionista argentino José María Rosa, al destacado político chileno Salvador Allende, a una abnegada luchadora indígena por los derechos del aborigen, con su traje colorido y típico, de quien lamentablemente no recuerdo el nombre. A varios argentinos y uruguayos que formaban un amplio espectro de la cultura, junto a personas de otras naciones hermanas.
    El hotel poseía una discoteca de baile, piscina de natación, suntuoso salón comedor en planta baja, un amplio y lujoso hall y sábanas de finísima calidad. El ascensor no tenía el número trece, porque los millonarios eran supersticiosos.
    Nos embarcamos una mañana en un Cadillac grande y blindado que había pertenecido al tirano Fulgencio Batista, con capacidad para ocho personas cómodamente sentadas. Componíamos el grupo un historiador mexicano, un artista plástico ecuatoriano, una cónsul cubana en París, con su esposo, un poeta francés, un político de Bolivia y mi persona. Íbamos rumbo a Santiago de Cuba, en la costa oriental.
    Mi condición de curioso-sociólogo-amateur me llevaba a meter las narices en cuanto lugar interesante apareciera ante mis ojos. Desde conversar con una prostituta recuperada por la Revolución hasta el encuentro en recónditos lugares con músicos, poetas, y otros estamentos del pueblo.
    En Santiago de Cuba vivía un doctor argentino que había realizado un largo viaje desde nuestro país hasta Centroamérica junto al Che Guevara, montados en sendas motocicletas.
    Peligros del camino, pueblo sumergidos de la cordillera, seres condenados a vivir en permanente miseria por imperio del saqueo sistemático de las grandes potencias en sus mil y una formas de penetración económica y cultural, desfilaban ―según sus palabras― ante sus sentidos. Consistía el viaje en dormir bajo las estrellas, participar en labores de la medicina, en hospitales del camino, observar los fenómenos sociales en que el hombre aborigen sufre el abandono y la falta de protección de los mandatarios supuestamente civilizados y, entre otras actividades, llevar bonanzas a los enfermos de un leprosario en Manaos, en donde permanecieron curando varios meses.
    ―Ya que hablamos tanto sobre la condición social ―preguntaba al Che su acompañante―, sobre el sometimiento del hombre, dueño verdadero de las riquezas de su tierra, esclavizado y de pie frente a un futuro incierto, ¿qué harías vos por estos pobres indios abandonados?
    ―Nada que no fuese con un fusil en las manos ―respondió el Che―, porque las grandes multinacionales tienen el corazón de hielo y las lindas palabras, en estos casos, solo sirven para el engaño y la muerte sistemática.
    Sendas de las montañas, caminos de la selva, senderos de los valles los desembocaron un día en regiones de Guatemala. Llegaron al vértigo de la contrarrevolución impulsada por el coronel Castillo Armas, servidor de espurios intereses. La lucha sin cuartel estaba dada para lograr el derrocamiento del presidente Jacobo Árbenz, escritor, militar y estadista elegido por el voto popular. Aviones y balaceras caían sobre los campesinos que denodadamente apoyaban la lucha de su presidente, quien con una mentalidad popular y justiciera había logrado establecer importantes adelantos en el orden social en beneficio de los trabajadores, constituyéndose así en un peligro factible de ser imitado por Latinoamérica.
    Supieron, entonces, de la ferocidad de las fuerzas mercenarias disfrazadas con caretas de Liberación Nacional al servicio de la CIA cuyo jefe, míster Allen Dulles, se frotaba las manos de satisfacción siniestra. Campesinos que transitoriamente gozaron de una pequeña fracción de paz, en su propio patrimonio, aparecían colgados en faroles del alumbrado público. Cañaverales y cafetales comprendidos en terrenos de la reforma agraria, incendiados por bombas arrojadas desde los aviones de la muerte.
    Supe, entonces, por su voz emocionada, de la huída del Che hacia México cuando las fuerzas reaccionarias habían detectado la presencia de personas con mentalidad progresista, que en la barahúnda de muerte y saque trataban de organizar a los hombres enloquecidos por la guerra.
    Hasta allí, por el mar, también llegado Fidel Castro. Venía expulsado de Cuba por el tirano Batista, ante la imposibilidad de ejecutarlo debido a la popularidad crecida alrededor de su persona. Fidel, abogado de su causa, que había ejercido una brillante y pública autodefensa, luego de ser apresado, una vez sofocado el audaz asalto al cuartel Moncada en el que murieron la mayoría de sus compañeros a manos de los esbirros del tirano, salvó su vida emigrando a México.
    Supe del encuentro de estos seres con destino de eternidad, que para algunos son la sombra y para otros la luz, angustiados por la viacrucis de los hombres postergados de nuestro continente.
    Supe del calvario de sus pulmones atacados por el asma, hasta el subrepticio ingreso a tierra cubana. Un quijotesco «grupo liberador», encaramados en el pequeño yate Granma sobre las ciénagas de Zapata.
    «El éxodo fue penoso hasta la Sierra Maestra. Las luchas desde el alba, las muertes de los compañeros irrecuperables, el avance del ejército de Batista, la incorporación de los campesinos de conciencia iluminada a las huestes patriotas, la lucha transvasada a las ciudades de Santiago de Cuba, Camagüey y otras por secretos cauces, nos tenían en vilo», concluía nuestro doctor.
    Volvimos, entonces, a La Habana pasando por Camagüey. El Che Guevara trabajaba por las noches en su oficina del Ministerio de Industrias. Era el «compañero ministro» o simplemente el Che. Ejercía su ministerio nocturno corrido por el bochornoso calor que azota a la ciudad en los meses del verano. El sol caribe es arrollador y tiende su luminosidad avasallante por las costas espumosas del mar de pescadores, las playas de intensa arena resplandeciente, recluyendo a los habitantes bajo techo.
    Recibió a la delegación a la una de la madrugada, con un rostro descansado y fresco. Su barba, no abundante, rodeaba un continente franco y ligeramente sonriente, con profundidades ocultas en sus ojos, los que llameantes, a veces, seguían el rumbo de las manos que se acercaban a saludarlo. Dio la casualidad de que me situaron a su lado, casi en un vértice de la mesa que nos contenía.
    Allí estaban José María Rosa, Salvador Allende, políticos y estudiosos de la Argentina y el Uruguay. Tomé asiento y lo escuché. Era calmo y distendido, como los maestros acostumbrados a esclarecer a su auditorio. Su voz, cálida y ocurrente, pasaba de la ironía a la cosa profunda con facilidad. Para expresar los últimos acontecimientos, la recuperación de las industrias y los valores del país, se entusiasmaba. Hablaba de un sistema de emulación para estimular los trabajos entre los integrantes de su grupo y el que conducía Fidel Castro, en la puesta en marcha de la incipiente industria pesquera.
    Se refería a la equiparación de sueldos en el escalafón de los trabajadores, con relación a la propia antigüedad en el puesto, a su capacidad de trabajo. Frente a un organigrama dibujaba, en un pizarrón. Nombraba a la cultura popular con vehemencia y, a los desvelos por elevar el poder cognoscitivo del pueblo. Decía que un pueblo culto adquiere conciencia de sus derechos y los defiende a capa y espada. En cambio el ignorante es capaz de apoyar a las fuerzas regresivas que socavan su propio suelo, en el desconocimiento que no le permite ver el rabo del diablo debajo de la sotana.
    Respondía preguntas capciosas de algún miembro de la delegación sobre el respeto del Estado cubano hacia las congregaciones religiosas, en especial a la iglesia católica.
    ―No es mi especialidad el área santa ―contestaba― pero puedo asegurarles que el Estado Cubano propicia el derecho de todo habitante que desee acercarse a Dios, por el medio que fuere, en todo el territorio de la república. Tratamos de que nuestros sacerdotes sean de extracción latinoamericana, o cubana, porque Dios debe estar bien informado de lo que ocurre en la tierra, tan lejos de los intereses que mueven ciertas congregaciones religiosas. Aquí habitan todas; las verdaderas permanecen, las otras emigran… ―y sus ojos se hundían en una secreta sonrisa episcopal.
    Recuerdo aún su apretón de manos, cálido, comunicativo, al despedirnos. Nunca más volvería a verlo con vida. El tiempo lo llevaría a la eternidad, por las gestas, en las montañas de Bolivia.
    Un día amanecieron naves amenazantes, en el horizonte de las aguas territoriales de Cuba. Fragatas misilísticas, acorazados rondando inquisitorias. Entonces y, verdaderamente preocupado, le manifesté al delegado que velaba por nuestro bienestar, sobre la alarmante voz de un posible ataque de las fuerzas de la república. Estimo que este revuelo se debía ―en ese entonces― a la creencia de que en cierto lugar de Cuba se hallaban ocultas bases de cohetes misilísticos armados por la Unión Soviética.
    ―Y ustedes ―le pregunté al delegado―, ¿no tienen miedo, che, con este panorama tan peligroso, con todo este despliegue de armamentos y barcos, casi en la puerta del país?
    ―Mira, chico ―me contestó el cubano, muy calmo―. Nosotros no estamos solos: mira, tenemos el apouo de los chinos también, y para que tú veas, si tú tiras un chinito en un campo, a la noche… al día siguiente amanece lleno de chinos. ¡Se dan silvestres, muchacho!
    Estábamos en Santiago de Cuba. Un largo pasillo de tinieblas lleva, al doblar de una violenta ele, a la celda que ocupara el poeta-patriota José Martí en tiempos, todavía, de su adolescencia.
    El antiguo fuerte español se levanta a orillas del mar Caribe, como en la época de las luchas de la independencia española. Allí alumbrado con migajas de luz, el poeta escribió versos universales impregnados del espíritu revolucionario y filosófico que lo llevarían a la muerte, años más tarde, en los campos de batalla.

       Cultivo un rosa blanca
       en julio como en enero
       para el amigo sincero
       que me dé su mano franca.

       Y para el cruel que me arranca
       el corazón con que vivo,
       cardo ni ortiga cultivo:
       cultivo una rosa blanca.

    Me alejé del fuerte, en cuyas entrañas un museo guarda los instrumentos de tortura con que los antiguos amos de Cuba amansaban a los rebeldes. Me asomé a las almenas de una altísima torre para ver la esmeralda del mar y, casi a flor de agua, como una sombra triangular, pude observar las circunvalaciones de una gigantesca mantarraya llamada «el obispo».
    Más allá el horizonte misterioso. Los versos de Martí bajaban conmigo las escaleras de piedra, con alas gigantes, desde su remota prisión de tinieblas.
    Ramón Ayala:
    Confesiones a partir de una casa asombrada.
    Rosario: Editorial Serapis;
    Posadas: Editorial Universitaria de la Universidad Nacional de Misiones, 2014
  • «Folclore argentino y latinoamericano en el Centro Pablo», artículo publicado el 20 de febrero de 2015 en el sitio web de la revista Trabajadores (La Habana).
    Dafne Usorach ha centrado su repertorio en la promoción de su más reciente álbum, Libre en mi raíz, donde muestra sus propias canciones y versiones de algunos de los ritmos tradicionales de Sudamérica como la zamba, la cueca, el rasguido doble, el carnavalito..., e interpretando además a reconocidos artistas como Violeta Parra, Silvio Rodríguez, Teresa Parodi, Peteco Carabajal y Ramón Ayala.
  • Hernández, Michel (2013): «Las historias cubanas de Teresa Parodi», artículo publicado el 29 de noviembre de 2013 en el sitio web Cuba Sí (La Habana).
    Nacida como Teresa Adelina Sellares, la intérprete y compositora argentina, que se ha hecho fuerte en el repertorio popular de su país con clásicos como «¡Apurate, José!», «Pedro Canoero» y «Canción para Verónica», ha compartido escenarios con figuras de la estirpe de Ástor Piazzolla, Ramón Ayala, Ariel Petrocelli, Daniel Toro, Damián Sánchez, Jorge Sosa y León Gieco. Pero su itinerario de vida está marcado definitivamente por las colaboraciones y la entrañable cercanía que entabló con Mercedes Sosa, quien le abrió nuevos horizontes en las maneras de asumir su rol de cantora y en el manejo del gran alcance de su voz.
  • González Escalona, Rafael (2013): «Liliana Herrero: el dulce y tenso arte de hacer estallar canciones (+ video)», artículo publicado el 15 de marzo de 2013 en el sitio web Cuba Debate (La Habana).
    Me gusta pensar el mundo de la música muy ligado a la naturaleza. En el folclore argentino ―y creo que en el folclore mundial― te diría que la mayoría de los textos tiene esa tendencia a mimetizar lo que dice el texto con las cosas que acontecen en la naturaleza. Por ejemplo, en la canción Lapacho ―el lapacho es un árbol muy hermoso de Argentina, no sé si acá existan lapachos―, el autor ―Ramón Ayala, un autor del Litoral argentino― describe al lapacho y después dice «lapacho también en mi alma»: lo que le ocurre al lapacho, le ocurre al alma humana.
  • García Hernández, Ana Lidia (2013): «Festival Internacional del Nuevo Cine Latinoamericano: Latinoamérica en perspectiva: el continente en La Habana», artículo publicado el 12 de diciembre de 2013 en el sitio web Habana Radio (La Habana).
    Por su parte, [el capítulo] Arte y Tradición, otro de los apartados de la sección «Latinoamérica en perspectiva», nos acerca al imaginario cultural de la región y a reconocidos artistas a través de documentales y obras de ficción. Ramón Ayala, uno de los grandes poetas y compositores del río Paraná; Sebastião Salgado, importante y respetado fotógrafo brasileño contemporáneo; los artistas de la plástica cubanos Rita Longa, René Portocarrero, Mariano Rodríguez y Máikel Herrera; así como los intelectuales de la Isla, Nancy Morejón, Ambrosio Fornet y José Lezama Lima son algunos de los protagonistas del conjunto, en el cual las obras nacionales resultan mayoría.
  • Rodríguez Fuentes, Laura (2015): «Una trovadora libre en su raíz», artículo publicado el 17 de febrero de 2015 en el sitio web Vanguardia (La Habana).
  • Ficha de Ramón Ayala publicado en el sitio web IMDb (Internet Movie DataBase: base de datos de cine en internet).
  • «Noticias del folclor: Jaime Torres y Ramón Ayala de la Quiaca al Litoral hermanados por la identidad y la canción», artículo publicado el 23 de octubre de 2015 en el sitio web La Folk Argentina (Tigre).
    El charanguista Jaime Torres y el guitarrista Ramón Ayala presentan su nuevo espectáculo De los ecos de la puna a los cantos de la selva, en el escenario porteño del Centro Cultural Torquato Tasso (Defensa 1575, barrio de San Telmo).
  • GuitarrasWeb.com (galería con 20 pinturas de Ayala).
  • PopLatino.com (película sobre Ayala).
  • «Ramón Ayala, el Mensú», perfil personal en Facebook.
  • «La vuelta de Ramón Ayala», datos del álbum publicados el 15 de agosto de 2012 en el sitio web Voces de la Patria Grande.
    • Tres álbumes musicales de Ramón Ayala, carpetas en extensión .ZIP que contienen archivos de audio con extensión .MP3 publicado en 2008 en el sitio web MediaFire.
      Creo que a pocas personas admiro con mayor devoción que al gran músico, poeta y pintor misionero Ramón Ayala, compositor de muchos clásicos del folclor argentino como «El mensú», «El cachapecero», «El cosechero», «Mi pequeño amor», «Posadeña linda», «Pan del agua», «El moncho», etc.
      De su exuberante personalidad ―dicen que hasta fue amigo del Che Guevara (quien había impuesto «El mensú» en las guitarreadas de la Sierra Maestra), también que inventó el gualambao, un ritmo mesopotámico― rescato especialmente su capacidad como compositor de canciones litoraleñas, especialidad donde es considerado probablemente el más grande autor vivo.
      Entre sus obras mi preferida siempre fue «Canto al río Uruguay», canción que tal vez tuvo su mejor versión en las voces de Marián y Chango Farías Gómez y que hacía que Jorge ―un amigo que tenemos en común con el poeta― lo llamara «el Walt Whitman criollo».
      Sus canciones ―interpretadas en tantos fogones― hicieron que muchos guitarreros ganaran amistades femeninas, por las que siempre estarán agradecidos a este gran compositor.
      Ahora que me enteré que este disco, El mensú (grabado en 1976 y editado por el sello Redondel, desgraciamente ya desaparecido) está discontinuado, me lanzo a difundirlo en la web, para que nuevas generaciones lo conozcan, busquen sus discos y vayan a sus conciertos. ¿Quieren saber las razones de tantos elogios? Bajen el disco y podrán tener una pista.
Lado 1
Ramón Gumercindo Cidade (Ramón Ayala).
  • 2) «La guitarra llora» (instrumental - poema) 3:08
Ramón Gumercindo Cidade (Ramón Ayala).
  • 3) «El cosechero» (rasguido doble) 3:00
Ramón Gumercindo Cidade (Ramón Ayala).
  • 4) «Hacha y Chaco» (canción) 3:07
Ramón Gumercindo Cidade (Ramón Ayala) / Felipe Ángel Ritrovato (Ángel Ritro).
Ramón Gumercindo Cidade (Ramón Ayala).
  • 6) «El mensú» (galopa) 3:50
Ramón Gumercindo Cidade (Ramón Ayala) / José Vicente Cidade
; Lado 2
  • 1) «Posadeña linda» (chamamé) 3:22
Ramón Gumercindo Cidade (Ramón Ayala).
  • 2) «Retrato de un pescador» (chamamé) 2:36
Ramón Gumercindo Cidade (Ramón Ayala).
  • 3) «Mi pequeño amor» (canción) 2:42
Ramón Gumercindo Cidade (Ramón Ayala).
  • 4) «En la alta Puna» (instrumental andino) 3:20
Ramón Gumercindo Cidade (Ramón Ayala).
  • 5) «Poema 20» (canción) 3:27
Ricardo Neftalí Reyes Basoalto (Pablo Neruda) / Ramón Gumercindo Cidade (Ramón Ayala).
  • 6) «El cachapecero» (canción) 3:45
Ramón Gumercindo Cidade (Ramón Ayala).
La guitarra comenzó a contarnos ocho años de ausencia. Una tarde de domingo no podía ser otra cosa que un ansioso prólogo a un relato de poemas, caminos y canciones de un andariego incansable. Vimos sus dibujos y pinturas, pueblecitos de leyenda, rostros curtidos por el viento del desierto: Oriente Medio, África despertando de su letargo, Europa y sus sitios recónditos.
Ramón ha vuelto con las alforjas llenas de vida. De esa vida que él salió a buscar desde el enmarañado trópico de la selva misionera para traducirla obstinadamente en la música y la poesía de sus canciones estremecidas por los ríos que transportaron su niñez en sus primeras jangadas del asombro.
El tiempo y los caminos han enriquecido su existencia, su hombría, su manera rotunda de estar en la tierra. Por eso este disco, este rescate de su voz y de su obra que contiene frutos de la vieja y la nueva siembra, tiene, tendrá sin duda, el sabor del reencuentro y el hallazgo. Reencuentro para los que conocemos su trayectoria dentro de la nueva canción argentina y hallazgo para una juventud ávida por conocer, para reconocerse en lo que el arte de su país tiene de más autentico. Porque este Ramón Ayala que graba su primer disco de circulación masiva ―los otros, los primeros, fueron grabados por el grupo Nuevo Cancionero― fueron un gesto exiguo para su popularidad de autor e intérprete que con su formidable El mensú había desbordado la significación de la música del litoral argentino, hasta él paralizada en la temática romántica o puramente pintoresquista. El hombre del extenso litoral y del ámbito guaraní asoma su rostro en el cancionero de Ramón: «El cosechero», «El cachapecero», El legendario río Uruguay», «Los saltos del Moconá», toda una cosmovisión del costado verde y ardiente de la Argentina, incorporan a Ramón Ayala por derecho propio a la extensión y profundización del Nuevo Cancionero que estallara a mediados de la década del sesenta y para de la canción nuestra un acontecimiento que se extenderá hacia Latinoamérica y después a Europa, como está sucediendo en estos momentos.
Por fin entre nosotros, la guitarra de esa tarde de domingo agranda la boca del júbilo y nos canta el reclamo que «Un día de tu vida» te hace el corazón del hombre de todos los mapas: «¡Víveme, víveme!».
Armando Tejada Gómez (1929-1992),
Buenos Aires, abril de 1976
(texto en la contraportada del álbum La vuelta de Ramón Ayala)