San Juan Diego

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Juan Diego
Cuauhtlatoatzin
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Juan diego con la imagen de la virgen de guadalupe.jpeg
El indio Juan Diego de acuerdo con la leyenda ahistórica, con la imagen de la Virgen de Guadalupe en su manto.
NombreCuáuj Tlatoátzin
Nacimiento5 de abril de 1474 o
5 de mayo de 1474
ciudad de Cuauhtitlán,
reino de Texcoco,
México
Fallecimiento30 de mayo de 1548 (74 años) 
Ciudad de México,
virreinato de Nueva España,
Reino de España Bandera de España
Otros nombresJuan Diego (nombre español de bautismo) 

Juan Diego Cuauhtlatoatzin (Cuauhtitlán, 1474 - Ciudad de México, 30 de mayo de 1548) fue un indígena mexica, perteneciente a la etnia de los chichimecas, que fue canonizado por el papa Juan Pablo II en el año 2000.

Síntesis biográfica

De primera mano no se conoce nada acerca de este santo. Según se afirma en el libro Informaciones guadalupanas ―escrito en 1666 por personas que no lo conocieron y que no tenían acceso a ningún texto acerca del personaje―, Juan Diego nació en 1474 en Cuauhtitlán (reino de Texcoco).

Su nombre original era Cuáuj Tlatoátzin. En su lengua materna (el idioma náhuatl), «cuáuj tlatoác» significa ‘águila que habla’.

Conversión obligatoria al catolicismo

Juan Diego, antes de conocer a los conquistadores españoles, era un hombre muy devoto, y su devoción por sus dioses le ayudaron a poder estar mejor preparado para que en el año 1525 (a los 51 años de edad) realizara una «opción total hacia el Señor Jesús», bautizándose.

El misionero franciscano español Fray Toribio de Benavente ―a quien los indios llamaban Motolinía (‘el pobre’) debido a las ropas raídas que vestía― le informó que había vivido en pecado toda su vida, por no haber aceptado a Jesucristo en su corazón, y por haber convivido en una relación extramatrimonial de más de tres décadas con la madre de sus hijos. (No se había casado por iglesia porque la Iglesia católica había llegado a su continente apenas diez años antes).[1]

Él recibió el nombre de Juan Diego y ella el de María Lucía. Después del bautismo, el fraile los casó por iglesia.

Debido a los trabajos que los obligaban a realizar los conquistadores españoles, su esposa María Lucía falleció cuatro años después, en 1529. Cuauhtlatoatzin («Juan Diego») se fue a vivir con su tío «Juan Bernardino» (del que se desconoce su nombre real) en Tolpetlac, a solo 14 km de la iglesia católica de Tlatilolco, en la ciudad de Tenochtitlán (que ahora, invadida por los españoles, había sido bautizada México).

Murió en la Ciudad de México en el año 1548, a la edad de 74 años.

Leyenda del milagro de la Virgen de Guadalupe

La primera mención al indio Juan Diego se encuentra en el «Nican mopohua», un texto incluido en el libro Huei tlamahuiçoltica, publicado por primera vez en 1649 ―101 años después de la supuesta fecha de la muerte de Juan Diego― por Luis Lasso de la Vega, capellán encargado del templo dedicado a la Virgen de Guadalupe en Tepeyac, a unos diez kilómetros de la ciudad de México. Él lo atribuyó a Antonio Valeriano de Azcapotzalco, quien habría sido un indígena letrado por conventos jesuitas y que presuntamente habría escrito el primer manuscrito en 1556. Sin embargo no hay ninguna información acerca de la existencia de ese Antonio Valeriano.

En 1666 ―diecisiete años después de la publicación del libro del capellán Luis Lasso de la Vega―, el obispo de la diócesis de México, encargado del desarrollo del templo de Tepeyac, tramitó el proceso canónico con el fin de pedir al Vaticano la aprobación para celebrar los días 12 de diciembre la Fiesta de la Virgen de Guadalupe. El trámite fue aprobado por la Santa Sede y se constituyó como proceso apostólico. Se creó un texto acerca de la supuesta aparición de la Virgen de Guadalupe, llamado Informaciones jurídicas, constituidas por testimonios de ancianos vecinos de Cuauhtitlán (que habían nacido más de un siglo después del supuesto milagro de 1531) quienes testificaron y confirmaron la vida ejemplar de Juan Diego, sin haberlo conocido.

Uno de estos testigos, Marcos Pacheco, sintetizó la personalidad y la fama de santidad de Juan Diego: «Era un indio que vivía honesta y recogidamente y era muy buen cristiano y temeroso de Dios y de su conciencia, de muy buenas costumbres y modo de proceder». En muchas ocasiones, la tía de este testigo le decía: «Dios os haga como Juan Diego y su tío», porque los tenía por muy buenos indios y muy buenos cristianos. Otro testimonio es el de Andrés Juan, quien decía que Juan Diego era un «varón santo». En estos conceptos concuerdan, unánimes, los otros testigos en estas Informaciones jurídicas: Gabriel Xuárez, Juana de la Concepción, Pablo Xuárez, Martín de San Luis, Juan Xuárez y Catarina Mónica.

Juan Diego, efectivamente, era para el pueblo «un indio bueno y cristiano», o un «varón santo». Ya solo estos títulos bastarían para entender la fortaleza de la fama de Juan Diego, pues según las Informaciones jurídicas los indios eran muy exigentes para atribuir a alguno de ellos el apelativo de «buen indio» y mucho menos atribuir que era tan «bueno» que llegaba a considerarse ya «santo» como para pedirle a Dios que a sus propios hijos o familiares los hiciera igual de buenos y santos como a Juan Diego.

Según las Informaciones jurídicas Juan Diego era muy reservado, le gustaba el silencio y realizaba frecuentes penitencias, solía caminar desde su poblado hasta Tenochtitlán, a 20 kilómetros de distancia, para recibir instrucción religiosa.

Relato del milagroso encuentro con la diosa Tonántzin

Según el capellán Luis Lasso, el sábado 9 de diciembre de 1531 ―dos años después de la muerte de su esposa María Lucía―, muy de mañana, durante una de sus caminatas camino a Tenochtitlán ―recorridos que solían tomar unas tres horas y media a través de montañas y poblados―, Juan Diego se dirigía a la Misa sabatina de la Virgen María y al catecismo, a la «doctrina» (vivienda o choza) de Tlatelolco, atendida por los franciscanos del primer convento que entonces se había erigido en la Ciudad de México.

Cuando el humilde indio llegó a las faldas del cerro llamado Tepeyac, de repente escuchó el canto de un ave, y observó una nube blanca y resplandeciente. Juan Diego quedó absorto y fuera de sí por el asombro: «¿Por ventura soy digno, soy merecedor de lo que oigo? ¿Quizá nomás lo estoy soñando? ¿Quizá solamente lo veo como entre sueños? ¿Dónde estoy? ¿Dónde me veo? ¿Acaso allá donde dejaron dicho los antiguos nuestros antepasados, nuestros abuelos: en la tierra de las flores, en la tierra del maíz, de nuestra carne, de nuestro sustento, acaso en la tierra celestial?».

Según el capellán Luis Lasso, el indio Juan Diego oyó que una voz como de mujer, dulce y delicada, le llamaba, de arriba del cerrillo, le decía por su nombre, de manera muy cariñosa: «Juanito, Juan Dieguito». Sin ninguna turbación, el indio decidió ir a donde lo llamaban, alegre y contento comenzó a subir el cerrillo y cuando llegó a la cumbre se encontró con una bella joven morena embarazada, que allí lo aguardaba de pie y lo llamó para que se acercara.

Cuando llegó frente a ella se dio cuenta, con gran asombro, de la hermosura de su rostro, su perfecta belleza, «su vestido relucía como el sol, como que reverberaba, y la piedra, el risco en el que estaba de pie, como que lanzaba rayos; el resplandor de Ella como preciosas piedras, como ajorca [tobillera] parecía: la tierra como que relumbraba con los resplandores del arco iris en la niebla. Y los mezquites y nopales y las demás hierbecillas que allá se suelen dar, parecían como esmeraldas. Como turquesa aparecía su follaje. Y su tronco, sus espinas, sus aguates, relucían como el oro».

Ante la Virgen de Guadalupe, Juan Diego se postró, y escuchó la voz que le dijo en idioma náhuatl: «Escucha, hijo mío el menor, Juanito. ¿A dónde te diriges?». Y él le contestó: «Mi señora, reina, muchachita mía, allá llegaré a tu casita de México Tlatilolco, a seguir las cosas de Dios que nos dan, que nos enseñan quienes son las imágenes de Nuestro Señor, nuestros sacerdotes».

Según el capellán Luis Lasso, la Virgen de Guadalupe se le apareció cuatro veces entre el 9 y el 12 de diciembre de 1531 y le encomendó decir al entonces obispo, fray Juan de Zumárraga, que en ese lugar quería que se edificara un templo. Cuando Juan Diego concurrió a hablar con el obispo, este no le creyó en absoluto. Tres días concurrió Juan Diego al obispado a transmitirle a Zumárraga los mensajes que le hablaba la Virgen de Guadalupe.

Finalmente, el escéptico obispo condicionó la construcción del templo en el cerro de Tepeyac a la presentación de un milagro: Juan Diego debía cortar rosas de Castilla en el cerro y traérselas al obispo como prueba de la intervención divina. El indígena obedeció, aun sin saber cómo haría para obtener rosas en un cerro árido y, además, en pleno mes de diciembre. La última aparición de la Virgen, el 12 de diciembre de 1531, obró el milagro: las rosas aparecieron en la cima de la colina Tepeyac, Juan Diego procedió a cortarlas y las transportó en su tilma o ayate (tipo de toga abierta por los lados) a la casa del obispo. Al estar frente a incrédulo Zumárraga, Juan Diego abrió el ayate, cayeron las flores y dejaron ver al religioso una fotografía hiperrealista de la Virgen estampada en la burda tela. Así el escéptico obispo español se rindió a la evidencia y se volvió en el principal testigo del milagro guadalupano.

Sin embargo, ninguno de los escritos de Zumárraga hace referencia al milagro de la virgen de Guadalupe. Sus miles de cartas, notas y memoriales, e incluso el catecismo por él compuesto, la Régula christiana, no mencionan ni las apariciones guadalupanas, ni al indígena Juan Diego, ni la intención de construir un templo sobre el cerro del Tepeyac, donde existía una capilla autóctona dedicada a Tonántzin (diosa de la fertilidad que los chichimecas representaban como una doncella morena encinta), y que muy pocos años antes había sido dedicada a la Virgen de Guadalupe de Extremadura.

Zumárraga ―que, según el capellán Luis Lasso, había sido el testigo primordial del milagro― escribió en su Regla christiana (de 1547, apenas dieciséis años después de haber asistido al «milagro»), que está compuesta en la forma didáctica de preguntas y respuestas:

Cuestión: ¿Por qué no suceden más milagros, cuando antaño eran tan frecuentes?
Respuesta: Porque piensa el Redentor del mundo que ya no son menester, pues está nuestra santa fe tan fundada por tantos millares de milagros como tenemos en el Testamento Viejo y Nuevo. No queráis, como Herodes, ver milagros y novedades por que no quedéis sin respuesta: lo que Dios pide y quiere son vidas milagrosas, cristianas, humildes, pacientes y caritativas, porque la vida perfecta de un cristiano es continuado milagro en la Tierra.
Juan de Zumárraga (78 años): Regla christiana (en 1547)

En ninguno de sus cientos de escritos fray Juan de Zumárraga menciona el episodio de las rosas. Por si eso fuera poco, en 1556, fray Francisco de Bustamante, provincial de los franciscanos, lamenta que algunos sacerdotes españoles estén animando a los nativos a adorar «una imagen pintada ayer por un indio llamado Marcos» y que se diga que la tela hace milagros.[2]

Y ahora que está allí edificada la iglesia de Nuestra Señora de Guadalupe, también la llaman Tonantzin [...] y es cosa que se debía remediar, porque el propio nombre de la Madre de Dios no es Tonantzin [...]; parece esta invención satánica para paliar la idolatría [...]; la cual devoción también es sospechosa, porque en todas partes hay muchas iglesias de Nuestra Señora, y no van a ellas, y vienen de lejanas tierras a esta Tonantzin, como antiguamente.
fray Bernardino de Sahagún (71 años), en 1570[3]

El prelado ―que en sus numerosos escritos y cartas no dejó constancia alguna de ninguno de los hechos ni de la existencia del indio Juan Diego― ordenó la construcción de una ermita, donde Juan Diego Cuauhtlatoatzin viviría por el resto de sus días custodiando el ayate.

Evidencias en contra de la leyenda

Si el Sr. Zumárraga hubiera sido testigo favorecido de tan gran prodigio, no se habría contentado con escribirlo en un solo papel, sino que le habría proclamado por todas partes, y señaladamente en España, adonde pasó el año siguiente: habría promovido el culto con todas sus fuerzas, aplicándole una parte de las rentas que expendía con tanta liberalidad: alguna manda o recuerdo dejaría al santuario en su testamento; algo dirían los testigos de la información que se hizo acerca de sus buenas obras: en la elocuente exhortación que dirigió á los religiosos para que acudieran á ayudarle en la conversión de los naturales venia muy al caso, para alentarlos, la relación de un prodigio que patentizaba la predilección con que la Madre de Dios veía á aquellos neófitos. Pero nada absolutamente nada en parte alguna.
En las varias Doctrinas que imprimió tampoco hay mención del prodigio. Lejos de eso, en la Regla Cristiana de 1547 (que si no es suya, como parece seguro, á lo menos fué compilada y mandada imprimir por él) se encuentran estas significativas palabras:
Cuestión: ¿Por qué no suceden más milagros, cuando antaño eran tan frecuentes?
Respuesta: Porque piensa el Redentor del mundo que ya no son menester, pues está nuestra santa fe tan fundada por tantos millares de milagros como tenemos en el Testamento Viejo y Nuevo. No queráis, como Herodes, ver milagros y novedades por que no quedéis sin respuesta: lo que Dios pide y quiere son vidas milagrosas, cristianas, humildes, pacientes y caritativas, porque la vida perfecta de un cristiano es continuado milagro en la Tierra.
¿Cómo decía eso el que había presenciado tan gran milagro...? Parece que el autor de la nueva apología no conoce los escritos del Sr. Zumárraga, pues nunca los cita y solamente asegura que si nada dijo en ellos, dijo bastante con sus hechos levantando la ermita, trasladando la imagen, etcétera.

En 1990 el papa Juan Pablo II, sin atender a los religiosos y eruditos que cuestionaban la historicidad del milagro, beatificó a Juan Diego, al que mencionó como «el confidente de la dulce Señora del Tepeyac»[4]

Fue canonizado el 31 de julio de 2002 por el papa Juan Pablo II, durante su quinta visita a México.

Fuentes

  • «Juan Diego», artículo publicado en el sitio web católico Corazones (México).
  • «Juan Diego», artículo publicado en el sitio web católico ACI Prensa (México).
  • García Icazbalceta, Joaquín (México, 1825-1894): «Carta acerca del origen de la imagen de Nuestra Señora de Guadalupe de México», enviada en octubre de 1883 a Pelagio Antonio de Labastida (1816-1898, arzobispo de México). Este irrefutable texto es conocido como Carta antiaparicionista.
    Joaquín García Icazbalceta (Ciudad de México, 21 de agosto de 1825 - ibídem, 26 de noviembre de 1894) fue un historiador, escritor, filólogo, bibliógrafo y editor mexicano. Fue miembro de la Academia Mexicana de la Lengua.