Pío VII (papa)
Pío VII | |
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Papa de la Iglesia católica | |
14 de marzo de 1800 - 20 de agosto de 1823 | |
Predecesor | Pío VI |
Sucesor | León XII |
Información personal | |
Nombre secular | Barnaba Gregorio Chiaramonti |
Nacimiento | 14 de agosto de 1742 Cesena, Estados Pontificios |
Fallecimiento | 20 de agosto de 1823 Roma Véase Anexo:Tumbas papales |
Pío VII. Papa de la iglesia católica. Nació en Cesena, en los Estados Papales, el 14 de agosto de 1740. Fue electo en Venecia, el 14 de marzo de 1800, y murió el 20 de agosto de 1823.
Vida
Su padre fue el aristócrata «conde» Scipione Chiaramonti, y su madre, de la casa aristócrata de Ghini, fue una dama de una rara piedad, quien en 1763 entró al convento de las Carmelitas en Fano. Barnaba recibió su primera educación en el colegio de los aristócratas de Rávena.
A la edad de dieciséis años entró en el monasterio benedictino de Santa María del Monte, cerca de Cesena, donde fue llamado «hermano Gregorio». Luego de completar sus estudios filosóficos y teológicos, fue nombrado profesor en Parma y en Roma, en los colegios de su orden. Enseñó en el monasterio de San Calixto cuando la ascensión de Pio VI quien era amigo de la familia Chiaramonti, y quien luego nombró a Barnaba como abad de su monasterio.
El nombramiento no satisfizo a todos y fueron entregadas varias quejas ante el papa, en contra del nuevo abad. La investigación probó, no obstante, que los cargos eran infundados, y Pio VI rápidamente le otorgó las dignidades estaban tratando de estar en entredicho. Luego de habérsele otorgado sucesivamente los obispados de Tívoli e Imola, fue elevado al rango de cardenal el 14 de febrero de 1785.
Cuando en 1797 los franceses invadieron el norte de Italia, Chiaramonti como Obispo de Imola le dijo a su congregación, sabiamente, que se abstuvieran de participar en ninguna forma de resistencia inútil, frente a las fuerzas abrumadoramente mayores del enemigo. El pueblo de Lugo rechazó el someterse a los invasores y fue objeto de pillaje, hasta que el prelado, quien les había aconsejado no enfrentarse, se colocó de rodillas ante el general Augereau.
Que Charamonti se podía adaptar a nuevas situaciones, es algo que se evidencia de su homilía de Navidad de 1797. En ella se avoca a tener sumisión con la República Cisalpina, como si no existiera ninguna oposición entre la forma democrática de gobierno y la constitución de la Iglesia Católica. A pesar de esta actitud, fue repetidamente acusado de traición en los procedimientos hacia la república, pero siempre tuvo éxito en reivindicar su conducta.
De conformidad con una ordenanza, dada por Pío VI, el 13 de noviembre de 1798, la ciudad que a su muerte tuviese el mayor número de cardenales, sería el escenario de la elección siguiente. Actuando de acuerdo con ello, los cardenales se reunieron en un cónclave luego de su muerte (29 de agosto de 1799), en el monasterio benedictino de San Giorgio de Venice. El lugar fue del agrado del emperador, quien pago por los gastos de la elección.
Treinta y cuatro cardenales asistieron a la apertura del evento el 30 de noviembre de 1799. A ellos se unió unos días más tarde el Cardenal Herzan, quien actuaba también como un comisionado imperial. No más tarde de la inauguración, se aseguraba la elección del Cardenal Bellisomi, quién fue, sin embargo, inaceptable para el partido austriaco. Este último favoreció al Cardenal Mattei. Como ninguno de los candidatos se pudo asegurar un número suficiente de votos, un tercer nombre emergió, el del Cardenal Gerdil, pero su elección fue vetada por Austria.
Al final y luego de que el cónclave había durado tres meses, algunos de los cardenales neutrales, incluyendo Maury, sugirieron a Chiaramonti como un candidato apropiado y, con el cuidadoso apoyo del secretario de la reunión, Ercole Consalvi, fue electo. El nuevo papa fue coronado como Pío VII el 21 de marzo de 1800 en Venecia. Luego él dejó esta ciudad por Roma, donde hizo su entrada solemne el 3 de julio, en medio del gozo universal de la población. Una de consecuencias importantes de su reino, fue la elevación, el 11 de agosto de 1800, de Ercole Consalvi, uno de los más grandes estadistas del Siglo XIX, al colegio de cardenales y a la oficina del secretariado de estado. Consalvi retuvo hasta el final, la confianza del papa, aunque el conflicto con Napoleón le forzó a mantenerse fuera de la oficina durante años.
Con ningún país estuvo Pío VII más preocupado, que con Francia, donde la revolución había destruido el viejo orden religioso no menos que lo ocurrido con la esfera política. Bonaparte, como primer cónsul, manifestó su deseo de entrar en nuevas negociaciones en búsqueda de establecer arreglos sobre la situación religiosa. Estos avances se dirigieron a la conclusión del histórico Concordato de 1801, el cual por más de cien años determinó el carácter de las relaciones entre la Iglesia Francesa y Roma (en esto se ubica el viaje de Pío VII a París, para la coronación imperial, su cautiverio y restauración
Napoleón Bonaparte y Pío VII.
Unos meses antes de que Pío VII resultara elegido, en noviembre de 1799, Napoleón Bonaparte se hacía con la magistratura de primer cónsul de Francia tras haber derrocado al Directorio mediante un golpe de estado. Las futuras relaciones entre los Estados Pontificios y Francia quedaban desde entonces en manos de estos dos hombres. El nuevo Papa no albergaba una preconcebida indisposición hacia Napoleón ni se mostraba beligerante contra el orden político que el régimen francés pretendía instaurar en los países de su órbita. Cuando era sólo obispo de Imola y el ejército francés penetró en los estados del norte de Italia y Napoleón creó con ellos la República Cisalpina, Chiaramonti aconsejó no resistir al poderoso invasor y predicó el sometimiento a los recientes señores. Su famosa homilía del día de Navidad de 1797 es clara en este sentido: el futuro papa hace en ella profesión de fe en los enunciados democráticos del nuevo gobierno y mantiene que una constitución de esta tendencia política no está en contradicción con los principios de la Iglesia Católica. Tampoco Napoleón siguió las tendencias anticlericales de las primeras fases de la revolución. En su pragmatismo político tuvo bien presente que las creencias religiosas estaban muy enraizadas en el pueblo francés y que era provechoso para sus designios mantener una amistosa relación con los poderes eclesiásticos, en especial con el papa de Roma.
Cabía, pues, esperar un entendimiento entre ambas jerarquías. Se produjo, en efecto, y quedó plasmado en el Concordato que Francia y la Santa Sede firmaron en 1801. El Papa había regresado a Roma y había vuelto a ocupar su trono en ella. De allí partió en 1804 hacia París para oficiar la coronación como emperador de Napoleón I; el pontífice se limitó a ungirlo, pues fue el propio Napoleón quien se coronó a sí mismo, seguramente recordando y no queriendo que se repitiesen las circunstancias en que fue investido emperador Carlomagno mil años antes. Las aspiraciones del nuevo emperador eran demasiado ambiciosas como para supeditarlas a una buena armonía con el príncipe de la Iglesia, por lo que la aparente avenencia entre ellos feneció tan pronto como la rígida postura papal supuso un estorbo en la estrategia imperial del Bonaparte. Fue, de un lado, la negativa de Pío VII en 1806 a sumarse al bloqueo contra Inglaterra que Napoleón quería imponer a las naciones continentales y, de otro, la resistencia del papa ante la permanente tentativa del emperador de controlar la iglesia francesa lo que provocó la violenta reacción de éste. En 1809 se adueñó de los Estados Pontificios, los incorporó al imperio francés y retuvo a Pío VII como prisionero en Savona. Más tarde lo llevó deportado a Francia donde quedó reducido a cautiverio en Fontainebleau.
En marzo de 1814, tras una serie de fracasos militares cosechados por las armas imperiales y poco antes de que Napoleón se viera obligado a abdicar, el Papa fue puesto en libertad. Pudo regresar a Roma y hacerse cargo del gobierno de los territorios de pertenencia eclesiástica. El Congreso de Viena de 1815 del que surgió la reordenación de la Europa postnapoleónica ratificó la existencia de los Estados Pontificios bajo jurisdicción de los Papas, si bien aquéllos se vieron ligeramente mermados en una pequeña franja de terreno que permaneció en poder de Austria. Aun al propio Pío VII, que había dado muestras de comprensión de las fórmulas democráticas de gobierno, le pareció que su aplicación a terceros países podía constituir un régimen aceptable pero que en el caso de los estados de la Iglesia era ir demasiado lejos. Derogó la mayor parte de las disposiciones legislativas aprobadas durante el periodo de ocupación francesa, si bien, como rasgo de modernidad y porque los tiempos que corrían así lo demandaban, mantuvo en la Constitución con la que dotó a sus estados la supresión de los derechos feudales de la nobleza.
El 30 de enero de 1816 Pío VII promulgó su encíclica Etsi longissimo terrarum, dirigida a los obispos de la América hispana, tras culminar un año de negociaciones con los representantes del rey de España, Fernando VII, que estaban perdiendo sus colonias en América. Debido a las ingentes cantidades de dinero que el rey Fernando le enviaba personalmente al papa Pío:
{{sistema:cita|No perdonar esfuerzo para desarraigar y destruir completamente la funesta cizaña de alborotos y sediciones que el hombre enemigo sembró en esos países.
Fácilmente lograréis tan santo objeto si cada uno de vosotros demuestra a sus ovejas con todo el celo que pueda los terribles y gravísimos prejuicios de la rebelión, si presenta las ilustres y singulares virtudes de nuestro carísimo hijo en Jesucristo, Fernando, vuestro Rey católico, para quien nada hay más precioso que la religión y la felicidad de sus súbditos (...)
Canonizaciones
Durante su papado, Pío VII canonizó a Ángela de Mérici (1807), a Francisco Caracciolo (1807) y a Peregrino de Falerone (1821).
Muerte
Falleció en Roma el 20 de agosto de 1823 y fue sepultado en la Basílica vaticana (mausoleo por el escultor Thorwaldsen).
Las profecías de San Malaquías se refieren a este papa como Aquila rapax (El águila rapaz), cita que al parecer hace referencia a que fue contemporáneo de Napoleón Bonaparte, un emperador expansionista cuyo símbolo era el águila y que le sometió a fuertes presiones.