Absolutismo

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Absolutismo
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Concepto:Es un sistema de gobierno absoluto, en el cual el poder reside en una única persona que manda sin rendir cuentas a un parlamento o la sociedad en general. El absolutismo fue muy usual desde el siglo XVI hasta la primera mitad del XIX, cuando diversas revoluciones lo derrocaron.

Absolutismo. El absolutismo es una doctrina política caracterizada por la teórica concentración de todo el poder del Estado en manos del monarca gobernante. Al comienzo de la Edad Moderna se asientan en el poder los reyes absolutos, creando los Estados nacionales. El absolutismo monárquico se impone como ideología de Estado gracias a los juristas que salen de las universidades; principalmente las de Bolonia, Salamanca, París y Valladolid; pero también triunfa por que se extiende la doctrina del origen divino del poder de los reyes. Esto se traduce en que el rey es el único que puede crear leyes, a través de la pragmática. Los reyes apoyan su poder en diversas instituciones, que afectan a todo el territorio, creando así los Estados nacionales. Son instituciones como el Consejo Real, formado, principalmente, por la nobleza y los letrados profesionales. Los reyes crean, también, ejércitos permanentes. Son ejércitos profesionales de mercenarios que guardan fidelidad al rey.

Esto les libera de la dependencia militar de los señores feudales; pero son ejércitos muy caros, y están inmersos en continuas guerras. También se desarrolla la diplomacia, con los primeros embajadores permanentes en los reinos extranjeros. Los primeros embajadores los envía Venecia. Otra institución que se crea en esta época es la Administración de justicia, a la que se acude: primero a los alcaldes, y en última instancia a las Audiencias y a las Cancillerías. Esta Administración que sostiene el poder real se extiende por todos los reinos, y afecta a todo el territorio. Se crea una burocracia funcionarial, en la que los oficios son otorgados por el rey. En ocasiones estos oficios eran alquilados, o incluso vendidos por el titular; como la recaudación de impuestos, que solía ser alquilada porque costaba más recaudar los impuestos en distintas partes que lo que se iba a recaudar. El Estado nacional se caracteriza porque la legislación no está limitada por los fueros, las ciudades o a los señoríos, sino que se aplica en todo el territorio. Esto no quita para que cada estamento social, o cada asociación privilegiada, tenga sus leyes y sus jueces.

La única institución cuya legislación es de aplicación en todos los reinos de una corona es la Inquisición, de la que se valen todos los reyes para unificar las leyes de su corona. Para autores como Tyndale la rebelión es siempre condenable, ya que la autoridad ha sido instituida por Dios, y la obediencia a los reyes es un deber natural. El rey representa la imagen de Dios en la tierra. Se condena no sólo la rebelión contra el rey sino también contra el orden social establecido. Sin embargo, aunque el rey tiene todo el poder, no debe abusar de él, y debe aceptar las costumbres de los reinos que regenta. Según Seyssel el poder real está limitado por tres frenos: las obligaciones de conciencia del rey y el carácter cristiano de la monarquía, los parlamentos y las buenas leyes; ordenanzas y costumbres de los reinos. Pero los grandes teóricos del absolutismo en la Edad Moderna son Nicolás Maquiavelo, Hugo Grocio, Thomas Hobbes y Jacques Benigne Bossuet. En el siglo XVIII el absolutismo se convierte en despotismo ilustrado.


Historia

La conocida sentencia de Luis XIV de Francia resume   en pocas palabras la esencia del absolutismo:   un régimen político en el que una persona, el   soberano, ejerce el poder con   carácter absoluto, sin límites jurídicos ni   de nunguna otra naturaleza.    

 

Resulta totalmente artificial oponer los tumultos de la Reforma a la soberana majestad del "siglo de Luis XIV".

Bajo diversas formas, el absolutismo ha sido la forma de gobierno de muchos países en distintas épocas. Sin embargo, se ha reservado dicho término para designar, en un sentido específico, el ejercicio del poder en un momento histórico y espacial concreto: el de las monarquías absolutas europeas de los siglos XVI al XVIII. Muchos autores distinguen un primer períido, correspondiente al siglo XVI, de monarquía autoritaria, que no llegaría a ser plenamente absoluta hasta mediados de la centuria siguiente.


El siglo XVI, es un siglo innovador, lo es también en el campo de las ideas políticas. La Europa de comienzos del siglo XVI es un mosaico de cuerpos políticos muy diferentes. Junto a reinos diversamente organizados, pero ya sólidamente implantados en su independencia nacional, existen repúblicas urbanas y señoríos nacidos en torno a una ciudad, así como principados laicos o eclesiásticos, cuya autonomía es tan efectiva en Alemania como en la Italia desembarazada de la ficción misma del poder imperial.

El siglo XVII es un siglo de crisis. Crisis económicas, políticas, guerras desórdenes de los Países Bajos, religiosas y crisis intelectuales.

En vinculación con el progreso del poder real en ciertos Estados, se elabora una doctrina -la del absolutismo- que se define como una soberanía monárquica sin límites y sin control, que no reconoce a los súbditos más que el deber de obedecer. El absolutismo sale aparentemente reforzado de estas crisis. El siglo XVII se nos muestra así como el apogeo del absolutismo; pero es un absolutismo precario, híbrido y en vías de ser rebasado.

Precario, ya que las causas que favorecen temporalmente el absolutismo tienen que provocar, a más o menos plazo, su disolución

Híbrido, porque el absolutismo del siglo XVII hace descansar la noción de soberanía simultáneamente sobre los elementos tradicionales (los deberes del monarca, el contrato, la costumbre, las leyes fundamentales del reino) y sobre elementos nuevos (mercantilismo y utilitarismo).


Anacrónico, ya que, aunque el absolutismo reine, no sin luchas, en la mayor parte de Europa, se derrumba em el país más ampliamente abierto el capitalismo moderno: Inglaterra.

Por otro lado, la política permanece ideológicamente en la dependencia de la religión cristiana. Y, sobre todo, el equilibrio de las fuerzas sociales, las condiciones materiales y el estado de las técnicas oponen tales obstáculos a la instauración de un poder realmente concentrado, que las tesis absolutistas, susceptibles por lo demás de interpretaciones ampliamente divergentes, encuentran vivísimas oposiciones. Es preciso señalar, además, que los conflictos mezclan siempre las cuestiones religiosas con las cuestiones políticas.

Hemos de ver como las expresiones del absolutismo reflejan una secularización del pensamiento político cuyos orígenes aparecen ya en la Edad Media.

El absolutismo se concebió principalmente como la negación del feudalismo. La monarquía absoluta continúa estando limitada por la ley divina y la ley natural, y el que se oponga a la dispersión feudal no significa despotismoy tiranía.

El carácter nacional de las monarquías se afirma claramente en Francia e Inglaterra.

Supervivencias feudales y particularismos locales

En Francia, desde Luis XI; en Inglaterra, a partir de los dos primeros Tudor, y en la España de Fernando e Isabel, la autoridad del rey no cesa de afirmarse. El impuesto permanente, el ejército permanente y la multiplicación de los funcionarios reales dan forma a un Gobierno central y a una Administración provincial que controlan a las autoridades locales o las substituyen. A estos rasgos corresponden una adhesión o una resignación por parte de los súbditos. Esta modernización no rebasa ciertos límites; a pesar de sus tendencias autoritarias y centralizadoras, los Gobiernos han de tener en cuenta numerosos particularismos y han de respetar, en la forma y a veces en el fondo, las franquicias de las colectividades urbanas o provinciales.


Desarrollo histórico

Las teorías medievales del derecho divino suponían el poder dividido, por voluntad de Dios, en dos grandes brazos: espiritual y temporal. La iglesia, y a su cabeza el pontífice de Roma, se reservaba la potestad sobre los asuntos espirituales, mientras que el poder temporal era ejercido por otras instituciones, encabezadas por el rey. Aun cuando los conflictos entre ambas autoridades fueron continuos, a fines de la edad media el origen divino del poder real era conmúnmente admitido por los tratadistas y el pueblo. Sin embargo, la potestad real estaba limitada por fueros, leyes y privilegios de muy variado signo.

A fines del siglo XVI cobró fuerza el fenómeno nacional, en íntima relación con el cual nació el absolutismo. Con el desarrollo de éste, el rey no sólo tendió a asumir la totalidad del poder temporal, sino que pretendió convertirse en cabeza de una iglesia nacional. Aunque en las monarquías que siguieron fieles a Roma se incrementó la injerencia del soberano en los asuntos eclesiásticos, ésta no llegó a afirmarse por completo. En los países en los que triunfó, la reforma dio pie, sin embargo, a la creación de iglesias nacionales, encabezadas por los monarcas correspondientes.

La teoría del origen divino del poder real fue aceptada y apoyada decididamente por Lutero y Calvino, cuyas doctrinas ofrecieron a los gobernantes la oportunidad de sustituir por el suyo propio el poder de la iglesia romana. Han visto la luz diversas teorías que explican el surgimiento del absolutismo en la Europa renacentista. Parece evidente que los nuevos medios de guerra - armas de fuego y tácticas de ataque y defensa muy elaborada - requerían la constitución de ejércitos profesionales y permanentes, con la consiguiente inversión de unos medios económicos que la nobleza feudal no estaba en condiciones de aportar. El incremento del comercio y las comunicaciones resultó decisivo para la consolidación de grandes estados nacionales como Francia, España e Inglaterra, que desde un primer momento estuvieron estrechamente ligados a las monarquías reinantes. Se produjo así un proceso de anulación de los privilegios locales y regionales, y la transferencia de sus jurisdicciones y poderes a las instituciones encabezadas por el monarca.

Para poner orden en la fragmentada sociedad medieval, los gobernantes de los nuevos estados necesitaban centralizar todos los poderes. Con tal objeto se desarrolló una burocracia.

Causas religiosas

  • El recuerdo de las guerras de religión está todavía vivo. No cabe duda de que en una y otra parte se lanzan violentos ataques contra el absolutismo; pero, en definitiva, el absolutismo sale reforzado de ellos. En los países desgarrados por la guerra la mayoría de la población sólo aspira a la paz, contando con el monarca para garantizarla.
  • Tanto en Inglaterra como en Francia se manifiesta un sentimiento común de independencia respecto al Papado. Mientras que Inglaterra permanece fiel al anglicanismo, el galicanismo es la doctrina oficial de la Monarquía de los Parlamentos y de los obispos de Francia. La declaración de 1682 significa a este respecto el remate de una larga evolución. El triunfo del galicanismo frente a las teorías ultramontanas libera a la Monarquía de todo sentimiento de obediencia respecto a Roma. Anglicanismo y galicanismo caminan en la dirección del absolutismo.

Causas políticas

  • Los Movimientos revolucionarios contribuyen a reforzar el Poder, a hacer sentir la necesidad de orden y de la paz no sólo en los círculos gobernantes, sino en los medios populares. La dictadura de Cromwell sigue a la revolución de 1649, y el absolutismo de Luis XIV está profundamente marcado por el recuerdo de la Fronda. El tema de la paz civi domina el pensamiento político del siglo XVII, en especial el de Hobbes.
  • Las guerras, sin embargo, se suceden a lo largo del siglo, exigiendo una concentración y un reforzamiento del Poder. En lo inmediato consolidan el absolutismo, pero a la larga contribuyen a destruirlo. De esta forma el peligro exterior favoreció, sin duda, el absolutismo de Richelieu; pero las guerras de finales de siglo precipitaron el ocaso del absolutismo francés y el nacimiento del liberalismo europeo.

El absolutismo monarquico

La corriente favorable al absolutismo monárquico es más facil de seguir, a pesar de la diversidad de sus aspectos. Se trata, en primer lugar, de la aceptación tradicional y, por así decirlo, natural de la autoridad existente, de la obediencia enseñada desde hace siglos por la Iglesia; numerosos autores laicos y eclesiásticos repiten incansablemente la necesidad de esa aceptación, ocupando este tema un lugar predominante en la literatura política inglesa de la primera mitad del siglo XVI.

Francia gozó después de la guerra de los Cien Años de una mayor estabilidad política. La monarquía tenía un prestigio casi místico, el del rey taumaturgo, ungido de la Sainte Ampoule y que cura las escrófulas.

Sobre este fondo de creencias populares, algunos panegiristas bordan, en provecho de grupos sociales más restringidos, variaciones de alcance principalmente literario: simbología de las flores de lis, leyenda troyana destinada a exaltar la línea real y que será más tarde ilustrada laboriosamente por la Franciade de Ronsard. Cabe considerarlas como una trasposición, en otros registros, del pensamiento de los doctores y licenciados in utroque iure que pulen a placer definiciones y comentarios sobre el poder real, sin gran originalidad por lo demás, ya que todos beben en las mismas fuentes clásicas del derecho romano (cuyas sentencias la Edad Media no ha bía ignorado), incluso cuando concuerdan poco con la realidad política del momento. El rey es emperador en su reino; aunque esta frase también se utiliza en Inglaterra, en Francia, donde la tradición de los legistas posee mucho vigor, se la acompaña con desarrollo de mayor profundidad.

Factores decisivos

Los inicios de la Edad Moderna coinciden con la creciente consolidación de los Estados nacionales. La poliarquía medieval resulta paulatinamente reemplazada por comunidades centralizadas en las que los interses nacionales prevalecen sobre las particularidades locales.

El Rey ya no es un primus inter pares. Se presenta ahora como cabeza de un estdo nacional con límites territoriales cada vez más precisos. Surge la noción jurídica de "frontera", desaparecen los llamados "espacios vacios" y comienza a desarrollarse una verdadera cartografía terrestre.

Las casas reinantes comienzan a requerir un número creciente de colaboradores que integran las primeras burocracias estatales. En el siglo XV los estados italianos crean, con carácter estble, la diplomacia. A partir del siglo XVI las monarquías europeas establecen embajadas estables que frecuentemente son asignadas a la alta nobleza.


Este proceso de centralización se cumple bajo el signo del absolutismo. El desconocimiento de la autoridad religiosa del sucesor de Pedro, el Romano Pontífice, mueve a reyes y príncipes a asumir atribuciones religiosas. Los límites derivdos de la distinción entre lo que es de Dios y lo que pertenece al César comienzan a esfumarse, generando abusos y despotismo. Tales tendencias son manifiestas en la primera etapa del protestantismo. Pero también en monarquías católicas como las de Francia y España aparecen corrientes que llevan en embrión desviaciones cesaropapistas. El Concordarto de Bolonia (1516) otorga a los reyes de Francia el derecho de "presentación" de obispos y abades. Y en España los Reyes Católicos y luego Carlos V obtienen el reconocimiento del Real Patronato.

El aumento del poder real -observa Vázquez de Prada-, que venía a significar mayor eficacia del Estado, se hizo a costa de la nobleza.

Sus miembros, al disminuir sus prerrogativas locales, optaron frecuentemente por incorporarse a los cargos y oficios reales de la Corte. En los cargos administrativos fueron designados a menudo hombres egresados de las universidades que pertenecían a los estratos burgueses. El pueblo llano, por su parte, no opuso dificultades al avance de la autoridad real, y poco a poco los monarcas quedaron como árbitros entre los distintos cuerpos sociales.

Otros factores contribuyen a consolidar el poder absoluto de los reyes: el comercio internacional, la expansión de las monarquías europeas hacia América, Africa y Asia y las nuevas técnicas de guerra, fundadas en el empleo de la pólvora que torna vulnerables a las hasta entonces inexpugnables castillos de los señores feudales.

Pero de mayor importancia son los factores ideológicos: la obediencia pasiva predicada por algunos reformadores, el amoralismo de los discípulos de Maquiavelo y las doctrinas francesas que tienden a afirmar el poder real para superar las divisisones derivadas de las guerras de religión. Por lo demás, desde los siglos XIV y XV, se incubaba un ruptura de la síntesis elaborada por Alberto Magno, Tomás de Aquino y sus discípulos. Las últimas fases de la filosofía del Medioevo

-apunta Bidart Campos- habían disociado dos ámbitos que hasta entonces estaban íntimamente vinculados: el de la filosofía y el de la teología, la razón de la fe, la naturaleza y la gracia. En lo específicamente político esa ruptura impulsará a prescindir de los límites éticos que deben observar gobernantes y gobernados, estableciéndose de esta forma las bases de los totalitarismos contemporáneos.

Fuentes