Habana Vieja

Plantilla:Territorio

La Habana Vieja, Patrimonio de la Humanidad. Parte más antigua de la actual Ciudad de La Habana. Único espacio que abarcó la ciudad durante los primeros siglos coloniales donde tienen asiento las fortalezas, los grandes monumentos antiguos, que la convierten en el conjunto colonial más rico de América Latina.

Fundación y Evolución Histórica

Fundada la Villa de San Cristóbal de La Habana el 25 de julio de 1514 por el primer teniente gobernador que tuvo la Isla, Diego Velázquez de Cuéllar

Diego Velázquez de Cuéllar

, en la costa Sur del Cacicazgo indio de La Habana junto a la desembocadura del río Güines, Mayabeque u Onicajinal, dándole ese nombre en atención a la fecha en que tuvo lugar el acontecimiento o al nombre del Primer Almirante y a la denominación que de los siboneyes recibía aquella comarca, bien pronto fue necesario, ya por lo malsano del suelo o la existencia de plagas de hormigas y mos­quitos, ya por otras causas poderosas, que hacían imposible la vida de sus habitantes, trasladar la Villa a la desembocadura del río Caciguaguas, Chorrera o Almendares.

Pero, como este lugar tampoco reunía las condiciones adecua­das para la seguridad y el bienestar de sus moradores, acordó Velázquez trasladar, esta vez definitivamente, la Villa de San Cristóbal de La Habana al puerto de Carenas, que había sido descubierto por el capitán Sebastián de Ocampo en la expedición que empren­dió en 1508, por órdenes del comendador Nicolás de Ovando, con el propósito de averiguar si Cuba era o no una isla.

En 1519 se celebró el establecimiento de la Villa en este sitio, que es el mismo que hoy ocupa nuestra capital, el 16 de noviem­bre, por ser esa la nueva fecha de la festividad de San Cristóbal, patrono de La Habana.

En las dos primeras décadas era La Habana sólo un núcleo de bohíos a la orilla de la bahía, desde el lugar que en la calle de Tacón ocupaban hasta hace poco las Secretarías de Estado, Jus­ticia y Gobernación, hasta el sitio que ocupa la Lonja del Comercio, El centro de la población era ya la Plaza de Armas

Plaza de armas

, residencia de los principales vecinos, poseedores más que propietarios, de estan­cias de cultivo para el abastecimiento de los navíos de tránsito.

El Dr. Gonzalo Pérez de Ángulo, que desde, 1550 era Gober­nador de la Isla, eligió la Villa de San Cristóbal de La Habana para su residencia, y años después, en 1556, durante el mando del capitán Diego de Mazariegos, dispuso la Corona que fuese La Ha­bana la residencia oficial de los Gobernadores de la Isla, quedando desde entonces, por ello y por las condiciones topográficas especiales del lugar y principalmente de su puerto, convertida definitivamente La Habana en capital de la Isla.

Incendiada y destruida casi totalmente la muy pobre y mo­desta Villa por el pirata francés Jacques de Sores, en 1555, al comenzar a reconstruirse la población, ya el Cabildo ordenó levan­tar planos con el trazado de calles y demarcación de solares, con­cediéndose por aquél las licencias a los vecinos para la fabricación de sus casas en los terrenos que previamente habían solicitado.

Las Actas Capitulares de 1555 en adelante, nos muestran en casi todas las sesiones que celebra­ba el Cabildo, estas solicitudes de solares y de permisos para fa­bricar en ellos, así como también las primitivas disposiciones en lo que se refiere a obras públicas municipales para el trazado y ali­neación de las calles y conservación y limpieza de éstas y de la única plaza entonces existente en la Villa.

No hemos encontrado en el examen del tomo I de las Actas Capitulares que se conservan en el Archivo de nuestro Municipio, correspondiente a esta época, dato alguno que nos indique la impo­sición, por el Cabildo, de nombres a las calles primitivas de la po­blación, sino que éstas iban quedando denominadas a través de los años, por alguna circunstancia especial: ya el nombre de un vecino, ya un suceso que despertara el interés general, ya un árbol existente en aquellos lugares, ya una iglesia o establecimiento co­mercial cercanos, etc., etc.

Aunque desde 1538 había decidido la Corona fortificar La Habana, la primitiva fortaleza que ésta tuvo, a 300 pasos del sitio, que después ocupó La Fuerza, no se terminó hasta 1540, pero en 1545 el alcaide Francisco de Parada, nombrado por el nuevo go­bernador Juanes de Avila, manifestó que aún después de los bas­tiones que él había construido, aquélla, de fortaleza no tenía más que el nombre. Y, efectivamente, ello se comprobó cuando Jacques de Sores, según dijimos, asaltó La Habana el 10 de julio de 1555.

En 1556 ordenó la Corona la construcción de otra fortaleza, cuyas obras no se empezaron hasta 1º de diciembre de 1558. La Fuerza se terminó en 1574.

En 1630 se concluyó la fortaleza de El Morro y en 1593 se puso en condiciones aceptables el Castillo de la Punta.

En 1592 concedió el Rey Felipe el título de ciudad a La Habana.

En esa fecha, y ya desde 1575, sólo contaba la hasta entonces Villa con cuatro calles importantes o reales, algunas más, secundarias, y desde luego, la ya mencionada plaza pública, siendo la calle más importante la de Los Oficios, ocupada en casi su totali­dad por establecimientos.

Según una descripción de La Habana, atribuida a Hernando de la Parra, criado del gobernador Juan Maldonado, y continuada por Alonso Iñigo de Córdoba, que publica el historiador La To­rre, en 1598, "San Cristóbal —dice— va progresando no obs­tante los inconvenientes de piratas y el poco comercio. Esta po­blación se está construyendo con mucha irregularidad. La calle Real (hoy de la Muralla), la de las Redes (hoy del Inquisidor), la del Sumidero (hoy de O'Reilly) y la del Basurero (hoy del Te­niente Rey) es en donde se fabrican las habitaciones en línea, las demás están planteadas al capricho del propietario, cercadas o de­fendidas, sus frentes, fondos y costados, con una muralla doble de tunas bravas. Todas las casas de esta villa son de paja y tablas de cedro, y en su corral tienen sembrados árboles frutales, de que resulta una plaga insufrible de mosquitos, más feroces que los de Castilla".

En 1634, una Real Cédula de 24 de mayo, señalaba La Ha­bana como "Llave del Nuevo Mundo y antemural de las Indias Occidentales", y en 1665 la Reina gobernadora doña Mariana de Austria, viuda de Felipe IV, le confirmó el uso del escudo que, se­gún parece, se le había otorgado años antes, perdiéndose los do­cumentos oficiales acreditativos de esta gracia real.

Por los años 1667 a 1674 se comenzó la obra de las murallas que debían rodear y defender la población, terminándose, con el camino cubierto y los fosos, en 1797. Como veremos en seguida las murallas no sólo llenarían una finalidad de defensa bélica —que en realidad sólo fue utilizada en su parte marítima cuando la to­ma de La Habana por los ingleses, en 1762— sino que también ser­virían de base para la división de la ciudad en dos grandes zonas: Intramuros y Extramuros.

Al componer en 1761 D. José Martín Félix de Arrate, regidor de la ciudad, su historia de la misma, nos ofrece éstas inte­resantes noticias de la población y calles de su época:

"La planta de esta ciudad no es de aquella hermosa y per­fecta delineación, que según las reglas del arte y estilo moderno contribuye tanto al mejor aspecto y orden de los lugares y desahogo de sus habitantes, porque las calles no son muy anchas, ni bien niveladas, principalmente las que corren do Norte a Sur, que es por donde tiene su longitud la población; pero como casi todas gozan de un mismo ancho, pues ninguna baja de ocho varas, y hay muy pocas cerradas, ni enteramente oblicuas o recodadas, cuando no pueda competir en belleza y regularidad a las moder­nas, hace conocido exceso a las antiguas en estas circunstancias".

Algunas de sus calles no tienen nombres, pero entre todas la más nombrada es la de Mercaderes, que sale de una de las es­quinas de la Plaza Nueva para la parte de Norte y termina en la de la Parroquial Mayor, siendo su extensión de cuatro cuadras, y por una y otra acera están repartidas las tiendas de mercade­rías en que se halla lo más precioso de los tejidos de lana, lino, seda, plata y oro y otras bujerías y cosas preciosas del común uso, las que atraen mucho concurso a este paraje en que siendo lo que se vende por número, peso y medida, es lo que se gasta de pesos sin número ni medida, porque no hay cuenta ni regla en la delicadeza y esplendor del vestuario".

"Las cuadras aunque no tienen un propio tamaño, porque hay algunas más largas que otras, guardan con las fronterizas su debida proporción, y la diferencia de longitud y latitud que entre ellas hay, se hace menos notable, porque no es muy excesiva. Las mayores serán como de ciento y veinte varas y las menores de noventa y ciento: contiene hasta ahora 341 cuadras en que se enumeran hasta tres mil casas, todas las más de teja y cantería aunque en el extremo de la población al Poniente no faltan toda­vía muchas de paja o guano, como acá decimos; lunares que si no afean la belleza de la ciudad, asustan tal vez como más expuestas al fuego la tranquilidad de los moradores".

Señala Arrate como el mejor sitio de la ciudad en 1761, la plaza de San Francisco, donde el Ayuntamiento tenía sus casas capitulares y se encontraba también la cárcel pública, "y ocupan —dice— ambos edificios casi toda la frente de una de las cuadras o isletas que la ciñen por el Poniente, quedando las fachadas de Vino y otro descubiertas al Este, de modo que gozan con desem­barazo la vista de la bahía y campaña de la otra banda... "

Como ya indicamos, la más antigua y permanente división de La Habana ha sido la natural producida por la construcción de las murallas, o sea, en dos grandes zonas: Intramuros y Extramuros. Dentro de la primera zona, quedó encerrada lo que se ha llamado La Habana antigua o De Intramuros, o sea desde la orilla izquierda del mar hasta las calles de Ejido y Monserrate en una superficie total, según Pezuela, de 1.931,000 varas cuadradas cubanas; y dentro de la segunda zona o sea, La Habana nueva o moderna o De Extramuros, se comprendió toda la extensión y ampliación experimentada por la ciudad a medida que fue desarrollándose y creciendo, primero, hasta los límites determinados por el torreón de San Lázaro, el Cementerio General o sea de Espada, y la Esquina de Tejas, y después en sus sucesivas expansiones.

Ese crecimiento de la población fuera de su recinto amurallado, hizo de las murallas algo innecesario y que constituía estorbo, no sólo para el mejor tránsito y tráfico en la ciudad sino también para los fines mismos de resguardo y defensa, por lo que desde 1841, el Ayuntamiento habanero demandó el derribo de murallas, no accediéndose a ello por la Corona hasta 1863, por Reales Ordenes de 22 de mayo y 11 de junio de ese año, gracias a las gestiones en este sentido realizadas por el general Gutiérrez de la Concha que desempeñaba entonces el Ministerio de Ultramar. El derribo se inauguró el 8 de agosto del citado año en la parte donde se abrían las puertas llamadas De Monserrate que miraban respectivamente, a las calles de Obispo y O'Reilly.

Las obras iniciales del derribo de las murallas consistieron en la apertura de los boquetes necesarios para el empalme de las calles de La Habana de Intramuros con las de Extramuros, así como la construcción en parte de los terrenos ocupados por las murallas, de plazas, paseos y nuevas calles, realizándose más lentamente la enajenación a particulares de los terrenos sobrantes para la edificación de viviendas, comercios e industrias, todo ello mediante el inventario, avalúo y plano de todo el recinto y sus inmediaciones confeccionados por el Mayor de Plaza Comisario y el Comandante de Ingenieros de la Plaza, de acuerdo con los cuales se verificó por el ramo de Guerra la entrega a la Hacienda civil, previa indemnización de ésta a aquél, según aparece minu­ciosamente detallado en los expedientes que se conservan en nues­tro Archivo Nacional, instruidos tal y como lo disponía la Real Orden ya citada de 11 de junio de 1863, que confiaba al Ayunta­miento habanero la misión de abrir los boquetes necesarios en las murallas para las calles, trazar éstas y establecer en ellas el firme, las aceras y demás circunstancias de la vía pública, incluyendo las alcantarillas y las obras para la conducción de aguas y para el alumbrado. Según aparece de dichos expedientes los boquetes pa­ra las calles quedaron totalmente abiertos a mediados del año de 1867.

Pero no obstante esa demolición, ha seguido conservándose, si no oficial, sí tradicional y popularmente, la división de la Ciudad en Intramuros y Extramuros, o sea en La Habana antigua y moderna.

La primera división legal de La Habana la llevó a cabo el capitán general conde de Ricla en bando de 23 de septiembre de 1763, en cuatro cuarteles, división que su sucesor, Bucarely, modi­ficó, distribuyéndola sólo en dos cuarteles, subdivididos en cuatro barrios, todo ello, desde luego, para la población intramural, hasta que en 1807 se dividió ésta en 16 barrios, y la extramural en capi­tanías de partido, las que en 1841 el capitán general Gerónimo Valdés dividió en 6 barrios, considerada ya, desde 1851, la población de Extramuros como parte integrante de la capital, y am­pliada a los nuevos pueblos del Cerro, Jesús del Monte y Arroyo Apolo, así como también a las poblaciones del otro lado de la bahía: Regla y Casa Blanca.

Por ley del Congreso de 13 de junio de 1912 fue segregado, para constituirse en municipio aparte, el barrio de Regla.

En las Ordenanzas Municipales que en 1574 compuso el oidor D. Alonso de Cáceres, y fueron confirmadas por el Rey en 1640, sólo se dispone, en cuanto a las calles de La Habana y de los de­más pueblos de la Isla, por su artículo 69, que cuando se conceda algún solar con la condición, desde luego, de poblarlo dentro de seis meses so pena de darlo, pasado ese tiempo sin edificar, a otra persona que lo pida "para señalarlo esté presente un al­calde y un regidor que diputare el Cabildo, y un alarife, para que vean que no se metan en las calles públicas, que procuren que vayan derechas y que edifiquen como mejor y más hermoso pa­rezca el edificio..."

En 1603 el regidor Juan Recio presentó en la sesión de 5 de enero del Cabildo una proposición tendiente a imponer nom­bres a las calles de la ciudad, lo que no tuvo acogida oficial has­ta 1769 en que fueron sancionadas por el Monarca las Ordenan­zas que en 1763 formó el Conde de Ricla y en las que se ordena­ba que las calles fuesen señaladas por sus nombres, los que de­bían aparecer en una tarjeta en la que se expresase en letras cla­ras y grandes el nombre de cada calle. También se disponía la numeración de las casas por orden correlativo desde el uno hasta terminar la calle.

Según Manuel Pérez Beato, "el letrero más antiguo que ostenta una calle de La Habana es el que se ve en la de la Muralla es­quina a San Ignacio, puesto por el Cabildo para perpetuar la memo­ria del Conde de Ricla, restaurador de la Isla, después de la guerra llamada del inglés. En una tarjeta circular, se lee: "Calle de Ricla en memoria del Exo S.Conde de este título destinado por S. M. para la restauración de esta ciudad. Año de 1763".

El Marqués de la Torre, que gobernó la Isla de 1771 a 1776, y tanto se preocupó del progreso y ornato de la población, pro­yectó la pavimentación de las calles con tarugos de quiebra-hacha, debido a la escasez de guijarros o chinas pelonas; pero ese pro­yecto no pudo realizarse por completo, según afirma el historia­dor Valdés, "a causa de varios inconvenientes, y creo que uno de ellos fue lo resbaladizo del piso en tiempo de lluvias".

Quien acometió felizmente la obra de pavimentación, rotu­lación y numeración de las calles de La Habana, fue el capitán general D. Miguel Tacón, que como todos los déspotas, si atro­pelló la libertad y la justicia, favoreció las obras públicas.

Así, en la Relación del Gobierno Superior y Capitanía Gene­ral de la Isla de Cuba, extendida por el teniente general D. Mi­guel Tacón marqués de la Unión de Cuba, al hacer la entrega de dichos mandos a su sucesor el Excmo. Sr. don Joaquín de Ezpeleta, publicada en La Habana, el 1838, afirma Tacón, que al ocupar su cargo, "el estado de las calles de la capital era lamenta­ble por donde quiera que se considerase, y procedía de la calidad de su empedrado, donde entraban piedras de todos tamaños acuñadas con tierra que era arrastrada por las primeras lluvias y conduci­da al puerto con perjuicio de su fondo... Aquel sistema de em­pedrado era también molestísimo para los transeúntes, porque de su descomposición y desencadenamiento diario resultaban cavida­des y se formaban lodazales en tiempo de aguas. A estas se agre­gaban las que salían de las casas de desagüe, sin que las calles tuviesen desahogo por falta de cloacas y de declive. Las calles en tal desorden, contenían frecuentemente un germen de infección y de insalubridad". Tacón, de 1835 a 1837, empedró 173,500 va­ras cuadradas de calle y construyó 3,270 varas de cloacas.

En lo que se refiere a la rotulación de calles y numeración de casas dice Tacón lo siguiente: "Carecían las calles de la ins­cripción de sus nombres y muchas casas de números. Hice poner en las esquinas de las primeras, tarjetas de bronce y numerar las segundas por el sencillo método de poner los números pares en una acera y los impares en otra".

El Real Decreto de 1859, para la organización y régimen de los ayuntamientos de la Isla de Cuba, señalaba en su artículo 60, entre las atribuciones privativas de los ayuntamientos, el deliberar, conformándose a las leyes y reglamentos, "sobre la for­mación, y alineación de las calles, pasadizos y plazas, lo que con­firmó la Ley Municipal española de 1877, promulgada en Cuba, con algunas modificaciones, por Real Decreto de 21 de junio de 1878, al determinar, en su artículo 69, como de la competencia de los ayuntamientos, la "apertura y alineación de calles y plazas y de todas clases de vías de comunicación".

Por Real Decreto de 18 de octubre de 1861 se proveyó al Municipio habanero de las primeras ordenanzas municipales de construcción, que fueron aprobadas por el Gobernador civil el 30 de diciembre del mismo año y 8 de enero del siguiente, publicán­dose en la Gaceta en los días del 14 al 19 de ese mes y año. Estas ordenanzas, salvo ligeras modificaciones y adaptaciones, son las que hoy rigen, y en ellas se establecen normas y disposiciones pa­ra la apertura, ensanche y reedificación, así como clasificación de las calles del término municipal.

Al implantarse, con la promulgación por Real Decreto de 21 de junio de 1878, la Ley Municipal Orgánica española, nota­blemente modificada, de 2 de octubre de 1877, el nuevo régimen municipal —que llamó al gobierno y administración de cada pue­blo a sus vecinos, con el ejercicio del derecho electoral, y constitu­yó, a pesar de todas sus limitaciones y cortapisas antidemocráticas, un indiscutible avance sobre las autocráticas ordenanzas de 1859— encontró a La Habana, floreciente en lujosos edificios y ricos comer­cios, pero asentada —como afirma el alcalde municipal Miguel Díaz en su Memoria de 30 de junio de 1897— en lugar insalubre y des­cuidado, falto de higiene y con calles sin pavimento ni aceras, donde sólo podían pisar los esclavos y los caballos que arrastraban las tradicionales volantas, carruajes apropiados para atravesar barrancos y caminos apenas diseñados entre los terrenos de cultivo".

Este nuevo régimen dió calor a múltiples iniciativas de me­joras y reformas urbanas, las que tropezaron todas con la escasez de recursos que sufría el Ayuntamiento de La Habana, víctima de constante déficit que creó una deuda flotante considerable, por lo que calles, parques y paseos continuaron en deplorable estado de abandono.

El conde de Casa Ibáñez, durante el breve plazo que ocupó la Alcaldía (1887-89), dejó sentados los cimientos de la reorgani­zación municipal, normalizó la situación económica, y mediante un empréstito de $6.500,000 con el Banco Español, enjugó las prin­cipales deudas, pagó a los empleados los dos años largos que se le adeudaban, convino la definitiva construcción del Canal de Albear, empezado veinte años antes, y se emprendió el arreglo de las calles y saneamiento de los barrios.

Miguel Díaz Álvarez, penúltimo alcalde de la época colonial (1897-98) —y según propia confesión, en su citada Memoria de 1897, "el primer Alcalde Municipal de la ciudad de La Habana, que rinde exacta cuenta de su corta gestión"— declara que encon­tró la hacienda municipal en crítica situación, por haberse consu­mido la reserva de obligaciones del segundo empréstito de $3.000,000 que hizo el conde de Casa Ibáñez, y no haberse realizado un terce­ro que se proyectó, precisamente para "sanear en gran escala la población, establecer un sistema adecuado y científico de desa­güe por cloacas y adoquinar todas las calles a las que no había "al­canzado todavía este beneficio". A estos males se sumaban: una intensa epidemia variolosa, la miseria y el desempleo producidos por la guerra, y el desastre económico traído por la depreciación con­tinua del billete plata de circulación forzosa, "llegando el caso de haberse tenido que suspender las relaciones del Ayuntamiento con sus proveedores, a pesar de que nunca como ahora se han vis­to las arcas municipales tan abundantes en moneda, si bien de pa­pel, que rechazan por su valor nominal los tenedores de la deuda, los acreedores y los contratistas de los servicios municipales", y además, la reducción de los ingresos del Municipio en un 40% de la consignación. Ello no obstante, afirma el alcalde Díaz, pudo hacer frente a las más urgentes atenciones, y en cuanto a las calles, acometer el readoquinado de las vías urbanas de mayor tránsito, el arreglo de las calzadas, la decoración de los parques, la limpieza de los edificios públicos..."; aunque reconociendo y recomendan­do la necesidad de dotar a las vías habaneras de un pavimento adecuado, de "un sistema completo y perfecto de alcantarillado y adoquinado que garantice a los habitantes de la capital las condiciones de salubridad que hoy no puede ofrecérseles por grande que sea el deseo de los concejales".

Tal era el cuadro que ofrecían las calles, parques, plazas y paseos de la Capital de la Isla, a mediados del año 1897, año y me­dio antes de que terminara la dominación española en esta tierra. Durante cuatro siglos la Metrópoli no había podido hacer de la capital de "la perla de las Antillas", considerada como "el más rico florón de la Corona de Castilla", una ciudad dotada de ca­lles, paseos y plazas modernos y sólidamente pavimentados, con ace­ras, alumbrado y alcantarillado, todo a la altura de las poblaciones de su importancia y riqueza en Europa y América, y con parques amplios y bellamente arbolados y ornamentados, que fuesen verda­deros pulmones de una ciudad tan populosa como La Habana.

La Ley Municipal española de 1877 continuó vigente desde su promulgación en 1878 hasta el cese de la soberanía en Cuba el 1o de enero de 1899; y también quedó en vigor durante la ocupación militar norteamericana y los primeros años republicanos, con las modificaciones introducidas a la misma por las Ordenes Militares, la Constitución de la. República y leyes del Congreso, hasta que fue promulgada en 29 de mayo de 1908 la Ley Orgánica de los Municipios que redactó la Comisión Consultiva, y es la que rige en la actualidad, con las diversas modificaciones que ha experimen­tado al través de los años.

Durante el Gobierno norteamericano de ocupación militar, el Ayuntamiento de La Habana celebró un contrato, en 10 de enero de 1902, pocos meses antes de constituirse la República., con los señores Mac Givney & Rokeby para el alcantarillado y pavimenta­ción de la ciudad, el que, por los artículos IV y V de la Enmienda Platt estaba obligado a ejecutar el Gobierno de Cuba, según, ade­más, de manera expresa, hizo presente el general Wood al presi­dente Tomás Estrada Palma al entregarle el gobierno de la Isla. Nada se hizo, por no haber resuelto su ejecución el Congreso, sobre estas obras, durante la presidencia de Estrada Palma.

Al establecerse la Administración Provisional norteamericana en 1906, los contratistas reclamaron ante el gobernador Charles E. Magoon, quien, después de consultar con el Gobierno de Wash­ington, dictó por orden de éste, un decreto sancionando la celebra­ción de un contrato suplementario entre el Estado cubano y The Mac Givney and Rokeby Construction Company, causabientes de los contratistas originarios, y en virtud del cual el Estado habría de ejercer la inspección de la ejecución del contrato y asumir las obligaciones de la ciudad de La Habana, pagando el Estado los dos tercios, y el Municipio un tercio del costo de las obras, y com­prometiéndose para el pago un 10% de los ingresos de la Aduana de La Habana, y modificándose el contrato primitivo a fin de adaptarlo a las innovaciones introducidas. El Presidente de los Estados Unidos aprobó esta proposición y el Ayuntamiento de La Habana le impartió su aceptación, promulgando el Gobernador Provisional el decreto correspondiente el 22 de junio de 1908 y concertando el nuevo contrato al día siguiente, comenzándose los trabajos el 21 de septiembre.

Este contrato, a pesar de sus grandes máculas, tuvo forzosa­mente que aceptarlo el presidente José Miguel Gómez, por no en­contrarse manera legal de rescindirlo, así como un empréstito de $16.000.000 con la casa Speyer and Company, que también dejó contratado Mr. Magoon para la ejecución de ese contrato y el de abastecimiento de aguas y alcantarillado de la ciudad de Cienfuegos, continuando el presidente Gómez los trabajos de alcantari­llado y pavimentación de las calles de La Habana hasta terminar­los el año 1913.

Fortificaciones

Castillo de la Real Fuerza

Casi veinte años de espera, dos reyes, cuatro gobernadores e infinidad de percances debieron transcurrir antes de que la fortaleza se diera por terminado en 1576, siendo este el más antiguo exponente de arquitectura militar conservada en Cuba y para muchos especialistas en toda América.

El Morro

Castillo de Los Tres Reyes del Morro

Es un símbolo junto con el Capitolio y la Giraldilla de La Habana, trazado por el ingeniero Juan Bautista Antonelli en 1585, su posición estratégica en un cerro fue reconocida casi tan pronto como el puerto de la Habana empezó a adquirir la importancia estratégica que tuvo en la colonia. En los años 90 se trabajó en el rescate y preservación del sistema de fortificaciones de la ciudad, pasando estas a desempeñar nuevas funciones. El Castillo del Morro mantiene desde entonces una activa vida, sus salones funcionan como galería y en sus espacios una animada vida cultural no cesa. A su vez dos restaurantes (Los Doce Apóstoles y La Divina Pastora) y un bar se albergan en sus antiguas baterías con extraordinarios panoramas del litoral habanero.

La traza de la fortaleza del Morro es un polígono irregular que se ajusta rigurosamente a la forma del risco en que se levanta, lo que favorecía su carácter defensivo. Es inaccesible por más de 60 pies de alto por muchas partes y todo es de roca áspera. El Morro se proyecta en el mar en ángulo agudo, teniendo allí un medio baluarte sobre el cual se eleva una torre con faro, desde aquí en una profundidad de 150 metros, se van escalonando y abriendo las sucesivas cortinas hasta alcanzar el lado posterior en que se comunica con la tierra, donde está protegido por dos poderosos baluartes y un profundo foso. La torre original de 10 metros de altura fue sustituida en 1844-1845 por la altura, de 5 metros de diámetro y 30 de altura.

Su construcción comenzó al unísono que la del Castillo de San Salvador de la Punta, custodiando con celo ambos, la entrada de la bahía, ante el asecho continuo de corsarios y piratas, que en diversas ocasiones asolaron la población. Desde 1538 comienzan a reconocerse las ventajas de esta peña para la vigilancia y resguardo de la población. Debido a dificultades económicas y contradicciones entre los gobernadores de la Isla y Antonelli, la construcción del castillo se prolongó hasta bien entrado el siglo XVII. Durante el gobierno de Don Pedro Valdés entre (1600-1607) se cerraron las bóvedas y se concluyó la plataforma que se había venido construyendo, en la cual se colocaron 12 cañones. Sin embargo se cree que las obras complementarias alojamiento de las tropas, almacenes de municiones, aljibes, se terminaron de construir hacia 1610. La fortaleza se vio muy dañado durante la toma de La Habana por los ingleses, por esto al siguiente año de 1763 fue reconstruido bajo la dirección de los ingenieros Silvestre Abarca y Agustín Crame. El Morro constituyó la principal defensa del puerto habanero hasta la construcción de "Fortaleza de San Carlos de La Cabaña" a finales del XVIII.

La reconstrucción añadió dos baluartes (el de Tejeda y el de Austria); un profundo foso; camino cubierto, aljibes, cuarteles, calabozos y almacenes, asimilando las características irregulares del terreno donde se construyó. En su nivel inferior y por la parte que da a la bahía, se situaron las baterías Doce Apóstoles y La Pastora. Sus espacios interiores poseían un sistema dinámico de interconexión entre sí, que se completaron con diferentes vías de acceso y de comunicación adecuadas. Su torre comenzó a utilizarse como faro desde 1764. En 1844 la vieja torre fue demolida para levantar otra, que es la que llega a nuestros días, que se electrificó en 1945.

Castillo de San Salvador de La Punta

Al castillo le fue asignado un papel aparentemente secundario por su morfología poco impresionante, pero su existencia era realmente imprescindible, para cruzar fuego con el Castillo de Los Tres Reyes del Morro y bloquear la entrada de la bahía.

Fuerte de Santa Dorotea de Luna de La Chorrera

El pequeño fuerte conocido también como La Chorrera, culmino su construcción en 1643, debe su nombre a la devoción cristiana del gobernador Álvaro de Luna y Sarmiento y al sitio donde se levantó. Es obra de Juan Bautista, sobrino del célebre ingeniero militar Bautista Antonelli.

Tiene una planta rectangular y macizas elevaciones, sólo horadadas por aspilleras y troneras con frente al mar en el nivel alto y el parapeto del terrado, en el siglo XX se le sumó el nivel del terreno. La escalera exterior, unida por un puente levadizo a la puerta de acceso y la existencia sobre ella de un matacán le daban una singular fisonomía de desnuda presencia. Una garita circular servía de protección a la guardia. Un escudo sobre la puerta es el único detalle decorativo.

Esta fortificación, que habitualmente defendía la desembocadura del río Almendares, jugó un importante papel en la defensa de La Habana en 1762, cuando quedó parcialmente destruida. Como los situados de México no llegaban oportunamente, fue reconstruida con la contribución de los propios vecinos de la Villa San Cristóbal de la Habana.

Torreón de San Lázaro

Llamado así por un cercano leprosorio que estaba ubicado en la caleta del mismo nombre, servía de enlace entre el Castillo de San Salvador de La Punta y el Fuerte de Santa Dorotea de Luna de La Chorrera, al mismo tiempo que vigilaba el horizonte en busca de velas enemigas.

Obra del ingeniero Marco Lucio, es un perfecto cilindro de mampostería en tres niveles con aspilleras en el perímetro de su nivel intermedio y parapeto con pequeñas troneras en el superior. Tiene una puerta de acceso al nivel del terreno de dudosa fecha. Con el paso del tiempo, la caleta se rellenó y el torreón quedó incluido en un parque republicano que lleva el nombre del Mayor General Antonio Maceo Grajales, ilustre militar de las Guerras de Independencia.

Las Murallas

Las murallas de tierra y de mar de La Habana (1674 ca. 1740), fueron las obras de fortificación que concentraron mayores gestiones y recursos financieros, estando su proceso de ejecución lleno de incidentes y hasta una Real Cédula detuvo su proyecto en 1656, cuando apenas se había comenzado. Las primeras ideas sobre la necesidad de su construcción datan de 1558, pero solamente 182 años más tardes se vieron terminados, desde el barrio de Campeche al sur, hasta el barrio de La Punta al norte. En 1654, hubo un proyecto de sustituirlas por un canal de agua, con el mismo recorrido.

El año 1740 se toma para la terminación desde La Punta hasta La Tenaza, y de ésta el Hospital de Francisco de Paula. Habían quedado pendientes algunos tramos del borde marítimo, ya que el litoral sólo se abría frente a la plaza de San Francisco, con la Aduana para el despacho de los buques. Como toda obra dilatada, su autoría se comparte entre varios profesionales. Se tiene por proyecto inicial una traza de Ochoa de Luyando o Ullando de 1558, y hay planos de Cristóbal de Roda (1603) con descripción del trazado de la ciudad y la muralla, y otro con una variante previendo el crecimiento urbano. También un plano de Juan de Ciscara (1677), con la obra realizada hasta aquel momento y la pendiente. Como planos de mayor información y rigor se citan los del ingeniero militar Bruno Cavallero, “Recinto de la Plaza de La Habana” (1727) y “Puerta Principal de la Muralla” (1729).

La muralla por su frente de tierra tenía nueve baluartes y un semibaluarte unidos por cortinas, según plano levantado por Luis Huet en 1776. Con un promedio de diez metros de altura y un grueso de metro y medio, tenía una extensión de cinco mil metros, sumando el frente de mar. Los baluartes llevaban los nombres de San Isidro, Belén, San Pedro, Santiago, Monserrate, La Pólvora, San Juan de Dios, El Ángel y San José. Tenía una Puerta Principal o de Tierra, dando a la calle Real o de la Muralla, y otra para comunicar con La Punta. Con el transcurso del tiempo se fueron abriendo otras puertas, para facilitar la comunicación con la ya importante ciudad extramuros, entre otras se recuerdan la del Arsenal de excelente diseño barroco, la de la Tenaza, conservada y en el siglo XIX la de Colón y correspondiendo con las calles del Obispo y de O’Reilly, las dos de Monserrate por su diseño arquitectónico de estilo neoclásico, que fueron motivo de inspiración para varios grabados.

De la muralla de mar, sólo quedan restos arqueológicos del frente de La Maestranza, con una garita, y otro tramo pequeño al fondo de la iglesia de San Francisco de Paula. Pero por documentación gráfica se conocen algunos detalles, como la cortina frente al castillo de La Fuerza con camino de ronda volado sobre ménsulas de piedra.

Para esta magna obra se movilizaron miles de peones y esclavos de la oligarquía habanera, situados de México asignados por la Corona y sumas extraídas de contribuciones e impuestos de los propios vecinos. Su eficacia defensiva jamás fue puesta a prueba y su derribo comenzó en 1863, continuando hasta principios del siglo XX. Fue sólo el más engorroso proceso constructivo, a cuya sombra se encubrieron desvíos económicos de toda índole, como ha sido usual en la historia con los grandes planes constructivos oficiales. Con su desaparición, la ciudad se liberó de un molesto cinturón que impedía su normal desarrollo y funcionamiento, creando de paso en el terreno liberado el famoso Reparto Las Murallas, que habría de marcar la ciudad hasta nuestros días con su desarrollo urbano de escala monumental.

Sendos cañonazos anunciaban a la población la apertura y el cierre de las puertas. La ceremonia del cañonazo de las nueve de la noche, que se realiza en la Fortaleza de San Carlos de La Cabaña, recuerda a los habaneros aquella costumbre. De las murallas sólo quedan actualmente restos, como la citada puerta de La Tenaza y varios lienzos de cortina de tierra en sus cercanías, unos cuarteles, la garita del Ángel y la de la Maestranza de la cortina de mar. Una lápida donde se esculpieron los nombres del rey Felipe V y del gobernador Dionisio Martínez de la Vega, recordaba la inauguración oficial en 1738.

Fortaleza de San Carlos de La Cabaña

Cuando se comprueba la vulnerabilidad de la villa, con la toma de La Habana por los ingleses en 1762, queda evidente la necesidad de fortificar aquel terreno estratégico por donde habían avanzado las infanterías enemigas y sitiado el castillo del Morro, las alturas de La Cabaña.

La fortaleza comienza su contrición en 1763 y culmina en1774, es la fortificación más extensa en la isla de Cuba, se levanta en aquel lugar con el nombre de San Carlos en honor de Carlos III. La ejecución fue encomendada a los ingenieros militares Silvestre Abarca y Pedro de Medina, éste muy vinculado a notables exponentes de la segunda mitad del siglo XVIII, como la iglesia de los Jesuitas, después Catedral de La Habana.

La enorme planta de esta fortaleza tiene un cuerpo principal, compuesto con dos semibaluartes extremos (San Francisco y San Lorenzo) y un baluarte central (San Ambrosio) unido por cortinas hacia tierra. Hacia el puerto presenta una maciza escarpa. Por tierra lo rodea un colosal foso donde se encuentran dos lunetos (San Leopoldo y San Julián) y dos tenazas (San Agustín y San Antonio). La entrada protegida de tierra da paso a una vía que se desplaza por puentes originalmente de madera, del luneto de San Leopoldo a la tenaza de San Antonio y por último a la fortaleza. La portada presenta un vano en arco, tapiado a partir de su arranque, enmarcado por columnas adosadas que sostienen un entablamento decorado con mascarones. Se conoce que el proyecto de Abarca (1771) contemplaba tres remates herrerianos de bola. Consolas laterales sirven de transición y apoyo al cuerpo central. Sobre la puerta, un escudo imperial tallado en mármol blanco cualifica su desempeño militar.

En el interior, son de escala monumental la plaza de armas y los cuarteles, entre los que el espacio se mueve eficazmente articulado con un sentido barroco de sorpresa, por rampas y calles de circulación para las tropas. Una verdadera escenografía barroca, para desarrollar el gran espectáculo militar de los desfiles, con uniformes, banderas y fanfarrias. Vinculada a la plaza de armas, con gigantescos y navegables depósitos de agua, se despliega hacia el puerto la batería responsable de disparar el cañonazo de las nueve de la noche habanera. En un extremo del cuartel occidental está ubicada la capilla, de elegante portada donde se descubre la mano de Medina. Se destaca de los desnudos muros del conjunto por el tratamiento arquitectónico. Solución en retablo, de vano central de entrada unido a un nicho superior, que culmina en espadaña de un vano y frontón recto. Las siluetas laterales se recortan en consolas de transición, frontones curvos y pináculos sobre las pilastras extremas de las cuatro que enmarcan los vanos de acceso.

Con su gracia y escala, las garitas de planta circular, subrayan algunos puntos de los parapetos. Casi al nivel del agua, muy cerca del extremo oeste de la fortaleza se conserva la batería de la Divina Pastora, anterior a la construcción de La Cabaña. Este conjunto militar por su posición al otro lado de la bahía, sirve de telón de fondo a buena parte de la ciudad intramuros, al mismo tiempo que es un sitio privilegiado para observarla. Con un largo aproximado por el litoral portuario de setecientos metros y un ancho en tierra variable hasta trescientos metros, esta fortaleza es una de las más extensas fábricas militares de su época.

Castillo de El Príncipe

El castillo fue construido en 1767 y terminado en 1779, fue llamado así en honor del príncipe Carlos, hijo de Carlos III. Fue ubicado en una de las colinas que rodean La Habana, proyectado por los ingenieros militares Silvestre Abarca, Agustín Crame y Luis Huet. Rodeado ahora por el crecimiento urbano, cerraba con su contemporáneo Castillo de Santo Domingo de Atarés el anillo defensivo por tierra, y formaba un triángulo defensivo de la ciudad, con la Fortaleza de San Carlos de La Cabaña. Es un condensado ejemplo del avance de la fortificación en su época.

Su planta viene dada por un pentágono irregular, con dos baluartes (San Felipe y San Carlos), dos semibaluartes (San Silvestre y San Luis) y un rediente, en uno de cuyos costados se abre la puerta de entrada, unidos por cortinas fortificadas. Tiene foso perimetral con dos lunetos y una galería de minas para el movimiento de tropas en la contraescarpa. En el interior del recinto, la plaza de armas acoge varios pabellones. En el exterior sobresalen las novedosas garitas de planta hexagonal y eficaz tratamiento arquitectónico, con remates de bola. Su estructura interior y el espacio del foso fueron alterados por los años en que se usó como presidio. Un cuerpo sobresaliente destaca la portada enmarcada por pilastras pareadas de escala monumental, que sostienen el entablamento y la vigorosa cornisa. Hacia 1936, se cambió el escudo imperial - dentro de un recuadro - por el escudo nacional y se enmascaró su primitiva factura con el rehundido de las juntas y un minúsculo y exótico perfil almenado. Actualmente desalojada, la inmensa y valiosa construcción militar espera por su restauración y puesta en valor.

Castillo de Santo Domingo de Atarés

El castillo fue construido en 1767, recibió su nombre por el conde de Atarés, padre de Ambrosio Funes de Villalpando, conde de Ricla y gobernador que recibiera la ciudad de mano de los ingleses en 1763. Emplazado en una elevación (la loma de Soto), antiguamente rodeada por un brazo de mar, domina la ensenada de Atarés al fondo de la bahía.

Su planta compacta es un polígono hexagonal irregular, rodeado por un terraplén amurallado con seis traveses y un foso sobre el cual un puente levadizo conducía a la sencilla puerta de entrada, en arco rebajado coronada por un escudo y dos placas de bronce. Tiene una pequeña plaza de armas rodeada de locales de alojamiento y almacenes abovedados. Una importante escalera conduce al nivel superior donde el terrado aparece delimitado en cuatro de sus lados por parapetos con troneras, como frentes de defensa hacia el interior del territorio, los otros dos lados miran a la bahía que en aquella época llegaba hasta las faldas del castillo. Son particularmente vistosas sus garitas voladas de planta hexagonal semejantes a las del Castillo de El Príncipe. Durante la época republicana ha sufrido algunas modificaciones y su glacis se ve amenazado por diversas construcciones anacrónicas y el corte de una vía de circulación (calle de Fabrica); ha mantenido su uso militar. Un proyecto de restauración para el valioso exponente militar está en proceso.

Plazas

Plaza de Armas

Constituye el punto generatriz de la ciudad de La Habana (1519). Su trazado evoca el de las plazas fortificadas de la Europa medieval. En su perímetro se hallaban las sedes de las autoridades civiles y militares en la época colonial, y la iglesia parroquial de la Ciudad.

Plaza de la Catedral

Fue la última de las principales plazas en formarse. En la segunda mitad del siglo XVI algunos vecinos construyeron allí sus viviendas, llamándola "de la Ciénaga" porque a ella llegaban las aguas que corrían a lo largo de la villa para desembocar al mar y se anegaba con las mareas.

Por esa razón, el primer acueducto que tuvo La Habana, la Zanja Real, desaguaba por el boquete abierto en un muro de la plaza, espacio hoy conocido como Callejón del Chorro, señalado por una lápida conmemorativa.

En el siglo XVIII se fue transformando en uno de los centros fundamentales de la ciudad. Familias adineradas de la sociedad habanera de entonces fabricaron mansiones que aún perduran.

Su aspecto cambió totalmente, su nombre también, convirtiéndose en Plaza de la Catedral después que fue elevada a este rango la antigua Iglesia de la Compañía de Jesús, que sobresale en uno de sus extremos.

En el siglo XX se hicieron en la plaza y sus construcciones algunos trabajos de restauración, tomándose en cuenta el proyecto del urbanista francés Forestier, a quién se debe el rosetón en el pavimento. La Plaza de la Catedral es un sitio acogedor y monumental, indisoluble del alma habanera.

Plaza de San Francisco

Debe su nombre al convento franciscano ubicado aquí desde finales del siglo XVI. La ensenada en que se encuentra fue rellenada en 1628 para formar la plaza, próxima a la Aduana, evidencia del crecimiento de la villa y del aumento de su población.

Era el sitio de mayor vida de la ciudad, muelles, archivos e instituciones gubernamentales permanecieron aquí desde la segunda mitad del siglo XVII hasta que se trasladaron a la Plaza de Armas en 1791.

También transcurrían aquí las populares Ferias de San Francisco, que comenzaban el día 3 de octubre de cada año y se realizaron hasta 1841, cuando se decretó la secularización del convento franciscano.

En el siglo XVIII se mejoró su entorno: se empedró la calle de los Oficios y se terminó el nuevo Convento de San Francisco de Asís, que tuvo la torre más alta de la isla en esa época. Las viviendas de la aristocracia habanera engalanaban el lugar, como símbolo fiel de los nuevos códigos arquitectónicos, con lo cual la plaza se convirtió en lugar fundamental de la ciudad.

En el siglo XX aparece el edificio de la Lonja del Comercio para regir el desarrollo de las operaciones mercantiles en la zona, y un año más tarde el nuevo edificio de la Aduana, con lo cual se acentúa el carácter que desde el siglo XVII mostró este rincón.

En el centro de la plaza se levanta la Fuente de los Leones, obsequiada a La Habana por Claudio Martínez de Pinillos, conde de Villanueva, y colocada aquí en 1836. La Plaza de San Francisco vuelve a cobrar vida con los trabajos de restauración en este centro de atracción y desarrollo de la ciudad de San Cristóbal de La Habana.

Plaza del Cristo

Toma su nombre de la iglesia del Santo Cristo del Buen Viaje, a la que tradicionalmente acudían los marinos al partir o regresar, para solicitar o agradecer la protección contra las eventualidades que se presentaban durante las travesías.

Primero se levantó allí el para entonces remoto Calvario, algo alejado del núcleo fundacional, y más tarde la ermita del Humilladero, estación final de las procesiones de Cuaresma. Luego fue conocida como Plaza Nueva, quitándole su nombre a la que hoy se llama Plaza Vieja. En un tiempo se le llamó "plaza de las Lavanderas", por el gran número de africanas de este oficio que allí se reunían antes de asistir a misa en la vecina iglesia. Después de la desaparición del mercado la plaza recibió un arbolado que aún la caracteriza.

La fachada del templo preside la plaza por la calle Villegas, en tanto Teniente Rey, Bernaza y Lamparilla también dan acceso a ella. Otras dos calles mueren en ese espacio, la calle del Cristo, de una sola cuadra, y la más antigua calle de la Amargura.

La intervención realizada en 1975 remodeló el espacio y trasladó hacia una ubicación cercana a la calle Bernaza, frente a la puerta del colegio de los padres agustinos que para entonces allí existía, un sencillo monumento al poeta mestizo Gabriel de la Concepción Valdés (Plácido). También se creó un espacio pavimentado frente a la puerta lateral de la iglesia con un cantero circular central donde fue sembrado un árbol de bella floración de color rojo, conocido como Cardenal.

Aunque todo hace suponer que la plaza fue un gran espacio abierto y rectangular con sólo la iglesia cerrando la calle Amargura, debido al crecimiento constructivo urbano la actual plaza es un espacio en forma de Ele. En su perímetro se encuentran exponentes arquitectónicos de distintas épocas.

Su historia y la existencia de la hermosa iglesia del Santo Cristo acreditan su inclusión en el sistema de plazas del Centro Histórico de La Habana.

Plaza Vieja

Ordenada su creación en 1587, no es hasta la segunda mitad del siglo XVII que cobró auge. Llamada inicialmente Plaza Nueva, se cambió por el de Plaza Vieja al construirse la Plaza del Cristo.

A fines del siglo XVII era Plaza Mayor, sitio fundamental del comercio y área residencial de la élite criolla hasta el siglo XVIII. En 1835 se terminó en su centro el monumental Mercado de Cristina, en honor a la reina, sustituido en 1908 por un parque y luego por un aparcamiento semisoterrado.

La plaza, después de su restauración, recuperó su nivel de pavimentación original. Está centrada por una fuente de mármol de Carrara, interpretación de la que antaño se encontrara en este sitio, lo cual contribuye a rescatar su encanto inicial, y la rodean hermosas edificaciones de alto valor patrimonial, para conformar el conjunto más armónico de la antigua ciudad.

Monumentos

Fuente de la India

También conocida como la Noble Habana, es una representación donde figura la imagen de la mítica india Habana, esposa del cacique Habaguanex, regente de la zona antes de la llegada de Colón, del cual se cree que toma el nombre la capital de Cuba. Está ubicada en el extremo sur del Paseo del Prado, a unos 100 metros del Capitolio. Fue diseñada por el arquitecto Giuseppe Gaggini bajo el mandato del Conde de Villanueva don Claudio Martínez de Pinillos. Construida con mármol blanco de Carrara, tiene una altura de tres metros.

Esta fuente de estilo neoclásico, se encuentra sobre un pedestal cuadrilongo con cuatro delfines, uno en cada esquina, de cuyas bocas se vierten las aguas sobre las enormes conchas que forman su base. La "India" trae en la cabeza una corona de plumas y sobre el hombro izquierdo el carcaj con las flechas de cacería. En su mano izquierda sostiene un cuerno de la abundancia con frutas criollas y en la otra el escudo de armas de la ciudad de La Habana.

La fuente fue colocada en 1837 en la Puerta Este del antiguo Campo de Marte en sustitución a la de Carlos III, luego fue trasladada en 1863 al Parque Central y en 1875 fue devuelta al sitio que ocupa ahora. Algunos historiadores afirman que La Fuente de la India fue la primera imagen captada por un fotógrafo en ciudad, se cree que la "hazaña" fue realizada por el fotógrafo francés Antonio Rezzonico en la cuarta década del siglo XIX.

Fuente de Neptuno

En 1836 el Capitán General de la isla de Cuba, que todavía en esos momentos era colonia española, Miguel Tacón, mandó a construir la fuente la cual se importó desde Italia. Su objetivo aparte del ornamental era fundamentalmente abastecer de agua potable a tres barcos al mismo tiempo por lo que se le colocaron grandes argollas de hierro para los amarres.

Construida con fondos públicos comenzó a construirse en el 1836 y fue objeto de reparaciones por más de 10 años. Después de perder su función proveedora es trasladada en 1871 a la antigua Alameda de Isabel II, hoy Paseo del Prado, entre las calles Zulueta y Neptuno. Luego de varios traslados se ubicó en el Parque de La Punta hasta 1912 cuando fue sustituida por otra estatua del intelectual cubano José de la Luz y Caballero, haciendo que fuera almacenada en el Depósito municipal. Posteriormente fue reclamada por el museo Nacional para sus galerías y luego la Secretaría de Obras Públicas la colocó en un parque en El Vedado, hasta que por labores de la Oficina del Historiador de La Habana, fue trasladada a su posición original.

Monumento al General Máximo Gómez

Es un conjunto escultórico monumental situado frente al Malecón, en La Habana, capital de Cuba, dedicado al General de la independencia de la isla Máximo Gómez Báez, quien murió en la ciudad a principios del siglo XX. La obra es resultado del trabajo del arquitecto cubano Aldo Gamba.

Este monumento se construyó gracias a un concurso realizado para el embellecimiento del litoral de la ciudad, este debía responder a las exigencias de las esculturas ecuestres, como por ejemplo que si el prócer era extranjero (como en este caso), debía estar mirando al mar. El conjunto fue inaugurado oficialmente el 18 de junio de 1935. Con la construcción del Túnel de La Habana, el parque que rodeaba la estatua fue eliminado parcialmente, haciendo desde entonces algo difícil el acceso a la misma debido a que esta rodeada por varias avenidas.

La escultura está sobre un templete de forma rectangular con doce columnas de mármol blanco, inspirado en el templo de la patria, la que descansa en un zócalo con bajo relieves laterales alegóricos a las guerras en las que participó Gómez, estos tienen un carácter eminentemente clásico. En la parte inferior se encuentra la fuente de granito de Viena, formada por un arco de medio punto sobresaliendo tres figuras femeninas y tres caballos, tan unidos que se confunden entre sí, las figuras equinas son los surtidores de agua. El acceso está dado por una escalera de mármol.

Pavimentación de sus calles

El Marqués de la Torre, que gobernó Cuba de 1771 a 1776, y tanto se preocupó del progreso y ornato de la población, proyectó la pavimentación de las calles con tarugos de quiebra-hacha, debido a la escasez de guijarros o chinas pelonas; pero ese proyecto no pudo realizarse por completo, según afirma el historiador Valdés, "a causa de varios inconvenientes, y creo que uno de ellos fue lo resbaladizo del piso en tiempo de lluvias".

Quien acometió felizmente la obra de pavimentación, rotulación y numeración de las calles de La Habana, fue el capitán general Miguel Tacón, que como todos los déspotas, si atropelló la libertad y la justicia, favoreció las obras públicas.

En lo que se refiere a la rotulación de calles y numeración de casas dice Tacón lo siguiente: "Carecían las calles de la inscripción de sus nombres y muchas casas de números. Hice poner en las esquinas de las primeras, tarjetas de bronce y numerar las segundas por el sencillo método de poner los números pares en una acera y los impares en otra".

Miguel Díaz Álvarez, penúltimo alcalde de la época colonial (1897-1898) declara que encontró la hacienda municipal en crítica situación, por haberse consumido la reserva de obligaciones del segundo empréstito de $3.000,000 que hizo el conde de Casa Ibáñez.

A mediados del año 1897, año y medio antes de que terminara la dominación española. durante cuatro siglos la Metrópoli no había podido hacer de la capital de "la perla de las Antillas", considerada como "el más rico florón de la Corona de Castilla", una ciudad dotada de calles, paseos y plazas modernos y sólidamente pavimentados, con aceras, alumbrado y alcantarillado, todo a la altura de las poblaciones de su importancia y riqueza en Europa y América, y con parques amplios y bellamente arbolados y ornamentados, que fuesen verdaderos pulmones de una ciudad tan populosa como La Habana.

La pavimentación de las calles de La Habana es terminada en el año 1913, después de que el presidente José Miguel Gómez aceptara un empréstito de $16.000.000 con la casa Speyer and Company, que también dejó contratado Mr. Magoon durante el Gobierno norteamericano de ocupación militar.

Actual municipio de la Habana Vieja

El actual municipio de La Habana Vieja surgió en 1976 con la nueva división política Administrativa .Su historia apenas rebasa los veinticinco años pero la del territorio que abarca, que llega a incluir los antiguos barrios se remonta a varios siglos de quehacer histórico. La influencia ejercida por sucesivas generaciones da continuidad al proceso histórico que enlaza su pasado con el presente.

Extensión Territorial

El municipio de La Habana Vieja en sus 4,5 km. cuadrados tiene una población de 94.966 habitantes, según censo del año 2002, siendo varones 44.852 y hembras 50.114, siendo su densidad demográfica de 21.103,5 habitantes por kilómetro cuadrado. Su territorio consta de 7 Consejos Populares y 83 Circunscripciones.

Esta localidad es una de las más pequeñas entre los quince municipios que comprende la provincia de la Ciudad de La Habana.

La topografía de este territorio es básicamente llana, ocupada fundamentalmente por edificaciones de viviendas, servicios y centros productivos, las únicas elevaciones de consideración son las lomas del Ángel y de Soto, la primera al norte del municipio y la última hacia el sur.

Su economía

La Habana Vieja desde su surgimiento fue muy codiciada por su ubicación geográfica y las potencialidades que ella atesoraba para el desarrollo económico, como es el caso Puerto de La Habana, calificado como el más importante del país por ser centro de la actividad portuaria del mismo, la intensa actividad de carga y descarga que presenta y por constituir una de las puertas principales que relacionan a la nación con el resto del mundo. No obstante es de señalar que la urbanización creciente y dificultades en los servicios de saneamiento han dado lugar a la contaminación de sus aguas debido a los desechos de las industrias y otros residuos aunque está en desarrollo un plan para eliminarla. En el territorio encontramos un total de 1376 organismos y entidades de una amplia repercusión en el desarrollo socio-económico del país, así como 122 organismos nacionales que regulan toda la actividad financiera y bancaria y 12 empresas de subordinación provincial dedicadas a otras actividades. A esta infraestructura se suma los 5 ministerios enclavados en el municipio: Ministerio de Auditoría y Control, Ministerio de la Industria Ligera, Ministerio de Comercio Interior, Ministerio de ciencia, Tecnología y Medio Ambiente y Ministerio de Finanzas y Precio. La actividad económica fundamental es el turismo, donde como parte de la infraestructura de servicio hotelero encontramos: 16 hoteles y 6 hostales y como entidades que operan con capital extranjero tenemos: 6 empresas mixtas y 12 sucursales mercantiles. Es de destacar también como otras actividades económicas importantes, la industria pesquera y las ramas alimenticias, la construcción y la de tabaquería. También tienen gran significación, por el servicio que prestan la Terminal Central de Ferrocarriles y el Túnel de La Habana, así como la Termoeléctrica “Otto Parellada”, de Tallapiedra. Caracteriza también al municipio una amplia red comercial y de almacenes.

La Oficina del Historiador de la Ciudad

Creada en 1938 por Emilio Roig de Leuchsenring y que después de su muerte dirige Eusebio Leal Spengler,el cual realiza un trabajo encomiable y que ha recibido gran prestigio ya que desde 1981 ha acometido un apreciable proyecto de restauración y rescate de la identidad histórica y cultural del lugar más longevo de la capital cubana.

Existen acciones en viviendas enclavadas en este lugar para mejorar las condiciones de vida y la imagen urbana así como un proyecto muy estratégico que es el Colegio Universitario San Jerónimo de la Habana ya que garantiza la preparación de nuevos licenciados en Arqueología, Museología y Museografía, Gestión cultural y Gestión urbana.

Vida Social y Cultural

Gran Teatro de la Habana

En su espacio tienen lugar numerosas funciones sociales, comerciales, administrativas y culturales. Igualmente mantiene la homogeneidad ambiental y las construcciones de mayor valor cultural son restauradas armoniosa y expresivamente a través de la permanencia de la trama urbana original y de los aspectos formales básicos del conjunto.

Plaza Vieja

Dentro de lo que fuera el antiguo recinto amurallado existen edificaciones de destacado valor arquitectónico en los alrededores de la Plaza de la Catedral, la Plaza de Armas, la Plaza de San Francisco y la Plaza Vieja fundamentalmente.

Además, al carácter excepcional de esta urbe se une la posición de la bahía como ruta obligada del Nuevo Mundo, de ahí la necesidad de su protección militar, por lo que la ciudad en época colonial contó con tres sistemas defensivos que, desde el punto de vista arquitectónico, alcanzan un gran nivel estético y funcional.


Proyecto Arte y Salud

El Proyecto Arte y Salud en La Habana Vieja, auspiciado por el Centro de Estudios de Salud y Bienestar Humano (CESBH), de la Universidad de La Habana, tiene como objetivo principal preservar el estado de vida normal de las personas.
Con la combinación de diferentes manifestaciones artísticas este programa se propuso desde su comienzo concientizar a los seres humanos sobre la salud y relajamiento físico-mental.
La salud es primero nuestra responsabilidad y luego de los médicos, hemos encontrado una forma de ayudar tanto a las personas sanas como a las que no lo están; los sanos aprenden a cuidar su salud; el resto no se siente rechazado ni excluido de la sociedad, afirmó la doctora Ruth Daisy Enríquez Rodríguez, directora de esta institución integrada por voluntarios de varias esferas y sectores.
Aunque por el momento el proyecto radica en la Habana Vieja ya se extiende por municipio de 10 de Octubre. Aún no se conoce la cifra exacta de los participantes de Arte y Salud, pues la asistencia varía según el día (con mayor afluencia los fines de semana) y las actividades que realicen, destacándose las culturales.

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