Trova en Santa Clara

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Plantilla:Agrupación musicalHistoria de la Trovaen Santa Clara.

Radamés Giro cita cómo ya en 1722 existían en la Villa de Santa Clara «pequeños grupos de guitarras y bandolas para gran regocijo de la población» y aunque andando el tiempo en la ciudad no se generó un fuerte y auténti­co movimiento trovadoresco, esta sí se convirtió en una importante plaza para trovar; la cercana Sancti Spíritus, con su peculiar ambiente, tuvo que haber dejado sentir su influjo y no pocos de sus juglares y otros del resto de la isla pasaron por aquí y armaron sus descargas donde quizás alguna vez estuvieron los caibarienenses Manuel Corona y Alfredo Sánchez: El Moquillo.

Hacia finales de los 40, en el Siglo XX, un grupo de trovadores se reunía en una casa de la calle San Pablo, de donde partían luego en largas farras encabezadas en muchas ocasiones por el inolvidable Panchito del Real, El Pamperito. Terminando la década, Ela O'Farry se desta­caba más allá de la provincia, con excelentes composi­ciones y una manera particular de tocar la guitarra con complicaciones armónicas y acentos clásicos, y uno de esos días Benito Vargas ponía en manos de la joven santaclareña Teresita Fernández una guitarra que no ha dejado de acompañar su enorme voz, para bien de la cultura cubana.

A mediados de los 50 madura en Santa Clara un fenómeno musical aún virgen en su estudio y valoración: la canción filing; surgida casi paralelamente en la capital pero que tenía sin embargo rasgos muy propios y contó con desta­cadas figuras como Rigoberto Casañas, Ricardo Mederos, Nelson Hernández y Esteban Riego, presididos todos por el prolífero Gustavo Rodríguez, Todavía se recuerdan aquellos encuentros en el pequeño Bar Frío en el callejón de Padre Chao y otras descargas que se organizaban en la casa de algunos de ellos. Este movimiento se extendió hasta finales de los 60, cuando comenzó a languidecer.

Es entonces que surge, se propaga y se fortalece rápidamente el movimiento de la Nueva Trova, y coinciden en Santa Clara varios cantautores procedentes de todo el territo­rio provincial que en aquellos días todavía abarcaba las regiones de Cienfuegos y Sancti Spíritus: Mario Crespo, Lázaro García, Juan Campos, Ángel Cristóbal, Los hermanos Novo, el dúo Escambray; luego se unirían Jorge Gómez, [[María Cristina Alemán y Marta Lisy, entre otros. La obra de estos cultores era promovida a través del programa Con la misma guitarra, cada domingo a las diez de la mañana por la emisora provincial CMHW

La posterior división político-administrativa disper­só a este grupo, y cayó entonces la nueva trova local en un marasmo del que vino a salir ya a mediado de los 80, cuando surgen otras figuras bajo el incentivo de una es­pecie de resignificación del movimiento, que comienza con una canción en torno a la existencia íntima del hom­bre e interesada en el perfeccionamiento musical y más distante de los asuntos épicos de otros tiempos. De esta época son Amaury Gutiérrez, Julio Fowler y Carlos (Trova) Gutiérrez, quienes lograron revitalizar a la nueva canción en el centro de la isla, generándose todo un movimiento cultural al que se unieron otros músicos, artistas plásticos y poetas en populosas peñas en el Museo Provincial, El Mejunje y luego el Museo de Artes Decorativas

Entrando en los 90, la nueva trova en Santa Clara cae bruscamente en un estado de precariedad; el salto de Amaury Gutiérrez hasta la nómina del Grupo Afrocuba y la transición de Carlos Trova y Julio Fowler en intereses más comerciales rumbo al occidente del país, dejaron un imprevisto vacío. Pero en las últimas peñas ya se escu­chaba a un adolescente llamado Rolando Berrio, admira­dor de Amaury, que pronto pasó a ser su alumno y here­dero de esa forma fresca de tomar la escena y abordar temas inusitados, además de inevitables giros vocales comunes. Berrío asumiría pues la responsabilidad de con­tinuar este estilo composicional en la ciudad hasta que en 1992 se encuentra con Levis Aleaga y Raúl Cabrera, condiscípulos en el Instituto Superior Pedagógico Félix Varela, y deciden unirse en un trío con el sugerente nom­bre de Enserie

Desde su aparición, el trío cautivó, primero por el asombro de la novedad, luego por la madurez con que presentaba su trabajo, pues se abrió con un manojo de composiciones ya terminadas, fruto de las posibilidades de todos sus inte­grantes para la creación, a la que llegan desde vertientes e imaginarios distintos. La producción de Enserie asume y recrea los más populares géneros y estilos de la música cu­bana, donde jerarquizan indistintamente los elementos cam­pesinos, lo sonero, lo afro, la trova tradicional e influencias de la canción filinera, caracterizada, además, por su profu­sión metafórica y riqueza temática. Es admirable cómo cada composición es asumida como propia, interpretada mediante originalísimos arreglos vocales, lo que contribuye notable­mente a la comunicación con el público.

Una vez desintegrado el trío, Roly Berrio se convier­te en uno de los más prolíferos y auténticos compositores de nuestro país, lo que sitúa su obra en dos vertientes de igual categoría: una especie de trova bufa de altos quila­tes, con Ñico Saquito, Miguel Matamoros y Pedro Luis Ferrer entre sus pautas referenciales más notables, y otra faceta filinera, tal vez menos advertida, pero sumamente sólida, que hace de este poeta un continuador legítimo de la composición reflexiva de corte existencial amoroso. Sus presentaciones adquieren cada vez una dramaturgia musical más osada, de gran poder expresivo, donde con­fluyen todas sus potencialidades.

Por esos mismos días en que aparece Enserie, en el pro­pio Instituto Pedagógico, Alain Garrido sobresale con composiciones fusionadoras del rock con el bolero y la canción en las que se arman temas de cuidada poesía en un profundo espectro temático de pronta incorporación a la memoria. Con el tiempo ha enfatizado su interés por mantener su música en la rítmica cubana, llevarla al formato tradicional con preferencia por lo acústico, sin desdeñar, en el sentido melódico, los giros propios del mejor pop y el rock.

Por su parte, en la Universidad Central, Diego Gutiérrez también empieza a destacarse haciendo una crea­ción trovadoresca que, partiendo de giros comunes en la época, dejaba percibir, sin embargo, cierto apego a la tradición desde un modo diferente de abordar los acor­des de la guitarra, con una voz noble de singular atrac­tivo; logra así una gran popularidad mediante textos llenos de referencialidades y asuntos ecuménicos, mues­tra de una gran preparación intelectual, rasgo que ha se­guido signando su obra. En su evolución ha ido haciendo más complejos los arreglos de sus composiciones, por lo que ya es habitual verlo acompañado de formatos más amplios.

Leonardo García llegó a intereses trovadorescos bajo la influencia de Alain y Diego en el ambiente que estos y el trío Enserie mantenían de forma permanente por la ciudad y en la misma Universidad, donde era estudiante.

También en corto tiempo Leonardo ha logrado completar una obra sólida, marcada en sus inicios por la guajira y el son; luego se abrió hacia otras posibilidades musicales con textos de hermosísima factura y preocupaciones sociales, ahora marcados por otros referentes temáticos, a lo que contribuye su voz clara y de timbre apasionado, puntualmente acompañada por una cada vez más eficiente ejecución guitarrística.

Casi al unísono con Leonardo y en los mismos predios se da a conocer Raúl Marchena y, aunque con menos dedicación autoral, se muestra en cada aparición con mu­cha fuerza interpretativa, estilo atrevido y voz impositiva, utilizada para decir textos en tos que se ocupa de asuntos existenciales pero más puntuales en el entorno social. Sus temas, inclinados hacia lo marchoso, destacan el rayado y el rasgado, donde se logran atmósferas ubicadas entre acentos rockeros y el folclor latinoamericano.

Yuníor Navarrete, un cienfueguero que se ha formado por acá como trovador, ha encontrado un puesto entre los demás haciendo un trova-post que recrea crónicas de metaforización anárquica y abordando la tradición, pero con un desarrollo creativo de rápida comunicación en su voz simple y rajada. Sus mejores momentos los alcanza cuando más se acerca a cierta atmósfera de trance, en el lenguaje y en la música, aunque detrás se note siempre un acento lírico.

Después de consolidado este primer grupo apareció Michel Portela, formado fuera del mismo y con otras in­fluencias; pero no muy distante en su quehacer del resto de sus compañeros, se ha mantenido en los límites sui generis de la trova villaclareña. Con intereses muy líricos, aun en aquellos temas escabrosos, es ayudado por su voz de suave dramatismo y la forma de tocar la guitarra, de acordes bre­ves y de efectiva empatía con lo que canta. En sus últimas propuestas se le ve más suelto, tanto temática como musi­calmente y ha contribuido a refrescar el público, pues por su edad representa intereses de otra generación.

Yordán Romero llegó casi a la par de Portela, también procedente del medio universitario, salido de la timidez inicial muestra ya avances palpables, a lo que ha contri­buido, sin dudas, su cercanía con Alain, Diego y Leonardo.

Sus hallazgos vocales, lo van llevando con seguridad hacia otras búsquedas musicales con composiciones que tienen cierta gracia pegajosa.

Yaíma Orozco es la única muchacha en la trova san­taclareña, que con atrevimiento y frescura —tal vez por esto— ha llamado la atención de los acostumbrados trovófilos. Es dueña de una voz de amplio registro, do­minio técnico y atractivo color; sus canciones, de buen acabado, se mueven desde los géneros tradicionales cu­banos, como el son, el bolero, el danzón y la guajira, hasta los más cercanos al pop internacional. Aferrada a la guitarra se exige y logra, con un discurso particular, un puesto entre los demás con todos los derechos que le da su intelecto.

No obstante la diversidad de propuestas, tiene esta trova un rasgo aglutinado/que la distingue: su incursión por cauces contiguos al movimiento poético villaclareño, uno de los más vitales del país. Consciente o no, es evi­dente la intervención en el gusto de los compositores de la métrica poética y la manera profusa que tiene la Lírica por acá. Además, musicalmente, los temas mantie­nen cierta tranquilidad, como algo de paz; a pesar de las búsquedas y hallazgos armónicos y alcances decisivos en la rítmica, no hay desmesura ni extremos gratuitos (tan en boga); se ha ido perfilando así un fenómeno mar­cado esencialmente por la espiritualidad bohemia de esta urbe.

El grupo, pues, que se dobla sobre sus guitarras por los rincones de Santa Clara y que tiene su nido más pródigo en la Trovuntivitis, cada jueves, en El Mejunje, es sin du­das una aportación decisiva a la continuidad trovadoresca cubana, reafirmación identitaria de una manera particu­lar de decir de esta iluminada zona, situada casi en el mismo corazón de la Isla.

Referencias Bibliográficas

  • Giró, Radamés. Leo Broker y la Guitarra en Cuba. La Habana: Editorial Letras cubanas, 1999: pp. 16-19.

Fuentes

  • Castañeda, Alexis. La Sencillez sangrante. Santa Clara: Editorial Capiro, 2009.