Ópera Kabelia

Ópera Kabelia
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Programa de Kabelia

Ópera Kabelia. Libreto de Eduardo Sánchez de Fuentes. Estrenada en el Teatro Nacional de La Habana el 22 de junio de 1942.

Personajes

  • Duchanta
  • Kabelia
  • Durga
  • Histampura
  • Sieva
  • Amuhd
  • Kasán
  • Durga
  • Kristamber
  • Guardián
  • Custodio
  • Coro de Confinados

Argumento

Prólogo

Escena:

Al descorrerse la cortina aparece una explanada amplia sobre un promontorio que domina la costa cercana, en un lugar de la India. A la izquierda hay un camino que conduce a un embarcadero que se supone abajo, en ese mismo lado. El mar rodea el promontorio y se ve, cerrando el horizonte y al fondo de los términos de la izquierda. A la derecha hay unas casetas de madera, toscamente construidas, pintadas de blanco, que constituyen la prisión que ocupa lo alto de la planicie, en todo el costado derecho. La primera caseta tiene una puerta practicable.

Aparecen viniendo del embarcadero dos custodios con largos alfanjes. Traen prisionero a Kristamber, viejo marino enemigo del rajá Duchanta, señor absoluto de aquellas comarcas. Al llegar a lo alto de la planicie saludan a la usanza hindú al guardián de la prisión, a quien hacen entrega del cautivo, recomendándole que tenga mucho cuidado de que no se escape.

Acto seguido se retiran. Kristamber los mira alejarse con tristeza, mientras el guardián le suelta las ligaduras de sus muñecas. Luego le dice que lo siga y ambos penetran en la caseta. Se escucha en la lejanía el canto de los confinados que van entrando poco a poco por la izquierda, camino del embarcadero. Llevan grilletes y herramientas para el trabajo.

Desfilan por la escena y se pierden entre las malezas que rodean el paraje. Kristamber y el guardián salen de la caseta; este entrega un alfanje al prisionero y le ordena que lo limpie. Kristamber se sienta en una piedra y, al quedar solo, deplora con dolor su triste suerte. El relevo de los confinados cruza por la escena entonando su canto melancólico, expresión de la esclavitud a que están sometidos.

Al pasar el pelotón, el guardián incorpora a Kristamber al grupo de prisioneros y retorna a su caseta. La escena queda sola y en la orquesta se escucha el andante patético que da fin al prólogo.

Acto I

Escena:

Sala lujosamente amueblada en el palacio de Duchanta. Al fondo, una amplia terraza que da a los jardines. Entradas practicables a derecha e izquierda. Al frente y en un ángulo de la izquierda, frente al público, habrá una puerta secreta, practicable.

El rajá Duchanta, poderoso señor de uno de los tantos principados de la India, recibe a un grupo de mercaderes y vendedores, a los cuales compra sedas y joyas para su hija adoptiva, Kabelia, prometida a otro príncipe hindú. El rajá les arroja una bolsa de dinero en pago de sus mercancías y les pide que se marchen; después de ordenar a los criados que transporten los objetos adquiridos a los apartamentos de Kabelia, se marcha del salón.

Aparecen Kabelia y su aya Histampura; esta, que lleva un ramo de flores, las coloca en los jarrones que hay en el aposento. La pobre princesa sufre y se resiste a la boda que su padre adoptivo proyecta; llena de tristeza se queja de su infortunio. Histampura trata de consolarla con frases llenas de ternura, afirmando que si estuviera en su mano remediaría su dolor. Kabelia declara, resuelta, que no está dispuesta a casarse con Adjuna, el hombre a quien la destina el rajá, y que permanecerá fiel a Sieva, que es dueño de su corazón.

Regresa Duchanta y dice a Kabelia que todo está dispuesto para su enlace; envía a Histampura a dar órdenes de que engalanen el palacio y advierte a su hija lo inútil de su protesta, ya que es su voluntad que el matrimonio se efectúe. Kabelia se opone débilmente, pero sus palabras quedan interrumpidas por el arribo del príncipe Adjuna, portador de ricos presentes para su prometida. Con poca diferencia se presenta el profeta Amuhd, amigo del rajá, enviado a buscar por este para saber los augurios del próximo enlace. Amuhd, con gran solemnidad, hace saber a Duchanta que si Kabelia no se casa con Adjuna ocurrirán grandes males.

Duchanta se sosiega, todos juntos se marchan para ultimar los preparativos, y quedan solas Kabelia e Histampura. En ese instante hace su aparición Sieva, joven y rico brahmán, preferido por Kabelia, que viene acompañado por su amigo el mago Kasán, oculto bajo un gran manto blanco; este queda vigilante en la puerta. Sieva se dirige a Kabelia y, con frases llenas de pasión, le manifiesta que viene a impedir los esponsales y que está dispuesto a ofrendar su vida antes que verla esposa de otro hombre. Cuando ambos enamorados están en pleno idilio, Histampura, llena de espanto, les avisa que se acerca Duchanta.

El rajá increpa duramente a Sieva y le ordena que se marche en el acto del palacio. Sieva, con frases respetuosas y serenas, le suplica, en nombre de su gran amor a Kabelia, que le conceda la mano de la joven, ofreciéndole sus riquezas y sus tesoros. Pero su ruego es infructuoso ante la negativa de Duchanta. Kasán, que ha permanecido en el fondo de la sala, se adelanta, abre su manto blanco, y se presenta ante el rajá que retrocede atemorizado. Kasán amenaza a Duchanta con incendiar el castillo, si no accede a la petición de Sieva.

Duchanta le contesta, soberbio, que prefiere la muerte antes que consentir esa unión. El mago invoca a los rakchasas —geniecillos del fuego—, quienes, en forma de llamas, deben reducir a cenizas el edificio. Adjuna saca un puñal y se precipita sobre Sieva, mas Kasán, con su mágico poder, lo impide, y el príncipe cae desvanecido en los brazos de Amuhd. En un descuido de Sieva, Duchanta toma a Kabelia en sus brazos y escapa por la puerta secreta. Sieva pide auxilio a Kasán, pero el mago le calma diciéndole que la joven será suya.

El acto finaliza con el voraz incendio que arrasa el alcázar de Duchanta.

Acto II

Escena:

Terraza del palacio de Sieva. Toldos en colores, árboles, lámparas y flores adornan la escena. En el foro, dos servidores, con sus túnicas y mantos blancos, cuidan la estancia. Entradas practicables a ambos lados de la escena conducen a las habitaciones interiores. A la derecha, en primer término, un lujoso diván donde dormita Sieva, rodeado de ricos almohadones, soñando con Kabelia.

Después de un corto preludio, aparecen Kasán y la hechicera Durga y en un breve diálogo manifiestan que todo está preparado para ayudar a Sieva. El mago dice a Durga que Kabelia escapará y vendrá a ver a su amado sin que él lo sepa, y le ordena que entregue una sortija mágica a Sieva; luego se retira. Durga se aproxima al joven durmiente, interrumpe su grato sueño, y le dice ser portadora de buenas nuevas. Sieva, lleno de impaciencia, le pregunta por Kabelia, mas ella lo tranquiliza y le promete que su amada vendrá; después le hace entrega del anillo mágico cuya piedra contiene un veneno fatal, capaz de causar la muerte al que sea herido por aquélla. Durga se despide de Sieva y se marcha.

El joven brahmán ordena que pasen sus amigos y tres doncellas que le envía su hermano desde Persia. Un grupo de cantores e invitados entra en la terraza, y se sitúa en una parte y otra; delante de ellos se colocan las tres doncellas. Dos sirvientes traen una mesa con lujosos vasos y ánforas con vino de Francia.

Sieva pide a sus amigos que entonen la balada de Kristamber, en la que se narra la historia del pobre marino que perdió a su esposa y nunca más supo de su hija. Al terminar el canto, Sieva vuelve a pedir otra canción que no sea tan triste y el coro inicia “La canción del río”. El joven propone un brindis y todos escancian vino de las ánforas; después ordena que le traigan una bandeja con joyas para obsequiar a las doncellas. Una a una, a indicación de Sieva, las doncellas formulan una petición; las dos primeras sólo piden joyas y lujos, la última sólo pide amor.

En turno, el joven va alzando los velos que cubren sus caras, pero, cuál no será su sorpresa cuando, al levantar el velo de la tercera —la que pidió amor—, reconoce a Kabelia. La princesa le suplica que no la descubra pues logró burlar la vigilancia de Duchanta y escapar. En amoroso diálogo, los amantes hacen nuevas protestas de amor y Sieva le promete que ya será siempre suya y nadie podrá arrebatarla de sus brazos.

Un rumor que viene de la calle interrumpe el coloquio. Es Al Kristamber, seguido del pueblo; el viejo marino consiguió escapar de la prisión donde lo retenía Duchanta y viene en demanda de justicia. Cuenta a todos su historia, jurando que se vengará del rajá. Sieva le pregunta su nombre y él le dice: “Soy Kristamber.” Kabelia, al escucharlo, reconoce a su verdadero padre y corre a sus brazos llena de alegría. Pero un nuevo clamor llega de la calle. Es Duchanta, furioso, seguido de sus servidores. Mas al encontrarse frente a frente con Kristamber, su actitud cambia por completo y lleno de temor le pregunta qué quiere. El marino le responde con firmeza: “tu vida”.

Duchanta trata de rescatar a Kabelia y separarla del grupo de los amigos de Sieva. Kristamber blande un alfanje y se dispone a defender a su hija. Todo es terror y confusión. Durante la lucha, Sieva, con la sortija mágica que le diera Durga, hiere al rajá que cae desvanecido.

En ese momento aparece por el fondo la hechicera, que ríe con sarcasmo. Duchanta muere, víctima del mortal veneno contenido en el anillo. Ya nada se opone al amor de Kabelia y Sieva, y en las voces de todos surge un himno de felicidad, un himno de triunfo del amor puro: “Sin el amor la vida es siempre triste, como rosa sin perfume.”

Bibliografía

  • Jorge Antonio González. La composición operística en Cuba. La Habana, Editorial Letras Cubanas, 1986.

Fuente