Bernardino Realino

Bernardino Realino
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NombreRealino Bellatini, Bernardino Luigi
Nacimiento1 de diciembre de 1530
aldea de Carpi,
condado de Módena,
región de Lombardía,
ducado de Ferrara,
península italiana
Fallecimiento2 de julio de 1616
ciudad de Lecce,
Nacionalidadlombardo
Ciudadaníaferraresa
Alma materUniversidad de Módena
Ocupaciónsacerdote católico
PadresBellatini Isabella, y Realino Francesco

Bernardino Realino S.I. (Módena, 1 de diciembre de 1530 - Lecce, 2 de julio de 1616) fue un sacerdote católico jesuita, canonizado por la Iglesia católica.

Su celebración como santo católico es el 2 de julio.

Síntesis biográfica

Los católicos del sur de Italia lo consideran el santo de la caridad. Trabajó como sacerdote casi exclusivamente en las provincias del sur de Italia. Primero en la ciudad de Nápoles (229 km al sureste de Roma), y después en la ciudad de Lecce (578 km al sureste de Nápoles), en el «taco» de la bota que representa la península italiana.

Niñez y juventud

Nació en la aldea de Carpi, a 19 km al norte de la villa de Módena, en la Lombardia de Italia. Civilmente la región pertenecía al ducado de Ferrara (todavía Italia no era una unidad política).

Su padre, Francesco Realino, es un hombre importante: caballerizo mayor de varias cortes italianas. Casi siempre debe estar ausente de la patria por razones relacionadas con su cargo de caballerizo mayor de la corte de los Gonzaga.

El niño es bautizado en la fiesta de la Inmaculada Concepción. Se le imponen los nombres de Bernardino Luis. Luis, por el príncipe don Luis Gonzaga. Bernardino, en honor de San Bernardino de Siena quien una vez fue huésped de la familia de su madre.

La educación de Bernardino, por las ausencias del capitán Francisco, queda bajo la dirección de la madre, doña Isabel Bellintani, mujer de mucha virtud. El padre, por su oficio, debe viajar constantemente a la corte de Cosme de Médicis (duque de Florencia), a la de Manfredo (príncipe de Correggio) y por cierto ocuparse de sus tareas en los dominios del príncipe Gonzaga. Doña Isabel da una formación muy cuidadosa, vigilante y también piadosa.

Con el padre ausente, Bernardino era un niño hermoso, de modales que en la época se consideraban femeninos, todo suavidad en el trato, siempre afable y risueño con todos. A su madre le profesó durante toda su vida un cariño y una veneración extraordinarios. Durante sus estudios un compañero le preguntó: «Si te dieran a escoger entre verte privado de tu padre o de tu madre. ¿qué preferirías?» Bernardino contestó como un rayo: «Prefiero que muera mi padre!». Dios, debido a este pecado, mató a su madre joven aún por enfermedad. Toda su vida Realino lloraba ante su recuerdo.

Los primeros estudios

Los primeros estudios, en latín y griego, Bernardino los hace en Carpi guiado por buenos maestros.

Los cursos de retórica y filosofía los sigue en la Universidad de Módena. Allí está dos años.

El magistrado

Como abogado interviene en diversos pleitos. En Ferrara defiende una causa ante el duque con bastante éxito y propone una buena y amigable conciliación. Esta al fin no se da y el árbitro señalado define la causa dando razón a la parte contraria. Bernardino echa en cara al jurista el procedimiento, por estar pactado el acuerdo amistoso. El árbitro contesta con insultos.

Bernardino, herido en su honor, echa mano a su estoque y hiere a su adversario en la frente. Este proceder trae complicaciones. Por la ley no podrá ejercer en su tierra. Por lo demás, su proceder brusco y altanero será ocasión para arrepentirse en los días futuros.

Por influencias de su padre, don Francisco, obtiene entonces un cargo de magistrado en Felizzano, en el ducado de Milán. Allí se desempeña correctamente. Al nombrar Felipe II al duque de Alba como gobernador de Mil n, Bernardino pierde sus patronos y por lo tanto el cargo de magistrado. En septiembre de 1557 escribe una carta suplicando al rey Felipe quedar bajo su protección.

No sabemos si esta carta llega a manos del rey. Pero poco después don Juan Figueroa Castellano lo destina como abogado fiscal para la ciudad de Alessandria. Es un cargo que dura dos años. Lo desempeña con buena satisfacción de todos.

Al regresar Bernardino a Milán, el nuevo gobernador don Gonzalo de Córdoba duque de Sessa lo designa magistrado en la ciudad de Cassino. También son dos años, ésa es la costumbre.

En 1562, don Fernando de Avalos marqués de Pescara lo designa juez en su feudo de Castel Leone, en plena Lombardia. Tiene las más amplias facultades, como lugarteniente, especialmente en orden a apaciguar las rencillas sangrientas de sus díscolos ciudadanos.

Bernardino, con su carácter firme y también magnánimo consigue muy buenos resultados. En poco tiempo logra lo que otros no han conseguido. Pone paz entre los diversos bandos de la ciudad. El país pasa a gozar de calma, sin violencias y sin venganzas. El juez y lugarteniente pasa a ser un hombre no sólo respetado sino querido por los habitantes de Castel Leone.

Admiran la piedad y la integridad de vida. Hasta la vida religiosa se acrecienta con el buen ejemplo de Bernardino Realino.

Una decisión atormentada

Por fin decide hacerse religioso. Se siente inclinado a la Compañía de Jesús. Sin embargo, todavía, hay tormentas. Muchos pensamientos pasan por su cabeza. ¿Cómo dejar al marqués de Pescara que le ha dado tantas muestras de confianza? ¿Cómo dejar al padre anciano que tanto necesita de él? ¿Cómo abandonar al hermano menor que requiere de su orientación? Se llena de angustias. ¿Qué puede hacer en esta situación?. Redobla entonces la súplica humilde y la mortificación. Pide de una manera muy especial a la Virgen María que se digne mostrarle el verdadero camino.

Bernardino afirmaba que la Virgen María le había hablado sonriente en un sueño, con su Hijo en los brazos: «Bernardino, es mi voluntad que entres en la Compañía de mi Hijo Jesús».

De inmediato va a visitar al sacerdote Alfonso de Salmerón, director provincial de la orden jesuita en Nápoles y uno de los primeros compañeros de San Ignacio. Este lo acepta. Pero escribe al sacerdote Diego Laínez general de la Compañía por tratarse de una vocación tan importante.

El noviciado

Escribe cartas. Primero, al marqués de Pescara. Le agradece los muchos honores conferidos y los cargos confiados. Después, al anciano padre. Le pide con humildad su bendición. Por último, a su hermano Juan Bautista. Le hace encargo del querido anciano y lo exhorta a tener siempre gran cuidado de la vida espiritual.

Vende lo que tiene y lo entrega a los jesuitas. Entrega el cargo al hermano del marqués y pasa a vivir al Colegio de la Compañía para iniciar el noviciado. Es el 13 de octubre de 1564.

Bernardino tiene 34 años de edad. A pesar de haber vivido largos años con total independencia, se adapta con esfuerzo a la vida de la comunidad. Todos sus compañeros son mucho más jóvenes que él. Y sin embargo, Bernardino, con alegría, no muestra el menor disgusto. Por suerte el maestro de novicios es un jurisconsulto como él.

Hace con profundo fervor los Ejercicios ignacianos, prescritos a todos los novicios. Como son dirigidos, en su caso la experiencia dura un mes y medio. Cumple con la peregrinación, señalada por San Ignacio. También se ejercita en los trabajos humildes de la cocina. En esta experiencia el maestro de novicios lo detiene seis meses. Tal vez para acostumbrarlo a la virtud de la humildad. En un hospital de Nápoles atiende a los enfermos por otro mes.

La ordenación sacerdotal

Bernardino progresa en teología con gran rapidez. El sacerdote Alfonso de Salmerón analiza y decide que tiene estudios para recibir la ordenación sacerdotal. El doctorado en ambos derechos es suficiente. Un año y unos pocos meses de teología pueden hacer el resto. El 24 de mayo de 1567 el arzobispo de Nápoles Mario Caraffa lo ordena de sacerdote. La primera misa la dice en la fiesta del Corpus Christi.

Esta es gran misericordia de Dios. Él me ha elevado al honor de ofrecer al Padre eterno el cuerpo y la sangre de su divino Hijo. Esto es lo m s grande que el hombre puede hacer en la tierra. Yo me asusto, porque conozco mi indignidad. Soy, pues, sacerdote. Ud. jamás lo habría pensado. No entré a la Compañía con ese pensamiento. Pero el hombre propone y Dios dispone. Quiera la divina Majestad que yo sea un buen ministro para ayudar a las almas. Le ruego calurosamente, vaya Ud. a una iglesia y ante el Santísimo Sacramento dé gracias por el gran beneficio dado a su hijo. Ni Ud. ni yo merecemos tan grande favor.
Bernardino Realino, carta dirigida a su padre

La fama de santidad

Respecto a las limosnas, muy pronto corren, en la ciudad, noticias muy extrañas. Algunos cuentan hechos extraordinarios obrados por San Bernardino. Se habla de haber multiplicado los alimentos, de hacer curaciones con sólo la oración, de leer las conciencias. Esta fama de santo, atrae pronto a Obispos, prelados, príncipes y enorme gentío. Son muchos los que llegan a Lecce (578 km al sureste de Roma) a visitarlo y escucharlo.

El mismo Papa Paulo V, el emperador Rodolfo II, el rey Enrique IV de Francia y los duques de Baviera, Mantua, Parma y Módena le escriben hermosas cartas encomendándose a sus oraciones. El cardenal Roberto Bellarmino lo visita personalmente en 1596. También lo trata San Andrés Avelino todo el tiempo que vive en Lecce.

En el ministerio de oír confesiones es ciertamente un héroe. Los penitentes son muchos. Él los atiende a todos con suma caridad. En la iglesia permanece durante largas horas en el confesionario. Desde muy temprano, pues él es quien llega primero en la mañana. En los días de fiesta o de mayor concurso, puede estar en este ministerio hasta ocho o diez horas seguidas. En los años de vejez, el confesar no es jamás abandonado. Su trato es entrañablemente afable. Como un médico, no pierde nunca la esperanza. Un día le preguntan: «¿Puede un confesor negar la absolución al penitente que siempre confiesa los mismos pecados?». La respuesta de Bernardino es rápida y clara: «Sí, puede hacerlo; pero no debe hacerlo jamás. El pecador siempre tiene enorme dificultad y vergüenza al tener que descubrir a otro sus faltas. Por eso conviene usar mucha caridad y no diferir la absolución. No se debe perder una ocasión para reconciliar con Dios».

La última enfermedad

Bernardino no tiene una buena salud. De complexión débil sufre de continuo fuertes fiebres. Por lo demás no es un hombre que se preocupa mucho de ella. Los superiores son los que tienen de él un cuidado que lo asombra y considera innecesario. Los ayunos de la Iglesia, y que son muchos en ese tiempo, los observa con rigor. A menudo agrega otros voluntarios y también penitencias de silicio (auto tortura con un cinturón de puntas de metal). Con frecuencia se ejercita en los trabajos duros de la comunidad.

En la vejez el descanso es poco. Son muchos los que acuden a visitarlo. Los más desean confesarse, otros recibir un consejo. Los hay, por cierto numerosos, que buscan un objeto. Para esas personas supersticiosas del Medioevo, cualquier cosa usada por Bernardino se considera una reliquia.

El 3 de marzo de 1610 el pobre viejo pasa toda la mañana en la iglesia oyendo confesiones.

Se dirige a su pieza a buscar una medalla que una persona devota le ha pedido. Al volver da un paso en falso, cae en la escalera y azota la frente en el suelo. Al tremendo ruido acuden los Padres y lo encuentran inconsciente y bañado en sangre por dos heridas de la cara. Lo acuestan en la cama y mandan a llamar al médico. Consternados, nadie piensa en una posible recuperación.

La muerte

Cuatro meses después del accidente, el 29 de junio de 1616 le sobreviene una debilidad extrema con mucha fiebre. El día 30 ya no puede hablar. Con ánimo tranquilo recibe el santo viático y el sacramento de los enfermos.

Toda la comunidad está presente. A pesar de los deseos del padre rector, la noticia de inmediato corre a la ciudad. Y de nuevo es imposible contener a los que pugnan por verlo y tener algún recuerdo. La conmoción es inmensa. El rector permite la visita de las autoridades de la ciudad de Lecce. No le es posible rechazar.

El presidente toma la palabra: «En esta hora de su partida, queridísimo Padre, la ciudad de Lecce lo acompaña con dolor y lágrimas. Le pedimos que cuando esté en el cielo, ruegue por nosotros, a quienes por tantos años Ud. ha protegido benignamente. Lo hacemos movidos por el amor que Ud. nos ha tenido. Desde ahora lo deseamos y declaramos como nuestro abogado y protector para toda eternidad. No se olvide de nosotros cuando esté gozando de Dios».

Bernardino no puede responder con su palabra. Con los ojos y humillado acepta el extraordinario encargo. Un suspiro. Un enorme esfuerzo. Unas palabras muy quedas: «Sí, señores, sí».

Dos días después, el 2 de julio de 1616 al mediodía, muere apaciblemente a los 85 años de edad y 52 años de vida religiosa. La ciudad entera lo llora.

A duras penas los jesuitas pueden celebrar las ceremonias del funeral. Desde lejos llegan también los pobres a venerarlo. Hay mucho llanto y dolor. Las calles alrededor del Colegio y de la iglesia están atestadas de gente. Tres días desfilan incansables los fieles. A duras penas los soldados mantienen el orden y la devoción de tanta gente. Al tercer día es enterrado en la cripta de la Iglesia.

La glorificación

Los procesos de beatificación se inician de inmediato. La iniciativa es de las autoridades civiles de Lecce. Piden ayuda al cardenal Roberto Belarmino y las investigaciones canónicas comienzan a los pocos meses en Lecce, Taranto, Nardo, Ugento y otras diócesis.

Los decretos ordenatorios del papa Urbano VIII demoran la causa de beatificación. Nuevo atraso tiene al ser extinguida la orden jesuítica en 1773.

Fue beatificado por el papa León XIII el 12 de enero de 1896.

Fue canonizado (convertido en santo) por el papa Pío XII el 22 de junio de 1947.

Fue declarado «patrono» de la ciudad de Lecce.

Su fiesta se celebra el 2 de julio.

Fuentes