Con la muerte en los talones (Película)

Con la muerte en los talones
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Intriga | Bandera de los Estados Unidos de América Estados Unidos
136 min
Otro(s) nombre(s)North by Northwest
Estreno1959
GuiónErnest Lehman
DirectorAlfred Hitchcock
Dirección de FotografíaRobert Burks
ProductoraMetro-Goldwyn-Mayer
PaisBandera de los Estados Unidos de América Estados Unidos

Con la muerte en los talones (Filme). Es una de las películas más importantes de su autor gracias a su entretenida mezcolanza de las características mentadas, en especial el cóctel entre tensa aventura, humor ligero, romanticismo sin ñoñería y por supuesto suspense, que despliega aspectos posteriormente remedados en los vehículos de James Bond.

Sinopsis

Roger Thornhill (Cary Grant), director de una compañía de publicidad, se encuentra tomando una copa con unos clientes y es confundido con otra persona. Cuando pretende aclarar el equívoco, es secuestrado y conducido a una mansión, donde le dicen que no finja y que colabore con Philip Vandam (James Mason).Obligado a ingerir una botella de whisky, es abandonado en un coche en marcha, totalmente borracho. Roger consigue librarse del accidente, pero es detenido y acaba en la comisaría, donde denuncia lo sucedido. Con la ayuda de su madre y de un abogado, acude al lugar del secuestro. Allí lo reciben los dueños de la casa, quienes niegan lo que ha declarado. A pesar de que las evidencias demuestran que miente, Thornhill se dispone a probar su versión. Para ello, consigue la dirección de un hombre que trabaja en la O.N.U. y que le ayudará, pero es asesinado antes de que Roger hable con él.

Reparto

Cary Grant

Eva Marie Saint

James Mason

Martin Landau

Leo G. Carroll

Josephine Hutchinson

Philip Ober

Edward Platt

Adam Williams

Jessie Royce Landis

Alfred Hitchcock

Premios

1959: 3 nominaciones al Oscar: Mejor guión, montaje, dirección artística

1959: Festival de San Sebastian: Mejor director (ex-aequo)

1959: Premios David di Donatello: Mejor actor extranjero (Cary Grant)

Críticas

Maravillosa inverosimilitud

Cuando Hitchcock fue preguntado por Truffaut acerca del poco mérito que se le daba a esta clase de películas en beneficio de dramas como Ladrón de bicicletas, y que el propio Truffaut adoraba el guión de esta inverosímil película, por éso mismo, por ser tremendamente absurda, Hitchcock le respondió que el gusto por el absurdo lo llevaba de manera totalmente religiosa. Cuando uno se pone a ver Con la muerte en los talones, se pone y no para. Porque, a diferencia de otras películas del maestro, esta arranca a los 2 minutos. Y es algo tan absurdo como un error. El mcguffin elevado a obra maestra.

Como ya he dicho, partiendo de lo más absurdo de todo, un error en una llamada de teléfono, Hitch va construyendo una especie de parodia del cine de espías, a base de un error tras otro, de un hecho absurdo seguido de otro hecho más absurdo aún. Pero el acierto de esta película está en no tomarse en serio a si misma. No deja de ser una grandísima broma de Hitchcock, una tomadura de pelo al espectador. Probablemente, si el magnífico guión de Ernie Lehmann hubiera caído en otras manos, habría acabado siendo una mera película de espías, con buenos y malos claramente diferenciados. pero con el maestro se convierte en una comedia que roza momentos de puro surrealismo, como el hecho de que la madre de Cary Grant fuera sólo 10 meses mayor que él, o la escena de la borrachera en la comisaría o la subasta son pura antología del surrealismo y el absurdo más gratuito. Pero ninguna como la del avión. Sin nada que fumigar, Hitchcock nos pone un avión en medio de la nada, la forma más absurda de matar a alguien, y consigue que quede estupendamente, ya que otro director hubiera hecho que nos sintiéraos estúpidos ante esa gratuidad de la imagen.

Con un Cary Grant portentoso, y un James Mason que se ha convertido en el malo icónico del cine hitchcockiano, y una Eve Marie Saint, que a pesar de ser la chica menos Hitchcock de toda su filmografía en los 50, nunca estuvo más seductora que aquí, Alfred Hitchcock volvió a demostrar que es un maestro en el cásting, y volviendo a poner algunas de sus inquietudes en liza, como el falso culpable o una madre un tanto peculiar, volvió a demostrar que fue el mayor técnico de la historia. Cada una de sus películas tiene un toque único que el le daba, tanto en la puesta en escena, como en la banda sonora, cuyo tema principal ya indica por donde van air los tiros, y cómo no, con los créditos de Bass, que luego volvería a superarse en Psicosis.

O de onírico

- ¿Mr. Kaplan?

La cámara se acerca, rauda, y encuadra el rostro de los dos sicarios. Ése es el detonante de la acción, el pistoletazo de salida.

A partir de ahí, entramos en la peripecia onírica de Roger O. Thornhill, un publicista de afilada lengua y vida sosa.

La trama es impecable porque el punto de vista, enteramente subjetivo, es impecable. Y cuando Hitchcock lo vulnera, es licencia de artista (1). Lo vemos todo a través de la mente figurada de Thornhill en el acto gratuito de soñar. Cada plano posee, empezando por los títulos de crédito, una mirada intensa, oblicua, plagada de reflejos. Cada cuadro tiene la lógica implacable del mundo de las ilusiones. Sólo me sobra la reunión explicativa en que se muestra a los prebostes de la Inteligencia norteamericana.

Thornhill aprovecha la libertad (una libertad no exenta de barreras) del durmiente para hacer realidad sus fantasías, eróticas, aventureras. Hitchcock se vale de esa misma libertad para hacer CINE y nos regala secuencias memorables: la casa de Frank Lloyd Wright (revelando sutiles concordancias entre espacio cinematográfico y arquitectura), el tiroteo en avioneta, la subasta, el tren, el monte Rushmore.

Hitchcock es maestro en el mirar, su cámara no deja indiferente. Domina la tensión pausada y el montaje nada atropellado. Prefiere resaltar el brillo de un puñal a una sangría innecesaria. Maneja como nadie la latencia. Es incisivo. Sin descuidar el rigor, bucea en el absurdo (2). Cuando el tiempo se detiene y queda suspendido momentáneamente entre dos planos, la imagen pura se destaca ante nosotros. He ahí la cima de su arte.

David Lynch llegaría algo más lejos, rompería las barreras de lo comercial y eliminaría los nexos narrativos. Mulholland Drive es cumplida prueba de ese logro.

Inverosímil

"Hay algo que no me gusta en este cuadro", dijiste tú, sin apartar la vista del lienzo.

"¿En éste?", dije yo, y lo miré durante horas. "¿El qué?"

"No sabría decirte..., es... inverosímil."

La sombra de Freud es alargada

Cuando Hitchcock rodaba sus películas, las teorías de Sigmund Freud debían estar muy de moda, porque de vez en cuando ponía flashbacks raros en los que los personajes revivían traumas olvidados en el subconsciente o cosas así. Sin embargo, hoy en día las teorías de Freud están más obsoletas que una colección de pornografía softcore en cintas de video Beta. Por supuesto que el tío permanecerá en la historia de la humanidad como un gran tipo, un cachondo y una de las figuras más influyentes del siglo XX, y lo de popularizar la idea del subconsciente fue un puntazo y lo de ver símbolos de penes en cualquier objeto alargado que se le pusiese por delante seguro que le ayudaba a no perder la sonrisa en las labores rutinarias del día a día; pero lo de la interpretación de los sueños y lo del complejo de Edipo y lo de justificar cualquier trastorno con algún trauma infantil enterrado, eso ya no cuela. Al menos ya no cuela entre los psicólogos serios y las personas instruidas, aunque siga siendo material de primera para estafadores psicoanalistas, opinadores de suplemento dominical y guionistas de telefilmes.

Pero hubo un tiempo en que Freud era la repolla, y el Maestro del Suspense se dejó seducir por su carisma, y si sus pelis no quedan ridículas del todo es sólo porque era un crack y, filmase lo que filmase, lo hacía con maestría. Precisamente por eso le llamaban Maestro del Suspense... bueno, por eso y supongo que también porque tenía un apellido difícil de deletrear.

Quizá si una de sus pelis que mejor aguantan el paso de los años es North by Northwest (también conocida como Intriga internacional o Con la muerte en los talones) es porque en ella los personajes son agradablemente planos y sus neuras son bastante terrenales y el argumento no se contamina con delirios oníricos. Por supuesto que los efectos especiales siguen notándose un poco antiguos y por supuesto que también hay muchas cosas obsoletas, empezando por esas interpretaciones tan acartronadas y terminando por la suprema idiotez de los malos de la película, que cuando quieren matar a Cary Grant, en lugar de pegarle un tiro lo ponen a conducir por acantilados o lo fumigan con una avioneta, pero algunas de las escenas siguen teniendo mucha mucha fuerza (la de la avioneta, aunque no tenga ni pies ni cabeza; o la de los cabezones del Monte Rushmore; o la coña de la subasta...)

En cierto modo, el suspense del Maestro del Suspense también ha quedado un poco obsoleto y ya no asusta como supongo que asustaba en su día, pero tiene un nosequé que sigue molando y sus chistes siguen estando ahí, y pillar un chiste obsoleto resulta más divertido que pillar un chiste fácil. Si en lugar de reirse toda la sala, os reís sólo dos o tres, se establece una complicidad y un sentimiento de pertenecer a una élite cultivada que resulta muy gratificante.

Fuentes