Corsarios independentistas

Corsarios independentistas
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Práctica del corso en apoyo a las luchas por la independencia en América.
Fecha:1780-1830


Corsarios independentistas. Empleo del corso como procedimiento irregular de lucha armada en la mar contra la navegación comercial y de guerra de las metrópolis coloniales y también para la transportación de expediciones con personal, armamento, municiones y otros pertrechos destinados a los ejércitos independentistas, así como para evacuar a los patriotas y a sus familiares en situaciones difíciles. Este recurso, ampliamente empleado por casi todos los pueblos americanos en sus luchas por la independencia, fue interferido a los cubanos por el gobierno de los EUA.

Características

Se llamó “corsario” al marino que un gobierno concedía un permiso llamado carta de marca o patente de corso, para sabotear el tráfico mercante de las naciones enemigas, generalmente hundiendo sus naves y, en algunas ocasiones, saqueando las mercancías que conducían o raptando al personal.

Corsarios por la independencia norteamericana

La guerra de independencia de las Trece Colonias de Norteamérica hizo surgir nuevamente el corso, esta vez, al servicio de una causa noble. Solo en 1781, los corsarios norteamericanos capturaron 151 buques mercantes ingleses. También apoyaron el corso los gobiernos de algunas potencias europeas en alianza con los patriotas norteños, especialmente buques franceses, holandeses y españoles, que capturaron otros 368 navíos ingleses. Todo ello da una idea de la medida en que el procedimiento afectó el abastecimiento del ejército colonial inglés desplegado para la guerra en defensa de sus colonias en el norte del continente americano.

Corsarios bolivarianos

Después de un breve lapso de relativa paz, en 1792, la coalición de monarquías europeas contra la república francesa, hizo que los revolucionarios latinoamericanos, carentes de marina de guerra y de recursos para construirla, apelaran al corso para causar todo el daño posible al tráfico mercante de sus antagonistas, entre los cuales figuraba España y lógicamente sus posesiones coloniales, entre ellas, Cuba.

El estallido de las revoluciones independentistas latinoamericanas, a partir de 1810, al que se sumó la guerra entre Inglaterra y EUA (1812-1814) dio un nuevo auge al corso. Solo los EUA extendieron 517 patentes que les reportaron 1 300 presas. Centenares de osados marinos ingleses, norteamericanos, holandeses, daneses, franceses, haitianos y de otros orígenes, al mando de buques rebautizados con sonoros nombres revolucionarios cayeron con particular saña sobre la navegación mercante española.

Hombres como Luis Aury, Felipe Estévez, Gregor Mac Gregor, Thomas Taylor y otros, desempeñaron un activo y vital papel en el abastecimiento de los ejércitos de Simón Bolívar, evacuaron a los patriotas sitiados por Morillo en Cartagena de Indias, condujeron la expedición que, con el auxilio de Petión el Libertador llevó a su patria, transportaron la expedición de Mina el Mozo hasta las playas mexicanas, forzaron o burlaron incontables veces el bloqueo español para llevar a las huestes libertadoras hombres, víveres y material de guerra y asolaron la navegación mercante española en la región.

Manuel Rodríguez Torices, presidente del efímero Estado de Cartagena, extendió en 1812 decenas de patentes de corso, cuyos detentores causaron enormes daños a la navegación mercante española en el Caribe y mantuvieron en constante zozobra al gobierno de la isla de Cuba. Especialmente activos en el área fueron los corsarios que, con patente mexicana o colombiana, además de asaltar a las naves españolas anunciaban a los cubanacanos la próxima llegada de ejércitos latinoamericanos que liberarían a Cuba del dominio español.

El apostadero de La Habana tenía bajo su responsabilidad el Golfo de México y todas las Antillas hasta el litoral de Venezuela y Nueva Granada, pero la impotencia de la marina de guerra hispana ante esta avalancha provocó que España extendiera patentes de corso a peninsulares y criollos que poblaban la Isla y solicitara el auxilio de Francia –por aquella época su aliada–, pero los comandantes franceses sabían a lo que tendrían que enfrentarse y declinaron cortésmente la solicitud.

La situación llegó a tal extremo que, en 1817, el rey facultó al capitán general de Cuba para tomar libremente cuantas medidas se le ocurrieran a fin de proteger el comercio y las costas cubanas de la acción de los corsarios independentistas y de los piratas, a cuyo efecto podía disponer del producto de todos los impuestos destinados a sufragar las fuerzas navales, además del impuesto, existente desde junio de 1815, de un 3 % sobre las importaciones y exportaciones, dedicado al mismo fin.

La osadía de los corsarios independentistas llegó al extremo de que, desde fines de febrero hasta los últimos días de marzo de 1817, bloquearon el puerto de Santiago de Cuba, se apoderaron de cuanto buque trató de entrar a la bahía e intentaron infructuosamente desembarcar en Aguadores, pero antes de retirarse lo hicieron en Guantánamo, en cuyas haciendas más próximas se abastecieron.

El 8 de octubre de 1819, corsarios venezolanos atacaron Manzanillo pero fueron rechazados y, en noviembre de 1823, otro corsario venezolano capturó dos embarcaciones españolas cerca de Baracoa y solo les permitió continuar su viaje bajo la promesa de distribuir en Cuba propaganda independentista que les proporcionaron, en la que se alentaba a los conspiradores de Soles y Rayos de Bolívar, se les prometía un pronto auxilio con todo el poder de Colombia y se les trasmitía un saludo del Libertador.

En 1822, Luis Aury planeó una expedición corsaria sobre Cuba con el fin de “declarar la libertad de todos los esclavos”, la cual no llegó a producirse pero mantuvo en vilo a esclavistas y autoridades. La cruzada emprendida por los EUA bajo el mandato del presidente John Quincy Adams contra el corso y la piratería incluyó presiones de sus representantes diplomáticos ante los Estados latinoamericanos que aún auspiciaban el corso.

De este modo, el ministro de Relaciones Exteriores de Argentina, Bernardino Rivadavia, publicó un decreto de fecha 6 de octubre de 1821 en que se prohibía el corso bajo el pabellón de su país y cuando, en marzo del siguiente año, el gobierno de los EUA reconoció a las repúblicas de Colombia, Venezuela, Chile y México, las marinas de guerra de esos países dejaron de ser consideradas como corsarias.

Poco a poco los corsarios y piratas fueron desalojados de las costas del Golfo de México y muchos de ellos encontraron refugio en la cayería cubana, hasta donde vinieron a buscarlos destacamentos navales y tropas de desembarco norteamericanas y británicas, a pesar de lo cual todavía en 1826-1828, una escuadrilla de corsarios mexicanos, bajo el mando del comodoro David Porter libró una prolongada campaña contra la navegación comercial española frente al litoral habanero. Probablemente, el último combate naval de un corsario republicano se produjo al norte de Mayarí en 1830.

Corsarios por la independencia de Cuba

El empleo del corso como procedimiento al que acudían los pueblos que luchaban por su independencia era tan comúnmente aceptado que aún antes del 10 de octubre 1868, el 23 de enero de ese año, el diario norteamericano The Herald anunciaba el proyecto de una cuádruple alianza entre México, Perú, Chile y Bolivia, encaminado a cooperar mediante una escuadra de corsarios con el posible movimiento insurreccional cubano, para librar a la Isla de la tiranía colonial.

Presiones del gobierno de los Estados Unidos impidieron que, llegado el momento, el proyecto se hiciera realidad. Tampoco la ayuda de corsarios chilenos, prometida por el gobierno de ese país a la Junta Republicana de Cuba y Puerto Rico, a través de su agente Benjamín Vicuña Mackenna, llegó a materializarse debido a la interferencia de los EUA.

Durante la Guerra de los Diez Años, el presidente de la República en Armas, Carlos Manuel de Céspedes, con una clara visión de los servicios que el corso podía prestar a la causa de la revolución, estimuló el reclutamiento de corsarios con sus buques, a cambio de un porcentaje del valor de las presas que hicieran. A tal efecto, el 1ro de abril de 1869 concedió amplias facultades a José Morales Lemus, radicado en los EUA, para extender patentes de corso, organizar tribunales de presas y otros detalles.

La primera patente expedida por Céspedes, estaba destinada al capitán de fragata de la Armada de la República de Cuba, Juan Bautista Osorio, uno de los secuestradores del buque Comanditario. A fines de junio de 1869, la Junta Revolucionaria de Cuba en Nueva York adquirió el vapor Hornet para armarlo en guerra y le situó como comandante a Edward Higgins, un avezado pero desleal marino sudista que contribuyó con todas sus fuerzas a que el buque no fuera armado y, posteriormente, a que fuera capturado por las autoridades norteamericanas, “ya que la bandera cubana no era reconocida como representante oficial de ningún país en los EUA”. El Hornet fue desmantelado y se anunció que todo buque armado que enarbolara el pabellón cubano sería considerado como pirata, en lo que los norteamericanos coincidían con el decreto sobre piratería expedido por el capitán general de la Isla, Domingo Dulce.

El 26 de octubre de 1869, el secretario de Estado de la República en Armas, Eduardo Agramonte, envió patentes de corso en blanco a José Morales Lemus, pero ni el gobierno de los EUA ni algunos altos personajes de la Junta, en especial Domingo Aldama, estaban interesados en que la reaparición de corsarios en el Golfo de México y el Caribe, afectara el tráfico comercial entre Cuba y su vecino del norte. No obstante, la Junta aceptó las solicitudes de J. M. Casanova, propietario del vapor Josefina, el 1ro de marzo de 1870; de James Allunt Jaynon con el vapor Hatuey, el 16 de junio de 1871; y de Francis L. Norton con la goleta Pioneer el 1ro de septiembre de 1871.

Norton, designado capitán de fragata de la Marina cubana, derrochó el dinero que se le había adelantado y se dejó capturar por la cañonera US Moccasin en la bahía de Narragansett, donde la goleta fue confiscada por funcionarios norteamericanos bajo el pretexto de que violaba las leyes de neutralidad, cuando hacía ya dos años que ese gobierno había autorizado la venta de 30 modernas cañoneras a España para ser empleadas en el patrullaje de las costas cubanas. El manejo del asunto del Pioneer por parte de los norteamericanos fue tan poco ético y escandaloso que Céspedes suprimió la comisión diplomática en ese país y creó en su lugar una Agencia Confidencial del gobierno de la República en Armas.

En 1876, Leoncio Prado, con el apoyo de su padre Marino Prado, a la sazón presidente de Perú, planeó marchar a su país y recaudar fondos para llevar una expedición a Cuba, después de la cual el buque, armado en corso, quedaría al servicio de la república. A tal efecto envió a su hermano Grocio junto con el coronel Fernando López de Queralta a entrevistarse con el presidente Tomás Estrada Palma, en julio de 1876, a fin de que este le extendiera la correspondiente patente de corso a nombre del capitán de marina Leoncio Prado.

Estrada Palma recibió fríamente la idea y dilató la urgente gestión remitiendo el caso a la consideración de Aldama, agente general de la República en EUA, quien, lejos de apoyar el proyecto con los recursos financieros necesarios, se limitó a enviar a Prado un diploma con el grado de comandante, lo que desembocó en el secuestro del buque Moctezuma por Leoncio Prado el 7 de noviembre de 1876.

Prado persistió en sus propósitos y ante la activa oposición de españoles, norteamericanos y británicos al corso en el Caribe y el Golfo de México, con la ayuda de su padre armó un buque en corso y se dirigió a Filipinas con la idea de golpear a España en aguas menos vigiladas, pero un temporal hizo naufragar su embarcación y no le permitió consumar sus fines.

Fue así como el gobierno norteamericano, en cuyos orígenes como nación el corso había desempeñado tan destacado papel, impidió que la República de Cuba en Armas pudiera hacer uso del mismo. Mucho hubiera representado para la causa cubana una decena de corsarios atacando a los buques españoles que traían soldados peninsulares a la Isla, asaltando sus mercantes, así como conduciendo y escoltando expediciones independentistas.

No hay que olvidar que las transportaciones marítimas realizadas por los españoles durante la Guerra de los Diez Años, constituyen por su volumen las operaciones de ese tipo más grandes realizadas en el siglo XIX, con 1 028 viajes-buque. La efectividad del corso como recurso en ayuda de la agonizante causa independentista cubana en febrero de 1878, era tan evidente que el periódico cubano Independencia, publicado en Nueva York, señalaba en su edición del día 2 de febrero de 1878 que “con 50 000 pesos empleados en un corso, recibiría España más daño y en menos tiempo que en diez batallas campales que se le diesen en tierra”. Pero ya era tarde y quienes tenían esa suma recibirían también parte del daño anunciado.

Fuentes

  • Arcadio Ríos. Hechos y personajes de la Historia de Cuba. Recopilación Bibliográfica. La Habana, 2015. 320 p.
  • FAR. Diccionario Enciclopédico de Historia Militar de Cuba. Primera parte (1510-1898). Tomo III. Centro de Historia Militar de las FAR. La Habana, 2006.