Educación mambisa en Puerto Príncipe durante la Guerra de los Diez Años

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Educación mambisa en Puerto Príncipe durante la Guerra de los Diez Años
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Iniciativa tomada por los líderes mambises para ayudar a erradicar el analfabetismo y la incultura entre las tropas cubanas; en la foto Moralitos, o Rafael Morales González, maestro desde su adolescencia, patriota cabal que se incorporó al Ejército Libertador en 1868 y propuso la Ley de Instrucción Pública, fue fundador de las escuelitas de la retaguardia y creador de la cartilla de alfabetización que circuló por toda la manigua insurrecta.
Fecha:10 de octubre de 1868 - 28 de febrero de 1878
Lugar:Provincia de Puerto Príncipe (hoy Camagüey)
Resultado:
Las acciones educativas desarrolladas en los campamentos, talleres, escuelas rústicas y prefecturas evidenciaron el nacimiento de una enseñanza revolucionaria y nueva pedagogía: la pedagogía mambisa.
Consecuencias:
Al concluir la guerra miles de mambises, sin distinción de edad, color y sexo, aprendieron a leer y escribir, fueron preparados para la vida en las habilidades propias de cada oficio y se formaron en los mejores valores para la defensa de la patria. La vida en campaña forjó ciudadanos más instruidos, educados y con motivaciones hacia las expresiones culturales de base popular.
País(es) involucrado(s)
Bandera de Cuba Cuba
Líderes:

  • Rafael Morales y González
  • Esteban Borrero y Echevarría
  • Eduardo Agramonte Piña
  • Ignacio Agramonte y Loynaz
Ejecutores o responsables del hecho:
Gobierno de la República de Cuba en Armas


Educación mambisa en Puerto Príncipe durante la Guerra de los Diez Años. Con el inicio de las guerras independentistas se declaró el carácter popular y libre de la educación como respuesta al sistema discriminatorio impuesto por España en Cuba.

La incorporación de combatientes y sus familias a la contienda sin saber leer y escribir demostró la necesidad de alfabetizarlos y formar valores ético-morales que los convirtiera en ciudadanos patrióticos. Además de enseñárseles los oficios en los talleres de aprovisionamiento logístico.

Antecedentes

Antes del inicio de la Guerra de los Diez Años (1868-1878), la educación pública en la provincia de Puerto Príncipe mantuvo las mismas características que en el resto de Cuba. Apoyada en un sistema escolástico, imponía una enseñanza atrasada, rígida, dogmática, memorística, clasista y discriminatoria hacia los negros, los mulatos y las niñas. Solo los sectores pudientes tenían posibilidades reales de acceso a los centros de estudio.

A pesar de las férreas imposiciones a los patriotas cubanos y sus familias, no solo a los que optaron por las armas o a los forzados a marchar al exilio, sino a los que continuaron conspirando en las ciudades, afloró durante el periodo bélico una educación con elementos propios de una escuela y pedagogía mambisa, que encontraron en esta región centro-oriental del país las condiciones para su materialización.

Una de las primeras consecuencias de la incorporación de Puerto Príncipe a la guerra fue la clausura por las autoridades españolas del Instituto provincial de Segunda Enseñanza, debido a dos factores de importancia: la ausencia de los estudiantes, muchos incorporados a las filas mambisas y el crecido número de profesores considerados “infidentesˮ y separados de sus cátedras. Por consiguiente, se trató de una medida política con el fin de cerrar un importante escenario de sociabilidad y conspiración contra España.

El espacio que dejó el Instituto fue asumido por las Escuelas Pías, instaladas en el Convento de San Francisco desde el 3 de mayo de 1858, las que se atrincheraron del lado de la metrópoli. Este centro religioso alcanzó alto grado de relevancia por tener la autorización de expedir el título de bachiller y realizar los exámenes para ello.

Inicios

Desde el inicio de la guerra independentista se proclamó abiertamente que las carencias en el orden educacional también eran razón por las que se hacía necesario tomar las armas contra el colonialismo peninsular. Es por ello, que Carlos Manuel de Céspedes en el Manifiesto de la Junta Revolucionaria de la Isla de Cuba, dirigido a sus compatriotas y a todas las naciones, conocido como Manifiesto del 10 de Octubre, proclamó que

«(…) auxiliada del sistema restrictivo de la enseñanza que adopta, desea España que seamos tan ignorantes que no conozcamos nuestros sagrados derechos, y que si los conocemos no podamos reclamar su observancia en ningún terreno».[1]

Desde la capital revolucionaria radicada en Bayamo, el 8 de noviembre del mismo año, el Gobierno Provisional adoptó como acuerdo:

Declarar que la instrucción será desde ahora popular y libre, pudiendo por tanto cualquier ciudadano que tenga actitud para ello, y quiera hacerlo, abrir establecimientos particulares de educación; sobre los cuales únicamente ejercerá el Ayuntamiento o Junta respectiva, la inspección necesaria para cuidar de que se observe en ellos el buen orden y moralidad que es consiguiente; todo sin prejuicio de establecer más adelante, cuando varíen las actuales circunstancias, las escuelas que se consideren necesarias costeadas con fondos del Municipio [sic].[2]

A finales de diciembre de 1868 llegó, por el puerto de La Guanaja al norte principeño, la primera expedición del Galvanic. Con su arribo el campo mambí se fortaleció por tres razones: los recursos bélicos, el incremento del número de hombres y el tercero, con implicaciones ideológicas, la llegada de jóvenes, la mayoría estudiantes o graduados de la Universidad de La Habana.

En la Constitución de Guáimaro, se institucionalizó el obligado y necesario progreso del país al declarar en el artículo 28 que:

...la Cámara de Representantes no tenía la potestad de atacar la libertad de enseñanza.

Lo anterior demuestra que en el pensamiento y la acción de los revolucionarios estuvo presente el elemento educacional y con esto, la instrucción en plena lucha anticolonialista, elemento vinculado a la presencia de varios maestros como: José María Izaguirre e Izaguirre, Miguel Jerónimo Gutiérrez y Eduardo Machado Gómez, los que consagraban la libre enseñanza como una de las libertades burguesas a alcanzar.

Características

Sobre las características de este tipo de educación en los campos de “Cuba Libre”, Rolando Buenavilla asegura:

Los campos de Cuba no solo fueron lugares donde se libraron las imprescindibles batallas contra el opresor peninsular, sino sitios donde también se libró, en forma modesta, a veces irregular, la lucha contra la ignorancia de los combatientes. La mayor parte de las tropas estaban integrada por campesinos, fuertes contingentes de esclavos y de negros y mulatos libres. Se imponía la alfabetización de este heterogéneo ejército.

Como respuesta a esta necesidad, surgieron en los campamentos y en la retaguardia mambisa, escuelitas para formar las nuevas generaciones de ciudadanos de la República. Los maestros de estas escuelas fueron generalmente jóvenes intelectuales procedentes de carreras liberales o con experiencia en el campo de la educación[3].

Ley de Instrucción Pública

Con la discusión del proyecto el 31 de agosto de 1869 en Sabanilla, la Cámara de Representantes aprobó en Ceiba de Sibanicú el 2 de septiembre del mismo año, la Ley de Instrucción Pública de la República de Cuba propuesta por el maestro pinareño Rafael Morales y González, más conocido por Moralitos, que estableció la instrucción primaria en campaña.

En seis artículos quedó sintetizado el proyecto educativo en condiciones de guerra, al declarar que:

...la República proporcionaría gratuitamente la instrucción primaria a todos los ciudadanos, varones o hembras, niños o adultos.

La primera enseñanza se reducía a las clases de lectura, escritura, aritmética y deberes y derechos del hombre, extendiéndose a gramática, geografía e Historia de Cuba.

Los gobernadores de los cuatro estados (Oriente, Camagüey, Las Villas y Occidente) eran responsables de establecer, previa opinión de los prefectos, las escuelas que fuesen posibles, habilitar escuelas anexas a los talleres y nombrar los profesores ambulantes responsables de estas.

La normativa jurídica estableció la gratuidad y la igualdad de la enseñanza primaria de sexo, color de la piel y edad; dos de los principios fundamentales que la convirtieron en la respuesta más revolucionaria del Gobierno en Armas ante las políticas exclusivistas y discriminatorias que mantenía el régimen colonial.

Sobre la Ley, Raúl Izquierdo Canosa plantea que:

...constituyó una legislación medular para ejercer la política educacional en condiciones de guerra, de su ejecución quedó encargada la Secretaría del Interior y de su materialización práctica, las prefecturas mambisas en cada territorio.[4]

Con ella se sentaron las bases conceptuales y jurídicas de la educación nacional.

Cartilla de Moralitos

Uno de los elementos más trascendentes que hizo posible la materialización de la Ley de Instrucción Pública, fue la existencia de la Cartilla diseñada por Moralitos para enseñar a leer y escribir basándose en el método silábico.

La Cartilla circuló por el territorio mambí desde el 10 de abril de 1872, fecha escogida por conmemorarse el tercer aniversario de la Asamblea de Guáimaro. Gracias a su utilización muchos fueron los combatientes que aprendieron a leer y escribir, por lo que significó un paso de avance en la lucha contra el analfabetismo imperante. Su autor garantizaba aprender a leer en dos meses, tomando como referencia haber enseñado en 15 días a un asiático.

Su reproducción era manual, sobreponiéndose a la escasez de recursos en campaña, lo que no limitó que se extendiera por los campamentos, alfabetizando a los insurrectos de Camagüey, Oriente, Villa Clara y Cienfuegos. En estos lugares, además del alfabeto, se enseñaba Historia, Geografía de Cuba, las luchas libertarias de los pueblos de América y de las revoluciones que les eran contemporáneas.

La Cartilla se convirtió en un excelente medio de enseñanza-aprendizaje que junto a la actividad de los que enseñaban, evidenció el nacimiento de una pedagogía revolucionaria: la pedagogía mambisa.

Escuelas mambisas

En la retaguardia de los campamentos, vinculadas a los talleres y al amparo de las prefecturas, se crearon numerosas escuelas para alfabetizar a campesinos y esclavos incorporados a la guerra. El acto de crear escuelas en aquellas difíciles condiciones, y bajo la constante persecución de las fuerzas españolas, constituye una prueba del avanzado pensamiento social del cual eran portadores las destacadas figuras de la Revolución.

Las carencias materiales que impuso la guerra pusieron a prueba el ingenio y la inventiva mambisa, por lo que se habilitaron lugares improvisados y se generalizó el uso de materiales rudimentarios. Así enseñaron a leer y escribir, además de educar en los mejores valores patrióticos y morales.

En estas tareas laboraron numerosos intelectuales que habían secundado los propósitos de Moralitos entre los que se destacan, además de Eduardo Machado Gómez , Cristóbal Mendoza y Durán, Jacinto Luis Francisco la Rúa Vidal, los hermanos Luis Victoriano y Federico Betancourt y Salgado.

La educación mambisa contó en el territorio con aportes de los principeños Esteban Borrero Echevarría, Eduardo Agramonte Piña e Ignacio Agramonte y Loynaz.

Esteban Borrero, como Agramonte Piña tenía experiencia en la docencia, al incorporarse al levantamiento del 68 lo hizo con casi todos sus discípulos y estableció dos escuelas en la geografía principeña: una en el Ecuador de Najasa y la otra en las Guásimas de San Luis Díaz, de las que se cuenta que siempre se vieron colmadas de estudiantes.

Rafael Morales constituye uno de los paradigmas nacionales y locales, al abordar las tareas de alfabetización mambisa. Sobre la labor educativa en Puerto Príncipe, el historiador Vidal Morales, destaca su consagración en los ratos libres para dar clases de lectura en los campamentos, la fundación de una escuela el 10 de abril de 1871 y la impartición de las lecciones

«(…) entre aquellos heroicos patriotas, escribiéndoles en hojas de papel y cuando este escaseaba, en las películas de la yagua, estimulando a los soldados a quienes les decía que para que llegaran a ser oficiales tenían que saber leer y escribir».[5]

Presencia femenina

En esta importante tarea se destacaron mujeres como Ana Betancourt y Agramonte y Ana María de Echevarría Rodríguez, las que junto a otras desempeñaron la misión instructiva-educativa. Ana María, madre de Esteban Borrero y quien lo acompañó al territorio insurgente, fue directora de una de las escuelas creadas por su hijo.

Academia militar

Ignacio Agramonte, “El Mayor”, como mambí y jefe insurrecto se caracterizó por un profundo interés por la preparación y superación de todos los soldados y oficiales subordinados a él. Con ese fin fundó y dirigió una Academia, que además de los objetivos militares que perseguía, se propuso educar e instruir a los soldados en las primeras letras y profundizar en sus conocimientos.

Al respecto Juan Pastrana plantea:

La capacitación política de sus soldados y oficiales era otro factor importante de Ignacio Agramonte. Pensaba él que los hombres bajo su mando no debían pelear como gallos, movidos por el instinto. De aquí su gran empeño en que sus soldados y oficiales analfabetos, en los momentos ajenos al fragor de los combates, aprendieran a leer y escribir. La toma de conciencia revolucionaria, por esa vía, era el modo de hacer enteramente perdurable la abnegación y valentía del guerrero. Por eso, fue cosa corriente la multiplicación de escuelas en el extenso territorio bajo su Mayoría[6]

Sobre la Academia se conoce que en bancos hechos de ocuje como pupitres, iban alfabetizarse blancos pobres, casi desnudos; negros libres y antiguos esclavos; así como chinos que apenas mascullaban «No sabo».

La actividad de Agramonte como educador social fue intensa y estuvo dirigida en el sentido más amplio, al logro de la disciplina, disposición y organización de las tropas, aunque existen referencias de su labor más restringida como instructor cuando se expresa que:

«(…) había que ver al propio Mayor fungiendo como comprensivo maestro de enseñanza primaria, de algunos subordinados más cercanos, como es el caso del mulato Ramón Agüero»[7].

La historiadora Mary Cruz señala que:

...en el Cuartel General, además de las clases de ciencia militar se enseñaban las primeras letras para los que no habían tenido esa oportunidad, como su ayudante Ramón Agüero.

La relación entre Ignacio y su discípulo, la describe de la siguiente manera:

Ramón era un ayudante modelo y el Mayor lo quería como a un hermano. Cada vez que se lo permitían las mil ocupaciones de ambos, se sentaban en un tronco o una piedra, en pleno monte, y en hojas de plátano, con la punta del cuchillo dibujaba el Mayor las letras del alfabeto y aprendía Ramón a deletrear. La primera palabra fue Cuba, que empezaba con la misma letra que Camagüey y constitución y carácter y cariño… y otras que era mejor no mencionar, que no era cosa de buscarse líos con el Mayor[8]

La trascendencia de su actividad era apreciable aún después de su caída en combate ocurrida el 11 de mayo de 1873. Máximo Gómez Báez al asumir el mando de la división del Centro, sin pasar revista a todas las tropas, se percató de la capacidad organizativa de Agramonte al lograr las tropas con

«(…) más y mejor organización de todo el Ejército que combate».[9]

Para dignificar la labor educativa del territorio con motivo del centenario de la caída en combate de Ignacio Agramonte, Fidel Castro expresó:

Se ha escrito y se ha hablado de sus extraordinarias condiciones de educador y de organizador. A lo largo de su mando, organizó talleres de todo tipo para abastecer a las fuerzas camagüeyanas (…) no tenía profesión militar; pero desde que comenzó la guerra se dedicó a los estudios militares y a enseñar a los oficiales y a los combatientes. Es conocido que dondequiera que había un campamento de Ignacio Agramonte, había un centro de instrucción militar, había una escuela.[10]

Eduardo Agramonte Piña también fungió como instructor en la Academia y dada su experiencia como maestro y sus conocimientos en medicina, intervino en otras esferas de la organización del campamento y desarrolló materias como Anatomía, Patología Externa y Cirugía.

Enseñanza de los oficios

Dentro de las prefecturas, los talleres principeños desempeñaron una función fundamental, por el nivel de organización, disciplina y calidad de sus producciones, conquistaron el prestigio y el reconocimiento nacional. Vinculados a estos pequeños centros de producción artesanal que abastecían la prefectura y al ejército, la educación en los oficios tuvo una extraordinaria significación teórico-práctica.

La producción especializada, las exigencias de la guerra y la necesidad de preparar para la vida futura impusieron que los conocimientos básicos de cada oficio fuesen transmitidos de los maestros a sus aprendices.

Trascendencia

El propio general español Arsenio Martínez Campos reconoció la proeza educativa llevada a cabo en Puerto Príncipe durante aquellos días de 1878 en los que se preparaba el Pacto del Zanjón y recibía multitudes de telegramas y comunicaciones por medio de las ordenanzas del Ejército Libertador.

Al acercársele un combatiente cubano le preguntó qué grado tenía en las filas insurrectas, habiéndole contado que era sargento, inquirió si sabía leer y escribir. A lo que el compatriota le manifestó que, sabía hacerlo y que había aprendido en el mismo campamento. Martínez Campos admirado volvió la mirada a los de su Estado Mayor y les dijo:

«¿cómo es posible someter a gente como éstas, que durante la vida difícil y anárquica que trae consigo toda guerra, en vez de salir corrompidos, vuelven de ella civilizados y preparados para las pacíficas tareas del ciudadano».[11]

Si se toma en consideración todas las acciones, que aunque con carácter aislado se relacionaron directa e indirectamente con la educación mambisa en Puerto Príncipe, se observan los preceptos de la Ley de Instrucción Pública de la República de Cuba en Armas, pero en todos los casos este tipo de educación respondió a las necesidades de una nueva comunidad en la que negros, blancos, pobres, ricos, hombres y mujeres, accedían a la cultura democrática y revolucionaria, la que concretó con sentido común el componente heroico y combativo, enlazados entre sí por el logro de la independencia. Así mismo, consolidó un pensamiento de masas que se nutrió de los valores y las tradiciones más progresistas del inacabado proceso de formación de la nación y la nacionalidad cubana.

Véase también

Bibliografía pasiva

  • Almazán del Olmo, Sonia y Mariana Serra García: Cultura Cubana. Colonia. Parte II. Editorial Félix Varela, La Habana, 2009.
  • Buenavilla Recio, Rolando y otros: Historia de la Pedagogía en Cuba. Editorial Pueblo y Educación, La Habana, 1995.
  • Buenavilla Recio, Rolando: La lucha del pueblo por una escuela cubana, democrática y progresista en la república mediatizada. Editorial Pueblo y Educación, La Habana, 1995.
  • Cruz del Pino, Mary: El Mayor. Instituto Cubano del Libro, La Habana, 1972.
  • Díaz Pendás, Horacio (compilador): Fidel Castro: Cinco textos sobre nuestra historia. Editorial Pueblo y Educación, La Habana, 2008.
  • Gómez Báez, Máximo: Diario de Campaña. Instituto Cubano del Libro, La Habana, 1969.
  • Izquierdo Canosa, Raúl: Las prefecturas mambisas (1868-1898). Editorial Verde Olivo, La Habana, 1998.
  • Morales Morales, Vidal: Hombres del 68: Rafael Morales y González. Editorial Ciencias Sociales, La Habana, 1974.
  • Pastrana, Juan: Ignacio Agramonte, su pensamiento político y social. Editorial Ciencias Sociales, La Habana, 1987.
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  • Chávez Rodríguez, Justo: Bosquejo histórico de las ideas educativas en Cuba. Editorial Pueblo y Educación, La Habana, 1996.
  • García del Pino, César: Mil criollos del siglo XIX. Breve diccionario biográfico. Ediciones Centro de Estudios Martianos, La Habana, 2013.
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  • MINED. Dirección Provincial de Camagüey: Esbozo Histórico de la Educación en la Provincia de Camagüey. Camagüey, 1976.
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Referencias

Fuentes