Hermanas Franciscanas Misioneras de María Auxiliadora

Hermanas Franciscanas Misioneras de María Auxiliadora
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SiglasF.M.M
Nombre comúnFranciscanas
FundadorMadre María de la Pasión
Fundación1877
Lugar de fundaciónIndia ,
Aprobación1890

Las hermanas Franciscanas Misioneras de María Auxiliadora son mujeres consagradas que, guiadas por el Espíritu del Señor y centradas en el seguimiento radical de Jesucristo pobre, humilde, crucificado y resucitado, encarnan y proyectan los valores del carisma franciscano - congregacional, en fraternidad de hermanas menores, contemplativas y misericordiosas. Viven un proceso permanente de formación integral con estructuras participativas, flexibles y abiertas al cambio. Realizan la misión evangelizadora con disponibilidad, itinerancia, conciencia crítica de la realidad histórica y comprometidas proféticamente con los más necesitados.

Historia

Hélène de Chappotin, que sería más tarde la fundadora de las Franciscanas Misioneras de María con el nombre de María de la Pasión, nació en Nantes en 1839. Su familia y su ambiente están netamente caracterizados: antigua familia originaria de Lorena y Bretaña, abuelos que emigraron a Las Antillas durante la Revolución y regresaron a Bretaña con la Restauración, de una fe tradicional, viva pero austera, una ferviente adhesión a la Iglesia y a la monarquía cuyas causas aparecían entonces inseparablemente unidas.

En el corazón de esta familia, numerosa y unida, la benjamina Elena, extraordinariamente dotada, crecía feliz entre sus diez primos y primas en el viejo castillo de Le Fort, cerca de Nantes. Algunos trazos de su temperamento hacen presentir sus futuras orientaciones espirituales: la necesidad de poner inmediatamente en práctica lo que le parece bueno y bello, su amor por los pobres, su entusiasmo caballeresco por lo que ella llama las grandes causas.

A partir de 1850, la experiencia de la muerte va a marcar su joven existencia. Golpe tras golpe, ella pierde una prima muy querida y sus dos hermanas mayores. Las circunstancias obligan a sus padres a establecerse en Normandía. Allí, la desorientación y la separación de la banda alegre entre quienes ha crecido, la sumergen en una soledad donde su personalidad madura precozmente. Su naturaleza ardiente, su inteligencia y voluntad, se enfrentan desde su adolescencia a un interrogante permanente, que la lleva a veces hasta la angustia: ¿Qué es lo que vale la pena amar? Una vida de familia apacible como un capullo de seda protector que sin embargo se abre, sin defensa contra la muerte, ¿es esa la felicidad? Este tiempo que transcurre, ella lo llamará más tarde el de sus infidelidades, porque Dios no le ha mostrado aún su rostro y ella no sabe dónde fijar su corazón. Pero su sed de absoluto será bien pronto colmada. En 1856, una experiencia espiritual orienta toda su vida, Dios le revela a la vez su amor y su belleza. Y enseguida, la evidencia de que la vida religiosa será para ella el camino donde podrá entregarse sin reserva a Aquel que se ha apoderado de ella.

1856-1865

A esto sigue un período de búsqueda y espera, marcado por la muerte brutal de su madre que no puede resignarse a su vocación. Dolorosa y ruda prueba para Elena que debe frenar un tiempo sus proyectos. Pero en 1860, toma contacto con las Clarisas que acaban de establecerse en Nantes. Este encuentro es determinante: su vocación religiosa, que dudaba hasta entonces sobre la orientación a tomar, se ha fijado para siempre: Me hice hija de san Francisco y nunca dejé de serlo.

El 9 de diciembre de 1860, entra en las Clarisas: sólo será una breve etapa, pero capital, en su caminar. El 23 de enero, en una nueva experiencia espiritual muy fuerte, Cristo crucificado levanta, para ella, un poco el velo que oculta su futuro: está llamada a dar su vida por la Iglesia y por el Papa. La orientación de fondo sigue siendo la misma: disponibilidad total a Dios cuya belleza ha extasiado su corazón; los acontecimientos, poco a poco, le van mostrando las modalidades de su donación, aceptadas de una vez por todas. En los días que siguen al 23 de enero, Elena cae enferma, y su familia, que había aceptado mal su partida, multiplica las presiones para hacerla volver a casa. Enseguida debe dejar el monasterio de las Clarisas.

En los años de 1861 a 1864, Elena vive un periodo de desierto y madurez cuyos frutos no aparecerán hasta más tarde. Su familia está persuadida de que la vida religiosa es muy ruda para su salud, y gana para su opinión a todos los sacerdotes de Nantes. Elena se encuentra aislada, cargada de todas las gracias recibidas, sin abrirse a nadie. Le queda un camino: la lectura, su pasión desde la infancia. La biblioteca de Le Fort es rica en obras de grandes autores espirituales del siglo XVII. Ellos le dan acceso a la Sagrada Escritura y a los Padres de la Iglesia, especialmente San Agustín. Esto será para ella una inestimable adquisición. Poco a poco la vigilancia de la familia disminuye y, en 1864, Elena encuentra ayuda y apoyo en un jesuita, el padre Petit, recientemente llegado a Nantes, que no había sido prevenido contra su vocación.

Él orienta a Elena hacia la nueva congregación de María Reparadora que él mismo ha contribuido a fundar con la baronesa de Hoogvorst, y ésta acepta inmediatamente la petición de la joven. El pensamiento de mis Clarisas me rompía el corazón, dice Elena, pero como la voluntad de Dios parece orientarla por ese camino, y su familia está al fin dispuesta a dejarla partir, ella entra con las Hermanas de María Reparadora. Después de un año de noviciado, durante el que recibe el nombre de María de la Pasión, de forma inesperada (porque las Reparadoras no tenían orientación específicamente misionera) es enviada en misión a India, en la región del Maduré.

1865-1876 Su estancia en India durará once años. Allí se completa la larga preparación de etapa en etapa, hacia su tarea y su misión propias de fundadora, en la Iglesia, de un Instituto cuya visión debe ser universal. El Maduré, donde ella llega, es una misión que ha conocido muchas vicisitudes, y fue prácticamente abandonada después de la supresión de la Compañía de Jesús, en 1774. Confiada de nuevo a los Jesuitas, en 1837, está aún en 1865 en estado de nuevo comienzo, laborioso y dubitativo, en medio de divisiones numerosas debido principalmente a las querellas entre ritos y jurisdicciones, derivándose de ello rivalidades múltiples. La inexperiencia de las misioneras debe afrontar cada día situaciones difíciles.

Unos meses después de su llegada, María de la Pasión es nombrada superiora de la casa de Tuticorin y un año más tarde, en 1867, a los 28 años, es nombrada provincial de las tres casas que las Reparadoras tienen en el Maduré. Este cargo, que ejercerá durante nueve años, va a darle una amplia experiencia de la vida y problemas misioneros. Surcando en situaciones difíciles y extenuantes toda esta región del sur de India, María de la Pasión se encuentra en contacto, no solamente con el pueblo indio que será para ella siempre muy amado, sino también con el clero misionero y los representantes de la autoridad colonial británica, anglicanos o protestantes. Así, al mismo tiempo que el universo no cristiano, ella descubre otras culturas, otras mentalidades, otras lenguas. En 1874, su campo de acción se extiende con la fundación de una nueva casa en Ootacamund, en la diócesis de Coimbatur, confiada a los Padres de las Misiones Extranjeras de París.

En 1876, una serie de circunstancias dolorosas y contradictorias le obligan a dejar, con una veintena de religiosas del Maduré, la congregación de María Reparadora. Esta nueva herida va a ser el punto de partida de su obra maestra en la Iglesia, que sella, al mismo tiempo, su proprio destino. Llegando a Roma con tres compañeras, en diciembre de 1876, ella somete al Papa Pío IX su deseo de continuar siendo religiosas fundando la congregación de las Misioneras de María, exclusivamente dedicada a la misión. El 6 de enero de 1877, Pío IX les hace saber que autoriza esta fundación, colocada en su punto de partida bajo la autoridad de Mons. Bardou, vicario apostólico de Coimbatur, al mismo tiempo que las invita a crear un noviciado en Francia.

1876-1884 Después de algunas semanas de búsqueda y de contactos diversos, María de la Pasión encuentra una calurosa acogida en su Bretaña natal, en Saint-Brieuc, cuyo obispo Mons. David se hace, desde el principio, su garante y protector. Enseguida se presentan vocaciones y, en 1880, de la pobreza de las primeras casitas de Saint-Brieuc, el noviciado se traslada a la propiedad de los Châtelets, antigua residencia de los obispos de Saint-Brieuc, comprada para las Misioneras de María por un bienhechor, padre de una de ellas. Sin embargo, numerosas cuestiones jurídicas quedan aún en suspenso. La llegada de muchas jóvenes vocaciones obliga a María de la Pasión a volver a Roma, para dar a su Instituto las bases canónicas regulares sin las que no podría desenvolverse. También quisiera darle el apoyo de una gran Orden religiosa que le asegurase estabilidad y apertura.

Desde su llegada a Roma, las circunstancias guían sus pasos hacia el ministro general de los Franciscanos e, inmediatamente, se siente de nuevo en «su casa» cerca de san Francisco a quien, en lo íntimo de su corazón, no ha dejado jamás de llamar Padre.

En agosto de 1882, se funda la casa de Roma, y el 4 de octubre siguiente, fiesta de san Francisco de Asís y celebración del séptimo centenario, María de la Pasión es recibida en la Tercera Orden Franciscana. Apoyada en sólidas bases: una implantación romana y la pertenencia a la Orden franciscana, María de la Pasión va a afrontar la larga y dolorosa batalla de los años 1882-1884 cuando su obra es puesta en entredicho. En efecto, se le abre un proceso de intención, contestando fundamentalmente la existencia de su Instituto. Se le suspende del cargo de superiora general y recibe la interdicción de comunicarse con sus hermanas.

Después de largas gestiones de quienes se constituyeron sus defensores: el ministro general de los Franciscanos y el obispo de Saint-Brieuc, obtienen que el papa León XIII nombre un «encargado de asuntos» para examinar su causa. Las conclusiones de la investigación son claras y decisivas: en abril de 1884, a María de la Pasión se le devuelve su cargo, y su Instituto es autorizado a desarrollarse en la familia franciscana.

Este período, en el que María de la Pasión se encontró de nuevo en el desierto, humillada, condenada sin haber sido escuchada, será para ella un crisol fundador. En el sufrimiento su carisma se purifica, se unifica, se hace más profundo. En esta época es cuando escribe sus textos más bellos, tanto espirituales como místicos.

1884-1904 Los veinte años que siguen van a ser testigos del florecimiento extraordinario de este nuevo retoño de la familia franciscana que se desarrolla de manera que nadie hubiera podido prever. Pero, la afluencia de jóvenes que llegan como contagiadas, y las llamadas provenientes de todas las partes del mundo, no la turban ni la embriagan. Ella asume de forma realista la tarea que se le impone: formar, organizar, asegurar el futuro.

Su vida, en el curso de estos 20 años, es una «gesta» heroica donde se la ve presente en todos los frentes: material, espiritual, apostólico, social, eclesial. Ochenta y seis fundaciones se desgranan sobre todos los continentes, Europa, Asia, África, América, con unas 3.000 religiosas. En 1900, siete Franciscanas Misioneras de María son martirizadas en China durante la revuelta de los Boxers, dando a la fundadora la ¡alegría de tener ahora siete verdaderas Franciscanas Misioneras de María! Para reemplazarlas, ella enviará un nuevo grupo y, entre ellas, una joven hermana, María Asunta, cuya generosidad silenciosa conquistó enseguida el afecto de los chinos, antes de morir de tifus en 1905.

Unos cincuenta años mas tarde, todas serán reconocidas por la Iglesia por el testimonio de sus vidas heroicas, y sus beatificaciones serán como el sello puesto por la Iglesia sobre la vida y obra de María de la Pasión. Ella misma celebrará su pascua pasando de aquí a la casa del Padre el 15 de noviembre de 1904, en San Remo. Su causa de beatificación también está en curso.

Fundación del Instituto

Al inicio del año 1877, María de la Pasión se hallaba en Roma. Después de doce años de fructuosos trabajos misioneros en India, como miembro de la Sociedad de María Reparadora, circunstancias imprevistas le obligan a cambiar su primera orientación. Lealmente viene a Roma -como había hecho Francisco con sus primeros compañeros- buscando luz cerca del sucesor de Pedro, el Papa Pío IX. Para dar este paso tuvo que dejar su comunidad de Ootacamund, en el Vicariato Apostólico de Coimbatur; ella y 3 hermanas vinieron a Roma mientras que, en India, se quedaron dieciséis hermanas. Se alojaron en la Via Santa Chiara, una callejuela cercana al Panteón. Esperando que la situación sea un poco más clara ellas rezan, aunque sus sentimientos van de la inquietud a la esperanza.

El 6 de Enero de 1877, fiesta de la Manifestación de Cristo a los Gentiles, Pío IX autorizó a Monseñor Bardou, Vicario Apostólico de Coimbatur, la fundación en su diócesis del Instituto de las Misioneras de María, consagrado especialmente a las misiones. Las hermanas, tanto en Ootacamund como en Roma, acogieron con gozo esta noticia.

El Instituto nació en India. «Alegrémonos de que nuestro Instituto haya nacido en esta fiesta de la Epifanía. Bendigamos a San Francisco que, en este mismo día, nos hizo la promesa, por medio de su Sucesor, de acogernos siempre bajo su manto, y recordemos su invitación: "Para encontrar sitio bajo este manto y ser un rayo de la Estrella Inmaculada que atrae las almas a Jesús, es preciso ser muy puras, muy pequeñas"» (Meditación de María de la Pasión).

El Cardenal Franchi invita a María de la Pasión a abrir un noviciado en Francia. Algunos días después, durante una audiencia, el Papa le da ánimos y le impone las manos como confirmación de la misión que, en nombre de Dios, acababa de otorgarle.

María de la Pasión no puede prever la envergadura de la misma; día tras día, año tras año, está atenta a los signos de los tiempos, a las sorpresas de la Providencia manifestadas siempre por los acontecimientos. Confía en Dios y sigue adelante, a pesar de las contradicciones, de las pruebas crucificantes que imprimirán un sello especial a los primeros años de la vida del Instituto.

En marzo de 1877, María de la Pasión redacta el «Plan del Instituto de las Religiosas Misioneras de María», primer bosquejo de las Constituciones; el artículo 17 está redactado con vistas al futuro: «Cuando llegue el momento oportuno, el Instituto someterá sus Reglas al Papa, porque hace una profesión especial de respeto y obediencia a la Santa Sede, comprometiéndose a fundar allí donde la Iglesia lo desee, pues el fin del Instituto lo hace Universal». Desde el principio, esta universalidad compromete a todas las hermanas a una disponibilidad total al servicio de la evangelización: deben ir por doquier, a pesar de los riesgos, para testimoniar, allí donde se encuentren, el amor de Dios por todos los seres humanos, a través de todos los servicios y respondiendo a las necesidades de cuantos les rodeen.

Actualidad

Un siglo después de su fundación, forman un grupo de 8.375 mujeres pertenecientes a 73 nacionalidades distintas, de todas las razas y clases sociales que, reunidas por el Espíritu, forman una Fraternidad internacional en 856 comunidades y están presentes en 77 países de los cinco continentes. En medio de esta diversidad y pluralismo, viven unidas por un mismo ideal y una idéntica misión: el servicio de la Evangelización universal.

El carisma confiado por Dios a María de la Pasión permanece abierto, para seguir buscando en la Iglesia y en el mundo de hoy respuestas nuevas a las necesidades actuales. El primer objetivo es la transmisión del mensaje de Cristo. Para eso las FMM se hacen presentes entre los hermanos a través de múltiples actividades y en diversidad de formas de vida, empeñadas siempre en encarnar el Evangelio existencialmente. Trabajan por el desarrollo, la justicia y la liberación integral, como exigencia del mensaje de Jesús. Donde no es posible, su evangelización se limita al testimonio y a compartir la vida en la amistad; su presencia al servicio de los más pobres manifiesta y es signo del amor de Dios al mundo. Colaboran y participan en el proceso de inculturación de la fe en los pueblos y medios en los que están insertas. Artífices de paz y reconciliación, se comprometen y luchan por un mundo más humano y fraterno, con todos los hombres que trabajan por este mismo fin. Pero, como Francisco, tienen sus preferencias por los más pobres y marginados, cualesquiera que sean.

Por eso están presentes en el Tercer Mundo, en los pueblos más alejados, donde la Iglesia no está aún presente, entre los que no conocen a Cristo y entre los que reclaman paz y justicia; sin distinción de razas, culturas o nacionalidades; y sin preguntarles por su nacionalidad o partido. Están junto al débil, al disminuido físico o mental; con los analfabetos, los refugiados políticos, los emigrantes, con los que están al margen de la ley al no tener sus papeles en regla, y con los que nunca pudieron tenerlos; con los campesinos pobres, los sin tierras o sin país: en medio del pueblo palestino y del judío, con los sirios y los libaneses. Con los presos, los leprosos, y los enfermos. Trabajan en medio de barrios de delincuencia y prostitución, entre familias hacinadas, con los gitanos o el mundo de la drogadicción... Y, de un modo especial, se preocupan de la promoción de la mujer en todos los países. Ningún campo está cerrado a su misión, aunque no pueden llegar a tantos sitios como quisieran.

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