Iglesia de San Andrés

Iglesia de San Andrés
Información sobre la plantilla
Obra Arquitectónica  |  (edificio)
San andres.jpg
Declarado Bien de Interés Cultural el 23 de febrero de 1995
Descripción
Tipo:edificio
Estilo:Barroco
Localización:Plaza San Andrés, 1, 28005 Madrid, España
Uso inicial:Iglesia
Uso actual:iglesia
Datos de su construcción
Inicio:1642
Término:1669
Otros datos
Arquitecto(s):Pedro de la Torre, José de Villarreal, Juan de Lobera y Sebastián Herrera Barnuevo


La iglesia de San Andrés. Es un templo católico y una de las más primitivas parroquias de Madrid, España. El origen de la iglesia se remonta al siglo XV. Años más tarde se adosa al inmueble la capilla del Obispo (XVI) y se alza una capilla funeraria dedicada San Isidro (XVII). La nueva construcción dedicada al patrón de la ciudad, se configura como una sucesión de tres espacios cuadrangulares de mayores proporciones que la propia iglesia de San Andrés, y es obra de Pedro de la Torre, José Villarreal y Juan de Lobera.

Ubicación

Ubicada en el No.1 de la plaza de San Andrés de Madrid, en el céntrico Barrio de La Latina.

Historia

Poco se puede decir con certeza de la primitiva iglesia, existente ya a finales del siglo XII y levantada acaso en un solar ocupado anteriormente por la primitiva iglesia cristiana del Madrid islámico, ya que la jurisdicción de San Andrés se extendía por lo que fue el antiguo barrio mudéjar, posterior morería. Ahora reconstruido y convertido en museo de titularidad municipal. En él se encontraba el pozo, protagonista de uno de los milagros del santo, y una pequeña capilla en el lugar donde se decía que había vivido San Isidro.

Para el historiador y arqueólogo Elías Tormo, sin embargo, el emplazamiento de la primitiva iglesia estuvo ocupado antes por una mezquita situada junto a la torre albarrana en lo que luego fue palacio de los Lasos de Castilla, residencia de los Reyes Católicos y del cardenal Cisneros cuando se encontraban en Madrid. En tiempos de los Reyes Católicos fue reformada la iglesia en estilo gótico, abriéndose a la vez un paso alto de comunicación con el palacio. En el siglo XVI se le adosó la Capilla del Obispo, luego templo independiente, a la que se trasladó en 1535 el cuerpo del santo por orden del obispo Gutierre de Vargas Carvajal, lo que dio lugar a discordias entre ambas capellanías, hasta que veinticuatro años después el cuerpo retornó a su emplazamiento original. En 1656 el viejo templo sufrió un desplome, reconstruyéndose modestamente a la vez que se construía la capilla de San Isidro, cambiando su orientación. La nueva iglesia de San Andrés se adornó con un retablo de Alonso Cano, aunque se simplificó el proyecto inicial que incluía la urna de San Isidro. Las esculturas pertenecían a Manuel Pereira, a quien correspondía también la estatua de San Andrés en piedra situada en la hornacina de su única puerta (actualmente en el jardín lo que queda de ella). La iglesia fue incendiada en 1936 y sobre el solar de la primitiva cabecera gótica se construyó posteriormente la casa rectoral. La actual iglesia ocupa lo que fue capilla de San Isidro y un tramo de la reconstruida en el siglo XVII.

Procede mencionar el trabajo de Ciria Higinio, La parroquia de San Andrés, artículo publicado en la revista La Semana Católica en los meses mayo y junio de 1897. Este trabajo es estudiado y mencionado por historiadores posteriores.

En 1918 aparece un artículo de importancia para el análisis historiográfico de la capilla. Dentro del Boletín de la Sociedad Española de Excursiones, Francisco Macho Ortega escribirá un capítulo titulado La capilla de San Isidro en la parroquia de San Andrés de Madrid. En este documento Macho Ortega trata de aclarar las noticias falsas e inexactas publicadas hasta el momento, trabajando para ello con los Archivos Municipales de Madrid. Macho Ortega corrige a Álvarez de Baena, quien argumenta que fue en 1642 cuando se pensó edificar la capilla. Para rebatir este hecho, se basa en una Cédula Real de Felipe IV, la cual establece claramente que dicho momento fue en el año 1628. Asimismo Macho incluye el nombre de Pedro de Pedroso como persona que establece condiciones para la traza de Gómez de Mora, la cual una vez aprobada es entregada al maestro de obras Bartolomé Díaz Arias el 2 de marzo de 1630, legalizando el contrato ante el notario Francisco Martínez de Orellana.


Se hace referencia a la falta de recursos que ocasionaron la paralización de las obras durante 11 años. Es importante el aporte que se refiere a la creación de una Junta por parte del Ayuntamiento, que hace que en 1641 se retome con afán la continuación del proyecto constructivo. Es ahora cuando se habla del encargo de una nueva traza, a Pedro de la Torre. Mediante una labor que profundiza en el estudio de las fuentes primarias, vuelve a contradecir a Baena, Ponz y Madoz, concretamente en el año en el que las obras se retoman. Para ello se basa en el Libro de Acuerdos que establecen el año 1643 como fecha de inicio y no 1657, año que habían planteado anteriores historiadores. Este error se debe a que en estos años apenas se avanzó en las obras, siendo el año 1657 momento de gran impulso gracias a la Cédula Real expedida en Madrid el 28 de octubre de 1657 y a la contribución de casi todas las aldeas y ciudades de la nación, además de las colonias americanas. Se expone nuevamente uno de los errores de Álvarez Baena, quien atribuye al Rey y a la Villa de Madrid la construcción de la capilla, cuando toda la nación e incluso las posesiones de ultramar tomaron parte activa en ella.

Es interesante el hecho de acuerdo para aceptar los modelos de Fray Diego de Madrid, información recogida en el Libro de Acuerdos. Se establece la fecha de conclusión, el 15 de mayo de 1669, sin embargo la Junta de Comisarios no da por terminada su misión hasta el 9 de septiembre de ese mismo año, dándose por disuelta a partir de esta fecha, y quedando así indicado en el Libro de Acuerdos. Como anécdota, nombrar un error menor a la hora de citar el apunte bibliográfico referido a Álvarez Baena, al fechar la obra de este en el año 1726, cuando en realidad es del año 1786. Sin lugar a dudas la labor documental que lleva a cabo Macho Ortega es muy importante, como discípulo de Elías Tormo representa el primer paso para rebatir errores anteriores y base sólida de un estudio más veraz.


El estudio historiográfico continúa con la figura de él propio Elías Tormo y Monzó, quien en 1925, a través del Boletín de la Real Academia de la Historia, manifiesta que la Capilla, por su significado en la historia del barroco español y ultramarino, merece ser destacada como Monumento Nacional, “impidiendo así su ruina y su desnaturalización artística”. Hace constar el restablecimiento del aprecio en todo el mundo por el arte barroco, aludiendo a la importancia que vino a tener en España y en América. “A la aceptación por la Corte, y precisamente en esta Capilla, de las libertades y galanuras de las nuevas fórmulas artísticas, rebeldes al clasicismo, ya mecanizado, del Renacimiento”. El estudio de la capilla, lo recopiló con datos inéditos y con los trabajos monográficos de Ciria y Macho, sin aportar datos nuevos sobre el edificio. Igualmente menciona las virtudes de la vida sencilla llevada a cabo por San Isidro y que habían sido narradas por Juan Diácono. Indica como la capilla está edificada en el lugar del sepelio primitivo del santo, en lo que era el cementerio de San Andrés. En resumen, es importante esta obra puesto que se observa una revalorización del arte barroco, que hasta entonces había estado tan desprestigiado; una tendencia iniciada por Cea Bermúdez, Ponz y Llaguno. También es evidente que hay un interés por mantener el patrimonio cultural de la ciudad. Un hecho que poco a poco se va generalizando gracias al esfuerzo y lucha de eruditos como Tormo, y que indica una evolución en la sensibilidad de la sociedad a la hora de preocuparse por la conservación del legado histórico.

En su siguiente obra Las iglesias del antiguo Madrid, de 1927, Elías Tormo se detiene más en el estudio de esta iglesia y aclara datos aportados anteriormente por otros autores, como por ejemplo, al hablar de la figura de Fray Diego de Madrid, que Madoz y después Mesonero Romanos habían dado el papel de arquitecto junto a José de Villarreal y Sebastián Herrera Barnuevo. En el caso de Tormo, este lo relaciona con la labra de la escultura de San Isidro que se encontraba en el interior de la Capilla, concretamente en el baldaquino. Afirma, basándose en artículos de Ciria, publicados en La Semana Católica, en 1897 y en un “Trabajo universitario” de Macho Ortega de 1918, que es Pedro de la Torre quien inicia la construcción de la capilla en 1642, cuyo proyecto queda finalista por encima del de Gómez de Mora, de 1629. La obra se detiene y es José de Villarreal el que la continúa bajo las trazas de Pedro de la Torre. Lo suceden Juan Beloso y Sebastián Herrera Barnuevo, según él, “secuaz” de Alonso Cano. Aparece el nombre de Juan Beloso, que no se había citado todavía en las obras anteriores. Da más nombres, referidos a los que intervinieron en la decoración y menciona a Juan de Lobera como realizador del baldaquino, siguiendo, en cierta medida, el dibujo de Herrera Barnuevo.

Comienza, por tanto, a despejarse la confusión creada por autores anteriores en lo referente a los arquitectos y al inicio de la construcción. Es fundamental Tormo para los autores posteriores, como Bonet Correa o Virginia Tovar, pues da datos más fiables, que serán corroborados posteriormente. Sin duda alguna, mediante el conocimiento pormenorizado de las fuentes secundarias que hablan de esta obra, se vislumbra como el problema de esta Capilla es que no ha sido estudiada con mayor detenimiento, como es el caso de otras obras a las que desde el principio se las ha considerado de primera categoría. Esto se refleja en el hecho de que cuando se hace un recorrido por los monumentos madrileños, ésta se incluye como una iglesia más, mereciendo sólo una breve mención. Por ello es lógico entrever como a lo largo de su historiografía no se han aportado grandes datos. Por ello Elías Tormo será muy importante, ya que aclara una serie de factores y cambia el concepto que se tenía de los edificios del siglo XVII y XVIII, marcando una línea que seguirán estudiosos posteriores, radicando aquí su importancia.

Merece ser destacado el cambio que se ha producido en la crítica. Un cambio de mentalidad que la lleva a preocuparse por el estudio de todo el patrimonio, dando importancia a las obras, tanto de pintura, arquitectura y escultura, en función de su calidad artística, y no por prejuicios absurdos.

La iglesia de San Andrés y la capilla de San Isidro sufren un devastador incendio en 1936, del que únicamente se salva su estructura exterior de fachadas de ladrillo rojo y granito y la gran cúpula encamonada que corona el ámbito principal.

Este hecho lo refleja Vicente Carredano en su obra Dolor y esperanza de la capilla de San Isidro: Ruinas en el corazón de la villa, de 1957, donde manifiesta que tanto la Capilla de San Isidro como la iglesia de San Andrés están en ruinas, pero que se mantienen intactos los muros, las puertas, las cornisas y la cúpula. Realmente este autor no supone un punto importante dentro de la historiografía de la crítica de la Capilla, puesto que los datos que aporta sobre la construcción y sus gastos, aunque no lo apunta en ningún momento, posiblemente los haya tomado de la obra de Pascual Madoz. Sin embargo lo he querido mencionar por el hecho de que se preocupa por el estado del edificio y le sigue dando la importancia que tiene dentro de la arquitectura madrileña del siglo XVII, procurando que no caiga en el olvido y se acabe derribando, como ha ocurrido con muchos otras obras de interés.

Sirve actualmente como parroquia de San Andrés.

Restauración

La restauración fue entre 1986 y 1999 basándose en la documentación gráfica existente. Posteriormente, en 2005, la Dirección General de Patrimonio Histórico acomete el proyecto global de restauración y puesta en valor del monumento (capilla del Obispo, sala capitular, dependencias anexas y del claustro) con el que consolida estructuralmente los muros, forjados, cubiertas, carpinterías y acabados. Además, construye un paso de comunicación entre la capilla del Obispo y el resto del conjunto monumental. Paralelamente, restaura los retablos y sepulcros ubicados en el interior de capilla. Durante estas labores de rehabilitación se encontraron significativos hallazgos relativos a la primitiva parroquia de San Andrés y su cementerio, cuya vista está accesible al público gracias a la instalación una ventana arqueológica en el pavimento.


Fuentes