María Gabriela Sagheddu

María Sagheddu
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Nacimiento17 de marzo de 1914
Dorgali Bandera de Italia Italia
Fallecimiento23 de abril de 1939
Grottaferrata Bandera de Italia Italia
Causa de la muerteTisis
TítuloBeata de la Religión Católica
PadresMarcoantonio Sagheddu y Caterina Cucca

Gabriela Sagheddu , nació el 17 de marzo de 1914 en Dorgali, provincia de Nuoro, sobre la costa oriental de Cerdeña. Su Papá, Marcoantonio Sagheddu, era pastor de ovejas y trabajaba para un rico propietario de la isla. Su mamá, Caterina Cucca, pertenecía a una familia tradicional. Tenía dos hermanos y dos hermanas más grandes, después de ella siguen tres: dos mujeres y un varón.

Infancia

En la época en que nació María la familia gozaba de un modesto bienestar, pero la prueba no se hizo esperar. El 1° de agosto de 1914 se desata la guerra franco-alemana y al año siguiente Italia entra en conflicto. En 1919, murió su hermano Bartolomé de solo un año y a los quince días su papá, sin alcanzar los cincuenta años de edad. Fue un golpe duro para la señora Sagheddu, y también para los hijos. María tenía sólo cinco años y medio. A esta edad ya se vislumbra el fuerte carácter de la niña: es caprichosa e irascible y cuando quiere una cosa, no descansa hasta obtenerla. La educación de la mamá, de la maestra y de la catequista dulcifican paulatinamente aquel carácter duro. María se convierte así en una niña más dulce pero frecuentemente obedece quejándose, o muchas veces niega la orden, aunque luego cumple fielmente aquello que se le pidió. Nunca se dejó abatir por las dificultades, superándolas con paciencia y buen humor. Siempre autoritraia, sabía poner en su lugar a los demás, a veces de modo brusco. Sus grandes pasiones eran la lectura y el juego de las cartas. Debido a la difícil situación familiar, María no pudo finalizar los estudios pues tuvo que empezar a trabajar en su casa para ayudar la familia.

Vocación

Acudía a la Parroquia de Santa Catalina, la cual contaba con numerosos jóvenes de la Acción Católica. María rechazó varias veces la invitación de la presidenta para formar parte del movimiento, pero finalmente, a los 17 años, ella misma pidió su inscripción en la Asociación. En esta época María toma conciencia que la Virgen la ama y que Jesús la quiere para sí, pero que sus defectos son un obstáculo para una vida de intimidad con Él. Emprende entonces la lucha despiadada contra los defectos y las imperfecciones que caracterizará aquel período de su existencia. Así testimonian sus conocidos: “A los 18 años cambió completamente, se corrigió de todos sus defectos”. Mediante la Eucaristía y la oración, y junto a la Virgen María, la joven crecía espiritualmente. Un año antes de entrar a Grottaferrata confiesa que pensaba en la vida religiosa desde hacía varios años. Comenta un familiar suyo “ Me habló de su intención de hacerse monja más o menos un año antes. Y cuando le pregunté el por qué de su decisión, me respondió: lo estoy pensando desde hace un año y más y antes de tomar la decisión he querido reflexionar mucho”. Mas una vez tomada la decisión responde pronta y generosamente a la vocación sólo por motivos sobrenaturales: “para ser toda y siempre de Dios”. A los 20 años, su deseo de vida consagrada se hace más intenso y preciso. Espera que el Señor le haga esta gracia. Aquello que desea es donarse, poco le importa el lugar y el modo de la consagración. Dice su confesor: “Ella era indiferente a cualquier Orden; yo conocía la Trapa, se la propuse y aceptó gustosa… Estaba dispuesta a ir a cualquier Instituto sin preferencia”.

Ingreso a la vida religiosa

Entra a la Trapa el 6 de octubre de 1935. Toma el nombre de María Gabriela, por el ángel de la anunicación, ya que era éste uno de los misterios sobre los que caía su predilección. Lo meditaba en compañía del ángel Gabriel. Tenía una espiritualidad eminentemente mariana que deriva de la contemplación asidua de los misterios del Verbo Encarnado y de su Iglesia. Era muy devota del Santo Rosario: “Llevaba siempre el rosario en la mano. En las idas y venidas frecuentes en comunidad, y en muchas otras circunstancias, desgranaba el rosario con un gozo que transparentaba en su trato con las demás”. Al ingresar al Convento se debe hacer una elección, al menos provisoria: ¿la postulante sería corista o conversa? Como consagración al Señor, no hay diferencia, las dos hacen los mismos votos, aunque ser corista comporta una mayor exigencia. María sólo tenía los estudios elementales, y pensaba que sería conversa, sobre todo porque era totalmente ignorante en lo que respecta a la música y al canto. Sin embargo la Madre Abadesa decidió lo contrario; la postulante debía educar la voz y estudiar para conquistar los conocimientos que le faltaban. Es así que Sor María Gabriela, sentada en un banquito de frente a un piano, hace las escalas incansablemente, probando de acomodar la voz al sonido del instrumento. Trabajo ingrato y humillante que hace falta recomenzar por semanas y meses. Su corazón está divido entre el gozo que prueba de participar a la Lode divina junto a sus hermanas, y el sentimiento de ser incapaz de cumplir correctamente con su deber. La Madre Abadesa juzga satisfactorios los progresos, y la exhorta a perseverar con coraje. Ella, por el contrario, estará siempre insatisfecha, tan grande es su preocupación de perfección en todo. Comenta la Beata en una carta “Estoy en el coro, porque la Reverenda Madre lo ha querido así. Cantar sé bien poco, mas desafinar, mucho. Por esto habría querido retirarme del oficio, pero la Reverenda Madre no ha querido, diciendo que poco a poco aprenderé”.

Toma de hábito

La ceremonia de toma de hábito tuvo lugar el 13 de abril de 1936, lunes siguiente a la Pascua. Para esta ocasión escribe a sus familiares: “Él, mi Jesús, habría podido elegir tantas otras almas más amantes, más puras, inocentes, más dignas. Pero no, Él ha querido elegirme a mi, si bien yo soy indigna…” “Podéis imaginar mi alegría… Rezad siempre para que sea fiel a mis obligaciones y a mi Regla, haciendo siempre la voluntad de Dios, sin ofenderle nunca y así vivir feliz para toda la vida en su casa”. Para San Benito el signo de una auténtica vocación monástica es una seria búsqueda de Dios. Y esta búsqueda de Dios debe intensificarse en el curso de la vida, hasta convertirse en una idea fija. Para él esta búsqueda o sed se traduce en un celo, es decir en una prisa por el servicio divino, por la obediencia y por los oprobios. El servicio divino es el primer deber de un monje y su principal ocupación y así lo es efectivamente para Sor María Gabriela, para quien se constituye en verdadera fuente de gozo espiritual. En una carta a su familia escribe: “La Reverenda Madre me ha puesto en el coro para salmodiar y cantar las alabanzas divinas. Debo ser muy atenta y agradecida por esta gracia especial que se me ha confiado… hago todo lo posible por estudiar y espero que Jesús me ayudará”. El segundo signo de la búsqueda de Dios es el celo por la obediencia. Obediencia es despojarse de la propia voluntad. San Benito invita a odiar la propia voluntad. Sor María Gabriela manifestó en su vida religiosa un apego verdadero a sus superiores, sin caer nunca en la obsecuencia. Los estimaba y amaba; 18 meses después de su entrada escribe: “De mis superioras, no podría haber deseado algo mejor”. Y en otra ocasión: “Es una gran gracia vivir en el Monasterio, donde todas las acciones, aún las más viles, cuando son por obediencia, aportan un gran mérito”. Demostró una verdadera devoción hacia los superiores. No buscó nunca apoyo, consejo o sugerencias fuera del Monasterio. Estaba siempre dispuesta a recibir cualquier reto con espíritu de humildad, con tal de no trasgredir mínimamente la Regla, esto se refleja en las palabras que dirige a los suyos: “Rueguen al Señor para que no sólo comprenda todo lo que me dicen, sino también ponga en práctica las enseñanzas, es decir, obedecer a los superiores y observar exactamente la Regla de mi Orden y así hacerme santa delante de Dios”. El tercer signo, según San Benito, es el celo o la solicitud por el abajamiento. Sor Gabriela se decía pobre pecadora. “Estaba siempre dispuesta a humillarse, siempre se ponía de rodillas y decía: Es mi culpa, ante cualquier observación…” Su característica era esconderse y desaparecer en el encuentro con los demás. Un signo de la humildad de Sor Gabriela es la falcilidad con la cual acogía los reproches. Se sometió a la guía de dos grandes religiosas: la Madre Pía Gullini y la Maestra de novicias, Madre Tecla.

Profesión religiosa

En la Fiesta de Cristo Rey del año 1937, realiza los votos religiosos. Sor Gabriela ya tenía el corazón dispuesto para el sacrificio, lo reflejan las palabras que escribió para ese día: “En la simplicidad de mi corazón te ofrezco todo alegremente, oh Señor. Tú te has dignado llamarme y yo vengo con arrojo a postrarme a tus pies. Tú en el día de tu fiesta real quieres hacer de esta mísera creatura la reina. Te agradezco con toda la efusión del alma y al pronunciar los santos votos me abandono enteramente a Ti. Haz Jesús que me mantenga siempre fiel a mis promesas y no quiera más volver a tomar lo que te ofrezco en este día. Ven y reina en mi alma como Rey de amor (…) Oh Jesús yo me ofrezco contigo a tu Sacrificio y si bien soy indigna y nada, espero firmemente que el divino Padre mire con ojos de complacencia mi pequeña ofrenda porque estoy unida a Ti, y del resto, he dado todo aquello que estaba en mi poder. ¡Oh Jesús! consúmame como una pequeña hostia de amor por tu Gloria y por la salvación de las almas. Padre eterno, mostrad que en este día vuestro Hijo va a las Bodas y establece su reino en todos los corazones, donde todos lo amen y lo sirvan conforme a vuestra divina voluntad. A mí dadme lo que necesito para ser una verdadera esposa de Jesús. Amén.

El ofrecimiento de su vida por la unidad de los cristianos

El momento decisivo de su vida se produjo con motivo de la semana de oración por la unidad de los cristianos en 1937. Esta semana de oración universal fue recibida por la Iglesia del converso sacerdote Francis Watson e iluminada según el pensamiento del Abad Couturier, su gran promotor en toda Europa. En el monasterio de Grottaferrata estos ideales calaron muy hondo pues la Madre Superiora, Madre Pía, mantenía comunicaciones frecuentes con Couturier y tenía firmes convicciones en el espíritu del apostolado de la penitencia en conformidad con las últimas apariciones de la Virgen en la Rue du Bac, en Lourdes y en La Salette. Ella decidió aplicar esta espiritualidad a las laceraciones infligidas por las divisiones entre los cristianos a la indivisible túnica de Cristo. Así fué que en octubre de 1937 propuso a sus hermanas la gran intención de rezar por la unidad. En 1938, la Madre invitó al Capítulo Monástico al Abad Couturier, quien se expresaba: “La oración permanecerá el centro luminoso y vivo del ecumenismo, rico de una espléndida irradicación de universalidad y de simultaneidad visible a través de la cristiandad destrozada… La enseñanza irénica de búsquedas que nos unan, nos arroja de rodillas ante el corazón de Cristo para repetir todos juntos en un acto de amor único e inmenso: “venga ¡Oh Señor! aquella unidad que tú has pedido para todos aquellos que te aman. ‘Congregavit nos in unum Christi amor’.” La Madre Tecla cuenta el impacto que aquellas palabras produjeron en Sor Gabriela: “Este hombre llegó al monasterio en enero de aquel año, con ocasión del octavario por la unidad. Él habló de algunas vidas ofrecidas al fin de la unidad. En aquellos días sor Gabriela me hizo la confidencia de cuanto el Señor le pedía: y que también ella quería ofrecer su vida por la unidad de la Iglesia… Le dije que debía hablar a la Madre Abadesa y atenerse a su decisión. Sor Gabriela se dirijió rápidamente a la Madre, se arrodilló delante de ella y con humildad y dulzura le suplicó que le concediese la gracia de ofrecer su vida por la unidad de la Iglesia … “¿me deja ofrecer mi vida? En tanto, ¿qué valor tiene? Yo no hago nada, no he jamás hecho nada. Usted ha dicho que se puede hacer con el debido permiso”. La Abadesa, pensando que fuese un ímpetu juvenil, le respondió fríamente. Pero a los pocos días volvió Gabriela, humilde y tímida a decirle: “Me parece que el Señor lo quiere, me siento apremiada y esto sin querer pensarlo”, a lo cual la Madre respondió: “Yo no digo ni sí ni no, pero antes debes hablar con el Padre Capellán y luego el Señor decidirá lo que debas hacer”. Sor Gabriela salió radiante de alegría de aquel encuentro, tomó consejo del Padre Capellán, y el ofrecimiento fue hecho en aquel mismo momento. No demoraron en hacerse sentir los síntomas de la enfermedad con la cual el Señor la inmolaría. La tarde de ese mismo día el Señor le hizo entender que había aceptado aquel ofrecimiento. Ella misma llega a decir a su director “desde el día de mi ofrecimiento, no he pasado un sólo día sin sufrir. Soy feliz por poder ofrecer algo por amor de Jesús. Mi alegría se hace más grande cuando pienso que el tiempo de las verdaderas bodas se acerca”. Como dijera el Santo Padre en la ceremonia de Beatificación de Sor María Gabriela, el 25 de enero de 1983 con ocasión de la clausura del Octavario de oración por la unidad de los cristianos: “El ofrecimiento de su vida por la unidad, que el Señor le inspiró durante la semana de oración en esos días de 1938 y que Él aceptó como agradable holocausto de amor, no es el inicio sino la cumbre de la carrera espiritual de la joven atleta. De la unión alcanzada con la Voz de Dios, surge la moción del Espíritu a abrirse a los hermanos.

Agonía, muerte y legado

Sus superioras atestiguan que estuvo en un continuo estado de aridez, lo que hacía más difícil la virtud y las largas oraciones vocales. Fue en aquel momento que escribió a su madre: “¡Cómo es bueno el Señor! Mi felicidad es grande y ninguno me la puede quitar. Si es hermoso vivir en la casa del Señor, es también hermoso en ella morir… Yo soy feliz de sufrir algo por amor de Jesús. Siento amar a mi Señor con todo el corazón, pero quisiera amarlo todavía más. Quisiera amarlo por aquellos que no lo aman, por aquellos que lo desprecian, por aquellos que lo ofenden, en fin, mi deseo no es otro que amar”. Sus sufrimientos duraron muchos meses, hasta el domingo 23 de abrilcuando su ofrecimiento fue consumado, mientras la liturgia de la Iglesia celebraba el Buen Pastor, y el Evangelio de aquel día anunciaba: “y habrá un solo rebaño y un solo pastor”. Ut unum sint, para que todos sean uno. De esta manera, ella presentó a todos los cristianos el modelo supremo en los esfuerzos por la unidad de los cristianos. Su vida fue coronada, como era su convencimiento: “sí, yo pobre creatura, seré reina porque el Señor así lo quiere”. Y así Sor María Gabriela nos dejó sus palabras y su vida como un modelo acabado de virtudes para alcanzar la unidad tan deseada. Mientras los cristianos de todas las confesiones se esforzaban por encontrar las vías de la paz, Sor María Gabriela Sagheddu entendió lo que tantos no alcanzaban a ver: que las grandes gracias tienen un precio de oblación que alguien debe pagar en unión con la Víctima Divina. Y para saldar esta deuda se eligió a sí misma. Si la santidad es imitación de Jesucristo, difícilmente se pueda encontrar una mayor consonancia e imitación. Jesucristo, en el momento supremo de la despedida, antes de su inmolación, rezó por la unidad de sus discípulos y de todos los hombres. Después se ofreció a sí mismo. La Beata Gabriela de la Unidad, joven y de corazón ardiente, tuvo la gracia de transformarse en víctima del mismo ideal de la misma manera que Jesús. Por eso difícilmente se pueda encontrar mayor consonancia e imitación. Y así esta humilde religiosa -mediante la generosidad de su entrega- se ha transformado en protectora y protagonista de esta gran empresa: la unidad. Ella constituye una cima en aquel camino de la unidad y bien se ha dicho que lo que Santa Teresa de Lisieux fue y es para las misiones, la Beata María Gabriela es y será para el ecumenismo.

Fuentes