Marcelino Pérez

Marcelino
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Datos personales
ApodoLa Máquina Blanca
Lugar de nacimientoBuenos Aires Bandera de Argentina Argentina en 1912 .
Carrera
DeporteFútbol
Inicio1966
PosiciónPrimera División
Trayectoria
Atlético de Madrid
en 1974

Marcelino Pérez. Deportista ex-judador de futbol español, nacido en Argentina.

Síntesis biográfica

Nació en Buenos Aires, Argentina en 1912, aunque ya a los tres meses de nacido estaba ya en Montevideo. Era criollo, hijo de un matrimonio de emigrantes del occidente de Asturias, el tralado de su familia se debia no para vivir mejor, ni para vivir de otra manera, sino para empezar a vivir: con urgencia. En los corrales de las casas más ricas de la España que dejaron atrás sus padres, Marcelino Pérez y Asunción Jardón, una España de familias numerosas, mayoritariamente analfabeta, de agricultura de subsistencia, había un cesto lleno de espigas de maíz. Cada vez que asomaba uno de los numerosos mendigos que cruzaban la comarca le obsequiaban con una o dos mazorcas, que luego intercambiaban por comida en los mercados.

Trayectoria deportiva

Debutó en un equipo de la tercera división, el Ariel. Pero siguió yendo a ver los entrenamientos del Nacional. Y por una casualidad que se repite hasta la saciedad como una epifanía en la historia del fútbol un día que faltaban jugadores le invitaron a entrar. Marcelino jugó tan bien que lo ficharon. No había cumplido todavía 20 años. Una semana después debutó en primera división, al lado de las figuritas que había visto en los caramelos de su infancia. Ya nunca dejaría de ser titular. Y en seguida llamó la atención del seleccionador nacional.

Comenzó jugando en su tierra natal (1966-1969) y posteriormente en el Centre d'Esports Sabadell, a cuyo primer equipo se incorporó en 1972 donde es captado en 1974, por el Atlético de Madrid, club con el que debutaría en Primera División y en el que jugaría diez temporadas. Con el club madrileño disputó un total de 253 partidos, anotando 4 goles. Jugó 190 partidos en Primera División, marcando 3 goles, 42 en Copa (1 gol) y 21 encuentros de competiciones internacionales.

En 1935, se proclamó, a los 23 años, campeón de América. Ocurrió en la final de Santa Beatriz, en Perú, contra Argentina. Esa fue la cumbre de su carrera. Sin embargo, la espina de Marcelino fue el Mundial. Hubiera podido participar en los de 1934 y 1938, pero su país no acudió a Italia y Francia por cuestiones políticas. En 1930, la primera Copa del Mundo se había celebrado en Uruguay. La mayoría de potencias europeas se negaron a participar porque, en realidad, querían organizarla, y los uruguayos devolvieron el feo ausentándose de los siguientes dos mundiales.

El debut como jugador internacional tuvo lugar el 26 de octubre de 1977, en el Estadio Vicente Calderón de Madrid. En aquella ocasión la Selección española ganó por dos a cero a Rumanía, en un partido de clasificación para el Mundial 1978. El seleccionador era László Kubala. Jugó un total de trece partidos con la Selección, disputando la fase final del Mundial de Argentina 1978. Su último partido con España fue también ante Rumanía, el 4 de abril de 1979 en Craiova, en un encuentro de clasificación para la Eurocopa 1980 en el que los de Kubala empataron a dos con el equipo local.

Muerte

Falleció el 16 de septiembre a los 71 años.

La Máquina Blanca

Marcelino junto a su equipo

Así nació la leyenda de la Máquina Blanca, que también ganó la liga del 1934. Brevísimo, como un verso, aquel equipo se convirtió en precursor del fútbol moderno: fue uno de los primeros conjuntos de estrellas multinacionales. Si Marcelino miraba atrás veía a José Nazztasi, el Mariscal, cuya figura se adelantó cuarenta años a la posición de líbero que haría legendaria Franz Beckenbauer en los 1970; y a su lado a Domingos de Guía, el Maestro Divino, uno de los mejores defensas brasileños de la historia, veía a lo lejos a Pedro Petrone, el primer delantero centro adelantado que conoció el fútbol; en el centro a Pedro Duhart, uruguayo nacionalizado francés, repartiendo asistencias. Sobre todo, Marcelino Pérez vio los estadios llenos, los estadios alucinados, los estadios a los que por primera vez entraban miles de mujeres para asistir al mayor espectáculo de masas que había de conocer el siglo XX.

La revolución táctica

Mientras en España estallaba la guerra, en 1936 se produjo una desbandada de jugadores celestes. Enrique Fernández se marchó al Barcelona. Ithurbide al Red Star. Y Marcelino fichó por el Vasco de Gama: “En aquella época no se ganaba mucho dinero, pero la plata valía más, ya entonces se podía vivir del fútbol si se administraba bien; nadie hizo fortunas, de todas formas, porque éramos más humildes que ahora, además, no había orientación para invertir, como ocurre ahora”. Su entrada en el fútbol brasileño fue triunfal: ganó la liga de 1937. Era el tiempo en que en Brasil vivía una colosal revolución táctica de la mano de los entrenadores húngaros. Sin embargo, había llegado a Brasil con preocupantes molestias físicas, sus peores sospechas se confirmaron pronto: se rompió los meniscos. En la cumbre de su carrera, a los 27 años, se vio obligado a dejar el fútbol: “Cuando otros empezaban a rendir realmente, yo tuve que abandonar. Sufrio tres operaciones: dos a los meniscos y una a los ligamentos, debió parar, porque el físico había quedado muy resentido”. Probablemente la medicina actual hubiera podido recuperarle para el fútbol.

No obstante, el amor por el deporte era demasiado intenso, enseguida hizo un curso de entrenador; se convirtió en director técnico, y no en uno cualquiera: se transformó en un estudioso del juego, en un erudito de la estrategia. En el banquillo se comportaba como una especie de Guardiola prematuro, un Bielsa radical, metódico, obsesivo… No tardó demasiado tiempo en poseer su propio Barcelona, un laboratorio de I+D, donde imaginó el fútbol moderno con cincuenta años de antelación: en 1946 desembarcó en el River Plate uruguayo para dar rienda suelta durante tres años a una revolución táctica sin precedentes.

“Fueron pioneros, e hicieron un fútbol de avanzada, cambiaron los esquemas tradicionales e inalterables hasta entonces, subsistían por el respeto general”. El primer volante tapón de la historia se llamaba Luis Alberto Luiz: lo engendró Marcelino. También fue pionero al liberar de la obligación del marcaje al media punta, transformando a un desconocido Washington Gómez en una pesadilla para los rivales. Pero se trataba de un equipo modesto, logrando lo máximo a lo que podía aspirar un equipo pequeño: ser terceros detrás de Peñarol y Nacional.
En 1947 fue designado seleccionador nacional de Uruguay, donde se convirtió en el primer entrenador latinoamericano en utilizar la pizarra para preparar los partidos. Sin embargo, se le quedó clavada una vez más la espina del Mundial. No pudo llegar al Maracanazo porque ya había colgado el delantal de director técnico. ¿Por qué?; en una mala temporada, su último equipo, Defensor, bajó a segunda división, y asumió que sus métodos no estaban maduros para el fútbol. Eran ciencia ficción, Marcelino soñaba con pelotas eléctricas. “Comprendí que es muy difícil pretender renovaciones tácticas, la tradición y el exitismo pesan mucho, ser director técnico era una cosa muy difícil, al menos para el.

Participó en la cobertura de tres Olimpiadas: Londres, Helsinki y Roma. Acompañó en incontables giras a Nacional, Peñarol y a la selección uruguaya en una serie ininterrumpida de viajes que se extendieron durante varias décadas.Estuvo presente en todos los Mundiales desde 1950, y en la final de Maracaná, donde el fútbol homenajeó a los niños uruguayos que le habían defendido de los rigores de la madurez, lloró en las gradas.

Su último Mundial fue el de España, donde aprovechó su estancia para visitar las casas donde habían nacido sus padres. En los oscuros arrabales de internet, que se parecen a las calles de tierra de Pocitos donde empezó a jugar al fútbol, los aficionados veteranos aun recuerdan el contorno majestuoso de Marcelino Pérez, sus zancadas de cisne, sus meniscos truncados, sus crónicas científicas.

El gol de la valija

Historia del Equipo

Todo equipo de fútbol cuenta en su historia con un gol iniciático al que acuden las nuevas generaciones de aficionados a mendigar la gloria del pasado. El Manchester United regresa al minuto 92 de la final de la Copa de Europa del 1968, cuando George Best tumbó al portero del Benfica para encarrilar la victoria en su primera Champions. El Real Madrid a la final de Hampdem Park, en 1960, donde 127.000 almas vieron a Di Stefano marcar tres goles convertido en un ángel. El Barça vuelve al argumento de autoridad de Ronald Koeman en el 92. Y el Santos a la tarde en que Pelé marcó en Maracaná, de penalti, tras una paradinha, el gol número mil de su carrera.

El Nacional de Montevideo regresa al gol de la valija., Marcelino estaba en el campo. Tenía 23 años; ocupaba la posición de half izquierdo sobre el césped se había convertido en una figura indiscutible e imponente: un carrilero desgarbado, rubio, muy alto, dueño de la elegancia plástica que vertebra la mejor tradición de jugadores uruguayos, futbolistas que luego se llamarían Juan Schiaffino, Jorge Manicera, Enzo Francescoli o Edinson Cavani. Era el año 1933: Peñarol y Nacional, los rivales eternos, se jugaban a cara de perro la liga de ese año, que sigue siendo el campeonato más largo de la historia del fútbol.

¿Por qué la temporada del 1933 no terminó hasta el invierno de 1934? Entonces no existía el golaveraje, y era posible que dos equipos compartiesen el primer puesto al final de la liga. La solución era jugar un partido de desempate, pero Nacional y Peñarol se empeñaron en terminar en tablas, citándose para el 27 de mayo del año siguiente, cuando ocurrieron los extraños sucesos del gol de la valija. En el minuto 25 de la segunda parte, con el marcador igualado, un ataque de Peñarol terminó con un remate que salió por la línea de fondo, junto al poste, con tan mala suerte que la pelota rebotó en la valija de madera del fisioterapeuta y volvió al campo, sirviendo en bandeja el gol a Braulio Castro.

El árbitro no vio nada; tampoco el juez de línea. Los jugadores de Nacional se abalanzaron sobre ellos: se formó una tangana. El colegiado expulsó a tres jugadores celestes antes de abandonar el campo muerto de miedo. Le sustituyó su linier, que finalmente decretó la suspensión del partido por ausencia de luz. Un mes después la Federación anuló el gol de la valija y una de las tres expulsiones. Estableció una fecha para jugar lo que quedaba de partido. A puerta cerrada, durante 84 minutos, nueve jugadores de Nacional, entre ellos Marcelino, resistieron los envites de los once de Peñarol: empataron, y en la tercera (definitiva) final, en noviembre, remataron la gesta. La afición celeste nunca lo olvidaría.

Títulos

En sus diez años en el Atlético de Madrid, ganó una Copa Intercontinenta (1975), una Copa del Rey (1976) y una Liga (1976/1977).

Fuentes