Parque Nacional de Ordesa y Monte Perdido

Parque Nacional de Ordesa y Monte Perdido
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Institución con sede en Bandera de España España
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Zona de soporte del más alto nivel de biodiversidad en la región con una extensión de 15.608 hectáreas
País:Bandera de España España

Parque Nacional de Ordesa y Monte Perdido. Se crea en el año 1918 para el Valle de Ordesa, y en el año 1982 se realiza una ampliación a los tres valles que, además de Ordesa, forman el Macizo de Monte Perdido: Valle de Pineta, Gargantas de Escuaín y Valle o Cañón de Añisclo, ocupando en la actualidad una extensión de 15.608 hectáreas. Cada uno de los cuatro valles es diferente y tiene su propias peculiaridades.

Descripción

Constituye un conjunto paisajístico de una belleza en el que se imponen elevados picos. Posee una gran variedad de ecosistemas, tanto de influencias atlánticas como mediterráneas, que se traduce en una flora y fauna muy rica y diversa. Domina su orografía el macizo de Monte Perdido (3.355 metros), con las cimas de las Tres Sorores, desde donde derivan los valles de Ordesa, Pineta, Añisclo y Escuaín.

Es un paisaje de grandes contrastes: desde la extrema aridez de las zonas altas, donde el agua de lluvia y deshielo se filtra por grietas y sumideros, hasta con los verdes valles cubiertos por bosques y prados, donde el agua forma cascadas y atraviesa cañones y barrancos.

Alrededores de Monte perdido

La cumbre de Los Treserols el Monte Perdido- coronando toda la unidad geográfica del macizo, sus recursos naturales y la historia de su ocupación humana; se ha constituido así en su entorno, apoyado en su original diversidad, un auténtico país. Dicha unidad, consolidada a través de las edades, limitada por el espacio geológico, agrega a lo indicado, la calidad de sus atractivos estéticos singulares y recursos naturales, los que ya tan sólo por sus propios valores, merecen una inscripción en la lista del Patrimonio de la Humanidad UNESCO.

En la contemplación de nuestro paisaje cotidiano, la costumbre (producto de la pereza), corroe en muchos de nosotros la sensibilidad compañera de la sorpresa, privándonos así de la emoción, del placer propiamente dicho, aportado por los encantos o la grandeza de nuestro entorno. En la montaña, nuestras miradas padecen menos de ese cansancio, a causa de las variaciones estacionales y el sucesivo desencadenamiento de sus efectos, dibujando y pintando una serie cambiante a ritmo siquiera de las estaciones.

No es de extrañar así el singular apego de la población de montaña a su país; apego que se apoya en el sucesivo cambio aportado por el transcurso de los días. Alrededor de su Monte Perdido, el autóctono montano, ora visitando a sus primos, ora a sus vecinos, descubre una densa variedad de paisajes, cuyo contraste subraya e intensifica la magnificencia de cada uno. Sin duda, en Gavarnie, Ordesa, Estaubé, Añisclo, Troumouse y Pineta, la naturaleza es suntuosa en dicha diversidad.

En Gavarnie, un orden majestuoso acoge un paisaje monumental que rompe súbitamente todo el horizonte, pero sin oscurecerlo: así enorme variedad y fantasía de la naturaleza hielos, cornisas nevadas, cascadas luminosas felizmente lo atenúan.

Ordesa, donde las oscuras libreas de los pinares, animan los tonos ocre de la larga perspectiva de desfiladeros audaces, sirven de marco a las riberas del Arazas, el fogoso torrente circulando por su fondo, donde el aire y el sol del sur eligen ya otras formas, otros colores y otros árboles. En Estaubé, más allá de sus amplias y ricas praderas, aparecen notas de agudas crestas, rematando finalmente en la corona nevada del señor de esos parajes, nunca mejor denominado Monte Perdido.

El estrecho cañón de Añisclo, tan secreto, tan dionisiaco, donde la vegetación se embriaga con locura de vértigos y nieblas evadidas del torrente.

Troumouse, más amplio todavía que Gavarnie, abrazando en circo casi perfecto, con sus miembros pétreos, un inmenso haz de pastos.

Pineta, que a ritmo de sus verticales baluartes, desarrolla la calculada amplitud de su prestigiosa avenida abierta a levante. Sus bosques, sus bellos pastos colgantes cual jardines babilónicos, en cuanto se enciende la aurora, recogen las primeras luces de la mañana que fluyen reflejadas en la cúpula lejana del Monte Perdido.

Sin olvidar el árido y punzante esplendor del lapiaz de las altas mesetas, donde al lado de minúsculos oasis de verde hierba sobre loess, transcurren las calientes horas de un cielo aragonés y la insólita profundidad del lago de Marboré, que mantiene sus "icebergs" flotantes y refleja al mismo tiempo, la imagen de los últimos jirones de la ladera norte del Monte Perdido, rodeado de un mundo de gleras y canchales.

Flora

Entre más de cien endémicas pirenaicas, cabe destacar la elegante gracia de la corona de rey, la discreta pero elegante androsacea cilíndrica, que esconde su fragilidad en la altitud calcárea y la delicada y compleja silueta de la azucena de los Pirineos junto a ellas otras que, si bien no son pirenáicas en exclusiva, tal la oreja de oso, su nombre científico: Ramondia pyrenaica, constituye un homenaje al ilustre naturalista y escritor que exploró nuestras montañas en el siglo XVIII.

Superficie

15608 hectáreas

Información medioambiental

Es un paraje de alta montaña que presenta una orografía extremadamente quebrada, formada por profundos cañones y mesetas elevadas.

Información cultural

La historia medieval está presente en sus pueblos a través de restos de castillos, ermitas, casas-fortaleza.

Localización

Paseo de las Autonomías, Pasaje de Baleares 322044, Huesca.

Véase además

Fuentes