Período de transición (Época colonial en Brasil)

Período de transición (Época colonial en Brasil)
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Período de transición (Época colonial en Brasil) . Los holandeses, tras la partida de Mauricio de Nassau, fueron derrotados en las dos batallas de Guararapes (1648-1649).

Características

El 26 de enero de 1654, con la capitulación de Recife los holandeses se vieron obligados a emprender el regreso a Europa. Fue el fin de una época holandesa en Brasil. Sin embargo, los intereses de los países extranjeros hacia el territorio continuaron coincidiendo con los de Portugal, tanto en la frontera norte como en las regiones meridionales.

El monarca portugués Juan V (1707-1750) dio un significativo impulso a la colonización de Santa Catarina, lo que desencadenó el consiguiente proceso de ocupación de Río Grande do Sul. En ese sentido, se tomaron importantes medidas con el fin de promover el conocimiento geográfico, cartográfico y topográfico del territorio brasileño, destacando la labor de los jesuitas Diogo Soares y Domingos Capacci, llamados “padres matemáticos” o “matemáticos regios”.

En el campo administrativo, el avance hacia los territorios del interior condujo a la creación de nuevas ciudades administrativas, tales como Minas Gerais (1720), Río Grande de São Pedro (1730), Santa Catarina (1737), Goiás y Mato Grosso (1748), separadas de São Vicente. La Corona optó por ejercer la supervisión directa de todas las capitanías donatarias que todavía pertenecían a los herederos de los capitanes del siglo XVI, que en algunos casos recibieron la concesión de pensiones o títulos compensatorios, aunque también se produjeron confiscaciones.

Los ciclos económicos

A pesar de que el concepto de “ciclo económico”, defendido por historiadores como João Lúcio de Azevedo que relaciona cada periodo con un cultivo único, está superado en la actualidad, puede decirse que la economía brasileña, en los primeros siglos, presenta tres ciclos económicos principales, al mismo tiempo distintos e interrelacionados: el del palo brasil, el del azúcar y el del oro y los diamantes.

La explotación de la madera de palo de brasil marca el inicio de la economía colonial del territorio. Esta madera, de color rojizo y ya conocida en Europa desde Oriente, comenzó a constituir a partir de 1500 la principal fuente de ingreso de los colonos y de la propia Corona. La explotación de palo brasil se desarrolló en el siglo XVII, con la llegada de los esclavos africanos y del ganado procedente de Europa, que facilitó el transporte de los árboles hasta la costa.

A partir de 1530, el cultivo del azúcar empezó a transformar la economía de Brasil. La labor azucarera fue introducida, sobre todo, en las áreas de Pernambuco y Bahía, y representó un factor esencial durante todo el periodo colonial. Ligados a su producción estaban los engenhos, término que hace referencia específicamente al maquinismo que utilizado para moler el azúcar pero que acabó por designar a cualquier maquinaria. A partir de las distintas clases de azúcar, los engenhos también podían servir para producir aguardiente de melaza.

Los engenhos desempeñaron un papel fundamental en la colonización y poblamiento de Brasil durante los primeros tiempos: no sólo concentraban en su entorno a grandes cantidades de mano de obra esclava, también de mano de obra libre especializada. La exportación de azúcar por los mercados europeos se inició en 1518, pero sólo a partir de la década de los cuarenta de este mismo siglo la construcción de engenhos experimentó un aumento significativo.

A finales del siglo XVII, alrededor de 1690, y después de innumerables tentativas, fue posible localizar importantes yacimientos de oro en la región, hasta entonces desconocidos, de Minas Gerais. A estos yacimientos se unieron los de Bahía y Mato Grosso (1720) y Goiás (1725). Desde 1729 la explotación de los yacimientos de diamantes se unió a la del oro. La fiebre de oro (‘corrida ao ouro’) que se desencadenó entonces provocó la desertización del nordeste brasileño: en dirección a las minas “emigran las personas especializadas en los engenhos, los maestros, administradores, médicos, carpinteros y otros, de oficios necesarios para la industria […]”. Todos corrían entusiasmados por la llamada de la fortuna. También marcharon a las minas los animales de carga, tan necesarios para el funcionamiento de los engenhos.

En todo Brasil proliferaban los nombres de poblaciones recién creadas que aludían al metal precioso, tales como Ouro Preto, Ouro Fino, Minas de Santa Isabel, Diamantina, entre otras. El oro se convirtió en la base principal de la economía brasileña durante la mayor parte del siglo XVIII. El periodo de mayor explotación aurífera se sitúa entre los años 1735 y 1766, siendo los principales centros mineros Vila Rica, Sabará, Caeté, São João d’ El Rei e Vila do Príncipe. Con la aparición de oro en Minhas Gerais, Mato Grosso e Goiás, el auge económico pasó de las zonas costeras al interior, lo que condujo al incremento de los medios de subsistencia de los mineros y el consecuente crecimiento económico. La necesidad de abastecimiento estuvo asegurada, en un principio, por São Paulo, con el fortalecimiento de los productos agrícolas, la ganadería y de toda clase de mercaduría. El asentamiento de los garimpeiros (‘buscadores de diamantes’) potenció la apertura de nuevos caminos que unían los núcleos de explotación minera con el litoral.

Al mismo tiempo que se importaban productos, grandes masas de esclavos eran absorbidas por el trabajo de extracción minera y, sobre todo, el oro era enviado a Europa. En este contexto, el puerto de Río de Janeiro creció en importancia, por lo que la ciudad fue convertida en capital del estado de Brasil en 1763, en sustitución de Bahía.

Además del oro, los diamantes, el azúcar y los esclavos, existía una variedad de productos cuyo número no dejaba de aumentar. Cuando el periodo del oro y los diamantes llegó a su fin, se estimuló la crianza de ganado bovino y el desarrollo de las plantaciones de azúcar, tabaco y algodón. Al norte, en el estado de Maranhão, los productos de la tierra constituyeron otra forma de explotación económica: las llamadas drogas do sertão (cacao, clavo, jengibre, pimienta, zarzaparrilla, añil, nuez moscada, algodón, vainilla, entre otras).

También se producían en el Brasil colonial productos manufacturados ligados a la industria naval, debido a la existencia de maderas y resinas de calidad, así como artículos provenientes del tejido de las fibras del algodón, principalmente en Maranhão e Pará. Sin embargo, la Corona impidió el incremento de esta industria para evitar que la producción textil brasileña pudiera hacer competencia a la de Portugal. En un edicto fechado el 5 de enero de 1785 se prohibía esta actividad industrial en las fábricas de la colonia brasileña, decisión que fue revocada en un edicto posterior, con fecha 1 de abril de 1808.

El problema de las fronteras

Resuelto el problema de la ingerencia francesa y holandesa en los territorios brasileños, tras la recuperación de las zonas ocupadas, las cuestiones fronterizas se mantuvieron en permanente efervescencia, sobre todo debido a la conflictiva relación luso-castellana en la lucha por conseguir el dominio de las zonas de la frontera y del control de la embocadura de los dos grandes ríos, al Amazonas al norte y el Río de la Plata al sur. El Tratado de Madrid, también llamado “de los límites”, firmado el 13 de enero de 1750, definió los territorios de América del Sur atribuidos a las coronas española y portuguesa y dotó a Brasil de fronteras estables que, grosso modo, se corresponden con las actuales.

Las configuración de las fronteras del Brasil actual son consecuencia de los distintos asentamientos coloniales de los países europeos que, desde el primer momento, disputaron estos territorios: España, Francia y Holanda, a las que más tarde se unió Inglaterra. Así, de los objetivos colonialistas españoles surgió la ocupación de los siete países al sur y al occidente, mientras que al norte, las fronteras actuales de Brasil separan al país de la zona francesa (Guayana Francesa), holandesa (Guayana Holandesa, actual Surinám) e inglesa (actual Guyana). Así, el actual mosaico geopolítico de América del Sur, en el cual está integrado Brasil, refleja con claridad los fines geo-estratégicos de la Europa de entonces.

La formación de las fronteras de Brasil es una cuestión que se remonta a las imprecisiones del Tratado de Tordesillas (1494), dada la dificultad de definir en América una línea divisoria. Hasta 1750, varias fueron las tentativas por llegar a un entendimiento. La expansión por el interior, impulsada por las bandeiras paulistas, se completaba con la conquista territorial en dirección al sur, cuyo objetivo esencial era el control de la embocadura del Río de la Plata. Con este fin fue fundada en 1680 la Colonia del Sacramento en frente de Buenos Aires (actual ciudad uruguaya de Colonia).

Cuando el monarca portugués Juan V inició su reinado (1 de enero de 1707), también heredó el problema de la Guerra de Sucesión española, con repercusiones en el Nuevo Mundo, que no culminarían hasta la firma del Tratado de Utrecht el 6 de febrero de 1715. Las consecuencias de esta guerra, en cuanto al reforzamiento de la posición española en la metrópoli y ultramar, supusieron una amenaza para Portugal.

En la década de los cuarenta del siglo XVIII, diversos acontecimientos supusieron el impulso definitivo en las negociaciones. Con la muerte de Felipe V y la reclusión de la reina Isabel de Farnesio en San Ildefonso, que habían sido los principales opositores a una solución viable de los problemas fronterizos de Brasil, la política ibérica alcanzó una nueva fase. La ascensión al trono español del monarca Fernando VI en junio de 1746, que estaba casado con María Bárbara de Braganza, hija de Juan V de Portugal; así como la muerte del ministro Cardenal Mota, el 4 de octubre de 1747, abrieron nuevas perspectivas de negociación, dirigidas por Alejandro Gusmão. Éste comprendió que la solución al problema estaba en ceder a España la Colonia del Sacramento, obteniendo a cambio las compensaciones geográficas y económicas que proporcionaran a Brasil la base territorial indispensable para disponer, en las regiones meridionales, de un sólido baluarte defensivo frente al gran poderío político que, forzosamente y de forma inmediata, se consolidaría en el Río de la Plata con la retirada de los portugueses.

Así, en noviembre de 1746 se iniciaron las negociaciones preliminares entre Portugal y España, con la mediación del marqués de la Ensenada y el vizconde de Vila Nova de Cerveira, representante portugués en Madrid. La elaboración de un acuerdo perseguía tres grandes objetivos: atribuir valor legar a la ocupación de hecho, otorgar a Brasil las fronteras naturales y estratégicas, y forjar la unidad de un organismo político efectivo. El tratado se componía de diecinueve artículos, divididos en dos partes, una dedicada a la estructuración geográfica de los territorios portugueses y españoles en América del Sur y otra a su defensa frente a ataques extranjeros.

Para justificar la conquista de los territorios del interior, el negociador Alejandro Gusmão, apoyado por fray Gaspar da Encarnação, se basó en una serie de principios teóricos, que otorgaban al tratado cierto carácter innovador para la diplomacia de la época. El primer principio fue el de uti possidetis, que justificaba la apropiación legal de los territorios ocupados. En el preámbulo se señalaba que “cada parte ha de quedarse con lo que actualmente posee” En la práctica, el artículo III definía las posesiones de la Corona portuguesa en función del principio “todo lo que está ocupado” en Mato Grosso, a pesar de las delimitaciones del Tratado de Tordesillas, que así se volvían caducas. El segundo principio señalaba la no intervención en el Nuevo Mundo en caso de producirse una situación de conflicto. En caso de guerra entre las dos coronas “se mantendrán en paz los súbditos de ambas, establecidos en toda América meridional, viviendo unos con otros como si no hubiese guerra entre sus soberanos”. Ambas partes se comprometían a no ayudar a los enemigos recíprocos con la concesión del uso de sus puertos o el tránsito por sus tierras. “La mencionada continuación de la paz perpetua y la buena convivencia no sólo tendrá lugar en las tierras e islas de América meridional, entre los súbditos vecinos de las dos monarquías, sino también en los ríos, puertos, costas y en el mar Océano” desde el archipiélago de Cabo Verde a las aguas del litoral.

Según lo estipulado en los artículos del IV al IX, se siguió el criterio de las “fronteras naturales”, según el cual la línea divisoria debería, siempre que fuera posible, seguir el curso de las corrientes fluviales y las cumbres de los montes, en función de la ocupación existente. Portugal renunciaba a sus derechos en Filipinas y cedía la Colonia del Sacramento y todo el territorio adyacente en la margen septentrional del Río de la Plata, y de la misma manera la margen izquierda del Amazonas, al oeste del río Japurá. España entregaba el territorio comprendido entre los ríos Ipuí y Jacuí, en la margen occidental de Uruguay, donde se encontraban establecidas las siete misiones de la provincia de Paraguay, bajo la dirección de jesuitas españoles.

Fuentes